Birkita se acercó inmediatamente a ella y le acarició el brazo con preocupación de abuela.
– Debéis de tener hambre, Portadora de la Luz. Los trabajadores van a volver de los túneles, y todos vamos a tomar la comida de la noche. ¿Queréis uniros a nosotras, o preferís retiraros a vuestra habitación para comer y recuperar fuerzas en privado?
Morrigan carraspeó.
– No, me gustaría comer con vosotros -dijo-. Con todos vosotros. No estoy cansada, sino hambrienta.
Al tocar la piedra de selenita, se había llenado de una energía que había acabado con el agotamiento del cambio de mundo. Ahora quería comer, y quería empezar a explorar su nuevo y asombroso hogar.
– Como deseéis, mi señora -murmuró Birkita-. Éste es el camino hacia la Gran Cámara -dijo.
Con una sonrisa, la mujer que parecía su abuela la precedió hacia la salida de aquella sala gemela a la Sala del Campamento, mientras el lince caminaba a su lado silenciosamente. Morrigan siguió a Birkita a cenar, y a descubrir su nuevo futuro.
La Gran Cámara había sido excavada desde la sala que Kyle había descrito como la más profunda de las Cuevas de Alabastro. Al pensar en él, le dolía el corazón, pero Morrigan intentó apartarse de la cabeza la tragedia de la muerte de Kyle y siguió a Birkita hasta que llegaron a la sala. Morrigan la reconoció, pero sólo vagamente. Aquella sala cavernosa, primitiva, llena de piedras de Oklahoma, sólo era la sombra de su magnífico reflejo en Partholon. Morrigan se detuvo maravillada en el umbral.
La gran sala estaba llena de gente que iba de un lado a otro sirviendo comida y bebida entre las largas filas de mesas que estaban talladas en la piedra, una piedra de color mantequilla. Piedra caliza… El nombre de la piedra le apareció en la mente cuando acarició el lado suave de la entrada a la sala. Asimiló el conocimiento con facilidad, y le envió su gratitud en silencio al espíritu de la piedra.
La sala estaba muy bien iluminada, con muchas llamas azuladas que ardían en recipientes de piedra situados sobre pedestales. Eran los mismos recipientes que había en la Sala del Campamento y en los túneles, y Morrigan se preguntó cómo era posible que ardieran sin emitir ningún humo. Sin embargo, su mirada no permaneció en las llamas; observó las paredes de la cueva, que tenían incrustados unos mosaicos bellísimos de animales, plantas y paisajes.
– Es increíble… -susurró Morrigan-. Precioso.
– Venid, Portadora de la Luz. Deberíais ocupar el lugar de honor.
Morrigan siguió a Birkita hacia la que, evidentemente, era la mesa principal. Tras ella, en la pared, habían formado la figura de una mujer con piedras pulidas del color de la luna. La figura tenía las manos abiertas y las palmas hacia abajo. Morrigan se sintió atraída hacia aquel mosaico de la misma manera que se sentía atraída hacia la gran piedra de selenita, con una determinación que hacía desaparecer todo lo demás. Lentamente, con reverencia, acarició las piedras de la figura. Al instante supo que era alabastro pulido, y que aquella mujer era la diosa del Reino de los Sidethas, Adsagsona. Morrigan sólo tuvo un momento para sentirse sobrecogida por todos sus nuevos conocimientos, porque comenzó a oír los murmullos de excitación que se estaban produciendo en toda la sala, tras ella.
– Portadora de la Luz… Elegida de Adsagsona… Hija de la Diosa…
Morrigan respiró profundamente, reunió valor y se dio la vuelta. La enorme sala estaba abarrotada, y todos los que habían acudido estaban esperando que ella les prestara toda su atención. La timidez innata de Morrigan se apoderó de ella, con tanta intensidad que estuvo a punto de paralizarla. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse y concentrarse en lo que le estaba diciendo Birkita.
– Portadora de la Luz, me gustaría presentaros al Señor del Reino de los Sidethas, Perth, y a la Señora, Shayla -dijo.
El hombre se inclinó ante ella, y la mujer le hizo una reverencia elegante.
– Nos sentimos honrados por vuestra presencia -dijo Perth.
– Adsagsona nos ha bendecido -dijo Shayla.
– Gracias -murmuró Morrigan.
Estaba abrumada por aquellas dos personas, que tenían edad suficiente para ser sus padres y vestían ricamente, con pieles y joyas, como si fueran los reyes de los Sidethas. Y se estaban inclinando hacia ella.
– Por favor -dijo Perth, y le señaló la silla que había en la cabecera de la mesa-. Ocupad el lugar de honor.
– Será vuestro siempre que nos honréis con vuestra presencia -dijo Shayla.
Morrigan volvió a darles las gracias, e iba a sentarse en el lugar que le habían indicado cuando se dio cuenta de que Birkita había hecho una reverencia y se estaba alejando de aquella mesa.
– ¡No, Birkita, espera! -la exclamación de Morrigan hizo que todo el mundo se quedara callado y la mirara. Ella tragó saliva nerviosamente y continuó-: No quiero que te marches -dijo, y después, se volvió hacia la pareja, que se había sentado a su lado-: Si no os importa.
– Por supuesto, como deseéis -respondió Shayla-. Birkita es una de las Sacerdotisas de Adsagsona, y siempre es bienvenida a nuestra mesa.
Morrigan se dio cuenta de que, aunque las palabras de Shayla habían sonado apropiadas, Birkita se ruborizaba. Se sentó de manera vacilante junto a ella, y miró su plato con incomodidad. Morrigan se irritó y se puso a la defensiva.
– Pues me alegro de que Birkita sea bienvenida en esta mesa, porque a donde voy yo, va ella -dijo. Sostuvo la mirada fría de Shayla y le dedicó una sonrisa forzada-. Birkita es importante para Adsagsona, y también para mí -entonces, la gran gata le lamió y tobillo a Morrigan, y ella se sobresaltó-. Y el lince también va conmigo.
Entonces, fue Shayla quien se ruborizó, y Morrigan sintió cierta satisfacción cuando aquella mujer tan bella y bien vestida asintió y murmuró:
– Por supuesto, mi señora. Como vos queráis.
Después, hizo un gesto para indicar que podían empezar a servirles.
– Cuidado -le susurró Birkita cuando todas las conversaciones se reanudaron a su alrededor-. El Señor y la Señora son muy poderosos.
Morrigan sintió ira al percibir la preocupación en el tono de voz de Birkita.
– ¿De verdad? -le preguntó en un susurro-. ¿Y pueden hacer esto?
Morrigan se puso en pie de repente, y sin mirar a nadie ni pararse a pensar, se acercó a una de las paredes. Apoyó en ella las manos, cerró los ojos y le dijo suavemente a la piedra:
– Ilumínate, por favor.
«¡Te oímos y te obedecemos, Portadora de la Luz!».
La respuesta fue inmediata y poderosa. Hubo una corriente de energía que pasó desde su palma a la piedra, y Morrigan sintió que los cristales de la sala se iluminaban. Antes de que abriera los ojos, oyó las exclamaciones de asombro. Entonces se volvió hacia la sala. Todos la estaban mirando fijamente.
– Quería darle un poco de luz a la cena.
Morrigan se sintió agradada al ver las expresiones de asombro de Perth y Shayla, que como todos los demás, salvo Birkita, estaban mirando los cristales de selenita, que brillaban y resplandecían como estrellas. Cuando volvió a su silla, las conversaciones tenían un tono más bajo y las miradas eran menos curiosas y más reverentes.
– Así aprenderán -le dijo en un susurro a Birkita.
Sin embargo, Morrigan se llevó una sorpresa, porque la mujer la miró con tristeza. Era la misma mirada contemplativa de su abuela, cada vez que Morrigan hacía algo que la decepcionaba. No una gran desilusión, como suspender un examen o ganarse una multa por exceso de velocidad, sino algo pequeño y privado, como olvidar decir «por favor» o «gracias», o reírse del azoramiento de otra persona. Morrigan se sintió reprendida al instante, y se preguntó por qué. Era evidente que Birkita se había disgustado por culpa de Shayla. En realidad, cuanto más miraba a Perth y a Shayla, más se daba cuenta de que tenían una actitud altiva. Parecía que estaban separados de todos los demás por una pared transparente, pero helada. Estaba claro que eran respetados, pero el instinto le decía a Morrigan que no eran queridos.
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