P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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Myrna sufrió un espasmo por todo el cuerpo, y el olor fecundo y metálico de la sangre del parto, mezclada con la sangre fresca de la hemorragia, nos envolvió. Yo sabía que Carolan estaba intentando contener la sangre que fluía del cuerpo de mi hija y que se estaba derramando por el suelo, formando un charco rojo. ClanFintan comenzó a entonar un cántico suave, el de un Sumo Chamán que se prepara para allanar el camino de un alma recién liberada hacia los prados de Epona. Sabía que estaba llorando, pero no vaciló en su plegaria, y la magia antigua que llenó la habitación fue tan intensa que yo notaba su roce contra la piel.

Sin embargo, no aparté la mirada del rostro de mi hija. Ella me observaba fijamente, buscando consuelo. Yo dejé a un lado mi tristeza insondable y me concentré en Myrna. Mi hija me necesitaba una vez más en su vida. Yo era la Elegida de Epona, la Suma Sacerdotisa de la diosa. Podía hacer aquello. Podía reconfortarla durante su tránsito al Otro Mundo.

– No debes tener miedo, muñequita -le dije, son-riéndola y acariciándole el pelo-. Epona te conoce y te quiere desde que naciste.

– Yo… te creo, mamá -respondió Myrna con la voz entrecortada, y giró la cabeza ligeramente para poder ver a Etain-. Dile que lo siento, mamá. Dile a Etain que la quiero, y que la voy a echar de menos.

Yo asentí y luché por no llorar.

«¡Ayúdame, Epona!». Al instante, sentí la calma que me enviaba la diosa.

– Se lo diré, mi pequeña -respondí, con la voz fuerte y segura-. Le contaré historias sobre su madre a Etain, y le hablaré sobre tu belleza, tu inteligencia y tu capacidad de amar.

Myrna me miró.

– Gracias, mamá.

Sufrió otro espasmo y cerró los ojos. Yo le sujeté la mano con fuerza mientras le pedía a la diosa que la reconfortara. Myrna abrió los ojos lentamente y volvió a mirarme.

– No… no duele, mamá. Ya no tengo miedo.

Entonces, alzó la vista y miró por encima de mi hombro. Abrió mucho los ojos.

– ¡Oh, mamá! ¡Es Epona! ¡Es tan bella…! -De repente, su rostro se había iluminado con una gran alegría-. Me está hablando. Epona dice que me dio el don de la magia, y que ese don es Etain. Ella será una gran princesa, amada y honrada por todo Partholon, y sus hijos serán grandes guerreros y grandes Sacerdotisas.

Myrna respiró con dificultad, y después dijo:

– Te quiero, mamá. Te esperaré con Epona…

Sonriendo, Myrna exhaló un suspiro, y después murió.

Yo la besé e incliné la cabeza.

– Ve con la diosa, preciosa mía. Volveremos a estar juntas algún día, en las praderas luminosas de Epona, donde no existe la muerte, ni el dolor, ni la pena. Hasta entonces, te echaré de menos a cada momento del día, y te tendré en mi corazón.

– Mi señora.

Yo miré a Grant, que tenía las mejillas llenas de lágrimas, y que me tendía a su hija.

– Se parece a Myrna -dijo con la voz quebrada.

Tomé al bebé, que verdaderamente, era una versión en miniatura de su difunta madre, y la abracé contra mi corazón, llorando.

Capítulo 2

Morrigan tenía un tremendo dolor de cabeza. Nunca había tenido una migraña así. Bien, como si no tuviera ya suficientes problemas en su vida. Voces en el viento, la extraña habilidad de conseguir que le surgieran llamas de las manos, y la capacidad, todavía más rara, de oír a los cristales y hacer que brillaran, y el hecho de que su madre muerta no fuera su madre muerta. En realidad, eso le recordó algo: Kyle también estaba muerto y…

Morrigan recuperó todos los recuerdos de golpe, a través del velo espeso de dolor y desorientación de su mente.

¡El derrumbe de las cuevas! ¡Kyle! ¡Sus abuelos! ¡Había atravesado la gran piedra de selenita!

Abrió los ojos y jadeó de dolor. Tenía la vista borrosa, y le escocían los ojos. En realidad, le dolía todo el cuerpo.

– Descansad, Portadora de la Luz. Todo va bien.

Aquella voz era bondadosa, familiar. Morrigan cerró los ojos y sintió algo fresco contra ellos, algo que le alivió el escozor. Después le pusieron una copa contra los labios, y automáticamente, ella bebió algo que tenía un sabor a medicina dulce, mezclada con vino tino.

– Ahora, dormid. Estáis en casa -dijo aquella voz.

«Estoy en casa… dormir…».

La voz seductora de su mente repitió aquel susurro seductor.

Morrigan supo que no tenía elección, mientras aquel brebaje dulce la llevaba de vuelta a la inconsciencia.

Cuando volvió a despertar, Morrigan se pasó los labios y se dio cuenta de que tenía la boca desagradablemente seca.

– Bebed, mi señora. Esto calmará vuestra garganta.

¿«Mi señora»? ¿Por qué la llamaban así?

«Porque es tu derecho».

Las palabras no las decía el viento, no le llegaban a través del cristal. En aquella ocasión, resonaban con suavidad en su mente, lo que sirvió para aumentar la confusión de Morrigan.

– Bebed, mi señora, bebed.

Unas manos suaves la ayudaron a incorporarse, y le pusieron una copa de agua en los labios. Morrigan bebió con ganas. Después abrió los ojos. La luz era tenue, y ella tenía la visión borrosa. Pestañeó. Su cabeza estaba tan borrosa como su visión. ¿Qué ocurría? Parpadeó de nuevo, varias veces, y sus ojos se aclararon poco a poco. Lo primero que vio fue a una mujer que estaba sentada en un taburete cubierto de piel, sonriendo amablemente.

Morrigan abrió mucho los ojos, con sorpresa.

– ¡Abuela!

La sonrisa de la mujer vaciló sólo durante un instante.

– Bienvenida, Portadora de la Luz -dijo con la voz dulce y suave de su abuela, pero sin el acento de Oklahoma-. Soy Birkita, Sacerdotisa de Adsagsona -añadió. Después se levantó del taburete, se arrodilló e hizo una respetuosa reverencia-. Os doy la bienvenida a casa, en el nombre de la diosa. Ella nos ha concedido la presencia de una Portadora de la Luz.

Morrigan abrió la boca. Y la cerró. Finalmente, dijo:

– No eres mi abuela.

La mujer, de pelo oscuro, inclinó la cara. Tenía una sonrisa bondadosa, pero también fruncía el ceño con confusión.

– No, mi señora. Tengo edad para ser abuela, pero he preferido practicar la castidad y estar al servicio de la diosa desde que era una mujer joven, así que no tengo hijos ni nietos.

Morrigan se pasó la mano por la cara.

– Lo siento. Yo…

Se quedó en silencio. Trató de organizar los cientos de preguntas que tenía en la cabeza. No podía dejar de mirar a aquella mujer. Era exactamente igual que su abuela, salvo que la abuela siempre llevaba el pelo corto, y la mujer que tenía enfrente lo llevaba muy largo y recogido en una trenza. Además, era más frágil que su abuela, y no tenía un aspecto tan joven. Llevaba una túnica de cuero muy bonita, bordada con un diseño de nudos que formaban un laberinto.

Con sobresalto, Morrigan se dio cuenta de que aquella mujer seguía arrodillada, y de que ella la estaba mirando como una tonta.

– ¡Oh! ¡Levántate! -dijo rápidamente, y después añadió-: Por favor.

Birkita se levantó y volvió a sentarse en el taburete, junto a la cama de Morrigan.

– ¿Dónde estoy?

– Estáis en las Cuevas del Reino de los Sidethas.

– Eso no está en Oklahoma, ¿verdad?

Birkita frunció el ceño de nuevo.

– ¿Oklahoma? Lo siento, mi señora, no conozco ese territorio. ¿Está en los reinos del sur de Partholon? Yo nunca me he alejado mucho de nuestras cuevas, y no conozco Partholon.

– ¡Partholon! ¿Has dicho Partholon?

– Sí, Portadora de la Luz -respondió Birkita con una sonrisa.

– ¿Estoy muerta?

La risa melodiosa de Birkita era como la de su abuela, e hizo que la mujer rejuveneciera diez años.

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