– No…
Apenas pude susurrar aquella palabra. Me quedé helada. Alanna me tomó de la mano y atravesamos corriendo el patio de la enfermería del templo. Mis guardias personales, con actitud seria y sombría, abrieron las puertas en cuanto nos vieron.
– Por aquí, mi señora -dijo una de las enfermeras, una muchacha joven. Nos condujo a una de las salas interiores, y justo antes de que yo abriera la puerta, me tocó el hombro, respetuosamente, pero también con firmeza-. Mi señora, debería prepararse. Su hija va a necesitar su fuerza.
Yo entorné los ojos. Tuve ganas de golpearla y desahogar mi terror y mi rabia, de decirle que no debía suponer nada de lo que pudiera necesitar mi hija, pero lo que vi en sus ojos silenció mis palabras.
Era la seguridad de la muerte.
Me di la vuelta y apoyé la frente contra la pared.
«Oh, Epona», recé con fervor. «¡No permitas que suceda esto! Myrna no puede morir. No puedo perderla. Te ruego que, si necesitas una vida, tomes la mía. Pero, por favor, no te lleves a mi hija».
La voz de Epona sonó con una bondad casi insoportable en mi cabeza.
«Algunas veces, ni siquiera una diosa puede cambiar el destino, Amada. Pero sabes que Myrna también es mi hija, hija de mi Elegida, y que habitará durante toda la eternidad en mis praderas y que…».
– ¡No! -gemí yo, y me tapé los oídos como una niña-. No -sollocé.
Noté que Alanna me abrazaba, y me aferré a ella durante unos instantes. Después me erguí y me sequé las lágrimas de la cara con la manga de la camisa. Ya tendría tiempo de llorar más tarde. La enfermera tenía razón. Myrna necesitaba mi fuerza, no mi histerismo. Asentí y dije:
– De acuerdo, estoy preparada.
Entramos en la inmaculada habitación. Mi hija ocupaba una cama en el centro de la sala, y se retorcía a causa del dolor de las contracciones. Tenía los ojos cerrados y respiraba profundamente. En vez de estar enrojecida por el esfuerzo y el dolor, Myrna estaba pálida, y tenía los labios teñidos de azul. Estaba desnuda, y su vientre era un montículo enorme, hinchado, que estaba cubierto con una sábana fina de lino. Miré hacia sus pies, junto a los cuales estaba Carolan, con el rostro cansado y pétreo mientras la examinaba. Le entregó a uno de sus ayudantes un trapo empapado en sangre. Me miró, y no tuvo que decir nada. Yo ya sabía lo que estaba ocurriendo.
Grant estaba en la cabecera de la cama, junto a su mujer, tan pálido como ella. Cuando le sonreí y me acerqué a Myrna, me dio la impresión de que iba a llorar de alivio.
Tomé a Myrna de la mano y le besé la frente.
– Hola, muñequita de mamá -susurré. Era una expresión de amor que le había dicho muchísimas veces durante su infancia.
Parpadeó débilmente y abrió los ojos.
– ¡Mamá! ¡Me alegro de que hayas venido! Iba a llamarte antes, pero todo ha ocurrido muy deprisa, y…
Se interrumpió, porque comenzó a sentir una contracción. Me apretó la mano con fuerza y gritó de dolor, con los ojos muy abiertos de pánico.
– Tranquila, mi amor. Mírame y respira conmigo, preciosa. Mamá está a tu lado. Todo va a salir bien. Mírame…
Myrna se aferró a mi mano y a mi voz para superar aquel dolor desgarrador. Cuando por fin pasó la contracción, las dos estábamos respirando pesadamente. Yo tomé un paño húmedo y fresco de las manos de una de las enfermeras y le enjugué la frente a Myrna, mientras Grant le apartaba el pelo de la cara y le murmuraba palabras de cariño.
– Ya veo a tu hija, Myrna -dijo Carolan con calma, con una voz reconfortante-. Quiere demostrar que es única, porque se empeña en llegar a este mundo del revés, así que la siguiente parte será la más difícil para ti. Quiero que, con la siguiente contracción, te concentres y empujes con todas tus fuerzas.
Myrna no abrió los ojos.
– No creo que pueda -susurró.
– Claro que puedes, preciosa mía -dije yo, y volví a besarle la frente-. Yo te ayudaré. Agárrate fuerte a mi mano y usa mi fuerza.
Yo tenía el don, concedido por la diosa, de canalizar el poder de la tierra, pero era mucho más efectivo cuando estaba en contacto con árboles ancianos. Me pregunté si todavía teníamos tiempo de trasladar a Myrna al exterior. Si pudiera llevarla al bosque que rodeaba al templo, tal vez pudiera salvarla, tal vez pudiera transmitirle la energía de los árboles para que sobreviviera a aquel nacimiento.
«No puedes cambiar su destino, Amada. Sólo le causarías un dolor innecesario».
Tuve que morderme el labio para no gritar al oír las palabras de Epona.
«Por favor, no dejes que sufra», le rogué a la diosa.
«Tienes mi promesa. No dejaré que sufra, Amada».
– Estoy muy contenta de que estés conmigo, mamá -repitió Myrna. Su voz era muy débil, pero me agarraba la mano con fuerza.
– Yo también, preciosa -dije suavemente.
– Mamá, tengo miedo.
Yo la rodeé con un brazo.
– No tienes por qué, mi niña. Estoy aquí. Epona está aquí. Y pronto, tu hija también estará aquí.
– Cuídala por mí, mamá. Y cuida también a Grant. Él te va a necesitar.
Yo sentí un golpe de dolor físico al oír sus palabras.
– Tú misma vas a cuidar de tu hija y de tu marido.
Myrna me miró fijamente.
– Sé que hay algo malo, mamá.
Yo me ahorré la respuesta, porque en aquel momento, ClanFintan entró en la habitación.
– ¡Papá! -gritó Myrna.
Él se acercó y le besó la frente.
– Ah, mi niña preciosa, ¿qué tal vas?
Le hablaba a Myrna, pero me miraba a mí. Vi la desesperación de sus ojos oscuros, en forma de almendra.
– Es difícil, papá, y… ¡Está empezando otra vez!
– ¡Tienes que empujar con esta contracción, Myrna! -le ordenó Carolan.
ClanFintan, Grant y yo nos inclinamos hacia ella y le susurramos palabras de aliento, mientras Myrna apretaba los dientes y empujaba con todas sus fuerzas. Entonces, hubo un segundo de descanso, y después Carolan volvió a pedirle que empujara. El ciclo se repitió incontables veces… yo miré hacia el cuerpo hinchado de Myrna y vi que Carolan tomaba un bisturí de una bandeja. Hubo un sonido horrible de rasgadura. Entonces, antes de que pudiera hablar, Myrna tuvo otra contracción y gritó, mientras su hija salía por fin de su cuerpo, en un río de sangre.
Después todo sucedió demasiado rápidamente.
– ¿Está viva? ¿Está viva? -repetía Myrna una y otra vez. Yo estaba intentando calmarla y ver lo que ocurría a los pies de la cama, y entonces, oí el llanto fuerte y claro de la recién nacida, seguido por una exclamación de alegría de los ayudantes de Carolan.
Carolan le entregó el bebé a Alanna, que había permanecido a su lado, pálida y silenciosa. Alanna, arrullándola suavemente, llevó a la niña hacia Myrna y se la entregó. Myrna abrazó a su hija y todos miramos la carita enrojecida de la niña, que era perfecta.
– Hola, Etain -dijo Myrna-. Soy muy feliz, porque has llegado por fin.
Todos estábamos llorando, y Grant y Myrna estaban besando al bebé, mientras ClanFintan y yo le acariciábamos los piececitos. Yo sentía tan amor y tan felicidad que creí que todo podía salir bien.
Entonces, Myrna jadeó y gimió. Sus ojos se clavaron en los míos.
– Mamá…
Por instinto, tomé a Etain en brazos y le besé la cabecita. Después se la entregué a Grant.
– Grant, sujétala cerca de Myrna, para que ella pueda verla y acariciarla.
No tuve que añadir que mi hija no tenía ya fuerzas para sostener a su bebé. Con mirar la cara cubierta de lágrimas de Grant, supe que él lo entendía. Tomé de la mano a ClanFintan y los dos nos acurrucamos junto a Myrna. Su marido y su hija estaban al otro lado de la cama.
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