P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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Capítulo 8

– ¡Kyle!

Morrigan notó que le ardían las mejillas. Nadie, aparte de sus abuelos, sabía que tenía unas habilidades tan extrañas. Nadie. Abrió la boca para ofrecer alguna excusa… cualquier cosa…

«¡Deja de negar lo que eres!».

Morrigan se sobresaltó. Aquellas palabras resonaron en el aire, a su alrededor. Morrigan sintió su ira, y entonces se dio cuenta de que también ella estaba enfadada. ¿Por qué debía excusarse? Alzó la barbilla y dijo:

– Yo he hecho esto. Yo he hecho que brillaran los cristales. Soy la hija de una sacerdotisa.

Kyle agitó la cabeza.

– Debo de estar durmiendo todavía. Esto tiene que ser un sueño.

La antigua Morrigan le hubiera dado la razón y habría salido corriendo, pero ella ya no era esa Morrigan, y estaba decidida a no volver a serlo.

– Date un pellizco para comprobar que no estás soñando. Yo he sido quien ha hecho esto -repitió-. Hoy, cuando he visitado la cueva, he sabido que tenía un vínculo con los cristales -dijo, y acarició la piedra de selenita con cariño. La piedra respondió con un fogonazo de luz que asombró todavía más a Kyle. Morrigan lo miró al oír su jadeo-. He vuelto porque tenía que aceptar mi destino.

– ¡Dios mío! ¡Eres tú, Morrigan! -dijo Kyle, que acababa de reconocerla en aquel momento.

– Sí, soy yo.

Morrigan pensó que estaba empezando a disfrutar de su reacción de absoluto desconcierto. No parecía que estuviera horrorizado, sólo pasmado. Entonces, recordó que pocas horas antes había flirteado con ella, y en aquel momento, apenas la reconocía.

– Entonces, ¿normalmente coqueteas con una chica y después se te olvida cómo es? ¿O sólo conmigo?

Él se pasó la mano por la frente.

– Claro que me acuerdo de ti. Pero estás distinta.

Morrigan soltó un resoplido de incredulidad.

– ¿Diferente? Sí, claro. Eso suena a excusa mala de adolescente -dijo, porque de repente, se sentía muy madura y superior.

– No es una excusa -respondió él-. Estás muy distinta. Te brilla la piel, y tus ojos son como dos topacios que tienen luz interior. Y tu pelo… -dijo, y se acercó a ella. Entonces le tomó un mechón de pelo del hombro, y ella se quedó asombrada-. Tu pelo es como el resto de tu cuerpo… de una belleza mágica.

Entonces, él le agarró suavemente el brazo e hizo que lo levantara para que ella pudiera mirárselo.

Tenía razón. Morrigan se dio cuenta de que le brillaba la piel. Se miró ambas manos y se dio cuenta de que aquel brillo era el mismo que el de la selenita.

– ¿Cómo es posible? -preguntó Kyle en voz baja.

Ella respondió automáticamente, sin mirarlo.

– Soy la hija de una suma sacerdotisa que fue elegida por la diosa Epona.

Morrigan sabía que había más cosas en la historia de su madre, pero decir aquello hacía que se sintiera muy bien. Más que bien, se sentía maravillosamente. A su alrededor, oyó una risa, pero no era una risa burlona ni malvada, sino una risa dulce y melódica que estaba hecha de pura felicidad. Era su madre. ¡Tenía que ser su madre! Continuó hablando en un tono maravillado:

– Tengo dones divinos porque llevo la sangre de generaciones de sacerdotisas en mi interior.

No estaba segura del motivo, pero sabía que estaba diciendo la verdad.

– Eres la cosa más bonita que he visto en mi vida.

Morrigan apartó los ojos de su propia piel brillante y se quedó sobrecogida ante la mirada de pura pasión de Kyle.

– Eres una diosa -susurró él.

Ella abrió la boca para corregirlo, para decirle que no era una diosa, sino la hija de la sacerdotisa de una diosa. Sin embargo, antes de que pudiera hablar ocurrieron dos cosas a la vez. El viento comenzó a soplar a su alrededor, llevándole unos susurros seductores que repetían las palabras de Kyle como un eco.

«Sí… eres una diosa… eres la belleza…».

Al mismo tiempo, Morrigan no podía dejar de mirar a Kyle. Sus ojos estaban llenos de adoración. Era tan guapo, tan deseable, tan sexy…

«Sí… eres una diosa… toma el placer de donde quieras…».

A Morrigan se le aceleró el pulso. El poder de los cristales todavía le vibraba por la sangre, ardiente, dulce y espeso, y descendía para causarle una ráfaga de calor entre las piernas. De repente, deseaba a Kyle con una fuerza para la que su escasa experiencia con el sexo no la había preparado.

Kyle se acercó a ella, atraído por la llama abierta de su magnetismo.

– Eres increíble. Tan sexy… Quiero acariciarte…

– Entonces, acaríciame -susurró Morrigan.

Él, sin titubear, le rozó la mejilla. Después movió la mano hacia abajo y le acarició la suavidad de la curva del cuello.

Morrigan se echó a temblar. No por los nervios de una virgen, sino por la ráfaga líquida de sensaciones que fluía desde las yemas de los dedos de Kyle hacia todo su cuerpo.

– Más -susurró ella.

Con un gemido, Kyle la tomó entre sus brazos y la besó. Ella recibió su lengua en la boca, y se hundió en su calor, y se bebió sus gemidos de deseo. Ella le rodeó los hombros con los brazos. Nunca había sentido nada parecido, tan fuerte y poderoso. Succionó sus labios y se estrechó contra él, frotando el cuerpo contra su dureza masculina.

– ¡Dios mío! Esto es como un sueño increíble -jadeó Kyle contra sus labios. Entonces la agarró por el trasero y la ciñó todavía más a él.

Morrigan se sentía horrorizada por su comportamiento, pero no podía parar. No quería parar. Su piel brillante ardía de calor, de necesidad, de lujuria. Estaba ahíta de poder. ¡Era una diosa!

– Morrigan Christine Parker, ¿qué demonios está pasando aquí?

La voz del abuelo fue como un jarro de agua fría. Ella se apartó de Kyle de un salto y balbuceó:

– ¡Abuelo!

Con la cara roja, y la cabeza dándole vueltas, vio a su abuelo por encima del hombro de Kyle. Parecía un cruce entre oso pardo y pez globo furioso y gigante. Llevaba un abrigo de caza viejo y tenía entre las manos la enorme linterna del establo. Y, ¡oh, no! La abuela estaba a su lado. Los dos estaban mirando a Kyle con severidad.

– Jovencito, ¿quién es usted y por qué tiene las manos encima de mi nieta?

Morrigan estuvo a punto de echarse a reír. Típico del abuelo. Ignoró el hecho de que los cristales estuvieran encendidos a su alrededor, por el único poder de la magia, y el hecho de que ella se hubiera escapado y de que seguramente él estaba muy preocupado. Y por supuesto, obvió el hecho de que ella también tenía las manos encima de Kyle. El abuelo entornó los ojos, y su expresión decía que no importaba que tuviera setenta y cinco años. Estaba más que dispuesto, y era más que capaz, de patearle el trasero a quien, en su opinión, se estaba aprovechando de su nieta, supuestamente inocente.

– Señor, lo siento mucho -dijo Kyle, mientras se pasaba la mano por el pelo-. Yo… yo… me he dejado llevar. Es tan guapa que… yo… -perdió el hilo de lo que quería decir. Estaba completamente avergonzado-. No quería faltarle el respeto.

Carraspeó, dio unos pasos hacia mi abuelo, y le tendió la mano.

– Me llamo Kyle Cameron. Soy jefe de los guías y conservador del Parque Estatal de Las Cuevas de Alabastro. He conocido a su nieta hoy, cuando sus amigas y ella estaban de visita en las cuevas.

El abuelo refunfuñó y le estrechó la mano a Kyle, aunque de mala gana, sin dejar de mirarlo con fijeza. Morrigan no tenía duda de que además le estaba estrujando la mano.

– Bueno, Kyle Cameron, ¿y siempre manoseas a las jovencitas el mismo día en que las conoces? ¿O este comportamiento tan caballeroso es sólo con mi nieta?

– Señor, yo…

– Abuelo, él…

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