P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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Birkita titubeó. Cuando volvió a hablar, su voz era sincera.

– No, Señora, no estáis confundida. Sólo puede haber una Suma Sacerdotisa. Yo me aparto voluntariamente de esa posición. Por supuesto, es la Portadora de la Luz y la Elegida de Adsagsona quien debe ocuparla.

– Espera, no… -empezó a decir Morrigan. Sin embargo, Birkita le posó una mano sobre el brazo y la interrumpió.

– Es la voluntad de Adsagsona. Yo ya no tengo edad de ser doncella, ni madre. Me alegro de tener un papel menos importante, mi señora -dijo Birkita, con una sonrisa cálida para Morrigan.

– Bien. Arreglado. Eso significa que, mañana por la noche, lady Morrigan será quien dirija el ritual -zanjó Shayla.

– Señora, no sé… -dijo Birkita entonces.

– ¿No es responsabilidad de la Suma Sacerdotisa? -le espetó Shayla.

– Sí, lo es -dijo Birkita.

– Entonces, lo haré -dijo Morrigan.

– Pero… habéis estado inconsciente varios días, y aunque la diosa os ha concedido fuerzas hoy a través de la piedra sagrada, no os habéis recuperado por completo.

– Nuestra Portadora de la Luz es joven y fuerte, y es evidente que la diosa le ha concedido sus bendiciones. Estoy segura de que se habrá recuperado totalmente mañana por la noche -dijo Shayla.

– Sí, Señora, nuestra Portadora de la Luz tiene la fuerza de la diosa -dijo Birkita, aunque de mala gana, mirando con preocupación a Morrigan.

– Mañana estaré perfectamente. Sólo necesito una buena noche de descanso -dijo Morrigan, sosteniendo con firmeza la fría mirada azul de Shayla.

– Excelente. Nuestra Suma Sacerdotisa dirigirá el ritual. Parece un presagio favorable para nuestra diosa el hecho de que su Portadora de la Luz llegara justo antes de la luna nueva. ¿No te parece, Birkita? -preguntó Perth.

– Sí, Señor. La luna nueva es prometedora para Adsagsona, así que la llegada de lady Morrigan en este momento es definitivamente un auspicio feliz -dijo Birkita.

Morrigan sonrió y tomó del brazo, suavemente, a Birkita, para indicarle que se pusiera en pie.

– Entonces, decidido. Seguramente, será distinto al… eh… ritual de la luna llena de Oklahoma, pero Birkita me pondrá al corriente de los detalles. Así pues, gracias por todo de nuevo.

Tomadas de brazo, Morrigan y Birkita salieron de la Gran Cámara, seguidas por Brina. Morrigan sentía los ojos de Shayla clavados en la espalda, pero también se dio cuenta de que varias personas inclinaban la cabeza, respetuosamente, a su paso.

Capítulo 4

Birkita la precedió en cuanto salieron de la Gran Cámara.

– Bueno, ha sido un poco extraño -dijo Morrigan. Sin embargo, Birkita negó con la cabeza y le susurró:

– Aquí no, mi señora.

Así pues, Morrigan se quedó callada y dejó todas sus preguntas para más tarde.

En aquella ocasión, prestó atención a los lugares por los que pasaban. Allí, los túneles y salas no eran las mismas estructuras rudimentarias y sin explotar de Oklahoma. Las llamas sin humo iluminaban las anchas paredes, y a cada pocos metros se abrían nuevos túneles a derecha y a izquierda. Los caminos estaban limpios y no había rastro de escombros ni de humedades. En los salientes de roca había estatuillas y delicadas piezas de cerámica. En algunas partes había mosaicos incrustados en la piedra, que a Morrigan le parecieron imágenes bellas y exóticas de las maravillas subterráneas.

Pronto llegaron a Usgaran. La piedra de selenita seguía brillando, pero con suavidad. Cuando Morrigan se acercó y la acarició, los cristales resplandecieron de nuevo con la intensidad de los diamantes, como si ella hubiera accionado un interruptor secreto.

– Es tan bello… -murmuró.

– Sí -dijo Birkita-. La Sacerdotisa que me precedió me contó historias de la Portadora de la Luz, que a ella le había contado, a su vez, la anterior Sacerdotisa. Todos sabemos que puede darse vida a los cristales. Sin embargo, saberlo y verlo son dos cosas distintas. Hasta que vos llegasteis, yo sólo me había imaginado la belleza de la luz.

– Entonces, ¿no ha habido Portadora de la Luz antes de mí?

Birkita negó con la cabeza.

– No, durante más de tres generaciones -respondió. Después, con una sonrisa, señaló hacia uno de los túneles que salían de Usgaran-. Vuestra habitación está ahí. Aunque han pasado muchos años, las Sacerdotisas de Adsagsona han mantenido la habitación de la Portadora de la Luz preparada. Algunas de nosotras nunca dudamos de vuestro regreso.

Como si supiera exactamente adónde debía dirigirse, Brina se adelantó por el túnel. El pasadizo se estrechaba y dibujaba unas curvas en ése. Después, Morrigan subió tres escalones y siguiendo las indicaciones de Birkita, giró hacia la derecha y apartó una cortina que daba a una pequeña entrada. Más adelante, el túnel terminaba en una habitación asombrosa. Estaba iluminada con un pequeño pedestal de luz, y había un saliente ancho que recorría la pared de la derecha y que estaba lleno de pieles, cojines y edredones.

Al otro lado de la estancia había salientes llenos de frascos que parecían de perfume, y cajas transparentes, en las que brillaban collares de piedras semipreciosas. Había un tocador con un espejo y un armario tallado. Para completar el opulento mobiliario había dos sillas tapizadas de piel. Morrigan miró a su alrededor, abrumada por la riqueza de todo aquello. Entonces, sus ojos se dirigieron hacia arriba y con una exclamación de sorpresa, posó los dedos en la pared más cercana. «Portadora de la Luz…», sintió en la piel, y todas las estalactitas de cristal que colgaban como cascadas heladas desde el techo se iluminaron y exhibieron una belleza delicada y atemporal.

– Es tan bonito -musitó Birkita-. Nos dábamos cuenta de que las rocas colgantes eran de cristal, claro, pero verlas iluminadas… es impresionante -entonces, miró a Morrigan con una sonrisa-. Espero que la habitación sea de vuestro agrado. Las leyendas antiguas dicen que, cuando Adsagsona formó las cuevas para su pueblo, se ocupó en especial de diseñar una cámara para la más amada de sus Sacerdotisas. A su Suma Sacerdotisa, la diosa también le concedió el don de escuchar a los espíritus de la piedra, así como la habilidad de encender la luz de sus cristales sagrados.

Morrigan caminó por la habitación, acariciando los preciosos frascos y mirando las cajas de joyas.

– Todo esto es increíble. Y desconcertante. Birkita, necesito que me ayudes a entender este lugar -le dijo.

– Por supuesto, mi señora. Estoy aquí para serviros a vos y a la diosa.

Morrigan se sentó en la cama. Brina saltó y se colocó a su lado, y Morrigan la acarició mientras pensaba en lo primero que iba a decir.

– No quiero quitarte tu trabajo -dijo con tristeza.

– ¿Trabajo?

– El de ser Suma Sacerdotisa. No tengo derecho a llegar aquí y quitarte el trabajo que has tenido durante tantos años.

Birkita sonrió.

– Ser Suma Sacerdotisa no es un trabajo, es una vocación. No dejéis que eso os angustie, querida niña. Así son las cosas. Todas las Sacerdotisas son sustituidas algún día por una mujer más joven. En realidad, para mí será un alivio transmitiros mis deberes. Soy vieja y estoy cansada, y quiero cumplir servicios más ligeros a la diosa.

– No creo que sea mucho más ligero durante un tiempo. Yo no tengo ni idea de lo que debo hacer.

– Confiad en vos misma y en la diosa, Portadora de la Luz.

– Y en ti -añadió Morrigan.

Birkita inclinó la cabeza.

– Si lo deseáis, mi señora.

– Así que, dime, ¿qué pasa con Shayla y Perth? ¿Son los que mandan?

– Son el Señor y la Señora desde hace dos décadas. Nuestro pueblo ha prosperado bajo su mando -dijo Birkita, y su sonrisa se volvió irónica-. Incluso más de lo que es normal para los Sidethas, lo cual es bastante impresionante.

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