José Santos - El séptimo sello

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El asesinato de un científico en la Antártida lleva a la Interpol a contactar con Tomás Noronha. Se inicia así una investigación de lo que más adelante se revelará como un enigma de más de mil años. Un secreto bíblico que arranca con una cifra que el criminal garabateó en una hoja que dejó junto al cadáver: el 666.
El misterio que rodea el número de La Bestia lanza a Noronha a una aventura que le llevará a enfrentarse al momento más temido por la humanidad: el Apocalipsis.
Desde Portugal a Siberia, desde la Antártida hasta Australia, El séptimo sello es un intenso relato que aborda las principales amenazas de la humanidad. Sobre la base de información científica actualizada, José Rodrigues dos Santos invita al lector una reflexión en torno al futuro de la humanidad y de nuestro planeta en esta emocionante novela.

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– ¿El calor del cuerpo viene de la energía solar contenida en los alimentos? -se sorprendió el ruso.

– Sí, así es. Pero esta energía del Sol, liberada por el hidrógeno contenido en los alimentos, no adopta solamente la forma de… humpf… calor. También adopta otras formas, como la energía eléctrica, la energía mecánica o la energía química.

– Es, por tanto, lo que nos da fuerza.

– Así es. -Cerró los puños-. La energía de nuestro cuerpo viene de la energía del Sol, almacenada en el hidrógeno. Y lo interesante es que esa energía, en vez de ser liberada, también puede conservarse durante millones y millones de años. -Hizo una seña con el pulgar hacia la ventana-. Por ejemplo, si ningún animal comiese ni se quemasen en un incendio las hojas del wanari que está allí fuera, sino que, en vez de eso, cayesen en el suelo y las fuera cubriendo la tierra, al cabo de mucho tiempo se transformarán en… humpf… carbón. ¿Y qué uso le damos nosotros al carbón?

– Es una fuente de energía -dijo Filipe.

– Exacto. El carbón es una fuente de energía. ¿Y qué tipo de energía es ésa? Es la energía solar, almacenada por el hidrógeno en el momento de la fotosíntesis, que se produce en el momento en que la hoja del wanari… humpf… estaba viva. Cuando echamos el carbón en el horno, se invierte el proceso de fotosíntesis. El hidrógeno suelta el carbono y se asocia con el oxígeno, liberando su energía extra. Y el carbono, que se ha quedado, mientras tanto, solo, también se asocia con el oxígeno, creando el dióxido de carbono, que es liberado en la atmósfera. Esto ocurre con el carbón… humpf… y ocurre con los otros hidrocarburos que se forman a lo largo de millones de años: el petróleo y el gas.

– Si he entendido bien, la energía no está en el carbono -resumió Orlov-. Está en el hidrógeno.

– Así es. Lo que significa que, cuantos más átomos de hidrógeno tiene el hidrocarburo… humpf… más energía contiene ese hidrocarburo.

– ¿Los hidrocarburos no tienen todos la misma cantidad de hidrógeno?

– No, de ningún modo. Por ejemplo, el hidrocarburo con menos energía es… humpf… el carbón. ¿Y por qué? Porque el carbón tiene el carbono y el hidrógeno en la proporción de uno a uno. El petróleo, en cambio, es más energético, ya que, por cada átomo de carbono que posee, existen dos de hidrógeno. Y el gas natural puede liberar aún más energía, puesto que tiene… humpf… cuatro átomos de hidrógeno por cada átomo de carbono. -Miró a sus oyentes-. ¿Esto está claro?

– Sí.

– Entonces prestad atención a esta pregunta… humpf… porque es importante. -Hizo una breve pausa-. ¿Y si, en vez de quemar un combustible que tiene carbono e hidrógeno, quemamos sólo hidrógeno? ¿Qué ocurre?

– ¿Sólo hidrógeno?

– Sí. ¿Y si, en la palabra «hidrocarburos», prescindimos de los «carburos»? ¿Y si… humpf… nos quedamos sólo con los «hidros»?

– ¿Eso es posible?

– ¿Por qué no? Quitamos los carburos de la ecuación y nos quedamos solamente con el… humpf… hidrógeno.

Orlov se encogió de hombros.

– ¿Cuál sería la consecuencia?

Cummings pareció sorprendido con la pregunta.

– A la luz de lo que ya os he explicado,¿¿la consecuencia no os parece… humpf… obvia? Entonces, si la energía del petróleo está en el hidrógeno que contiene y no en el carbono, es evidente que, si yo retiro el carbono de la ecuación, seguiré disponiendo de energía. -Repitió la idea, preocupado por subrayar este punto crucial-: No os olvidéis de que… humpf… la energía está en el hidrógeno, no en el carbono.

– Ya veo.

– O sea, que no necesito carbón, petróleo ni gas natural para nada. Sólo necesito hidrógeno.

– Pero eso es brillante -exclamó Tomás, rompiendo el mutismo al que se había entregado-. Brillante.

Orlov meneó la cabeza, sin entender bien.

– ¿Cuál es la ventaja de eso?

Cummings amusgó los ojos. La cabeza del ruso era dura.

– Oiga: ¿qué provoca el aumento de la temperatura del planeta? -preguntó armándose de paciencia docente.

– Según lo que andan diciendo por ahí los maricas de los ecologistas, la quema del petróleo.

– Que es un hidrocarburo -adelantó el inglés de inmediato-, Fíjese bien en que, cuando se quema petróleo, lo que ocurre… humpf… es que se produce la fotosíntesis al contrario. Es decir, que el hidrógeno se libera del carbono y se asocia con el oxígeno. Como se queda solo, el carbono también se asocia con el oxígeno, y crea un nuevo compuesto. ¿Cómo se llama… humpf… ese compuesto?

– Dióxido de carbono -repitió Filipe sin perder tiempo.

– ¿Y cuál es el compuesto más responsable del efecto de invernadero que provoca el… humpf… calentamiento del planeta?

– El dióxido de carbono -dijo el geólogo como si fuese un disco rayado.

– Entonces, ¿qué ocurre si quitamos el carbono de la ecuación?

– Deja de formarse el dióxido de carbono, porque no hay carbono.

Los ojos de Cummings se posaron en Orlov, insinuando que no era necesario añadir nada más.

– ¿Está entendiendo ahora cuál es la ventaja de quemar solamente el hidrógeno? -Sí.

– Si eliminamos el carbono y nos quedamos sólo con el hidrógeno, retenemos la parte energética del combustible y, al mismo tiempo, dejamos de lanzar dióxido de carbono a la atmósfera. Es una solución beneficiosa en todos los niveles. Ganamos más energía… humpf… y ganamos una energía limpia.

– ¿El hidrógeno puro tiene más energía que la gasolina?

– Claro -exclamó Cummings, casi escandalizado por la pregunta-. Un litro de hidrógeno posee tres veces más energía que un litro de gasolina.

– Hmm .

– Y así matamos dos pájaros… humpf… de un tiro -exclamó el inglés-. Detenemos el calentamiento del planeta y dejamos de depender del petróleo, recurriendo al… humpf… átomo más abundante del universo para ir a buscar el combustible que precisamos.

Orlov se revolvió en el sillón, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar.

– Eso es muy poco conveniente para mis jefes -observó sombríamente-. Si esa idea se da a conocer y se desarrolla, van a quedarse sin empleo. -Hizo una pausa-. Y yo también.

Cummings se atusó la barba blanca.

– Pues sí, supongo que eso puede ser… humpf… un poco desagradable para la industria del petróleo, claro.

El ruso acarició el arma.

– Vamos a tener que hacer algo para resolver ese problema, ¿no le parece?

El inglés miró, horrorizado, la escopeta automática en las manos de Orlov.

– Espere, de todos modos, aún hay un problema sin resolver -se apresuró a añadir; sus ojos le saltaban nerviosamente del arma al ruso.

– ¿Problema? ¿Qué problema?

– ¿Adónde vamos a buscar el hidrógeno?

Orlov parecía no entender la pregunta.

– Bien…, ¿no fue usted quien dijo que tres de cuatro átomos existentes en el universo son de hidrógeno?

– Lo dije y… humpf… es verdad.

– Entonces, ¿cuál es el problema? ¿-Es un hecho que el setenta y cinco por ciento de la masa existente en el cosmos es hidrógeno. Pero yo añadí también otra cosa, ¿no lo recuerda?

Orlov hizo un esfuerzo de memoria, pero no llegó a nada.

– ¿Qué?

– Expliqué que el hidrógeno, siendo inmensamente abundante, detesta vivir solo. Lo que le gusta es asociarse con otros átomos.

– Ah, sí -sonrió el ruso-. El hidrógeno es una puta.

– Pues… humpf… así es -murmuró Cummings, revirando los ojos-. Pero la facilidad que tiene el hidrógeno para asociarse con otros átomos hace que sea muy raro encontrar átomos aislados de hidrógeno.

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