Orlov suspiró, claramente impaciente.
– Disculpe, pero ¿qué interés tiene toda esa cháchara?
El inglés alzó la ceja, en una pose muy afectada.
– ¿No quería… humpf…, caballero, que le explicase lo que es el Séptimo Sello?
– Sí, claro. Pero ¿qué tiene que ver eso con el Séptimo Sello?
– Tenga paciencia -pidió Cummings. Su cuerpo de gigante esmirriado se estremeció, como si hubiese sufrido un pequeño impacto-. ¿Por dónde… humpf… iba?
– Por el hidrógeno.
– Ah, right ho. El hidrógeno. -Miró la H que había dibujado en la pizarra blanca-. El hidrógeno, pues, es el átomo más pequeño, más simple, más antiguo y más abundante que existe en el universo. -Alzó la mano-. Destaco sobre todo la idea de… humpf… abundante. El hidrógeno es muy, muy abundante. Tres de cada cuatro de todos los átomos que se pueden encontrar en el universo son de hidrógeno. El hidrógeno… humpf… corresponde al setenta y cinco por ciento de la masa existente en el cosmos. -Arqueó las cejas-. Es mucho. -Golpeó la H con la punta del rotulador-. Siendo tan abundante, sin embargo, es difícil encontrar hidrógeno en estado puro. ¿Alguien sabe por qué razón ocurre eso?
Se hizo silencio en la sala. Nadie lo sabía.
– El hidrógeno es reactivo -dijo por fin Filipe, el único que estaba al tanto del asunto.
– El hidrógeno es altamente reactivo -confirmó el profesor de Oxford. Se hacía evidente que Cummings estaba más habituado a hablar para un público de universitarios imberbes que para bandas de mafiosos mal encarados-. Eso quiere decir que el hidrógeno odia… humpf… la soledad. Como no le gusta quedarse solo en casa, lo que hace es juntarse con gran facilidad con otros átomos. Si fuese una mujer… humpf…, el hidrógeno sería una prostituta.
Los rusos se rieron. Estas alusiones estaban más a su alcance.
– ¿Y las tetas? -preguntó Igor con un tono grosero, mientras la escopeta automática se balanceaba excitadamente de una mano a la otra-. ¿Y las tetas? ¿Son grandes? ¿Eh? ¿Son grandes?
Cummings se arrepintió de la imprudencia de haber recurrido a aquella metáfora frente a tales asistentes y adoptó una actitud digna, como si no hubiese escuchado los comentarios.
– Lo que quiero decir con esto es que el hidrógeno, siendo extraordinariamente abundante, casi sólo se encuentra… humpf… en forma híbrida. Por ejemplo, cuando el hidrógeno se acerca al oxígeno, se adhiere enseguida a él, y forma el agua. Si por casualidad pasa el nitrógeno por allí, el hidrógeno se asocia de inmediato a él y ambos forman amoniaco. Y, si el átomo que pasa por allí cerca es el carbono, el hidrógeno se aferra a él y… humpf… nacen los hidrocarburos.
– ¡Vaya putón! -gruñó un ruso a carcajadas-.¡Se va con el primer átomo que le pasa por delante!¡Quiere que se la metan los electrones de todo el mundo!
– Silencio -farfulló Orlov, alzando la voz para mandar callar a sus hombres-. Dejad escuchar.
Los gánsteres se calmaron, intimidados por la orden del jefe, entre risitas reprimidas, y Cummings, que se había callado para dejar pasar la broma obscena, manteniendo una actitud imperturbable, reanudó su argumentación.
– Al juntarse a los otros átomos, el… humpf… hidrógeno almacena energía.
– ¿La energía nuclear? -preguntó Orlov, en cuya mente la palabra «energía», asociada a «hidrógeno», daba como resultado «bomba de hidrógeno».
– No -corrigió el inglés-. Eso es otra cosa. Se llama energía nuclear a la energía asociada a la fuerza fuerte que… humpf… mantiene el núcleo unido. En este caso, sin embargo, estamos hablando de otro tipo de energía, una energía que se almacena cuando el hidrógeno se une a otros átomos.
– Ah, bien.
Cummings dio dos pasos hacia un lado y, acercándose a la ventana, señaló algo que estaba al otro lado del cristal sucio.
– ¿Estáis viendo lo que hay allí? -preguntó.
Orlov se levantó y observó por la ventana en la dirección indicada. Era un enorme arbusto, de aspecto robusto y rudo, semejante a los miles que se extendían por la planicie.
– Sí, ¿qué pasa con eso?
– Se llama wanari y es una especie de acacia. -Se encogió de hombros-. En realidad, me resulta indiferente que sea un… humpf… wanari o cualquier otra cosa. Lo que importa es que se trata de una planta. ¿Y esto por qué? ¿Qué tienen que ver las plantas con… humpf… el hidrógeno?
Orlov, que había vuelto a su sitio, relacionó la pregunta con el anuncio que había hecho Cummings al comienzo de su exposición.
– ¿El agua?
La observación tuvo la virtud de hacer que todos contuviesen la respiración en la sala. Sintiendo la expectativa, el inglés se dirigió despacio hasta la pizarra blanca, donde seguía trazada la H y la estructura esquemática del átomo de hidrógeno, e hizo pleno uso de la pausa dramática.
– El agua -confirmó-. Humpf… ¿Y qué es el agua? -Se volvió hacia la pizarra y escribió «H 2O»-. Son dos átomos de hidrógeno, asociados a uno de oxígeno.
– Ménage á trois -soltó desde atrás uno de los rusos, que no pudo resistirse a la tentación del chistecito.
– Zatknis! -vociferó Orlov, mandando callar al impertinente y fijando en él una mirada amenazadora-. Si dices una cosa más, ya verás lo que te ocurre.
El ruso de los chistes se encogió, comprimió los labios y bajó los ojos. Después de aquella reprimenda, estaba claro que no pronunciaría ni una palabra más.
– A donde realmente yo quería llegar era a un proceso llamado,… humpf… fotosíntesis -dijo Cummings, esforzándose por mantener un hilo conductor en su exposición-. En términos generales, la fotosíntesis se produce cuando las plantas transforman el aire, la luz del Sol y el agua en azúcar. -Se volvió hacia la pizarra y dibujó el Sol por encima y una hoja por debajo, con una gota de agua sobre su superficie-. Lo que ocurre es lo siguiente. -Desde el Sol dibujó una flecha que apuntaba a la hoja de la planta-. La energía solar incide sobre la hoja y… humpf… provoca una escisión de las moléculas de agua. El oxígeno y el hidrógeno, que están unidos en el agua, se separan. -Golpeó con el rotulador la gota dibujada sobre la hoja para enfatizar ese punto-. Se separan -repitió-. Ahora, como ya hemos visto, al hidrógeno no le gusta quedarse solo. La energía solar lo ha obligado a separarse del oxígeno, y el átomo de hidrógeno, para recuperar su estabilidad, sale enseguida en busca de un nuevo compañero. ¿Y con quién se encuentra en la planta? Con el carbono. O sea, que el hidrógeno se asocia con el carbono y… humpf… forma un nuevo compuesto, llamado carbohidrato, con quien comparte su energía extra. -Se volvió hacia los asistentes-. ¿Qué nombre les damos nosotros a los carbohidratos?
– Azúcar -respondió Filipe de inmediato, siempre consciente de que nadie más daría la respuesta.
– Exacto -confirmó el inglés-. Algunos carbohidratos, que nacen de la conjunción del carbono con el hidrógeno cargado de energía solar, son conocidos habitualmente como… humpf… azúcar. -Alteró el tono de voz, en un aparte-. De ahí que el azúcar sea muy energético. ¿-Ah, ya empiezo a entender -murmuró Orlov.
– Lo que quiero decir… humpf… es que el azúcar es un depósito de energía solar, la cual se encuentra almacenada en el hidrógeno que compone el azúcar. Esa energía solar puede liberarse después de diversas maneras. -Simuló el gesto de llevarse algo a la boca-. Si yo como una lechuga, por ejemplo, el carbohidrato entra en mi cuerpo y… humpf… se somete a la acción química de mi metabolismo, que funciona como la fotosíntesis al contrario. O sea, que el hidrógeno se separa del carbono y vuelve a juntarse con el oxígeno, y crea una molécula de agua. -Agitó el rotulador en el aire. Y aquí viene lo importante -subrayó-: para poder juntarse al oxígeno, el hidrógeno tiene que deshacerse de la energía solar que almacena. Ese proceso se llama oxidación y… humpf… gracias a él nuestro cuerpo produce calor. El calor es la energía solar liberándose en el momento en que, en nuestro cuerpo, el hidrógeno se separa del carbono de los alimentos y se junta con el oxígeno.
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