Cummings se inclinó hacia delante, como si se preparase para confiar un secreto.
– ¿Y si… humpf… invertimos el proceso? ¿Qué ocurre?
– ¿Invertir el proceso? ¿Qué quiere decir con eso?
– Invertir el proceso -repitió el inglés-. En vez de partir del agua y separar sus dos elementos, hidrógeno y oxígeno, ¿por qué no… humpf… unirlos? -Arqueó las cejas-. ¿Qué cree usted que ocurriría?
Orlov consideró esa idea.
– Bien, supongo que, si se juntase el hidrógeno con el oxígeno, se formaría otra vez el agua, ¿no?
– Claro.
– ¿Y entonces? ¿Cuál es la ventaja de eso?
Cummings se recostó en el asiento.
– ¿No se acuerda de que le expliqué que cuando el hidrógeno se vuelve a juntar con el oxígeno… humpf… se libera la energía de conexión entre ellos?
– Sí.
– Entonces ésa es… humpf… la ventaja.
Los todoterrenos se acercaron a un cartel que indicaba «Kata Tjuta/The Olgas», ya cerca del enorme y majestuoso monolito de Uluru, y redujeron la velocidad. Tomás, que durante todo el trayecto de carretera asfaltada se había mantenido atento al tráfico, con la expectativa de ver algún vehículo de la Policía o del Ejército que pasase providencialmente en aquel momento, sintió que el corazón se le comprimía y su esperanza se esfumaba. A la derecha nacía un estrecho camino de tierra, y por ahí bajaron los dos vehículos, abandonando la carretera e iniciando el último tramo en el desierto.
Orlov siguió la maniobra mientras se ejecutó, pero, en cuanto el todoterreno comenzó a traquetear por el sendero, volvió al tema que en aquel instante le ocupaba la atención.
– Por tanto, si he entendido bien, usted quiere aprovechar la energía extra del hidrógeno. -Frunció el entrecejo-. ¿Es eso?
– Claro.
– ¿Y cómo podrá hacerlo?
Cummings alzó el dedo, como si indicase que esa pregunta era muy pertinente.
– Esa es la gran cuestión -exclamó, e hizo un gesto con las manos, como si sujetase un objeto rectangular invisible-. La solución es conseguir una caja… humpf… dividida en dos partes. -Simuló que llenaba cada uno de los lados de la caja-. Colocamos oxígeno en una parte e hidrógeno puro en la otra. Nos valemos de un metal especial, designado como catalizador, y lo ponemos en la parte del hidrógeno, de modo que se provoque una reacción química… humpf… que forzará a soltarse los átomos de hidrógeno. El problema es que, solos, esos átomos se vuelven muy inestables y tienen gran urgencia en asociarse a otros elementos. -Alteró el tono de voz, en un aparte-. Recuerde que ellos detestan la soledad -inclinó la cabeza-. Ahora bien: si los átomos de hidrógeno quieren aparearse con otros átomos, ¿cuáles son… humpf… los candidatos más disponibles en los alrededores?
– ¿El oxígeno?
El inglés sonrió.
– El oxígeno almacenado en el otro lado de la caja -confirmó-. Cuando el catalizador provoca la reacción química que suelta a los átomos de hidrógeno, esos átomos… humpf… van a acudir en dirección a los de oxígeno. -Acercó el dedo izquierdo al derecho, simulando la aproximación entre los dos elementos-. Lo que vamos a hacer es abrir un pasillo que viabilice ese encuentro, colocando un electrolito… humpf… entre las dos partes de la caja. El electrolito deja pasar el protón de hidrógeno, pero, atención, traba el camino al electrón. Este es un problema, dado que el electrón se queda totalmente desesperado con esta separación y quiere a toda costa juntarse con el protón. Como somos buenas personas… humpf… y nos produce una enorme pena el electrón solitario, pobrecito, buscamos la manera de posibilitar ese encuentro romántico.
– ¿Y cómo hacen eso?
– Abrimos un segundo pasillo, instalando un hilo metálico entre los dos lados de la caja. -Buscó al ruso con los ojos-. ¿Queda claro… humpf… esto?
– Sí -dijo Orlov-. El protón del átomo de hidrógeno pasa por el electrolito y el electrón tiene que ir por el hilo metálico.
– Right ho -exclamó Cummings, satisfecho porque hasta un gánster era capaz de entender su explicación técnica-. Allí reside… humpf… el secreto. Un electrón es, en la práctica, una descarga de corriente eléctrica, lo que significa que su desplazamiento libera energía bajo una forma que puede usarse para lo que queramos. Con ella podemos encender lámparas o… humpf… poner motores de automóviles en marcha. -Hizo un gesto vago con la mano-. Lo que queramos. -Señaló la otra mitad de la caja imaginaria -. Una vez al otro lado, el electrón se junta con el protón y, ahora reconstituido, el átomo de hidrógeno… humpf… puede entonces aparearse con el oxígeno y formar agua.
Orlov se quedó un largo rato masajeándose la barbilla mientras asimilaba las implicaciones de este proceso.
– ¿Y es eso el Séptimo Sello?
El inglés asintió con la cabeza.
– En términos esquemáticos, sí. El Séptimo Sello es un proyecto para desarrollar una nueva fuente de energía, al usar un combustible… humpf… mucho más abundante que el petróleo y que funciona sin el carbono, que calienta la atmósfera. Nuestro desafío ha abarcado la resolución de problemas técnicos específicos, incluidas las delicadas cuestiones de la concentración y del almacenamiento del hidrógeno, y lo han convertido en una alternativa ventajosa a los combustibles fósiles. El hidrógeno ya era conocido como alternativa energética. Nosotros nos limitamos a superar los últimos obstáculos.
– ¿Y ya ha pasado a la fase de pruebas?
– No he hecho… humpf… otra cosa.
Orlov señaló el desierto alrededor.
– ¿Para eso vino aquí?
– Bien…, no. Yo podía hacer perfectamente esto en Oxford, un lugar que, para ser sincero, se me antoja mucho más agradable. Ocurre que había unos… humpf… nasty chaps que decidieron que este trabajo era inconveniente y que…
– Sí, ya lo sé -interrumpió Orlov, impaciente-. Pero ¿ya ha experimentado ese sistema en automóviles?
– No le quepan dudas.
– ¿Y cuál ha sido el resultado?
– Cuatro litros de gasolina… humpf… dan para que un automóvil normal recorra, como media, unos cincuenta kilómetros, ¿no? Pero en las pruebas que he efectuado aquí, en el desierto, un coche movido por este tipo de batería ha llegado a recorrer más de cien kilómetros… humpf… con sólo un kilo de hidrógeno.
– ¿En serio?
– Casi se ha triplicado la eficiencia -dijo-. Además, las baterías de hidrógeno son silenciosas, no produjeron ninguna vibración y… humpf… sólo despidieron vapor de agua.
– Alzó el índice-. Sobre todo, es muy importante recordar que no hubo liberación de dióxido de carbono, dado que el proceso… humpf… no incluye carbono.
El ruso amusgó los ojos.
– ¿Dónde se realizaron esas pruebas?
Cummings hizo una señal indicando un sitio más adelante. Al final del camino de tierra que serpenteaba por el desierto australiano, los esperaba la extraña estructura de rocas redondeadas; parecían gigantescos guijarros de playa, una fantástica composición esculpida por el soplo de la naturaleza.
– Allí-dijo-. En las Olgas. Fue allí donde se hicieron las pruebas y es allí donde está guardado el equipo. -Se movió en el asiento-. Pero… humpf… ¿para qué necesita usted verlo?
Orlov mostró los dientes, en una cruel caricatura de sonrisa.
– Para destruirlo todo.
Los dos todoterrenos estacionaron junto al extraño conjunto de rocas redondeadas, ovilladas como gigantescos tapices, esculpidas por el viento y por el tiempo, algunas tan grandes que la mayor parecía aún más alta que el monolito vecino de Uluru. Los rusos dieron a los prisioneros la orden de que bajasen. Una vez fuera de los coches, todos se mantuvieron inmóviles un largo rato, indiferentes al calor y al polvo, absortos en la contemplación del enigmático panorama que se alzaba frente a ellos.
Читать дальше