José Santos - El séptimo sello

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El asesinato de un científico en la Antártida lleva a la Interpol a contactar con Tomás Noronha. Se inicia así una investigación de lo que más adelante se revelará como un enigma de más de mil años. Un secreto bíblico que arranca con una cifra que el criminal garabateó en una hoja que dejó junto al cadáver: el 666.
El misterio que rodea el número de La Bestia lanza a Noronha a una aventura que le llevará a enfrentarse al momento más temido por la humanidad: el Apocalipsis.
Desde Portugal a Siberia, desde la Antártida hasta Australia, El séptimo sello es un intenso relato que aborda las principales amenazas de la humanidad. Sobre la base de información científica actualizada, José Rodrigues dos Santos invita al lector una reflexión en torno al futuro de la humanidad y de nuestro planeta en esta emocionante novela.

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– Se lo agradezco.

– Pero lo que me está contando me deja un poco preocupado. ¿Así que hubo hombres armados que lo siguieron y mataron a su guía?

– Sí.

– ¿Quiénes eran esos tipos?

– Son probablemente los mismos que liquidaron al científico estadounidense en la Antártida y al español en Barcelona. O son los mismos, o están bajo el mando de la misma persona u organización. En todo caso, este homicidio se encuentra evidentemente relacionado con los asesinatos que usted está investigando.

– ¿Cómo diablos lo sabe?

– Esos tipos iban detrás de Filipe.

– ¿Y? Podía ser un ajuste de cuentas local. Su amigo ha tenido en esta historia un comportamiento sumamente sospechoso, qué quiere que le diga.

Tomás inspiró despacio, sin saber aún por dónde debería comenzar.

– Oiga, esta historia es muy complicada -dijo-. Filipe formaba parte de un grupo de científicos que estaba investigando el calentamiento global y su relación con los combustibles fósiles. En 2002, como sabe, asesinaron a dos de esos científicos. Los otros dos, Filipe y el tal Cummings, tuvieron que esconderse para escapar de los asesinos.

– Eso es lo que dice su amigo -observó Orlov, haciendo una mueca de escepticismo-. ¿Quién me asegura a mí que ellos no tuvieron que esconderse para escapar de la justicia? ¿Eh? Si son tan inocentes como afirman, ¿por qué razón no se han presentado aún ante la Policía?

– Por la sencilla razón de que la Policía no los puede proteger. No puede hacer nada por ellos.

El ruso se rio con sarcasmo.

– Qué disparate -exclamó-. Claro que puede. -Golpeó la mesa con el dedo, para enfatizar su idea-. Si no se han presentado a la Policía, no le quepa la menor duda, es porque no tienen la conciencia tranquila.

– Oiga, no es tan simple. Los asesinos están al mando de una organización muy poderosa. Tal vez es más que una organización. Son países.

– ¿Países? ¿De qué habla?

– Es como se lo estoy diciendo. No hay Policía capaz de hacer frente a los intereses que están en juego.

– ¿Quién lo dice?

– Se lo digo yo y lo dice Filipe.

– Pero ¿qué intereses tan poderosos son ésos?

– Son los intereses del mayor negocio del mundo.

– ¿La droga?

– El petróleo.

– ¿Los intereses ligados al petróleo están detrás de los asesinatos de los profesores Dawson y Roca? -dijo, sorprendido, Orlov-. Eso no tiene ningún sentido.

– Por el contrario, todo el sentido está allí -insistió Tomás-. El descubrimiento de la relación entre el calentamiento global y los combustibles fósiles pone a la industria del petróleo en un grave peligro. Están en juego billones de dólares y la supervivencia de multinacionales y hasta de países. Esos intereses han dictado la política internacional, con la industria petrolífera financiando campañas presidenciales en los Estados Unidos y viendo sus intereses estratégicos defendidos de manera intransigente por la Casa Blanca. Sin petróleo, las empresas petrolíferas no pueden sobrevivir. Y sin petróleo se acaba también el poder de los países de Oriente Medio. ¿Qué van a exportar Arabia Saudí y Kuwait, por ejemplo, cuando el mundo ya no quiera el petróleo? -Arqueó las cejas-. ¿Arena? ¿Camellos? -Meneó la cabeza-. Sin petróleo, muchos países de la OPEP dejan de tener futuro. Y mi pregunta es ésta: ¿cómo cree que esos países y esas multinacionales van a enfrentarse, o están enfrentándose, con todos aquellos que ponen su futuro en entredicho? ¿Cree que se van a quedar quietos? ¿Que se van a arrimar a un árbol y a hacer como si nada? -Inclinó la cabeza, como si estuviese mostrando otro camino-. ¿O harán algo? ¿O actuarán para poner fin a la amenaza?

Orlov masticaba dos dátiles con beicon, pero sus ojos estaban fijos en los rincones del salón con una expresión meditativa.

– ¿Usted cree realmente que son los intereses del petróleo los que están detrás de todo esto?

– Después de todo lo que he visto y oído, no me quedan demasiadas dudas.

– Esa acusación es muy grave.

– Oiga, Orlov, ¿se ha fijado en que los intereses del petróleo están en todas partes? Son una red inmensa y se extienden de la Casa Blanca a Oriente Medio. -Bajó el tono de voz, casi con miedo a que lo escuchasen desde las mesas de al lado-. Estamos frente a fuerzas muy poderosas y profundamente motivadas para defender a cualquier precio un negocio tremendamente lucrativo. Si tienen que apartar a cuatro o cinco personas que se les atraviesen en el camino, no veo que eso constituya un problema para esos intereses.

El ruso meneó la cabeza, con el escepticismo impreso en su rostro.

– Aun así, sigo pensando que no tiene sentido.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué razón estarían los intereses del petróleo detrás de esos cuatro científicos en particular? A fin de cuentas, existen muchos científicos estudiando las relaciones entre el calentamiento global y los combustibles fósiles. ¿Por qué perseguir a esos cuatro?

– Porque han hecho un descubrimiento que, por lo visto, despacha de una vez el negocio del petróleo.

Orlov frunció el ceño.

– ¿Qué descubrimiento?

Su interlocutor se encogió de hombros.

– Filipe no me lo explicó.

– ¿Por qué? ¿El no confía en usted?

– No es eso. Ha dicho que lo contará todo cuando llegue el momento oportuno.

– ¿Cuándo será eso?

– No tengo la menor idea.

El ruso se acarició la barbilla.

– ¿Por dónde anda ahora su amigo?

– No lo sé. Ni siquiera sé si aún está vivo.

– Debe de estar vivo, seguro.

– Espero que sí. Pero lo único que sé es que estábamos los dos en Siberia cuando aparecieron los hombres armados y, en cuanto comenzaron a perseguirnos, tuvimos que separarnos.

– ¿Adonde ha ido él?

– No lo sé. Filipe huyó con un amigo ruso, yo me escapé con la guía que conocí en Moscú. Más tarde, en las márgenes del Baikal, los hombres armados nos encontraron y mataron a la guía. No sé si han atrapado también a Filipe, no tengo ni idea.

– Si lo hubiesen atrapado, probablemente ya lo sabríamos -conjeturó Orlov-. Pero, si las cosas son como usted dice, atraparlo es mera cuestión de tiempo. Su amigo sólo tiene una posibilidad de librarse de este embrollo. ¿Sabe cuál es?

– ¿Hmm?

– Que nosotros nos reunamos primero con él.

– ¿Nosotros, quiénes? ¿Usted y yo?

– Nosotros, la Interpol. -Hizo girar el tenedor en el aire-. ¿Quedaron en volver a encontrarse?

– Sí, Filipe dijo que se pondría en contacto conmigo.

– Entonces tal vez le convendría llevarme con usted, ¿no cree?

– Eso depende de las condiciones que Filipe imponga. Está convencido de que ninguna Policía del mundo es capaz de protegerlo de quien lo persigue.

– Tal vez -consideró Orlov-. Pero la Interpol es su mejor esperanza. Me parece aconsejable que yo vaya con usted al próximo encuentro.

– No sé si habrá próximo encuentro. Pero, como le he dicho, todo depende de las instrucciones que Filipe me dé.

– Como quiera -se rindió Orlov, que levantó la mano para llamar al camarero-. Pero después no se quejen.

Los entrantes se habían acabado y mandó traer el cabrito asado.

Tomás pasó el resto del día tratando los asuntos que había dejado pendientes. Cuando salió del restaurante, telefoneó desde el coche al doctor Gouveia para cambiar impresiones sobre el estado de su madre y después se dirigió a la facultad. Tenía una reunión de la comisión científica, pero, una vez allí, y aunque su cuerpo estuviera presente, la verdad es que no logró estar atento a los trabajos; las preocupaciones lo llevaron lejos de allí, los ojos de Tomás registraban lo que ocurría en la sala de reuniones y la mente deambulaba por las imágenes dolorosas de lo sucedido en la taiga de Baikal. Asistió a la reunión como un sonámbulo y, como un sonámbulo, pasó después por la Gulbenkian para comprobar la llegada de documentación sobre los últimos bajorrelieves asirios adquiridos recientemente en Amán para el museo de la fundación.

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