– Es evidente.
– Entonces, ¿por qué fijaste este encuentro?
– Porque te necesitamos.
– ¿Me necesitan? ¿Quiénes?
– James y yo. Te necesitamos.
– ¿Para qué?
– Para ver cuál es la mejor forma de abordar lo que hemos descubierto.
– ¿Estás hablando del descubrimiento que pone en entredicho el negocio del petróleo?
– Sí, precisamente de eso.
– Pero ésa es un área que desconozco. No veo cómo puedo serte útil.
– ¿No te ha comprometido la Interpol en esto?
– Sí.
– Entonces puedes ser útil.
Tomás balanceó afirmativamente la cabeza. Era evidente que Filipe se sentía acosado y, aun no confiando en los policías, sabía que su última esperanza residía en ellos. ¿Y qué Policía podía ser mejor que la de la Interpol?
– Aún no me has contado cuál fue ese descubrimiento.
Filipe se puso bruscamente de pie e hizo una seña con la mano, como si lo invitase a seguirlo.
– Venga -dijo-. Te voy a mostrar algo.
Los dos hombres descendieron de regreso a la planta baja atentos a las personas que había alrededor, intentando sorprender miradas sospechosas o movimientos llamativos. Pero todo parecía tranquilo y normal: los visitantes de Centrepoint parloteaban en medio de una gran excitación, la animación era enorme dentro del ascensor durante el descenso. El comportamiento de toda aquella gente se les antojó de tal modo natural que, en el instante en que se abrieron las puertas y Tomás y Fi- lipe salieron del complejo y se sumergieron entre la multitud, ambos se sintieron de inmediato invadidos por una relativa sensación de seguridad.
Aun así, caminaron tensos por la calle, mirando a menudo hacia atrás u observando los rincones con miedo de las sombras. El geólogo recorría la acera a paso ligero, asumiendo el liderazgo con la determinación de quien sabe adónde va, y condujo a Tomás hasta Pitt Street. Giró allí en dirección al sur y atravesó la gran arteria en el sentido opuesto a The Rocks. Era una calle bulliciosa, casi enteramente entregada al comercio y a los peatones; el hormiguear laborioso de los transeúntes se revelaba aquí lleno de vida y color. La multitud era tan densa que ningún perseguidor invisible llegaría a localizarlos.
– Si he entendido bien lo que me dijiste en Siberia, fuiste a Viena a rehacer mis pasos -observó Filipe, ya suficientemente a gusto para retomar la conversación.
– Sí, fui a hablar con el tipo de la OPEP con quien tú te encontraste en 2002.
– ¿Abdul Qarim?
– Ese mismo. Él me contó que estabas evaluando el estado de las reservas mundiales de petróleo.
– ¿Y qué más te contó?
Tomás hizo un esfuerzo de memoria.
– Bien, me habló sobre la situación de la producción internacional. Me dijo que el petróleo no OPEP está al borde del pico de producción y que, después de eso, la economía mundial acabará dependiendo del petróleo de la OPEP.
– ¿Te dijo cuánto tiempo va a durar el petróleo de la OPEP?
Nuevo esfuerzo de memoria.
– Si mal no recuerdo, dijo que aún duraría muchas décadas. Tal vez un siglo.
Filipe caminaba con los ojos fijos en el suelo, como si estuviese absorto en algo.
– ¿Y te contó algo sobre nuestra conversación?
– Bien, me habló sobre las cuestiones del petróleo y de la energía, pero lo esencial de su mensaje era eso. El petróleo no OPEP va a entrar en declive y el mundo quedará en manos del petróleo de la OPEP.
– ¿No te habló de los documentos técnicos de la Aramco?
– ¿Los documentos de quién?
– De la Aramco. La compañía petrolífera saudí.
Tomás torció la boca.
– No, no me habló de eso. -Miró a su amigo-. ¿Por qué? ¿Debería haberme hablado?
Se detuvieron delante de un semáforo para peatones, encendido en rojo. Los automóviles fluían frente a ellos, acelerando por Park Street, mientras los transeúntes aguardaban su turno para pasar a la otra acera de Pitt.
– En el ámbito de mi trabajo para el grupo que se creó después de Kioto, me correspondía, como ya te he contado, estudiar el problema de la energía -dijo ignorando la pregunta de Tomás-. Me dediqué a inspeccionar los principales campos existentes en el planeta. Fui a Texas, a Rusia, a Kazajistán, al mar del Norte, al golfo de México, a Alaska…, en fin, a donde hubiese grandes pozos de petróleo. Pero, como es evidente, también tuve que visitar los países de la OPEP. El problema es que allí fue mucho más complicado el acceso a la información.
– Son dictaduras.
– Ése no es el problema. Hace mucho tiempo que en los países de la OPEP gobiernan regímenes autoritarios, pero siempre han proporcionado información adecuada sobre sus reservas y la producción de petróleo. Desde 1950, tenían disponibles datos detallados en cuanto a lo que pasaba en cada uno de sus campos. -Miró a Tomás-. ¿Entiendes? Los tipos no se limitaban a proporcionar informaciones sobre la situación general. Daban detalles específicos sobre la producción en cada campo petrolífero.
– ¿Y dejaron de darlos?
Filipe asintió con la cabeza.
– Fue en 1982 cuando los países de la OPEP cerraron el grifo de la información. De un momento al otro, todo lo que se relacionaba con sus reservas y la producción de petróleo se convirtió en un secreto de Estado. La poca información que empezaron a ofrecer era demasiado escasa y difícilmente cotejable. El mercado comenzó entonces a regularse por estimaciones y los datos de la OPEP se tornaron tan poco creíbles que hasta el secretariado de la organización, en Viena, tuvo que registrar las informaciones sobre la producción de la OPEP en esas estimaciones, no en los datos oficiales que aportaban sus propios miembros.
– ¿En serio?
– Es increíble, ¿no? Ni la OPEP cree en los datos que proporcionan sus propios miembros.
– Pero ¿por qué razón adoptaron esa política de oculta- miento?
Filipe fijó los ojos en su amigo.
– Ésa es la gran pregunta, ¿no? ¿Qué llevó a la OPEP a detener el suministro de información sobre su producción petrolífera? O, haciendo la pregunta de otra manera: ¿qué tiene la OPEP que ocultar?
La luz de los peatones se puso en verde y la multitud que se había aglomerado en las dos aceras avanzó y se cruzó en mitad de la calle, como dos enjambres que confluyeran fundiéndose y después alejándose.
– Dime, pues -insistió Tomás, evitando chocar con dos australianos con bermudas color caqui que atravesaban la calle en sentido contrario-. ¿Por qué razón cerró la OPEP el grifo de la información?
– La respuesta oficial es que el petróleo tiene una importancia geoestratégica tan grande que los miembros de la OPEP, para protegerse de las maquinaciones de Occidente, tienen que mantener la información reservada.
– Pero tú no crees en esa explicación…
– No -confirmó Filipe-. No me la creo.
– ¿Por qué?
– Porque es simplista. Porque no es atinada. Porque es un indicio de que la OPEP está ocultando algo.
– Pero ¿qué? ¿Qué es lo que están ocultando?
– Ésa fue la pregunta que me hice repetidas veces. En busca de la respuesta, anduve unos meses volando con destino a las distintas capitales de Oriente Medio y empecé a tener la sensación de que me estaba estrellando con auténticas paredes. Me encontré con un tupido velo de secreto en Teherán, en Bagdad, en la ciudad de Kuwait, en Riad. No te lo puedes imaginar: parecía que estaba hablando solo.
– ¿Se irritaban contigo?
– No, al contrario. Siempre han sido muy simpáticos, me hacían muchos regalos, me ofrecían excelentes cenas, me trataban con gran cortesía, pero, en resumidas cuentas, no revelaban nada. De esas bocas sólo salía la versión oficial de que Oriente Medio dispone de tanto petróleo que el pico de la OPEP no se alcanzará hasta dentro de muchos años.
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