Jean-Christophe Grangé - Esclavos de la oscuridad

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Una novela deslumbrante que explora el filo entre la vida y la muerte, lo divino y lo satánico.
Tras el intento de suicidio de su mejor amigo, un policía decide investigar las razones que lo llevaron a tomar esa decisión. En el camino a la verdad descubrirá prácticas satánicas, drogas africanas y una serie de asesinatos horrendos sin explicación. Las víctimas comparten solo una cosa en común: experimentaron la muerte. ¿Cómo puede revivir alguien clínicamente muerto? ¿Qué ocurre si en vez de ver la luz, vio las tinieblas?
Una novela diabólica con todos los ingredientes para convertirse en un éxito y una referencia del género, por el maestro del thriller e indiscutible que nos acerca a una de las realidades más sorprendentes e intranquilizantes de la medicina moderna: las experiencias de muerte inminente.

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Pero ¿por qué el montaje de ahogarse en el río? ¿Por qué esa segunda NDE negativa? ¿Por qué haberme puesto a mí sobre sus huellas? ¿Para sacar a la luz todas sus maniobras? ¿Para provocarme? ¿Para pisotear a Dios delante de mis ojos? solo tú y yo.

Vislumbraba el móvil de Luc. Su afición por lo teatral, por la representación. Si era un emisario de Satán, entonces era necesario que los mortales descubrieran su reino, la potencia de su fuerza dañina. Quería un testigo, un relevo para su obra. ¿Por qué no un católico, un amigo, al que nunca había dejado de pervertir? ¿Un corazón inocente, ingenuo, que a su pesar se convertiría en su escriba, su apóstol?

Cogí el teléfono fijo para llamar al hospital de Villejuif. En el mismo instante, sonó mi móvil.

– Soy Svendsen. Tenías razón. Hay una anomalía en el estado de los cuerpos.

Una úlcera fulgurante en el fondo de mis entrañas.

– ¿Cuál?

– Las conclusiones del primer médico son erróneas. Las víctimas no murieron cuando creíamos.

– ¿En qué te basas para afirmarlo?

– Los órganos internos están dilatados. Los vasos sanguíneos han estallado. Y ciertas lesiones de los tejidos podrían estar relacionadas con la aparición de cristales de hielo.

– ¿Y eso qué significa?

– Es completamente delirante.

– Suéltalo, ¡joder!

– Los cuerpos fueron congelados.

Un gran ruido blanco en mi cabeza. Svendsen prosiguió:

– Congelados y luego recalentados. Laure y las niñas fueron asesinadas antes de lo que se supone.

– ¿Cuándo?

– Es difícil determinarlo. La congelación lo ha embarullado todo. Pero diría que estuvieron congeladas, por lo menos, durante veinticuatro horas.

– ¿De modo que fueron asesinadas a la misma hora, pero el jueves?

– Más o menos, sí.

Hice cuentas. El jueves 14 de noviembre por la tarde, Manon estaba en casa. La había llamado por teléfono varias veces y dos policías la vigilaban constantemente. Era imposible que se hubiera desplazado hasta la rue Changamier, como tampoco habría podido congelar los cuerpos para luego volver a colocarlos al día siguiente en el apartamento. Con un suspiro, pregunté:

– ¿Estás seguro?

– Habría que exhumar los restos. Hacer más pruebas. Basándome en estos cálculos, podría tratar de hablar con el juez y…

Ya no lo escuchaba. Mis pensamientos se asomaban a otro abismo.

Otro sospechoso de los asesinatos.

¡El mismo Luc!

El jueves 14 de noviembre, todavía no estaba en la celda de aislamiento. Eso quería decir que pudo ir a París para matar a su propia familia y congelar los cuerpos, de algún modo que todavía teníamos que descubrir. A continuación, regresó al hospital y simuló su crisis, para que lo encerraran. Solo por algunas horas.

La tarde del viernes lo sacaron de allí. Entonces, volvió discretamente a la rue Changarnier, dispuso los cuerpos y regresó al redil. El calor del apartamento había completado el proceso. Los cadáveres habían «muerto» una segunda vez, mientras Luc cenaba con sus amigos, los locos de Villejuif.

Le di las gracias, o creí dárselas, a Svendsen; luego colgué.

Luc había preparado una coartada perfecta. Más aún. Gracias a este método, había sido coherente con su experimentación de violencia. ¡Una vez más, había jugado con la cronología de la muerte!

¿Cuál era la próxima etapa de su plan?

¿Matarme, como me había advertido?

118

Llamé al hospital Paul-Guiraud y pedí hablar con Zucca. Debía comprobar qué había hecho Luc desde el jueves al viernes. El psiquiatra confirmó mi hipótesis. Su paciente había salido de la celda de aislamiento el viernes a las cuatro de la tarde. Le habían dado sedantes y luego lo habían instalado en una habitación estándar para que durmiera hasta el día siguiente.

Como era de suponer, Luc no había tomado la medicación. Había salido hacia su domicilio para completar la puesta en escena. Ir al Distrito 12.° y volver no le había llevado más de tres horas.

Todavía faltaba el detalle principal: ¿cómo las había congelado?

Más tarde.

Me di cuenta de que Zucca seguía hablándome.

– ¿Qué decía?

– Le pedía que me explicara el motivo de esas preguntas.

– ¿Dónde está Luc en este momento? ¿Sigue en su habitación?

– No. Ha salido hoy. A mediodía.

– ¿Ha dejado que se largara?

– Esto no es una cárcel. Firmó su alta y punto.

– ¿Le ha dicho adónde iba?

– No. Solo le he dado la mano. Supongo que habrá ido a visitar las tumbas de su familia.

No conseguía aceptar la situación. Un expediente trampantojo. Errores acumulados. El culpable en libertad. Subí el tono.

– ¿Cómo es posible que le haya permitido salir? ¡Me había dicho que su estado empeoraba!

– Después de nuestra conversación, Luc se ha calmado. Ha recuperado la coherencia mental. El Haldol ha tenido un efecto positivo, según parece, yo…

Mis pensamientos ensordecían sus palabras. Luc nunca había estado loco. Por lo menos no de esa manera. Y nunca había tomado ni una sola pastilla.

Una idea me pasó por la cabeza.

– Usted se informa del historial psiquiátrico de cada paciente, ¿verdad?

– Eso intento, sí.

– ¿Ha realizado alguna investigación en el caso de Luc?

– Tiene gracia que me haga esa pregunta. Acabo de recibir el informe de un hospital, que se remonta a 1978. El Centro de Hospitalización de los Pirineos, cerca de Pau.

– ¿Qué dice el informe?

– Luc Soubeyras sufrió un accidente en abril de 1978. Coma. Conmoción. Conservaba secuelas de esa vivencia.

– ¿Qué tipo de secuelas?

– Trastornos mentales. El informe no es explícito -dijo Zucca prosiguiendo en un tono pensativo-. Es extraño, ¿no cree? Luc ya ha vivido toda esta historia una vez.

«Extraño», una palabra muy suave. Luc lo había escrito todo, lo había organizado todo, lo había dispuesto todo, para tener un «bis» del Apocalipsis.

Zucca añadió:

– En cierto sentido, esto cambia mi diagnóstico. Ahora diría que estamos ante una especie de reincidencia. Podría ser que Luc resulte más peligroso de lo que creíamos.

Por poco me echo a reír.

– Es posible, sí.

Luces azules en el techo, faros de coche, sirena estridente. Las sensaciones, en stacatto. Miedo. Nerviosismo. Ansiedad. Náusea. Aceleré hacia la rue Changarnier, esperando sorprender a Luc en su apartamento, preparando el último acto.

Tardé solo siete minutos en llegar al paseo de Vincennes. Apagué las luces de emergencia, me escabullí por el boulevard Soult, hasta alcanzar, a la izquierda, la calle del domicilio de Luc. Sentía como si los edificios de ladrillo me oprimieran cual anillo de sangre coagulada.

Mis dedos marcaron mecánicamente el código del primer portal. Patio de cemento, fuentes circulares, césped. Otro código para el bloque; luego, el ascensor enrejado. Desenfundé mi 45 y metí una bala en el cañón. A medida que los pisos pasaban, sentía que una tinta negra, un alquitrán, circulaba dentro de mí hasta obstruirme las venas y las arterias.

Pasillo, penumbra. No enciendo las luces. La puerta está precintada. Parece que nadie ha entrado ahí desde la visita de la policía científica.

Una oreja contra la puerta. Ni un solo ruido.

Arranco la cinta amarilla. Empujón hacia arriba, empujón hacia abajo. No hay cerrojo; solo la cerradura principal, que ni siquiera tiene la llave echada. El juego de llaves maestras, directamente en mi mano. La tercera es la buena. Hago girar el resorte con la mano izquierda, manteniendo la Glock en la derecha. Chasquido. Penetro en el apartamento.

Todas mis alertas están en rojo.

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