Tenía delante de ella una copa vacía de Martini y cuando llegó la camarera pidió otro y una cerveza para Ig. Éste la observó con placer. La suave línea de la garganta, el oscuro brillo de su pelo en la luz tenue, y al principio le siguió la corriente en lo que estaba diciendo, murmurando respuestas cuando se suponía que debía hacerlo y sólo escuchando a medias. No empezó a prestar realmente atención hasta que Merrin dijo que debía tomarse su estancia en Londres como unas vacaciones de su relación, e incluso entonces pensó que le estaba gastando una broma. No se dio cuenta de que hablaba en serio hasta que empezó a decir que sería bueno para los dos pasar tiempo con otras personas.
– ¿Sin la ropa puesta? -preguntó Ig.
– No estaría mal -contestó, y se bebió medio Martini de golpe.
Fue la forma en que dio el trago más que lo que dijo lo que le asustó. Bebía para hacer acopio de valor y por lo menos se había tomado ya un Martini -tal vez dos- antes de que él llegara.
– ¿Me consideras incapaz de esperar unos pocos meses? -preguntó. Se disponía a hacer un chiste sobre la masturbación, pero algo extraño le ocurrió antes de llegar a la frase graciosa. El aliento se quedó atrapado en la garganta y fue incapaz de seguir.
– No quiero preocuparme por lo que pasará de aquí a unos pocos meses. No podemos saber cómo te vas a sentir dentro de unos meses. O cómo me sentiré yo. No quiero que pienses que tienes que volver a casa sólo para estar conmigo. Ni que des por hecho que me voy a trasladar allí. Preocupémonos sólo del presente. Míralo de esta manera. ¿Con cuántas chicas has estado, en toda tu vida?
Ig la miró fijamente. Había visto muchas veces esa expresión de preocupación, de concentración, pero nunca hasta entonces le había dado miedo.
– Sabes perfectamente la respuesta -dijo.
– Sólo conmigo. Y nadie hace eso. Nadie pasa toda su vida con la primera persona con la que se acuesta. Ya no. No hay un solo hombre en el planeta que lo haga. Tiene que tener otras historias, al menos dos o tres.
– ¿Así es como lo llamas? ¿Historias? Qué fina.
– Bueno, vale -dijo ella-. Tienes que follarte a unas cuantas personas más.
Se escuchó una ovación del público del local. Un clamor de aprobación. Un jugador había tocado base con la pelota en la mano.
Ig iba a decir algo pero tenía la boca pastosa y necesitó dar un trago de cerveza. En el vaso sólo quedaba un culo. No recordaba cuándo le habían servido la cerveza ni era consciente de habérsela bebido. Estaba tibia y salada, como un trago de mar. Había esperado hasta hoy, doce horas antes de que partiera al otro lado del océano, para decirle esto, para decirle…
– ¿Estás rompiendo conmigo? ¿Quieres dejarme y has esperado hasta ahora precisamente para decírmelo?
La camarera estaba junto a su mesa con un cuenco de patatas fritas y una sonrisa rígida.
– ¿Queréis pedir ya? -preguntó-. ¿O queréis beber algo más?
– Otro Martini y otra cerveza, por favor -dijo Merrin.
– No quiero otra cerveza -dijo Ig sin reconocer esa voz pastosa y hosca, casi infantil.
– Entonces dos Martinis de lima -dijo Merrin.
La camarera se retiró.
– ¿De qué coño va esto? Tengo un billete de avión, un apartamento alquilado, una oficina. ¡Me esperan el lunes por la mañana para empezar a trabajar y me vienes con esta mierda! ¿Qué es lo que pretendes? ¿Que les llame mañana y les diga: «Gracias por darme un trabajo para el que había otros setecientos candidatos, pero creo que voy a pasar»? ¿Es una especie de examen para ver si me importas más que este trabajo? Porque si es así admitirás que es inmaduro e insultante.
– No, Ig. Quiero que te vayas y quiero que…
– Que me tire a otra.
Merrin encogió los hombros y a Ig le sorprendió lo feas que habían sonado sus palabras.
Pero Merrin asintió y tragó saliva.
– Más tarde o más temprano vas a acabar haciéndolo.
Ig tuvo un pensamiento absurdo formulado con la voz de su hermano: Bueno, así son las cosas. Puedes vivir la vida como un lisiado o como un pringado cobarde. No estaba seguro de que Terry hubiera pronunciado nunca esas palabras, pensó que se las había inventado por completo, y sin embargo le parecía recordarlas con la misma claridad con que alguien recuerda el estribillo de su canción favorita.
La camarera dejó con suavidad el Martini de Ig en la mesa y éste se lo llevó inmediatamente a la boca, bebiéndose un tercio de un trago. Era la primera vez que lo bebía y su sabor fuerte y azucarado le quemó la garganta y le cogió por sorpresa. El líquido descendió poco a poco por su garganta y le llegó a los pulmones. Su pecho era un horno de fundición y la cara le picaba por el sudor. Se llevó la mano al nudo de la corbata y forcejeó con él hasta soltarlo. ¿Por qué se habría puesto una camisa? Se estaba cociendo con ella. Era un infierno.
– Siempre te quedaría la duda de lo que te has perdido -dijo Merrin-. Los hombres sois así. Sólo intento ser práctica. No pienso esperar a que te cases conmigo para que después intentes huir de la crisis de la mediana edad acostándote con la canguro. No estoy dispuesta a que me eches la culpa de todo lo que te has perdido en la vida.
Hizo un esfuerzo por armarse de paciencia, por recuperar un tono calmado, de buen humor. Lo de calmado podía hacerlo, lo del buen humor no.
– No me digas cómo son los otros hombres. Yo sé lo que quiero. Quiero la vida con la que hemos estado soñando todos estos años. ¿Cuántas veces hemos hablado del nombre que le vamos a poner a nuestros hijos? ¿Crees que no era en serio?
– Lo que creo es que eso es parte del problema. Estás viviendo como si ya tuviéramos hijos, como si ya estuviéramos casados. Pero no es así. Para ti los hijos ya existen porque viven en tu cabeza y no en el mundo. Yo ni siquiera estoy segura de querer tener hijos.
Ig se arrancó la corbata y la tiró sobre la mesa. No soportaba la sensación de tener algo alrededor del cuello en aquel momento.
– Pues me has engañado muy bien. Las ochenta mil veces que hemos hablado del tema parecías estar muy convencida.
– No sé qué es lo que quiero. Desde que te conozco no he tenido ocasión de pensar en mi propia vida como algo separado de ti. No ha habido un solo día…
– ¿Así que te estoy agobiando? ¿Eso es lo que me quieres decir? Eso es una gilipollez.
Merrin apartó la cara y miró hacia otro lado esperando a que se le pasara el enfado. Ig inspiró con un estertor sibilante. Se dijo: No grites, y lo intentó de nuevo.
– ¿Te acuerdas de aquel día en la casa del árbol? -preguntó-. La casa del árbol que nunca volvimos a encontrar, con las cortinas blancas. Dijiste que algo así no les pasaba a las parejas normales. Dijiste que nosotros éramos diferentes. Que nuestro amor nos hacía especiales, que dos personas entre un millón tenían lo que teníamos nosotros. Dijiste que estábamos hechos el uno para el otro. Que las señales estaban claras.
– No fue una señal, sólo fue un polvo vespertino en la casa del árbol de alguien.
Ig movió la cabeza despacio de un lado a otro. Hablar con Merrin aquella noche estaba siendo como intentar espantar con las manos una nube de avispas. No servía para nada, dolía, y sin embargo no podía dejar de hacerlo.
– ¿No te acuerdas de que la estuvimos buscando? La buscamos todo el verano y nunca la encontramos. ¿Y de que tú dijiste que nos la habíamos inventado?
– Eso lo dije para que dejáramos de buscarla. Es exactamente de lo que estoy hablando, Ig. ¡Tú y tu pensamiento mágico! Un polvo no puede ser simplemente un polvo. Siempre tiene que ser una experiencia trascendental, que te cambia la vida. Es deprimente, da grima y estoy cansada de hacer como que es algo normal. Joder, ¿te estás escuchando? ¿A qué coño viene ahora hablar de la casa del árbol de los cojones?
Читать дальше