– Han llamado a la compañía de luz y a las gaseras, y no tienen reportes de los domicilios de las víctimas en esas fechas -dijo Pereira-. Es nuestro hombre.
– Eso parece. ¿Y en cuanto a la pelirroja?
– Hay huellas en los dormitorios de algunas de las víctimas. Están cotejándolas con éstas. En dos de los casos hay huellas de hombre, pero han sido identificados como parientes de las víctimas. Por otro lado, tenemos una mujer no identificada, que podría ser la misma que buscamos.
– Lo extraño es que no estén registradas -dijo Mario.
– No, porque sólo se registran las de los conductores -manifestó Palacios-. Ya se ha propuesto que se haga con todo el mundo, pero la población se opone, porque dicen que se ha de fichar solamente a los delincuentes. En el caso de los permisos de conducir es distinto, porque, o te toman las huellas, o no te dan el permiso.
– Además, los conductores son criminales en potencia -observó Mario, con una sonrisa.
– Buena conjetura -aplaudió el jefe.
Estaban en la habitación de la fonda que les servía de oficina, repasando datos. No habían abandonado Manzanos, porque todavía tenían pendientes algunas investigaciones. Sonaron unos nudillos en la puerta, y Mario fue a abrir. Se trataba de un uniformado de la Policía local. El jefe hizo una seña para que su ayudante le dejase pasar.
– Hemos localizado un par de tiendas de ropa de trabajo -dijo, apenas entró-. Venden uniformes de ese tipo, en distintos colores.
– ¿Parecidos al que buscamos? -preguntó Pereira.
– Muy parecidos. No tienen ningún logotipo en la espalda, y nada en el frente, pero el color es casi idéntico. Los usa mucha gente para trabajos en casa. Las compañías mandan colocar sus logotipos o nombres en la espalda. Es sumamente común.
– Así que por ahí no tenemos nada qué hacer -observó Palacios, desilusionado-. Cualquiera ha podido comprar uno, y no creo que fuese en una tienda de Manzanos.
– No -dijo el agente-, aquí se venden pocos, y suelen ser sobre pedido.
– Entonces por ahí no va la cosa -decidió el jefe-. Gracias. Necesitamos investigar en todos los hoteles y fondas de los alrededores, para ver si se alojó la pelirroja. Bueno, también el gasero.
– ¿Cree usted que pueden ser cómplices? -preguntó Mario.
– No tengo ni idea. El hombre ha matado a esta mujer, y posiblemente también a las otras. Pero no hay señales de la pelirroja en otros casos, aunque sí de una mujer no identificada. Si las huellas coinciden, tendríamos a la pelirroja en dos casos, si suponemos que éstas son de ella. Pero solamente se han dado en otro caso, lo que no nos ayuda a conjeturar que trabajen en pareja.
– ¿No han logrado casar las huellas de éste con las del otro caso?
– Las están analizando todavía. No parece sencillo, ya que, en el otro caso en que se encontró una huella de una mujer extraña a la casa, la impresión es un tanto borrosa y parcial. Sin embargo, siguen en esa tarea.
Palacios movió la cabeza hacia los lados. Pereira entendió que su jefe no estaba muy conforme con algo.
– ¿Qué es lo que no te gusta? -preguntó.
– Yo sigo emperrado en que este caso no tiene relación con los anteriores, y que el asesino usó la propaganda de aquéllos para armar uno de la misma factura.
– ¿Sigues pensando que se puede tratar de una amiga de alguna de las hijas?
– Me parece que sí. Creo que este caso es una copia de los otros y que la pelirroja es la clave. El tipo del gas es usado como despiste, y posiblemente ni siquiera entró en la casa. Se paseó ante la criada, para que ésta le viese. Y tenemos las huellas de una mujer que están en la caja fuerte. Necesitamos ubicarla.
– Pero ¿cómo sabía, quien fuese, que en otros casos había gaseros? -preguntó Mario-. Nosotros no lo sabíamos.
– Pero lo sabemos ahora, al leer de nuevo las declaraciones. Y algunas salieron en la prensa. Si el protagonista de este asesinato las leyó, pudo comprarse una ropa naranja y darse un paseo ante la casa.
– Y nos tragamos que es el mismo tipo -añadió Pereira-, sin investigar nada más. La pelirroja carece de importancia, al tratarse del asesino serial disfrazado de gasero.
– Insisto en que ella es la clave -repitió el teniente.
– Buscaremos en todos los sitios en que pueda haberse alojado -prometió Mario.
– Mario, llama a San Pedro y diles que investiguen en las tiendas de ropa de trabajo. Nos interesa alguien que pudo comprar un mono anaranjado: solamente uno.
– ¿Crees que hallaremos algo por ese lado? -preguntó Pereira.
– No creo, pero jamás hay que dejar un cabo suelto. Sería muy lamentable que no lo investigásemos y que la respuesta estuviese en una tienda de uniformes.
– En eso tienes razón. Y, además, que los de San Pedro hagan algo.
No resultó nada difícil dar con la familia de Esteban Gómez, ya que medio pueblo les pertenecía. Hallaron a su madre en casa, y les recibió con asombro, más por ser federales que por policías, puesto que si fuesen locales le aportarían informes de su hijo, que llevaba dos días de parranda, porque se fue el lunes por la tarde. No era inusual, pero la madre se preocupaba sin importar la frecuencia.
– ¿Qué ha hecho ahora mi hijo? -les preguntó.
– No lo sabemos, señora -dijo la teniente.
– ¿Y por qué vienen a verme? ¿No es extraño?
– Lo es. Estamos buscando a un tipo que pasó la noche del lunes en la gasolinera Aurora, y casualmente su hijo también pasó allí la noche.
Marcia acababa de recibir confirmación de esto por boca de Josué, quien había localizado a Lucas. Y el encargado describió a la perfección a Calígula, además de a Esteban y a su acompañante. Era muy lamentable que el pobre muchacho y la asistente sexual estuviesen en el lugar equivocado. No se lo diría a su madre, pero no dudaba en absoluto de cuál sería la conclusión de aquel asunto y de que ella debería encargar un féretro.
– ¿Y qué tiene que ver mi hijo con el que buscan?
– Nada, pero, si le vio, nos puede proporcionar detalles. Por eso estamos buscando a su hijo.
– Le he intentado llamar a su teléfono móvil, pero el muy… ladino no responde al ver mi número. ¿Quiere intentar usted?
– Con gusto.
Marcia marcó desde su portátil, y la llamada fue enviada al buzón de mensajes de voz. No se trataba de que Esteban no respondiese a su madre, sino que… No podía confiarle a la mujer sus sospechas, aunque más que sospecha tenía la seguridad de que Calígula había añadido otra pareja a su lista.
Sonó su teléfono. Era Jonás, quien había despertado a varias «asistentes sexuales» para interrogarlas. Dormían durante la tarde, tras la comida, para poder trabajar de noche, y no les hizo mucha gracia atender a un detective, pero éste iba acompañado por la policía local, y tuvieron que responder a sus preguntas. No resultó grande el cabreo, al ser cerca de las siete, pues ellas solían levantarse alrededor de las ocho, porque a las diez de la noche comenzaba la actividad.
– La conocen como Mau, y no ha aparecido desde hace dos días. Se fue el lunes con el tipo que nos describieron. Ya en otras ocasiones estuvo con el mismo, pero solía llegar a su apartamento antes del mediodía del día siguiente. Son las siete de la tarde del miércoles, y salió del bar a medianoche del lunes.
– Bien. Nos vemos en la comisaría local.
– ¿Se sabe algo de mi hijo? -preguntó la señora Gómez.
– Por el momento no. Estaba con una amiga, por lo que quizá sigue de juerga.
– Cuando llegue, le voy a dar…
Marcia abandonó la casa de los Gómez. Si la mujer podía darle… lo que fuese, estaría de suerte. Pero aquello olía a muerto, porque si Calígula había actuado, el desenlace estaba escrito.
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