TODOS LOS CAMINOS
LLEVAN A FILIPINAS
Manena Munar
20 impulsoras de un proyecto
solidario en Filipinas
Todos los Caminos llevan a Filipinas
© Manena Munar, 2020
© De esta edición: Ediciones Casiopea. Noviembre 2021.
Con el apoyo de Casa Asia
Editora: Pilar Tejera
ISBN-Ebook: 978-84-120012-6-6
ISBN: 978-84-123188-4-5
Dep. Legal: M-29414-2021
Foto de cubierta: Rhosean’s Garden Resort,
San Fernando, Philippines
Don Nicolai Salonga
Diseño de cubierta: Anuska Romero y Karen Behr
Maquetación: CaryCar Servicios Editoriales
Impreso en España
Reservados todos los derechos
Para Jorge, mi hijo.
Con él, veo crecer el bambú.
Manena Munar
Lo primero que quiero es expresar mi más afectuoso agradecimiento a Pilar Tejera, Directora de la editorial Casiopea y a su equipo, por brindarme la oportunidad de colaborar en una colección tan bella como necesaria “Todos los caminos llevan a… Filipinas”.
Menene Gras Balaguer, Directora de Cultura y Exposiciones de Casa Asia, y Directora del Asian Film Festival Barcelona, me ha hecho el inmenso favor de escribir un prólogo que realmente es un bello poema sobre Filipinas, una entrañable y cuidada presentación sobre nuestro fortuito encuentro, vidas y lugares comunes y un bonito prefacio sobre la gran labor de las mujeres que llenan las páginas de este libro ¡Gracias Menene!
Ni que decir tiene que este libro no se hubiera podido llevar a cabo sin la inestimable ayuda del departamento cultural de la Embajada Filipina en Madrid, el Instituto Cervantes de Manila, la oficina de Médicos sin Fronteras en Madrid, y mis queridísimas amigas españolas-filipinas, Paloma Vidaurrázaga, Laura Narcué y Tina Juan, que con cariño e ilusión me ayudaron a encontrar a las protagonistas de “Todos los Caminos llevan a Filipinas”.
Manena Munar
Autora
Las veinte historias de “Todos los Caminos llevan a Filipinas” las protagonizan mujeres anónimas que dedican su tiempo y conocimiento a labores filantrópicas en este caso particular en Filipinas. Unas lo hacen en pro de la religión, otras ofrecen su arte, muchas, simplemente su bondad, y las hay quienes fundan empresas de diversas índoles con fines altruistas. Estas mujeres con miras a extrapolar lo mejor del ser humano y cuidar el planeta, con su ejemplo devuelven la confianza y la dignidad, no solo en aquellos que ayudan, pero al género humano en general.
He vivido muchos años en Filipinas, país al que considero como un segundo hogar. Cuando mi hijo me cuenta con ojos ensoñadores cómo las gotas de lluvia en los árboles le regresan a las queridas islas, me uno a él en el recuerdo y puedo sentir la humedad, el aroma del ylang –ylang en la noche y hasta veo crecer al bambú.
El archipiélago filipino es un enorme puzle que se parte en siete mil islas. Y cada una de ellas guarda su particular encanto. Está Boracay, cuya arena, fina como la harina, nunca quema sino que acaricia los pies. A Bohol le coronan sus colinas de chocolate, esas montañas coralinas que emergieron años ha. Según los lugareños, que suelen tener razón, son las lágrimas perdidas del dios Agooa llorando por el amor no correspondido de una mortal. Palawan casi se escapa del mapa filipino, pero no lo ha hecho y sus lagunas esmeraldas y los islotes paradisiacos, son todo suyos. Los volcanes de Camiguín-la isla que nace del fuego- rodean a una de las más bellas del archipiélago, cuyo festival de la fruta lanzón en Octubre es una explosión de algarabía y color. Están las montañas de arroz de Banaue, al norte de Luzón, patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, de un verde salvaje que pinta esas terrazas donde las tribus de los igorrotes e ifugaos cultivan arroz. Y está la Gran Manila, Metro Manila, su caótica capital de más de veinte millones de habitantes, dividida en múltiples municipios que encierran historia, vanguardia, arte, cultura, miseria y abundancia.
Pero por encima de estas aclaraciones sobre las características de sus islas, está el pinoy , nombre cariñoso que se le da al filipino del pueblo. El pinoy es una persona sencilla, muy familiar y religiosa, que quiere a los suyos, sigue sus tradiciones y nunca pierde la famosa sonrisa filipina , musa de libros, motivo de películas y hasta de tratados filosóficos…a pesar de que sonreír en Filipinas en cantidad de ocasiones, es todo un acto de valor. Cuando no sopla alguno de la treintena de tifones que les visita todos los años, los terremotos, maremotos o el rugir de los volcanes no les dejan en paz. A todo esto, hay que añadir las penurias de un país que hasta hace poco, ahora parece que va surgiendo, no existía la clase media y la sociedad navegaba entre una pobreza extrema y una riqueza exagerada.
Manena Munar
LLUVIA VERDE
¿QUIÉN ES MANENA MUNAR?
por Menene Gras Balaguer
Directora de Cultura y Exposiciones de Casa Asia
Directora del Asian Film Festival Barcelona
La primera vez fue por teléfono: se presentó con su nombre soy Manena Munar. No sé si te acuerdas de mí. No sé si sabes dónde nos vimos. Hasta aquí, como se suele hacer cuando alguien quiere ponerse en contacto con otra persona por el motivo que sea. Te llamo, porque estoy acabando un libro sobre mujeres que han hecho algo por Filipinas o cuyo destino se ha unido a este país en un momento u otro de sus vidas. Y yo empiezo a hacer preguntas, intrigada por este libro sobre mujeres que han hecho algo tan importante a las que se deba un homenaje. Dejó caer algunos nombres que yo oía por primera vez e incluso mencionó ciertos ejemplos de su heroísmo y generosidad en hechos que habían tenido una importante repercusión social, mereciendo el reconocimiento que deseaba rendirles. Aprovechando la oportunidad que le había dado la editorial Casiopea, pensó que eso le permitiría hacer una colección de retratos de mujeres que se habían significado por su contribución a la sociedad, su independencia, su valor y su espíritu solidario. Y además volver a Filipinas, en cada página y en cada línea del libro que escribiría. Me convenció.
No queriendo parecer una ignorante, la interrumpí para demostrarle que quizá ella tampoco sabía quién era Marisa González y su curiosidad me llevó a contarle el proyecto “Ellas, Filipinas”, que ésta inició en 2009 sobre la diáspora femenina del archipiélago a Hong Kong. Me extendí ante su interés explicándole cómo elaboró la artista este trabajo de campo sobre las mujeres filipinas que desembarcan en Hong Kong, una vez reclutadas por las agencias que les facilitan los contratos laborales correspondientes, siempre que reúnan las condiciones que se les exigen para su obtención. Son empleadas del servicio doméstico, con escasos derechos y jornadas muy duras, y el trato en algunos casos roza la esclavitud. La artista entrevistó a muchas de estas obreras invisibles, acudiendo a las reuniones que convocan los domingos que es su día libre debajo del emblemático edificio del HSBC de Norman Foster. Hablan por el móvil con sus familias, se muestran fotografías unas a otras y se explican las cosas que han pasado esa semana. Mujeres que construyen sus casas efímeras con cajas de cartón donde se recogen por grupos y se cuentan sus vidas, las de antes cuando aún vivían en Filipinas y las de después desde que llegaron a esta ciudad. Las cajas de cartón sirven después para enviar a Filipinas todas las cosas que ellas juntan durante días o meses para enviárselas a sus familias por barco. Ropa, zapatos, juguetes, aparatos electrónicos, y lo que crean que puede ser de utilidad para los que han dejado atrás. Los maridos que se quedan en el archipiélago suelen vivir de lo que ellas ingresan con su trabajo, y el cuidado de los hijos se relega a las abuelas de los hijos. Así, algunos de ellos, cuando no trabajan, tienen tiempo para crear nuevas familias o llevar una doble triple vida. Aunque ellas lo sospechen o acaben sabiéndolo, siguen haciendo sus aportaciones mensuales con una importante parte de su salario para los hijos y sus propios padres que son sus verdaderos cuidadores. En esa misma conversación, Manena me dice con entusiasmo que le gustaría ponerse en contacto con la artista, como si le hubiera descubierto a alguien, porque podría abordarla y valorar su relato. Acaba haciéndolo, Marisa González está en el libro.
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