Uwe Schomburg - El código de Babilonia

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El mayor sueño de la Humanidad está a punto de ser desvelado. Las tablillas halladas en las ruinas de la antigua Babiloniacontienen símbolos cuneiformes que esconden la clave genética de la inmortalidad. La revelación de ese secreto supondría el fin de la influencia de la Iglesia, y un poderoso grupo denominado Los Pretorianos de las Sagradas Escrituras cruzará todos los límites para evitarlo. Así, cuando un ex policía y una científica intentan descifrar las reliquias, se ven arrastrados a una carrera por toda Europa, en la que el asesinato y la traición forman parte de las reglas del juego. Lo que prometía ser el sueño cumplido de los hombres, puede convertirse en una auténtica pesadilla para el género humano. Solo una persona puede ayudarles a desentrañar el misterio: el mismísimo Papa. ¿Pero qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?

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Él cerró la mano.

– ¡Déjala!

La voz era fría como el hielo y provenía desde la derecha.

Chris blasfemaba.

Se había dejado distraer a su izquierda por el hombre de la linterna. El hombre de la derecha permanecía en cuclillas al lado de la puerta del acompañante al mismo tiempo que apuntaba a Chris con una pistola. Su cara era angulosa, estaba tensa y empapada en sudor.

– Muévete, y te pego un tiro ahora mismo. ¿Has entendido?

Chris percibía un ruido exagerado desde la autovía en el momento que diferentes camiones sobrepasaban en estampida con largos conciertos de bocinas el camión aparcado en el arcén.

El hombre de la izquierda se acercó un último paso más y se colocó a su vez también en cuclillas.

– ¿Qué pasa, cabrón, fin del rally?

«Pues sí; tiene cara de delincuente», pensó Chris de inmediato.

«La nariz rota, el rostro torcido, una cara mal proporcionada, una expresión idiota. Antiguamente, a estos tipos se les creía capaces de cualquier cosa. Esta vez era cierto».

– Con la mano derecha muy lentamente. ¡Acerca la pipa!

Detrás de Chris sonó de repente un disparo que le hizo estremecer. El tipo de la cara de delincuente alzó sorprendido la cabeza a la vez que el caño de la pistola se desvió unos centímetros hacia un lado. Chris desplazó con rapidez la mano derecha delante del pecho y disparó. Su bala impactó en el cuello del bandido en cuclillas cuya potencia lanzó al hombre hacia atrás.

La cabeza de Chris se giró con rapidez hacia el otro lado. El delincuente a la derecha del Mercedes continuaba aún en cuclillas delante de la ventanilla lateral, pero su boca se había convertido en una masa sangrienta. De repente cayó hacia un lado en la hierba.

A Forster se le deslizó de la mano el arma, que golpeó con un bote seco el techo interior.

Resollaba.

– Aún tenemos pendiente un trato.

* * *

Se encontraban sentados en el fangoso campo de cultivo, recostados con la espalda contra el techo del Mercedes. Chris sujetaba en la mano una botella de agua procedente de los víveres de Forster.

– ¿Cerramos el trato?

Forster respiraba con dificultad. Uno de los primeros disparos le había perforado el estómago. Rechazaba cualquier atención a su herida.

– No.

– ¿Por qué no?

– Pues por esto.

– Se trata de un acuerdo honesto.

Chris soltó una carcajada amarga. «Este hombre continúa mintiendo incluso durante los últimos minutos de su vida».

– Un acuerdo honesto. Como el que acabamos de tener. Más bien se trata de un comando suicida.

– Usted se encarga de trasladar mis tesoros al museo de Berlín, se los entrega a la persona que le voy a nombrar, y cobra una cantidad de dinero que hará que no tenga que trabajar de nuevo en toda su vida o que disponga de la oportunidad de ampliar su negocio en condiciones.

– Si voy a Berlín me detienen, eso si llego.

– No piensa de forma racional.

– Pero usted…

Forster tosió de nuevo, escupía sangre.

– Yo ya no lo consigo hasta Berlín. Todo lo contrario, me ahorro tener que tomarme la copa de cicuta que debía llevarme al otro barrio. Si le soy sincero, le tenía miedo a ese momento. Sin embargo, parece que aquí se va a acabar todo.

Chris giró la cabeza y se estremeció de dolor. El nivel de adrenalina estaba en descenso y sus terminaciones nerviosas le avisaban de ello con señales de tortura.

– Sus deseos de morir son impresionantes.

– Es mi última voluntad. Usted traslada mis obras de arte a Berlín. Para eso cobrará lo que se le entregue. No sea demasiado codicioso, pues se le recompensará sin objeción alguna. En cualquier caso, será más rentable para ellos con respecto a lo que había negociado.

Chris se dedicó simplemente a esperar; después de un rato, el marchante de arte suspiró furioso.

– Se negociaron diez millones de euros como donación para la Unesco y el Unicef como ayuda al desarrollo en el Irak. Eso no se haría ahora. En cualquier caso, estas organizaciones de ayuda recibirán el resto de toda mi fortuna. Todo está en regla. ¿Qué le vemos hacer? Lo importante es que los objetos sean expuestos. ¡Ese es mi deseo!

– Está loco.

– En Berlín sí que están locos por ellos. Créame -Forster se reía entre dientes-. Otros lo estarían también. Estas antigüedades no existen de esta misma forma en ningún otro lugar. Cuídese de no ser demasiado codicioso, no pida demasiado.

– ¿Y si no aceptan el trato?

– Entonces tendrá el derecho de vendérselo todo al museo que más le ofrezca. Al Louvre, o por mí incluso al Museo Británico. O a alguno en España o Italia.

Chris escudriñó a Forster con expectación.

– Solo le pongo una condición: bajo ningún concepto se los venda a marchantes de arte, cazadores de souvenirs o coleccionistas privados. Pero sí puede utilizarlo como amenaza -Forster retorcía los ojos y jadeaba por el esfuerzo empleado-. Quiero que los artefactos acaben en un museo accesible a todo el mundo. Deben ser expuestos para que se admire su belleza.

– Aún no lo entiendo…

– Tampoco hace falta. Es en Berlín donde se preservan los hallazgos procedentes de las excavaciones en Babilonia. Por eso deben ir allí: a la Puerta de Istar.

– No hay nada que le asegure que vaya a hacer lo que me está pidiendo.

– Se equivoca. Le conozco. Rizzi quizás hubiera actuado del modo que acaba de insinuar. ¡Usted no! ¿Por qué cree que le he contratado y examinado una y otra vez? He estado planificando esto desde hace mucho tiempo. Para este momento. Incluso cuando deseaba que nunca llegara -Forster tosía por el esfuerzo-. Además, usted es mi única oportunidad.

– Cierto -Chris se levantó y clavó desde arriba su mirada en el marchante-. Pare ya con sus adulaciones. Esto no hay quien lo borre.

– ¡Solo debe desaparecer! -Forster elevó su mirada fija hacia Chris-. ¡No hay ninguna prueba que le implique! ¡Y Ponti guardará silencio! Él es mi guardaespaldas. Usted me ha traído hasta Ginebra. Destruiremos sus huellas. Usted no ha estado nunca aquí. Dos transportes como señuelo, mientras usted lleva las antigüedades solo y de incógnito hasta Berlín. Solo tiene que salir pitando antes de que aparezca alguien.

Chris meneaba la cabeza.

– Estos tipos que han hecho esto, también me vendrán a…

– ¿Por qué? ¿Quién sabe de usted? Incluso aunque me hubieran espiado… en Ginebra, usted estaba en el hotel, y no conmigo en la villa. Hice intercambiar el coche. Nadie le ha visto. ¿Quién ha de conocerlo?

– ¿Quiénes son? Con una infraestructura así… dos asaltos…

Forster torció la boca.

– La competencia. ¡Cerdos! He estado negociando durante meses con el Louvre y el museo de Berlín. Algo habría salido seguramente a la luz, si no, no hubieran estado hoy aquí.

– Usted ha estado planeando esto desde el principio… cada uno de los pasos, incluso había contado con esto.

– ¡No lo había descartado! ¿Y?

Chris calló, pensativo.

– Nunca podré vender las antigüedades.

– Tonterías. Usted debería saberlo mejor por su vida anterior. Si los museos le compran a cazatesoros y a ladrones, ¿por qué no han de comprárselas a usted? -Forster estiró cínico las comisuras de la boca hacia abajo-. Aquí tiene el número de teléfono.

»Profesor Söllner… usted mismo comprobará que la codicia se convertirá en su mejor aliado. Además, hoy por hoy, esto todo me pertenece a mí. Robado, sí, pero es todo mío. Incluso según las leyes internacionales. Nadie le puede… usted está cumpliendo la última y más profunda voluntad de un moribundo.

Forster tosía de nuevo. Tuvo que transcurrir una pequeña eternidad hasta que le rogara a Chris que sacara del coche la carpeta de cuero. Chris tuvo que abrir el cierre para que Forster pudiera liberar con manos temblorosas varias hojas de la carpeta.

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