Uwe Schomburg - El código de Babilonia

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El código de Babilonia: краткое содержание, описание и аннотация

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El mayor sueño de la Humanidad está a punto de ser desvelado. Las tablillas halladas en las ruinas de la antigua Babiloniacontienen símbolos cuneiformes que esconden la clave genética de la inmortalidad. La revelación de ese secreto supondría el fin de la influencia de la Iglesia, y un poderoso grupo denominado Los Pretorianos de las Sagradas Escrituras cruzará todos los límites para evitarlo. Así, cuando un ex policía y una científica intentan descifrar las reliquias, se ven arrastrados a una carrera por toda Europa, en la que el asesinato y la traición forman parte de las reglas del juego. Lo que prometía ser el sueño cumplido de los hombres, puede convertirse en una auténtica pesadilla para el género humano. Solo una persona puede ayudarles a desentrañar el misterio: el mismísimo Papa. ¿Pero qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?

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– ¡Sin embargo, no se referían a comandos suicidas! -gritó Chris y se alejó de pronto del borde del bosque y describió un gran arco hasta que el morro del Mercedes apuntaba de nuevo en dirección a la autovía-. ¡Pero tampoco voy a huir sin más!

Sin previo aviso y de forma repentina pensó en sus pruebas de ingreso a la Guardia Fronteriza Grupo 9 y en el psicólogo que le hizo fracasar. «A través de sus decisiones unilaterales e impulsivas pone en riesgo a todo el equipo».

– ¡El equipo soy yo! -bramó Chris. Su adrenalina se había disparado, deseaba luchar y no huir.

Así que decidió maniobrar directamente hacia el BMW que se les estaba aproximando entre brincos.

– ¿Qué está haciendo? -graznó Forster desde el asiento de atrás.

– ¡Rodeo! -gritó Chris.

– ¡Está loco!

– Todo lo contrario. Un buen ataque es la mejor defensa. Ese BMW no es más estable que nuestro Mercedes.

Ambos coches se acercaban a una velocidad vertiginosa. Los haces de los faros del BMW saltaban como locos sobre los surcos.

A la vez que el viento exterior golpeaba a Chris en toda la cara a través del parabrisas roto, tirando de su piel, se inclinó hacia abajo y palpó el suelo con la mano derecha hasta toparse con la pistola de Rizzi.

Quedó maravillado cuando sostuvo la pistola de la marca Korth en la mano. Por lo visto, Rizzi había sido un auténtico entendido. Un arma completamente de acero, martilleado en frío, lo que le reportaba una consistencia extremadamente fuerte a su acero. Las tapas de la empuñadura eran de madera de nogal y la pistola poseía varios sistemas de seguridad internos para que el usuario no perdiera la cabeza en momentos de estrés. Chris, en sus tiempos en las brigadas de intervención móvil, había soñado siempre con un arma así.

– ¡No! -gritó Forster.

Los coches distaban entre sí menos de cien metros.

– ¿Miedo? -contestó Chris gritando.

– ¡No! ¡Quiero salvar mis obras de arte!

– ¿Y eso? El viaje parece tener aquí su fin.

– ¡Le propongo un trato!

– ¡Estupendo! -espetó Chris-. ¿Otro parecido a este?

– Usted puede conseguirlo. ¡Pero para eso tiene que huir y no morir!

Chris soltó unas carcajadas alocadas y apretó el gatillo. Tres veces.

– ¡Agárrese! -gritó.

Los coches estaban separados entre sí tan solo por unos pocos metros, cuando el BMW se apartó de la trayectoria de colisión, desviándose ligeramente hacia la derecha.

– ¡Cobarde! -gritaba Chris.

Fue entonces cuando el morro del Mercedes impactó en la aleta anterior izquierda del BMW. El sonido estridente de la chapa vocinglera penetraba en cada rincón de su cerebro, mientras él se liberaba de su tensión a grito pelado.

La violencia del impacto hizo que se elevara hacia arriba, pero el cinturón de seguridad le mantenía pegado al asiento; mientras tanto su cabeza salía despedida primero hacia delante y luego hacia atrás, golpeándose en el reposacabezas.

El BMW viraba hacia un lado a la vez que su conductor giraba el volante para esquivar el hostigamiento del Mercedes. Sin embargo, de repente, ambos coches coincidieron a toda velocidad uno junto al otro en dirección a la autovía. Chris levantó la mano derecha y disparó en dirección al BMW a través de la ventanilla del acompañante y por delante de Rizzi, que seguía balanceándose en su asiento. Acto seguido, condujo el Mercedes nuevamente hacia la derecha contra el costado del BMW. Ambos vehículos colisionaron entre sí con gran estruendo. El conductor del BMW de pronto frenó y se encontró de súbito un trecho detrás del Mercedes. Poco después impactó atrás en el Mercedes. Una vez. Dos veces.

Una bala desgarró con estrépito la chapa del coche mientras iban a todo gas en dirección al terraplén de la autovía. «Si el ángulo fuera el correcto, podría lograrlo», pensó Chris. El terraplén podía medir quizás dos metros de alto, pero el repecho no tenía demasiada pendiente.

Aprisionó la pistola debajo de su muslo superior derecho y agarró con ambas manos el volante.

Con el pedal del acelerador hundido completamente, embaló el coche de forma oblicua sobre el terraplén. El morro comenzó a bailar, desviándose hacia la derecha, deslizándose de nuevo por la pendiente. Sin embargo, momentos después, la rueda anterior izquierda se asomó como una flecha por encima del borde del terraplén, permaneciendo en el aire hasta que la rueda derecha fue capaz de salvar el borde.

– ¡Vamos! -arengaba Chris hasta que el Mercedes pegó un brinco por encima del montículo y cayó con gran estruendo sobre el asfalto.

El camino estaba protegido por un fortín. Se trataba del camión Renault. Las luces de emergencia continuaban proyectando estoicamente su luz a través de la noche. Chris tiró del volante hacia la derecha y el Mercedes acabó colisionando con su parte anterior izquierda contra el remolque y salió despedido, como suele hacer una pelota al rebotar contra una pared. Milésimas de segundo más tarde iba lanzado de nuevo en dirección al terraplén.

De súbito hubo un golpe seco, e inmediatamente después, un cuerpo masculino se deslizó por encima del capó. La cabeza penetró a través del destrozado parabrisas y los fragmentos de cristal cortaron la cara y la arteria carótida del hombre, provocando que la sangre rociara el rostro de Chris cuando la parte superior del cuerpo era catapultada al habitáculo, chocando de frente con Rizzi.

«Debe ser el conductor del camión», le pasó a Chris por la cabeza.

* * *

El Mercedes continuó deslizándose por el montículo abajo. Fue ahora cuando Chris pudo observar de nuevo el BMW, que avanzaba paralelamente en la parte inferior del terraplén de la autovía.

Chris pisó el freno y giró hacia la izquierda, pero la potencia del motor ya no era la suficiente. Las ruedas de la parte izquierda giraban en el aire mientras el coche continuaba elevándose hasta superar el punto crítico y caer sobre su eje mayor.

Con gran estrépito, el Mercedes se detuvo sobre su techo en el borde de la pendiente. Las ruedas giraban silbando en el aire y el motor comenzó a funcionar a tirones como si ya no le suministraran suficiente combustible.

Chris permanecía en su asiento bocabajo, atrapado por el cinturón de seguridad, al igual que Rizzi a su lado. El cadáver del camionero fue lanzado de nuevo al exterior durante las vueltas de campana.

Forster entre tanto no soltó ni un solo ruido desde el asiento de atrás.

Chris clavó su mirada en las luces de frenado del BMW, que se estaban iluminando, y en el humeante tubo de escape.

El motor del Mercedes balbuceó por última vez, y fue entonces cuando también se murió el motor del BMW. De repente nació un extraño silencio.

Las puertas del BMW se abrieron como a cámara lenta, y a ambos lados se apearon unas piernas. Chris no pudo ver más.

– ¡Vaya final de mierda! -graznaba Chris, indefenso y bocabajo por culpa de unas tablillas con unos garabatos.

– Piense en el trato.

Forster susurraba tan bajo que Chris casi no le escuchaba. En sus oídos zumbaba la sangre, y las palabras de Forster se asemejaban más bien al susurro de un fantasma.

– Gilipollas.

Los pies con las pantorrillas vacilaban, aproximándose con lentitud hacia el Mercedes. El destello de una linterna apuntaba hacia el suelo, iluminando por un momento los zapatos. «Botas de asalto, fuertemente atadas y con una gruesa suela».

De nuevo titubeaban los pies.

Las manos de Chris tentaban desesperadamente en cualquier dirección. No pudo sentir la empuñadura del arma por ningún sitio. Los pies comenzaron a moverse de nuevo. Chris continuaba tentando. Entonces, de pronto, la yema de sus dedos rozó la madera de nogal de las tapas de la empuñadura. El arma continuaba atrapada debajo de su muslo, solo que se había desplazado un poco más arriba.

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