Graham Masterton - La Pesadilla

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El juez O`Brian, famoso por su lucha contra el narcotráfico, es nombrado para ocupar una vacante en el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Pero el helicóptero en el que se dirige a Washington junto con su mujer y su hija se estrella.
La compañía de seguros encarga el caso a un investigador, Michael, caso que, en principio, no presenta grandes dificultades: tanto las Fuerzas Aéreas como la policia defienden la hipótesis de que el siniestro fue un accidente.
Pero las cosas se complican cuando, pasado algún tiempo, aparece la hija de O`Brian con señales de haber sido cruelmente torturada.
Extraños individuos de tez pálida, en los que no hacen mella las balas, empiezan a perseguir a Michael. Una serie de coincidencias acabarán poniendo el descubierto una poderosa organización responsable de magnicidios a lo largo de la historia. La suerte está echada y la sombra del mal sumerge al lector en una verdadera pesadilla.

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Michael sintió que un pinchazo helado le recorría la espalda, y no pudo reprimir un estremecimiento involuntario.

– El «señor Hillary» -repitió-. Ése es el hombre que yo vi cuando estaba bajo hipnosis. Ése es el nombre que me dijo el viejo junto a la plaza Copley.

Víctor se volvió hacia él.

– Jesús, te has puesto blanco como el papel -observó.

– Pero es que no me di cuenta de que el «señor Hillary» existiera realmente.

– ¿Qué te preocupa? Es perfectamente explicable. El doctor Rice te puso ese nombre en la mente mientras te tenía hipnotizado. Puede que ni siquiera te haya mencionado el nombre directamente… o que simplemente estuviera hablando por teléfono con él mientras tú estabas en trance.

– Pero es que yo vi al «señor Hillary». Sé exactamente qué aspecto tiene.

– Eso no significa algo necesariamente. Lo que probablemente sucedería es que tú oirías el nombre del «señor Hillary»

mientras estabas en trance, y tu imaginación le dio forma. Apuesto a que si volvieras atrás en tus recuerdos, te acordarías de alguien que conociste en otro tiempo y que tenía precisamente ese aspecto; o puede que algún personaje de un libro, o de la televisión… alguien con un nombre parecido a «señor Hillary».

– Nunca he conocido a nadie que se parezca a ese tipo. Y, de todos modos, ¿cómo es que el ciego me mencionó ese nombre?

– No lo sé. A lo mejor lo entendiste mal. O quizás fuera la resaca de tu trance hipnótico.

– ¿Tú quién eres, el señor Escéptico o algo así? -le preguntó Michael.

Victor sonrió.

– Soy forense. Me enseñaron a ser escéptico. No me importa seguir pistas y conexiones e intentar sumar dos y dos. Pero no creo en la magia y no creo que uno pueda ver a personas bajo hipnosis sin haberlas visto nunca antes en la vida real.

Michael cogió la agenda.

– Señor Hillary, Goat's Cape. ¿Dónde demonios estará ese Goat's Cape?

– No lo sé. ¿Tienes un mapa?

Michael bajó a la calle y cogió un maltrecho mapa de carreteras que tenía en la guantera del coche. Las aceras estaban bulliciosas, llenas de gente, y en la acera de enfrente un joven con el pelo largo y negro estaba tocando el violín; tocaba uno de esos pasajes agudos y hambrientos que a Michael siempre le traían a la memoria las películas góticas, en las que mujeres pálidas recorren atemorizada y apresuradamente una habitación tras otra en mansiones desiertas.

Michael estaba cerrando el coche cuando se fijó en otra persona que se hallaba también en la acera de enfrente. Un hombre con gafas muy oscuras que estaba de pie a la puerta de la panadería italiana DiLucca, que a aquellas horas estaba cerrada. Michael sintió un pinchazo de aprensión. Era imposible saber si el hombre estaba mirando fijamente a Michael o no, pero se hallaba totalmente inmóvil, con los brazos caídos a los lados. Y era precisamente esa inmovilidad, en contraste con el ajetreo y las prisas de la calle, lo que le daba un aspecto tan amenazador.

Lentamente, Michael retrocedió por la acera y volvió a la Cantina Napoletana. Se volvió a mirar sólo en una ocasión antes de entrar, y el hombre seguía allí, igual de inmóvil.

De vuelta en el apartamento se acercó a la ventana que daba a la calle Hanover, pero una gran furgoneta azul había aparcado delante de la panadería DiLucca y era imposible comprobar si el hombre seguía allí o no.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó Víctor. Se había servido otro trago de whisky y estaba leyendo el cuaderno del doctor Rice.

– No sé… había un individuo parado ante una puerta en la acera de enfrente. Tenía la cara muy pálida y llevaba gafas oscuras. Era exactamente igual que uno de esos tipos que merodeaban por New Seabury.

– ¿Sigue ahí todavía?

– No lo sé… creo que debe de haberse ido ya.

– Bueno… no nos pongamos paranoicos -dijo Víctor.

Michael desdobló el mapa y lo extendió sobre la mesa. Recorrió con el dedo toda la línea de la costa desde Acoaxet, en el sur, hasta la playa de Salisbury, en el norte.

– ¿Sabías que el doctor Rice practicaba la aurahipnosis? -le preguntó Víctor.

– Sí, me lo dijo esta mañana. Y habló de mi «aura» un par de veces en alguna de nuestras sesiones de terapia. Supuse que se refería a vibraciones personales. Me dijo que mi aura estaba en unas condiciones deplorables.

– ¿Nada más? ¿No te explicó qué intentaba hacer?

Michael lo miró y frunció el ceño.

– Intentaba volver a poner mi aura en debida forma. Una especie de entrenamiento a lo Cindy Crawford, sin exageraciones al estilo de Woody Alien.

– Pero, ¿no te explicó nunca en qué consiste realmente la aurahipnosis?

Michael frunció los labios. Le parecía importante que Víctor le hiciese preguntas con tanta insistencia sobre un tratamiento de terapia que él, al fin y al cabo, llevaba experimentando de primera mano durante casi un año.

– La aurahipnosis es un tipo de hipnosis que arregla el aura de las personas, eso es.

– Bueno, claro, en cierto modo sí. Pero actúa de manera diferente a la hipnosis normal. Tiene la misma finalidad terapéutica… pero la técnica es diferente. Leí un artículo sobre ello en New Psychology hace un par de meses, y si uno entiende de conjuros avanzados, está todo explicado aquí, en este libro.

– ¿Ah, sí? -inquirió Michael tratando de no ponerse de mal humor. Había llegado con el dedo en el mapa hasta la playa Priscilla, justo al sur de Plymouth-. Pensaba que no creías en la hipnosis. Creí que habías dicho que la única hipnosis que habías presenciado en tu vida era en el escenario, gente a la que convencían para que se quitara los pantalones y cosas así.

– A lo mejor te mentí.

Michael lo miró.

– ¿A lo mejor me mentiste? ¿Por qué ibas a mentirme en una cosa así?

Victor se quitó las gafas. Tenía los ojos sonmolientos y desenfocados.

– Yo sé lo que la hipnosis hizo por mí. Sólo quería averiguar lo que había hecho por ti.

– ¿Y qué hizo por ti?

– A mí nunca me han hipnotizado. En eso no te mentí. Pero a mi hermana sí, repetidamente, durante varios meses. Estaba muy enferma, ¿comprendes? Parece que le ahorró muchísimos sufrimientos. Supongo que lo que yo quería saber era sólo si eso era cierto, y si realmente le alivió el dolor.

– Bueno, funciona, te lo puedo garantizar -le dijo Michael.

Victor había doblado la esquina de una de las páginas del libro del doctor Rice.

– Escucha esto: «La aurahipnosis fue descubierta originalmente por el marqués de Puysegar en 1782. Fue discípulo de Mesmer, el médico vienes que inventó la hipnosis. Mesmer utilizaba toda clase de elaborado material magnético para hipnotizar a las personas, alambres, imanes y recipientes con agua, pero el marqués de Puysegar demostró que todo ese material no es necesario… que lo único que hace falta es un foco óptico, como una luz o una moneda, y una voz suave.» Y escucha esto también: «Viajó a Sudamérica en la década de 1780 y allí descubrió que los indios peruanos se hipnotizaban a sí mismos sin otro propósito que permitir que sus auras salieran de sus cuerpos y bailasen alrededor de los fuegos de campamento para divertir a los niños.» ¿Puedes creerlo? ¡Televisión primitiva! «Incluso celebraban duelos hipnóticos unos con otros… sumiéndose en trances hipnóticos para que el aura de un guerrero pudiera físicamente dejar su cuerpo y luchar con el aura de otro.» Da la impresión de que en todo esto hubiera de por medio cierta cantidad de hojas de coca masticadas, pero básicamente en eso consiste la aurahipnosis. El aura del propio hipnotizador sale de él durante un tiempo y se reúne con el aura del paciente dentro del trance. Lo que se podía llamar hipnotismo «personal».

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