Título del original inglés, Manitú
Incliné mi cabeza y vi a Karen Tandy de pie al otro extremo del cuarto. Su rostro estaba horriblemente blanco, y sus labios se hallaban retraídos sobre sus dientes en una mueca estirada y grotesca. Se balanceaba lentamente de un pie al otro, como si siguiese el ritmo de un tambor silencioso, de una flauta insonora.
Dos enfermeras corrieron hacia la puerta. Se astilló y se rajó. Una extraña corriente de aire helado penetró en el cuarto. El doctor Hughes se dirigió a ella. Karen retrocedió lentamente, con una mirada de odio en sus ojos.
Karen se lamió los labios.
– El-dice-que-usted-no-debe-tocarle.
– Pero Karen -dijo el doctor Hughes-. Si no te cuidamos, él tampoco sobrevivirá. Estamos haciendo lo posible por ustedes dos. Lo respetamos. Queremos que él viva.
– El-no-le-cree. El-sufre. El-está-herido. Es-la-luz. Les-matará-a- todos-ustedes.
De pronto Karen comenzó a retorcerse. Luego gritó y cayó de rodillas, arañándose y golpeándose.
«Al serle preguntado cómo era el demonio, el anciano hacedor de milagros Misquamacus se cubrió el rostro de forma que sólo sus ojos se veian, y luego hizo una relación muy curiosa y circunstancial, diciendo que a veces era pequeño y sólido, como su Gran Alteza el Escuerzo de muchas Marmotas, pero a veces era grande y nublado, sin forma, aunque con una cara de la cual salían serpientes.-»
H. P. LOVECRAFT
Habitualmente los lectores de ficci ón no agradecen las introducciones cuando se sientan con lo que esperan sea un buen libro -especialmente cuando se trata de novelas con un suspense escalofriante-. Pero El Manitú no es una novela ordinaria.
En caso de que usted no sepa qu é es un Manitú, no tengo intención de desvelarle las sorpresas de la trama de este libro, y ya se enterará muy pronto. Sea suficiente para mí decir, siendo alguien que ha tenido una considerable experiencia explorando el lado más oscuro de lo sobrenatural, que usted recibirá una buena ración de temblores y escalofríos cuando se interne en el relato que tiene delante.
Si usted tiene aprensiones sobre lo desconocido, sobre abrir puertas que produzcan terror que aparezcan contra su voluntad en sus pesadillas, deje este libro de lado y corra hacia el sol. ¡Inmediatamente! Como alguna droga que se introduce en la mente, tiene la habilidad sobrenatural de apoderarse de usted y sostenerlo firmemente entre sus garras desde el momento en que comience hasta que deje caer el libro de sus dedos temblorosos después que haya terminado la última página.
Cuando un individuo encantador, agudo y sofisticado como el autor Graham Masterton logra conjugar tantos horrores que surgen desde las últimas capas de su mente, yo me pregunto sobre el resto de nosotros. Ha podido tejer una red de terror y suspense tan persuasiva, dentro de un terreno bastante com ún y familiar, que a pesar de nuestro deseo de creer que tales cosas no pueden existir, a uno le corroe la duda y subsiste una desagradable tendencia a sentir un miedo hormigueante. Quizás ha descubierto algo que no hubiese querido tener nunca…, como Pandora.
Cuando se comienza a leer El Manitú es muy fácil pensar que se trata sólo de otra novela de misterio y suspense, pero como un fósforo ardiendo, una vez encendido, se pega a uno y lo envuelve, y se niega a detenerse hasta que uno ha sido consumido.
Para los amantes del terror, El Manitú tiene una ventaja múltiplemente prolongada. Al combinar los elementos como un maestro cocinero, el autor ha concluido algo con un gusto que es vagamente familiar, lo suficiente como para hacer que se lo devore con voracidad, y luego viene el darse cuenta que uno ha degustado algo muy especial.
Y ahora, para darle algo en qu é pensar, aquí hay un hecho que puede parecer totalmente irrelevante, pero que le recomiendo apartar para su expediente de informaciones varias. Como cualquier manjar, puede mejorar el sabor con el tiempo. Un hecho: hace varios años un muchacho japonés de quince años desarrolló en su pecho lo que los médicos pensaron que era un tumor. Cuanto más crecía, más extraño se presentaba. Eventualmente se comprobó que era un feto humano. Esto sucedió en realidad, lo supiera o no Graham Masterton.
As í como El bebé de Rosemary nos dio una amenazadora visión de la mujer y Satanás, y El exorcista fue el titánico enfrentamiento entre las fuerzas del bien y el mal, El Manitú nos ofrece elementos de ambos, más los ingredientes agregados de una inteligente amenaza que por igual inutiliza los poderes de la cruz y de la ciencia moderna. En una combinaci ón totalmente espantosa y única de terror entretejido con los conceptos familiares del horror manipula al lector en un cuento de sólido suspense.
BERNARD J. HURWOOD
El teléfono sonó. Sin levantar su vista, el doctor Hughes estiró su mano a través del escritorio para responder. La mano se deslizó entre montones de papel, botellas de tinta, periódicos de la semana anterior y arrugados envoltorios de bocadillos. Encontró el teléfono y levantó el auricular. El doctor Hughes se lo puso en la oreja. Se le vela preocupado e irritado, como una ardilla tratando de almacenar sus nueces.
– ¿Hughes? Habla McEvoy.
– ¿Bien? Lo lamento, doctor McEvoy; estoy muy ocupado.
– No quería interrumpir su trabajo, doctor Hughes. Pero aquí tengo una paciente cuyo estado podría interesarle.
El doctor Hughes estornudó y se quitó las gafas sin marco.
– ¿Qué tipo de estado? -preguntó -. Escuche, doctor McEvoy; es muy amable de su parte llamarme, pero aquí estoy con un papelerío alto como una montaña, y realmente no puedo…
McEvoy no se desanimaba.
– Bueno, pensé que podría interesarle, doctor Hughes. A usted le interesan los tumores, ¿no? Pues aquí tengo uno que supera a todos los demás.
– ¿Qué tiene de fantástico?
– Está situado en la parte de atrás del cuello. La paciente es una mujer caucásica, tiene veintitrés años. No hay antecedentes de algún otro crecimiento tumoroso, benigno o maligno.
– ¿Y?
– Se mueve -dijo el doctor McEvoy -. El tumor se mueve realmente, como si algo debajo de la piel estuviese vivo.
El doctor Hughes estaba garabateando flores con su bolígrafo. Durante un momento frunció el ceño y luego dijo:
– ¿Los rayos X?
– Los resultados estarán dentro de unos veinte minutos.
– ¿Palpitación?
– Al tacto es como cualquier otro tumor. Excepto que se retuerce.
– ¿No intentó una punción? Puede ser sólo una infección.
– Primero esperaré y veré las radiografías.
El doctor Hughes chupaba pensativamente el extremo de su bolígrafo. Su mente repasaba todas las páginas de los libros médicos que había aprendido, buscando un caso similar, o un antecedente, o algo remotamente conectado con la idea de un tumor movedizo. Quizás estuviese cansado, pero no podía recordar nada.
– ¿Doctor Hughes?
– Sí, aún estoy aquí. Escuche, ¿qué hora es?
– Las tres y diez.
– Muy bien, doctor McEvoy. Voy para allá.
Colgó el auricular, se recostó en su sillón y restregó sus ojos. Era el día de St. Valentine, y afuera, en las calles de Nueva York, la temperatura había descendido a 6° bajo cero y había 15 centímetros de nieve en el suelo.
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