– Sigue -le pidió Michael, que había abandonado la lectura del mapa.
– El doctor Rice se refiere a la aurahipnosis dos o tres veces aquí-continuó diciendo Víctor-. Esto es de… ¿cuándo…? Octubre del año pasado. «Michael Rearden tiene un trauma de tratamiento tan complicado que he decidido someterlo en esta sesión a aurahipnosis. La experiencia ha resultado aterradora. Su estado es tal que su cuerpo etéreo ha adoptado la forma de oscuros nudos de tensión y terror, parecidos a espasmos musculares extremos. Es uno de los peores casos con los que me he tropezado, incluso más difícil de llevar que el de Frank Coward. Si fuera posible radiografiar su aura, se podrían identificar una a una las experiencias traumáticas que sufrió aquella noche, pero tal como son las cosas tengo que hacerlo mediante «tocar» y «sentir». Nunca me había encontrado con un cuerpo etéreo tan oscurecido y deformado.»
Michael gruñó divertido.
– Hace que me sienta como Quasimodo.
– El jorobado de Hyannis -dijo Víctor sonriendo-. De todas formas… al parecer creía que la aurahipnosis estaba ayudándole a ponerte en forma. Me parece que deberías estar agradecido, teniendo en cuenta lo peligroso que puede resultar.
– ¿Peligroso? ¿A qué te refieres?
– En la hipnosis corriente, el hipnotizador te coloca en un trance ligero que tiene el efecto de abolir temporalmente algunas de tus funciones corticales. Te convierte en alguien muy sugestionable, y así el hipnotizador puede hacerte regresar a la infancia o al momento en que empezara tu problema… lo cual en tu caso fue el desastre aéreo de Rocky Woods. Te ayuda a localizar y comprender tu ansiedad, y él se limita a sugerirte que no tienes que preocuparte más. Despierta, pías, fin del problema.
– ¿Y la aurahipnosis no es así?
– La aurahipnosis es más parecida a la fisioterapia… ya sabes, lo que se hace cuando uno tiene un accidente o algo así y el fisioterapeuta te mete en una piscina y te masajea los músculos. En la aurahipnosis, el hipnotizador te coloca en un trance tan profundo que los latidos del corazón se hacen lentos y el ritmo respiratorio se reduce casi a la mitad. Y justo cuando estás entrando en trance, su cuerpo etéreo entra contigo, al mismo tiempo. Su aura está realmente dentro de tu trance, contigo. Entonces, él puede «visitar» tus ansiedades contigo y ayudarte a ver que no tienes nada de qué preocuparte.
– ¿Y qué hay de peligroso en eso?
– Para empezar, tus ansiedades podrían ser muchísimo más horrorosas de lo que el aura del hipnotizador fuera capaz de manejar. Sean cuales fueren los traumas que han estado distorsionando tu aura, podrían distorsionar también la suya. El peligro reside en que el médico puede acabar tan enfermo como el paciente. E incluso más, puesto que el aura está fuera de su cuerpo y es mucho más vulnerable de lo que suele ser.
– ¿Tú crees algo de todo esto? -le preguntó Michael.
Victor asintió.
– Tendrías que haber visto a mi hermana Ruth. En 1967 enfermó de cáncer de estómago. Padecía unos dolores que no te puedes ni imaginar. La única persona que consiguió hacerle soportables los últimos días fue quien la sometía a hipnosis. Pudo haber pasado semanas sumida en la agonía y el sufrimiento; pero, en cambio, él le proporcionó semanas de dicha. La llevó de nuevo a su infancia, al día de su boda. Le hizo vivir los momentos más felices de su vida. Cuando murió no estaba postrada en una cama de hospital en Newark, estaba paseando a su perro en casa de nuestro tío, en Cos Cob, Connecticut. -Se dio unos golpecitos en la frente-. Aquí dentro, claro. -Se detuvo unos instantes, con los ojos empañados de lágrimas. Luego añadió-: Eso fue aurahipnosis, y de lo que yo no me enteré hasta años más tarde es que cuando aquella persona estaba sometiendo a Ruth a trance hipnótico, él sufría casi tanto dolor como la propia Ruth estaba sufriendo. Después de morir Ruth, se pasó siete meses ingresado en el hospital con úlceras perforadas. Casi le cuesta la vida.
– Es sorprendente que las personalidades de dos personas puedan estar tan entrelazadas -dijo Michael-. Ya sabes, ser tan… ¿cómo diría yo…? Tan simbióticas.
– Bueno, no sé si yo creo en el subconsciente colectivo -dijo Victor-. Pero en lo que sí creo es en que dos personas puedan llegar a estar tan magnéticamente unidas que consigan compartir las mismas experiencias subconscientes. Tú quieres a tu mujer. Deberías saber eso.
– Sí -convino Michael hablando lentamente-. Creo que sí. Puede que lo olvide más a menudo de lo que debería.
Victor cerró los libros del doctor Rice y se levantó del sofá en un intento deliberado de cambiar los ánimos.
– Bueno, venga -dijo-. ¿Dónde está ese Goat's Cape que estás buscando?
Michael continuó recorriendo con el dedo la línea de la costa de Massachusetts en el mapa. Más allá del puerto de Boston, más allá de la playa Winthrop, de la playa Reveré y de Lynn Harbor. Y, de pronto, allí estaba, y quedó sorprendido de que nunca se hubiera fijado en aquel punto hasta entonces. Goat's Cape, situado en el extremo más meridional de la costa del promontorio de Nahant, era un fragmento de tierra que sobresalía y entraba en la bahía de Massachusetts, al final del istmo de cinco quilómetros.
Nahant. Donde habían encontrado el cadáver torturado de Sissy lanzado a la playa por el mar; y cuyo faro, Michael había visto en sueños en su profundo trance hipnótico.
– Vaya, vaya, vaya -dijo Víctor a la vez que se levantaba las gafas hasta la frente y sometía el mapa a un atento escrutinio-. Todo esto empieza a cobrar sentido.
Michael volvió la cabeza. Su sombra en la pared parecía enorme y amenazadora.
– Es real, ¿verdad? -preguntó con voz tensa-. Todo esto de la conspiración. Es real.
– Habrá que hacer más investigaciones, por decirlo de algún modo.
– Sí -dijo Michael. Y casi pudo notar cómo el suelo se abría bajo sus pies.
No había mucho más que pudieran hacer aquella noche aparte de beber un poco, mirar la televisión y pensar qué harían al día siguiente por la mañana.
A las diez, la CBS emitió un boletín de noticias en directo desde la calle Seaver. Al principio no había sonido, pero las imágenes hablaban por sí solas. Un periodista negro estaba de pie en un bar lleno de escombros con automóviles y camiones ardiendo al fondo. Luces azules y rojas de la policía parpadeaban y se le reflejaban en la cara sudorosa.
Le oyeron decir: «…siete hombres de la Guardia Nacional muertos al estrellarse el helicóptero en el que viajaban sobre Grove Hall, dieciocho civiles desaparecidos, los disturbios ya fuera de todo control, el gobernador ha decretado el estado de emergencia…»
– El fin del mundo tal como nosotros lo conocemos -comentó secamente Victor.
Una vez hecha la conexión con el estudio, el presentador, John Breezeman, anunció:
– Acabamos de recibir un comunicado de la Casa Blanca; en él se afirma que el presidente está «profundamente preocupado» por los disturbios de Boston y que le ha prometido al gobernador su «apoyo personal de todo corazón».
Michael se levantó y apagó el televisor.
– Vamos a dormir un poco. No quiero enfrentarme al fin del mundo con resaca.
Pero aquella noche, a altas horas de la noche, Michael tuvo la más extraordinaria y espantosa de las pesadillas. Caía en medio de la oscuridad, como caía siempre, y era consciente de que los demás cuerpos caían a su alrededor.
Pero al sumergirse en la noche sintió que alguien lo empujaba. De pronto ya no estaba cayendo, sino abriéndose paso entre una apretada multitud, y todos le daban empujones. Pero no lo hacían como se hace en una multitud normal, sino que lo hacían rígidamente y de modo irregular, como si no fueran capaces de mantenerse en pie por sí mismos, como si alguien estuviera empujándolos y tirando de ellos para hacer que se movieran.
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