Graham Masterton - La Pesadilla

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El juez O`Brian, famoso por su lucha contra el narcotráfico, es nombrado para ocupar una vacante en el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Pero el helicóptero en el que se dirige a Washington junto con su mujer y su hija se estrella.
La compañía de seguros encarga el caso a un investigador, Michael, caso que, en principio, no presenta grandes dificultades: tanto las Fuerzas Aéreas como la policia defienden la hipótesis de que el siniestro fue un accidente.
Pero las cosas se complican cuando, pasado algún tiempo, aparece la hija de O`Brian con señales de haber sido cruelmente torturada.
Extraños individuos de tez pálida, en los que no hacen mella las balas, empiezan a perseguir a Michael. Una serie de coincidencias acabarán poniendo el descubierto una poderosa organización responsable de magnicidios a lo largo de la historia. La suerte está echada y la sombra del mal sumerge al lector en una verdadera pesadilla.

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– ¿Los vio? -le preguntó Thomas-. ¿Vio a los hombres blancos blancos?

Matthew titubeó y bajó la cabeza. Cuando habló de nuevo tenía la voz mucho más apagada.

– Los vi en casa de Patrice Latomba.

El lápiz de Thomas se detuvo sobre el bloc.

– ¿Y eso fue antes de que Verna Latomba fuera asesinada o después?

– Los vi allí, los vi cuando tenían a Verna. La tenían atada, y estaban haciéndole daño. Le dejaban caer cera derretida en la espalda, y la cortaban con cuchillos.

Thomas lo miró fijamente.

– ¿Los vio cuando tenían a Verna, los vio haciéndole esas cosas y no llamó a la policía? Matthew… ¡usted habría podido salvarle la vida!

Matthew le sostuvo la mirada con expresión desafiante.

– Los hombres blancos blancos me dijeron que no me metiera donde no me llamaban. ¿Cree que no resulta doloroso tener que marcharse de aquel modo de allí? ¿Cree que no me dio vergüenza? ¿Vergüenza de mí mismo, de mi raza, de mi cobardía?

– Pero, por Dios, Matthew…

Matthew golpeó la mesa con el puño.

– ¡Ustedes no saben con quiénes están viéndoselas! ¡Esta gente no son mañosos, ni gángsters carcelarios, ni hermandades chinas! ¡Éstos son los hombres blancos blancos!

Michael apartó la mirada. Se sentía violento ante aquel arrebato de Matthew, pero también se avergonzaba de sus propios pensamientos. ¿Los hombres blancos blancos? Por amor de Dios. ¿Para esto lo había sacado Thomas de la cama? ¿Para escuchar toda aquella chachara supersticiosa? Sin embargo, Matthew parecía un hombre muy orgulloso, un hombre de gran fortaleza y carácter.

En un tono muy suave, Thomas dijo:

– Vamos, Matthew, cuéntenos qué es lo que hace a los hombres blancos blancos muchísimo peores que la Mafia.

Matthew respiró profundamente.

– En realidad no lo comprenden, ¿verdad? La Mafia tiene honor, la Mafia tiene religión, la Mafia tiene códigos de conducta. Puede que sean asesinos, puede que se dediquen a las drogas, a la prostitución y al juego, pero tienen orgullo y lealtad a la familia, por muy pervertidos que sean ese orgullo o esa lealtad. Los hombres blancos blancos no tienen nada de eso. Los hombres blancos blancos son culpables de todos los pecados que se puedan imaginar, de todos los excesos, de todas las crueldades. Y por eso son… los seres más crueles de este mundo de Dios, son la verdadera personificación del mal.

– ¿Y vio usted a Verna Latomba en manos de esos hombres y no hizo nada por salvarla?

– No, no hice nada.

– ¿Y se siente orgulloso de eso?

– No, no me siento orgulloso en absoluto. Pero no había nada que yo pudiera hacer para ayudarla; ni que cualquier otra persona hubiera podido hacer. Y si los hubiese contrariado, créanme, también habrían venido a por mí. Intenté engañarme a mí mismo diciéndome que no era más que un asuntillo de drogas entre Patrice Latomba, Luther Johnson y los hombres blancos blancos. Supongo que ustedes ni siquiera están al corriente de esto, pero los hombres blancos blancos están metidos en asuntos de drogas hasta el cuello; y no por las ganancias, fíjense bien, sino por el daño social que producen. Por eso les gusta vendérsela a los estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachusetts y a los miembros de la Ivy League… en eso precisamente consiste la Ivy Connection que se tienen montada. ¿Qué importancia creen que puede tener venderle crack a un chiquillo de la avenida Blue Hill? Él no tiene la menor influencia social, no es más que un triste número en una estadística. Pero si se le vende crack a un estudiante de los cursos superiores de la especialidad de Física, a un futuro abogado, o a un prometedor joven político… entonces sí que se puede causar daño. Y así empiezan a destruir cientos de vidas, miles, por el precio de una.

– ¿Qué le ha hecho llamar al teniente Boyle esta noche? -le preguntó Victor.

– El sentimiento de culpa, supongo, y los hechos que expuso en esa conferencia de prensa, que me convencieron por completo de que habían sido los hombres blancos blancos los que mataron a John O'Brien y a Elaine Parker, y a ese amigo de ustedes, el que trabajaba en la compañía de seguros. Dijo que todos tenían marcas idénticas, con agujeros profundos de pinchazos en la espalda. Se me heló la sangre en las venas, porque nadie hace eso más que los hombres blancos blancos; igual que el conde Drácula deja los famosos agujeros de colmillos en el cuello de las mujeres.

– ¿De dónde son esos hombres blancos blancos? -quiso saber Michael-. Es decir, ¿quiénes son, exactamente? ¿Son extraterrestres o qué?

Matthew soltó una amarga carcajada, como un bramido, y dio un golpe en la mesa del comedor con el puño.

– ¡Podría decirse así! ¡Podría decirse así! ¡Extraterrestres, me gusta eso!

– Vamos, Matthew -le indicó Thomas-. Esto no es una broma.

– Oh, sí que lo es -repuso Matthew-. Es una broma que están gastándoles a ustedes. Si pensaban ustedes que su civilización occidental blanca se había librado de todas las obligaciones contraídas en tiempos pasados, eso quiere decir que están gastándoles una broma. ¿Cuántos americanos judíos vuelven a Israel a meditar y a rezar? ¿Cuántos americanos negros vuelven a Nigeria o a Sierra Leona para meditar sobre sus raíces? ¿Cuantos irlandeses vuelven a Irlanda, y alemanes a Alemania, y napolitanos a Napóles? Todos, cada uno de nosotros, estamos implicados de manera intrincada en aquello que somos, y en lo que fueron nuestros antepasados, y eso es lo bueno de la humanidad, y de la raza, y todos deberíamos estar orgullosos de ello, y no avergonzados.

– Pero, ¿qué pasa con los hombres blancos blancos? -insistió Thomas.

Matthew tomó un sorbo de café y luego otro de agua. Se inclinó hacia adelante sobre la mesa y adoptó una expresión seria. A Michael le pareció que aquella cara era casi como un paisaje: ancha y con cicatrices de viruela, con sabanas por mejillas, altas sierras por pómulos y cavernas por orificios nasales, y por encima de todo ello, una meseta que le formaba la frente.

– La existencia de los hombres blancos blancos se remonta a los tiempos del Levítico, que es el tercer libro de Moisés, y que fue escrito hace mil seiscientos años. El libro del Levítico nos muestra el modo en que los hombres podrían deshacerse de sus pecados y de las consecuencias de éstos. ¿Y saben ustedes cómo? El Señor le ordenó a su sumo sacerdote Aarón que «seleccionase una cabra para Azazel» en el día de la expiación de los judíos. «Aarón pondrá ambas manos sobre la cabeza de la cabra viva, y confesará sobre ella todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas las transgresiones concernientes a sus pecados; y pondrá los pecados sobre la cabeza de la cabra y luego ordenará que ésta sea llevada hasta el interior de la maleza de la mano de un hombre que esté preparado para ello.» Y cuando en aquellos tiempos se hablaba de pecados, se referían a toda clase de pecados… desde tocar a una mujer que estuviera menstruando o destapar la desnudez de la mujer del prójimo, hasta yacer con un hombre como se yace con una hembra, lo cual es una abominación, y será mejor que lo crean así.

»En otras palabras, Aarón tenía que escoger un chivo expiatorio e investirlo con los pecados de todos los hombres y mujeres, y luego arrastrarlo al desierto y arrojarlo por un precipicio, y desde aquel momento en adelante todo el mundo sería puro, todo el mundo sería blanco como las azucenas. Es decir, todos los pecados se iban precipicio abajo junto con la cabra, ¿no?

– Chivo expiatorio -repitió Michael; y no conseguía recordar por qué aquellas palabras le sonaban tan familiares-. Chivo expiatorio.

– El Levítico -continuó diciendo Matthew- proporciona muchos detalles sobre qué clase de cabra había que usar, y qué partes podían comerse y qué partes debían quemarse. Pero lo que el Levítico no dice es que Aarón no utilizó una cabra auténtica. Si miramos los testamentos egipcios, si leemos las historias sumerias, vemos que Aarón empleó un hombre, no una cabra. Aarón empleó un hombre que se suponía que era Azazel, el ángel caído, que por aquellos tiempos caminaba por la tierra del mismo modo que ustedes y yo podemos caminar por la tierra hoy, sólo que, naturalmente, Azazel era verdaderamente aterrador.

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