Torsten Pettersson - Dame Tus Ojos

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El comisario Harald se enfrenta al caso más difícil de su carrera: en un apacible paraje de la ciudad de Forshälla, en Finlandia, ha sido hallado el cadáver de una mujer joven, sin ojos y con una «A» grabada en el estómago. A este cadáver le siguen otros dos que presentan mutilaciones similares.
El veterano policía, famoso por meterse en la piel del asesino más allá de los límites de lo razonable, solo cuenta con una pista: unas cartas halladas en casa de las víctimas donde estas confiesan sus secretos más íntimos, sus culpas y sus pecados. Cuando él también recibe una carta, la trama da un giro inesperado que conducirá al desconcertado lector a descubrir al asesino, antes que el propio comisario Harald, en un sorprendente final.

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El nuevo Sergej subió tras nosotras y contó que éramos ocho. Luego nos llevó por una escalera y bajamos al interior del buque, donde aún olía peor, también a aceite y a algo más. Había dos habitaciones con cuatro camas en cada una. Yo fui a la misma habitación que Galina y me tocó una cama abajo del todo y a ella encima de mí. Cuando me eché en la cama pensé que era bastante blanda y cómoda, pero que nunca podría dormir con ese olor. «Dejad la maleta encima de la cama y venid a comer -dijo Sergej-. Ya dormiréis luego.»

El chófer tenía razón, había buena comida en el buque: verdaderos copos de maíz americanos, grandes bocadillos con queso, y té con mermelada. Pudimos comer cuanto quisimos durante mucho rato, y luego nos quedamos sentadas mientras Sergej decía las normas. No ir a cubierta cuando era de día. «Podéis ver el mar cuando se vean las estrellas.» Y estar siempre listas. Ir al camarote de Sergej cuando él quisiera y quitar todas las cosas de las camas y escondernos abajo del todo en el barco cuando él lo dijese. Todas tuvimos que decir que entendíamos las reglas: «Sí, Sergej Ivanovitj». Luego pudimos dormir.

El buque comenzó a navegar mientras comíamos. Hacía muchísimo ruido, y pensé que no podía dormir por el ruido y por el olor. También lo decían las otras chicas. No intentaron dormir inmediatamente, sino que hablaban del buque, de Finlandia y de Sergej. La chica mayor del pelo largo dorado, que se llamaba Larissa, dijo que era bastante guapo.

Yo estaba echada en la cama, pensando en la abuela y en Kolja, y me preguntaba si en Finlandia podría estar con otras chicas rusas. Mejor trabajar en un hospital, allí puede haber muchas; en una casa, una es la única chica. Y echada en la cama blanda, calentita por el grueso edredón y con el estómago también caliente por el té, de repente el ruido y el color del buque desaparecieron y me dormí.

Cuando me desperté era la una del mediodía, había dormido cuatro horas. El buque se balanceaba, se sentían las olas del mar debajo. Si se pudiera sacar la mano por la pared, el mar estaba allí alrededor de los dedos, frío. Me sentí mal, pero no tanto como para devolver. En el suelo había un cubo donde podías devolver. Aunque tenía tapadera, olía mal; alguna había devuelto mientras yo dormía. Las otras chicas dormían todavía, pero empezaban a moverse y a estirar los brazos. Las camas eran blandas pero estrechas, por lo que no podías estirarte mucho.

Luego la puerta se abrió silenciosa. Sergej entró y miró a todas las chicas. Yo fingía dormir, pero vi en sus ojos que Sergej estaba borracho. Beodo. Mientras dormíamos se había emborrachado con vodka.

Miró mucho tiempo, despacio, como cuando uno está borracho y se balancea un poco. Casi se cae y se sujetó en la parte de arriba de la puerta. Luego extendió el brazo y zarandeó a Larissa. Esta despertó, aunque somnolienta. Sergej le indicó con un dedo en la boca que guardara silencio y con la cabeza que tenía que seguirlo. Larissa se pasa los dedos por el pelo, tiene mucho pelo rubio, y se va con Sergej. Yo también estaba lista si tenía que irme con él. Estuve mucho rato tumbada en silencio, un poco mareada, y pensé que si mi madre viviera, yo no tendría que estar echada sola aquí en el mar, en un buque extraño. Pensé en los troncos que cayeron sobre ella y que la mataron y llenaron de sangre; sabía que tenía que haber habido sangre aunque nadie dijo nunca toda la verdad. Yo a Kolja solo le dije que recibió un golpe en la cabeza, se desmayó y murió.

Prefería pensar en cómo era ella antes de eso, cuando vivía. Que sonreía y acariciaba mi mejilla aunque tenía mucho que hacer conmigo y con Kolja. Que cantaba y columpiaba a Kolja en sus rodillas cuando era muy pequeño, mientras yo, sentada, escribía muchas veces la letra «M» sobre la mesa del comedor cuando iba al primer curso en la escuela. Que estaba sentada durmiendo bajo la sombra del árbol, con su blusa blanca y una leve sonrisa en la cara, y todo iba bien. Ahora quizá me veía desde el cielo aquí echada en el bamboleante barco. Recé una oración porque lo hiciera y estuviera allí conmigo.

Las otras chicas se despertaron y una (no recuerdo su nombre) preguntó sobre el olor. Galina dijo que había tenido que devolver. La otra chica casi se tiró de la cama y salió corriendo, pero Galina y yo seguimos echadas. Yo casi ya no notaba el olor, y para Galina era su propio olor, no la molestaba.

Hablamos del trabajo en Finlandia y de nuestras familias. El padre de Galina había muerto en un accidente de camión, y su madre se volvió alcohólica por eso. Ella vivía en un orfanato y, cuando le pregunté, dijo que era horrible. ¡Lo sabía! Y su hermano y su hermana estaban en distintos orfanatos. Los chicos y las chicas no pueden estar juntos. Pero yo iba camino de Finlandia y estaba contenta de hacerlo.

Un marinero llegó después y dijo que había comida, por lo que volvimos a la sala grande y comimos una tortilla con trozos de patata y salchicha. Estábamos solas, los marineros habían comido antes y ahora trabajaban. Pudimos volver a comer cuanto quisimos y beber mosto. Miré por una ventanita y vi que aún era de día y no había estrellas, por lo que no podíamos salir. Las olas del mar eran altas, y verdes y blancas por la espuma. Si podías mirar sin marearte, era hermoso. Noté que tenía un estómago fuerte y que podía comer y mirar al mismo tiempo el mar. Algunas chicas no podían ni comer.

Luego jugamos a las cartas, pero la chica que se encontraba mal se quedó echada en un sofá. Todas las chicas estaban allí menos Larissa. Ella seguía en el camarote de Sergej, que estaba al otro lado del comedor.

Cuando Larissa por fin volvió, estaba colorada y tenía una cara rara; pasó por delante de nosotras sin decir nada, hacia su litera. Nosotras seguimos jugando a las cartas pero más calladas; no sé por qué. El motor del barco se oía claramente, irregular, como alguien que duerme con fiebre y se queja todo el rato, a veces solo un poco y otras tan alto que casi grita.

Las otras chicas empezaron a jugar a un juego de cartas que yo no conocía, así que me fui a dar vueltas por el barco. En el comedor pasé los dedos por una madera suave y marrón que se llama caoba. Desde el otro pasillo, una escalera metálica bajaba a la sala de motores. Miré desde la mitad de la escalera y vi a dos hombres con grasa negra en la cara y los brazos desnudos. El ruido allí era tan fuerte que no se podía ni pensar. La cabeza solo se llenaba de ruido.

Luego fui a mi litera y me volví a dormir, hasta que Galina me despertó: «Tienes que ir donde Sergej -me dijo-. Es tu turno».

Aquí acaba el segundo cuaderno.

Marzo de 2006

TERCER CUADERNO

Delante de Sergej, una botella de vodka casi vacía y algunos vasos. También un poco de vodka derramado sobre la mesa, que se movía con el barco. Olía fuerte, como a gasolina. Sergej se inclinó hacia delante sobre ambos brazos, su pelo era de un tono mezclado y sus ojos azules flotaban en su propia agua. O en vodka.

Cuando entré, pareció que se despertaba y se alegraba. Levantó los brazos y dijo: «¡Ah, Tanja!». Le dije que me llamaba Nadja. Contestó que estaba bien y escribió en un cuaderno que tenía delante. También dije Stepanova, pero eso no lo escribió. «¿Y qué edad tienes?» Le dije que trece, pero él escribió quince. «No, trece», le dije dos veces, pero no lo cambió. Estaba tan borracho que no veía la diferencia entre el número 13 y el número 15.

«¿Y tú qué quieres?» Le dije que limpiar en una casa o en un hospital, si era posible. Sergej contestó que lo entendía, pero que quizá limpiar no fuera posible y tuviera que hacer otra cosa. Le pregunté el qué y me dijo que ya encontrarían algo. «Seguro que eres una buena chica y que harás lo que te digan, ¿no?», dijo Sergej. No dije nada y me quedé completamente parada. Yo lo que quería era limpiar. «¡Ah, Nadja, Nadja, eres tan pura! -dijo Sergej y se inclinó hacia atrás-. Daría lo que fuera por ser tan puro como tú.»

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