Torsten Pettersson - Dame Tus Ojos

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El comisario Harald se enfrenta al caso más difícil de su carrera: en un apacible paraje de la ciudad de Forshälla, en Finlandia, ha sido hallado el cadáver de una mujer joven, sin ojos y con una «A» grabada en el estómago. A este cadáver le siguen otros dos que presentan mutilaciones similares.
El veterano policía, famoso por meterse en la piel del asesino más allá de los límites de lo razonable, solo cuenta con una pista: unas cartas halladas en casa de las víctimas donde estas confiesan sus secretos más íntimos, sus culpas y sus pecados. Cuando él también recibe una carta, la trama da un giro inesperado que conducirá al desconcertado lector a descubrir al asesino, antes que el propio comisario Harald, en un sorprendente final.

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Había allí también un hombre que no era mayor pero que sí parecía algo mayor alrededor de los ojos. Se me acercó y me preguntó si necesitaba ayuda. Le dije que quería limpiar y hacer la comida, y que buscaba a alguien que lo necesitara. Me preguntó qué edad tenía. Esto fue en abril de 2005, por lo que le dije que trece. Se me quedó mirando pensativo. Se mordía el labio por un lado, de forma que por el otro lado se le hinchó, y luego sacudió la cabeza. «No», me dijo, y se fue.

Fui allí varios días, por las tardes, a veces para preguntar si alguien quería ayuda y a veces solo para sentir que podía viajar a casa si la abuela moría y tenía que ir a un orfanato. Un domingo por la tarde el hombre se acercó a mí por primera vez con otro hombre. Parecía feliz y como si brillara, y llevaba ropa buena. «Este es Sergej -dijo el viejecito-. Quizá él pueda ayudarte.» Aquí termino de escribir porque las páginas del cuaderno se han acabado.

Marzo de 2006

CUADERNO NUEVO

¡Allí estaba Sergej! Delante del tren en la estación de Petersburgo y parecía como si perteneciera a aquel lugar. Se lo veía seguro y capaz de viajar a Europa enseguida si quisiera. Uno de esos que siempre saben lo que se debe hacer. Le pregunté si conocía a alguien que necesitara ayuda y con quien yo pudiera vivir. «Por supuesto -dijo Sergej-, no hay problema.» Pero dijo que yo debía entender que en Petersburgo las cosas no son así. Allí la gente es pobre y casi no puede ni llenarse la boca, ¡pero en el oeste sí! Allí la gente es rica y no quiere hacer ese trabajo. Pagan a otros para que lo hagan, los inmigrantes y trabajadores de paso. Si quiero ir al oeste, por ejemplo a Finlandia, allí puedo tener trabajo y vivienda. Pero dije que no sabía finlandés. «No hay problema -dijo Sergej-. Tengo amigos en Finlandia y ellos hablan ruso. Ya aprenderás finlandés o sueco luego. Eres joven, aprenderás pronto. Y con tu pelo castaño claro y los ojos casi azules pegas bien en Finlandia. No pareces demasiado rusa.»

Dije que tenía que pensarlo, y eso tampoco era ningún problema para Sergej. «Pero vuelve aquí el próximo domingo por la tarde y dime qué has decidido -me dijo-. Podrías venir con nosotros el miércoles. Vamos a Finlandia el próximo miércoles.» O podía ir más tarde, Sergej estaba a menudo en la estación.

Hablé con Kolja toda la semana, pero no quería viajar conmigo. «El orfanato es como la cárcel», le dije, pero él decía que era como la escuela. Hablé también con la abuela y le pregunté cómo se encontraba y si se curaría. No me contestó, pero dijo que si tenía que ir al hospital vendría alguien de la ciudad que cuidaría de Kolja y de mí. «¿Qué harán con nosotros?», le pregunté. La abuela dijo que iríamos a un orfanato donde habría nuevos amigos y compañeros de juego. «¿Podremos estar juntos?», le pregunté. Pero la abuela creía que había orfanatos para chicos y orfanatos para chicas.

El sábado estaba sentada junto a la cama de la abuela y le dije que si un día no volvía a casa no tenía que preocuparse porque significaba que tenía trabajo con una familia que necesitaba comida y limpieza. «Escoge una familia amable -me dijo la abuela, y me puso la mano en la mejilla-. Solo una amable.» Le dije que sí.

Por la noche hablé mucho tiempo con Kolja. Lloró un poco, no quería que me fuera, pero le dije que de todas formas iríamos a distintos orfanatos y que le iría a ver. El domingo le enseñé a limpiar y a hacer la comida para cuando esté solo con la abuela. Ella lo vio y dijo que no me preocupase. Los vecinos ayudarían si yo no estaba. Me pidió también que sacara un monedero de un cajón de la mesa y me dio algo de dinero.

Luego todo estaba ya listo y fui a la estación el domingo. Estuve allí paseando mucho rato y un policía me miraba mucho. Sergej no estaba allí, ¡nadie estaba allí! Esperé mucho, empezaba a anochecer, pero por fin vi al viejo hablar con una mujer en un quiosco. Me acerqué y le dije que tenía que decirle a Sergej que iba el miércoles. Volvió a preguntarme qué edad tenía y cuando le dije que trece miró a la mujer, que tenía la piel blanca como la harina y mucho maquillaje. Se apartaron para hablar, pero los oí. La mujer dijo: «Es problema de Sergej y tiene un cuerpo bien desarrollado, parece una de quince». «Bien, se lo diré a Sergej», dijo el hombre.

A mí me dijo de volver el miércoles por la tarde y esperar en una esquina tras las taquillas de las maletas, y no salir al vestíbulo grande. A las ocho. Le dije de acuerdo. Era abril del año pasado.

Decirle que sí a Sergej era casi como viajar ya. La abuela y Kolja no hablaban mucho conmigo y la abuela le pidió a Kolja hacer cosas que yo hacía antes. Estaba muy cansada y pensé que pronto estaría en el hospital. Creo que entendían que tenía que irme, pero yo no les dije bien adónde iba. Dije que a trabajar con una familia en Viborg, pero no era verdad. Una mentira. Lo dije y pensé que algún día pagaría el castigo. Uno siempre recibe castigo y a veces regalo por lo que en su corazón sabe que está mal o bien. ¿Por qué uno hace mal cuando sabe que tiene castigo?

El miércoles, después de la escuela, cogí a la abuela de la mano mucho rato y la besé en la frente y las mejillas. Abracé fuerte a Kolja y le di un muñeco que había comprado con parte del dinero de la abuela. La abuela y Kolja estaban callados y no lloraban, pero yo lloré. Cogí mi mochila y mi pequeña maleta con mis cosas y cerré la puerta despacio.

El ascensor estaba estropeado como de costumbre y bajé a pie las escaleras, con mucha basura en el suelo y pintadas en las paredes. Pensé que sería mejor en Finlandia. Se ve en las imágenes. En Finlandia, todo limpio y bonito.

En la estación, en la esquina detrás de las taquillas de las maletas, había ya otras dos chicas cuando llegué. Eran mayores que yo, quizá de catorce o quince años. O dieciséis. Estábamos todas calladas, sin estar seguras si las otras querían viajar juntas. La chica con el pelo largo y rubio miraba todo el tiempo el reloj, y al final le pregunté si esperaba a Sergej a las ocho. Asintió con la cabeza, y la otra chica también. Luego todas en silencio. Eran las nueve menos veinte cuando Sergej llegó. Estaba contento y dijo que todo estaba preparado. Salimos hacia el coche de Sergej, que estaba bastante lejos, y condujo un buen rato por Petersburgo. Por zonas que nunca había visto y que no eran muy bonitas. Luego llegamos a un jardín donde estaba oscuro y había otro coche. La única luz era la de las puertas traseras abiertas. Era un coche grande de paquetes, con bancos a los lados. Había sentadas cinco chicas, con las maletas en el suelo, y se llenó del todo cuando entramos las tres. Sergej señaló bajo uno de los bancos una caja con Coca-Cola y patatas fritas. «Servíos», dijo y cerró las puertas.

Primero estaba tan oscuro que no se veía nada y yo estaba muy tiesa y quería irme a casa. Pero poco a poco empecé a ver algo desde una estrecha ventana de delante, donde estaban sentados Sergej y el conductor, y un poco de luz por las puertas. Veía los pies de las otras chicas y las manos en sus regazos, pero no las caras. Por eso estuvimos mucho rato calladas, es difícil hablar cuando no se ve. Luego una chica a mi lado le dijo a otra: «¿Vas también a Finlandia?». «Sí.» «¿Qué vas a hacer?» «Bailar.» Luego un buen rato en silencio otra vez, pero después una chica al otro lado dijo que ella también iba a bailar.

Otras hablaron, pero yo no quería decir que iba a limpiar, estaba muy mal cuando las otras chicas iban a Finlandia para ser artistas. Entonces una chica de voz ronca dijo que ella iba a trabajar en un hospital; yo podía decir «trabajar en una casa». No sonaba tan mal. Hablamos también de nuestros padres y madres. Estaban muertos o enfermos, o un padre que siempre estaba borracho de vodka y pegaba a toda la familia. Finlandia era mejor para todas.

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