Torsten Pettersson - Dame Tus Ojos

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El comisario Harald se enfrenta al caso más difícil de su carrera: en un apacible paraje de la ciudad de Forshälla, en Finlandia, ha sido hallado el cadáver de una mujer joven, sin ojos y con una «A» grabada en el estómago. A este cadáver le siguen otros dos que presentan mutilaciones similares.
El veterano policía, famoso por meterse en la piel del asesino más allá de los límites de lo razonable, solo cuenta con una pista: unas cartas halladas en casa de las víctimas donde estas confiesan sus secretos más íntimos, sus culpas y sus pecados. Cuando él también recibe una carta, la trama da un giro inesperado que conducirá al desconcertado lector a descubrir al asesino, antes que el propio comisario Harald, en un sorprendente final.

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También fui a la escuela, y eso significaba zapatos cuando empezaba el otoño. Todo el verano sin zapatos, pero a la escuela tenía que llevarlos y hacían daño y no me parecían necesarios, pues aún hacía calor y mis pies duros podían ir sin calzar por el camino y por la calle. Pero eso era imposible en la escuela que estaba en el borde de Viborg. Allí había que llevar zapatos y también ropa limpia y sin agujeros; para mamá era importante: «Si no, acabarás en el orfanato», decía, y yo entendía que eso era lo peor que había. ¡El orfanato era peor que el hambre y el frío y la falta de dinero!

Los días de escuela me vestía mamá, en otro caso lo hacía yo sola. Cuando volvía a casa, me cambiaba inmediatamente y guardaba la ropa buena en un armario. Las mejores prendas eran compradas, no las había cosido mamá, pero casi toda la otra ropa era de mamá.

Al principio tuve problemas en la escuela, pues no estaba acostumbrada a estar con otros niños aparte de con Kolja. Hablaba poco, la maestra me decía a menudo que hablara, pero yo me ponía colorada y me costaba hablar en la clase y que todos me oyeran. Pero escribía bien, y la maestra decía: «Al menos sabes escribir». También era capaz de aprender los ríos y las ciudades, y recordaba todos los países por los colores del mapa: Rusia rojo, Finlandia azul, Alemania verde. En los recreos hablaba poco, saltaba a la comba con otras dos niñas y nunca me molestó ninguna de esas malvadas abusonas, pero siempre estaba contenta de volver a casa después de la escuela.

A veces era invierno, claro, y hacía mucho frío. Iba a la escuela con esquís: era muy buena en la escuela esquiando. Rápida, más rápida que los demás menos un chico que se llamaba Petja. Yo quería ser rápida cuando me di cuenta de que a la maestra y a los otros niños les parecía algo bueno. Con el esquí gané muchas veces una medalla azul de cartón con una banda roja, y una vez una medalla amarilla cuando Petja estaba enfermo y yo fui la más rápida de todos.

El esquí era lo bueno del invierno, pero lo que no era bueno es que en casa hacía frío y la comida era mala porque las patatas y las raíces se ponían negras y sabían mal. Mamá decía que teníamos que comer mucho en la escuela, repetir y comer mucha carne. No todos podían hacerlo, repetir, pero la maestra dijo que yo y algunos otros podíamos. A veces también me daba ropa, y manzanas o naranjas para llevar a casa.

De vez en cuando, mamá trabajaba en una fábrica. Kolja y yo teníamos que quedarnos en casa de una babusjka que vivía en el camino que llevaba de nuestra casa a la escuela. Tenía la cara morena y arrugada, y llevaba un pañuelo en la cabeza, también dentro de la casa. Kolja se pasaba allí todo el día y yo iba después de la escuela. Mamá nos recogía cuando terminaba en la fábrica.

A veces oíamos ruidos como de truenos y mamá decía que eran los troncos que llegaban a la fábrica y que se echaban en un embudo gigante. Le pregunté a mamá si trabajaba en la fábrica «como una mujer»: quería decir si hacía la comida, limpiaba o quizá escribía en una oficina. Se rió y dijo que trabajaba «como un hombre». Estaba dentro de la fábrica y hacía celulosa de los troncos, aunque allí olía mal y se sudaba. «No hay peligro -decía-. Sacamos dinero.» No pensé mucho en ello, solo que mamá a veces también olía mal, pero ¡ahora deseo mucho más que hubiera trabajado como mujer!

Un día vino una mujer desconocida a la escuela. Venía de la fábrica, con la ropa de la fábrica, y dijo que se llamaba Irina y que conocía a mi mamá. Yo oía que mamá hablaba de Irina, pero nunca la había visto. Tuve que salir al pasillo e Irina empezó a llorar y me abrazó. «¡Pobre, pobre criatura! Te has quedado sin padres. Mamá estaba bajo los troncos cuando una correa de cuero grande se rompió y un tronco cayó y le dio en la cabeza. Murió inmediatamente. No sufrió, cariño mío.» Yo no entendía casi nada, pero Irina me sacó de la escuela antes de acabar la jornada y fuimos a casa de la babusjka, donde estaba Kolja.

La babusjka estaba junto al hornillo, y cuando Irina se lo contó, alzó las manos al aire y empezó a llorar a gritos. «¡Dios mío, Dios mío!», gritaba. Yo también empecé a llorar cuando la vi a ella gritar y levantar las manos. Había vacío entre ellas y de alguna manera vi que echaba de menos a mamá y que ya nunca más estaría frente a mí. Kolja estaba sentado en silencio y miraba, pero luego también empezó a llorar. Lloramos tanto tiempo que empezamos a temblar e hipar, por lo que Irina y la babusjka nos dieron a beber agua fría.

Luego Kolja y yo dormimos en la misma cama. Recuerdo que nos pusieron muchos cobertores y se estaba realmente caliente. Estuve un rato despierta mirando la carita mojada y roja de Kolja a la luz del fuego del hornillo. No entendí del todo que mamá estaba muerta y aún sigo sin entenderlo.

Pero sí recuerdo el entierro y que yo llevaba un lazo en el pelo y a Kolja de la mano. Avanzamos despacio y dejamos un ramo de flores sobre el féretro de mamá en la iglesia. Cuando salimos de allí, la babusjka nos llevó hasta un gran hoyo en el suelo, una tumba, y dijo que allí dormiría mamá. Tiré a babusjka de la mano, me quería ir, pero Kolja miró la tumba y dijo que seguro que allí hacía frío.

Entonces yo tenía nueve años y Kolja cinco. Vivimos en casa de la babusjka un tiempo y empecé a ir de nuevo a la escuela, y todos estaban callados y eran buenos conmigo, y la maestra no dijo nunca más que yo era demasiado callada. A veces íbamos a nuestra antigua casa y cogíamos ropa y juguetes. Estaba fría y oscura, y las vacas ya no estaban. Alguien debía de cuidarlas, nunca supe quién.

Lloramos por mamá y estábamos muy tristes y a veces algo contentos en casa de la babusjka , que era buena y tenía té, aunque no muy buena comida. Pero ella decía: «Queridos niños, os quiero mucho, pero soy demasiado vieja. Aquí no podéis quedaros». Kolja no lo entendía, casi ni lo oía. Yo supe que lo peor estaba a las puertas: ¡el orfanato! Y entonces lloré también porque papá no estaba.

Nunca tuvimos un papá, pero recuerdo a un hombre que me levantaba cuando era pequeña. No pensaba mucho en ello, para mí era normal que solo estuviéramos mamá, Kolja y yo. Pero Kolja a veces preguntaba, y mamá entonces decía que papá estaba en Siberia, en el ejército. «¿Es aviador?», preguntaba Kolja, y mamá decía: «No, pero está en el ejército y lleva uniforme». Recuerdo todavía cómo Kolja, siempre que hablaba de papá, repetía muchas veces: «Mi papá, uniforme; mi papá, uniforme». Después yo pensé que los papás vuelven del ejército a casa y no siempre están lejos. Pensé que mi papá quizá estaba en la cárcel y que mamá no quería decirlo.

Entonces, cuando era pequeña y mamá se había ido y quizá teníamos que dejar a la babusjka por el orfanato, echaba mucho de menos a papá. Quería que viniera y nos llevara de nuevo a nuestra casa, nuestro campo y nuestras vacas. Pensaba que era injusto que no tuviéramos mamá ni tampoco papá. «¿Por qué hace Dios esto?», le preguntaba a la babusjka . Ella debía de saberlo, porque hablaba mucho con Dios todos los días, no solo en la oración de la noche o por la comida, como todos hacen. «Gracias por este don» o «¡Ay, tus caminos!», musitaba a menudo, y se refería a Dios. Cuando le pregunté, dijo: «Dios tiene sus caminos y su tiempo es distinto al nuestro. Un año para nosotros es para Él un segundo. No debemos ser impacientes». Sacó un pequeño cofre y lo abrió. En la tapa había un icono con una cabeza marrón oscura de Jesús con oro alrededor. «Mira a tu Salvador -dijo-. Míralo mucho y entenderás por qué hace lo que hace. No podrás decirlo con palabras, pero lo entenderás en tu corazón.» Yo miré y miré, y sí sentía algo, pero no sé si lo entendí en mi corazón. Seguía siendo impaciente, y esperaba que Dios arreglara todo lo que para mí y para Kolja no estaba bien.

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