Torsten Pettersson - Dame Tus Ojos

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El comisario Harald se enfrenta al caso más difícil de su carrera: en un apacible paraje de la ciudad de Forshälla, en Finlandia, ha sido hallado el cadáver de una mujer joven, sin ojos y con una «A» grabada en el estómago. A este cadáver le siguen otros dos que presentan mutilaciones similares.
El veterano policía, famoso por meterse en la piel del asesino más allá de los límites de lo razonable, solo cuenta con una pista: unas cartas halladas en casa de las víctimas donde estas confiesan sus secretos más íntimos, sus culpas y sus pecados. Cuando él también recibe una carta, la trama da un giro inesperado que conducirá al desconcertado lector a descubrir al asesino, antes que el propio comisario Harald, en un sorprendente final.

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«No entres, tomaremos el camino exterior», le dijo Sergej al chófer, y no pasamos por el centro de Forshälla. No fue mucho de Finlandia lo que pudimos ver, y así es siempre. Forshälla tiene un castillo y una iglesia hermosa, pero solo los veo en imágenes y a veces en la tele. La zona donde vivimos se llama Grönhag. Lo vi en un letrero esa noche, y ahora sé que es también Forshälla y que está en Finlandia.

Estaba oscuro cuando llegamos, pero vi que parábamos delante de una casa grande y baja. La puerta se abrió y una mujer se acercó, abrió la puerta del coche y dijo enseguida: «Hola, me llamo Denja». Tenía unos treinta y cinco años, el pelo muy negro y llevaba ropa cara. Falda y chaqueta de la misma tela de color beis, y mucho maquillaje y perfume que olí en cuanto salí del coche. Nos dijo «Bienvenidas» y preguntó sobre el viaje, si estábamos mareadas, cómo nos sentíamos y si teníamos hambre. Hablaba ruso muy rápido, pero hablaba raro, como un extranjero; luego oí que es de Bosnia.

Ella y Sergej se besaron dos veces en la mejilla y ella también lo besó a él en la boca. Nos dio la mano a todas, preguntó nuestros nombres y los repitió para sí. Luego tuvimos que recoger las cosas del maletero y Denja nos guió hasta el fondo de la casa, a una habitación con cuatro camas, dos encima de otras dos. Larissa y Liza, que eran las mayores, cogieron las mejores camas, las de abajo, que no hacía falta escalar. Galina y yo nos quedamos con las de arriba, pero eso nos pareció bastante bien porque de alguna forma estábamos juntas.

La habitación era sencilla, con una jarapa entre las camas, armarios a ambos lados de la puerta y una mesa junto a la ventana. Todo en marrón claro y hecho de plástico que parecía madera. Me asusté porque pensé que quizá Finlandia era tan pobre que ni siquiera había madera de verdad, como tenemos siempre en Rusia aunque también somos pobres. Tal vez en Rusia todos estaban equivocados y fuera mentira que Finlandia era rica y bonita, eso pensé entonces.

El resto de la casa no estaba mal, y el baño era grande, con bañera y azulejos verdes, y había un servicio pequeño extra en un cuarto aparte. Denja nos señaló cuatro toallas y cuatro cepillos de dientes para nosotras. El salón era muy bonito, con mesa de cristal y un gran sofá blandito de color gris claro, con un gran televisor de plasma en la pared; yo no sabía que existían. Allí había estanterías oscuras de madera de verdad, y entonces pensé que quizá Finlandia no fuera tan pobre. Denja estaba contenta y orgullosa, y nos lo mostraba todo, pero solo esta habitación y la cocina, donde pudimos comer un guiso de arroz y gallina con pasas y especias extrañas de Bosnia que Denja prepara a menudo. Muchas otras habitaciones que también hay no nos las enseñó entonces.

Durante la comida preguntamos en qué trabajaríamos, pero Sergej, que estaba junto al fregadero y bebía cerveza de una botella, dijo que de eso hablaríamos mañana. «Sí, ahora necesitáis dormir», dijo Denja. Ella salió y Sergej fue tras ella al salón. Oí que decían mi nombre, y Sergej dijo varias veces en voz alta «Quince». Denja dijo: «Doce o como mucho trece», y yo comprendí que había algún problema porque Sergej, con la borrachera, había escrito mal mi edad. ¿Por qué no pueden simplemente preguntarme a mí? Yo sé la edad que tengo, no soy ningún bebé, pensé. No como Kolja, que mostraba sus años con los dedos cuando era pequeño.

Pero no dije nada y fuimos a acostarnos. Primero hablamos un poco, todas estábamos disgustadas porque Grönhag no era Helsinki, pero contentas porque la casa estaba limpia y no era mala. Liza miró bajo las camas y dijo que estaba limpio. Cuando estábamos echadas en las camas en la oscuridad, Galina habló raro como Denja y todas reímos de una palabra rusa que decía mal y que significaba una palabrota. Luego Larissa dijo que estaba cansada y tuvimos que callarnos. Durante un rato las oía moverse y respirar, como cuando uno está despierto, pero luego dormían.

Echada sola, pensé en todo eso y no podía dormir. No sabía cómo le iba a Kolja, no sabía qué haría mañana en otro país. Pero mamá quizá podía verme.

Era muy silencioso, como si no hubiera nadie en Grönhag, ningún coche. Pero cuando pasó un rato y no podía dormir oí, lentas y luego más fuertes, quejas y grititos, como cuando un cerdito quiere comer. Eran Denja y Sergej, que hacían lo mismo que el leñador y mamá. Luego se acabó y me dormí, y soñé con cerditos que estaban junto a mamá y les daba la comida.

Todo esto fue hace casi un año, en abril de 2005. Luego me sucedió mucho más, pero acabo aquí aunque el cuaderno no se haya terminado. Empiezan cosas poco agradables de las que no quiero escribir.

Harald

Acontecimientos del 19 de abril de 2006

Y volvió a empezar.

Esta vez fui el primero en llegar a la escena, es decir, después de que el observador de aves encontrara el cadáver en una casa de campo en la desembocadura sur del río Eura, a más de cuarenta kilómetros al sudoeste de Forshälla. Se le había acabado el agua y se disponía a llamar a la puerta para ver si le daban algo de beber. La puerta se abrió y encontró a una persona muerta. Llamó con su móvil y describió la situación tan bien que el agente de guardia se puso en contacto conmigo enseguida. Sonja estaba ocupada con otra tarea, así que salí directamente con Markus. Dos técnicos criminalistas fueron en otro coche con todo el equipo.

Markus se sentó junto a mí; parecía más sensible de lo que yo había pensado viendo su cara alegre y radiante. Durante la reunión tras la muerte de Gabriella Dahlström se había mostrado profesional, objetivo y también algo callado, pero ahora parecía afligido. Tenía sus manazas cruzadas sobre las rodillas.

– ¿De verdad ha vuelto a pasar? ¿Tenemos un asesinato con los ojos sacados? -preguntó.

– Sí. No era algo del todo inesperado que el Cazador atacara de nuevo.

– Ya. Pero sigue siendo… desagradable.

El caso nos afectaba a todos, y Markus estaba muy tocado. Le dije que debía intentar mantener la distancia y afrontar el caso solo desde lo profesional. Siguió murmurando, abriendo y cerrando los puños, pero estaba claro que solo necesitaba hablar un rato de su malestar y su extrañeza con un criminólogo experimentado. Luego se quedó en silencio y, curiosamente, se limpió los dientes con hilo dental. Parecía que eso también le ayudaba.

Cuando se hubo calmado, empezó a indicarme el camino siguiendo el mapa. Nos equivocamos dos veces, pero al final encontramos el estrecho sendero medio cubierto por la vegetación del bosque. Tuvimos que avanzar casi un kilómetro sobre raíces y piedras. Los técnicos ya estaban allí, habían aparcado a cierta distancia de la casa, y nosotros lo hicimos detrás de ellos, en un lugar donde podíamos dar la vuelta.

Cuando llegamos caminando, el observador de aves, un hombre mayor y delgado llamado Holmgren, estaba en el pequeño jardín. Ni siquiera se había atrevido a sentarse en una de las sillas del jardín, no fuera a ser que hubiera huellas, dijo, pero confesó que había sacado un cubo de agua del pozo porque estaba sediento. Ansiaba hablar de ello, pero le dije que se tranquilizara y dejé que Markus lo interrogara.

Miré a mi alrededor. Una casa pintada de rojo en la que el gris oscuro de los tablones empezaba a brillar a través de la pintura. Un edificio pequeño, algo inclinado, no en ruinas pero descuidado. Los cristales de las ventanas seguían en su sitio, pero bien podrían haber estado rotos. El jardín crecía asilvestrado, un viejo pozo con tapa de madera, una letrina sin pintar al fondo, junto al bosque. Allí llevaba un sendero apenas visible, invadido por matorrales de perifollo silvestre. Ligeras huellas de coche en la hierba. Una casa vieja y pequeña en el bosque, quizá abandonada hace mucho. El aire está lleno de pequeñas moscas nacidas este año. Suave susurro en el bosque. Todo en su hábitat natural, cerca de la comunidad pero fuera de ella.

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