Alexandra Marínina - Morir por morir

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Moscú, hacia 1990. Un chantajista amenaza a un matrimonio con revelar que su hijo de doce años es adoptado. ¿Cómo ha salido a la luz este secreto? La investigación se centra en un juez que confiesa que le han robado varios sumarios. Anastasia Kaménskaya de la policía criminal, sospecha que ese robo múltiple oculta otro asunto mucho más turbio, que ella descubre rápidamente. Un eminente científico degüella a su mujer, pierde la memoria y el juicio, y cuando parece que es capaz de recordar algo, también pierde la vida. ¿Qué misterio se esconde tras ese drama familiar y por qué han querido taparlo?

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El error de Vadim Boitsov consistía en que había intentado comprender a las mujeres en general y, al ver que sus esfuerzos no conducían a nada, empezó a tenerles miedo, ya que decidió que la propia naturaleza le había negado ese don. Al tropezar con Anastasia Kaménskaya de pronto se dio cuenta de que las mujeres eran tan distintas entre sí como lo eran los hombres. Y hoy había conocido a una muchacha maravillosa y como un tonto se había puesto a encajarla dentro de los juegos a los que le habían acostumbrado las coquetas maduras y experimentadas. Como un tonto, eso era. Ni siquiera le había preguntado cómo se llamaba.

Ante sus ojos volvió a dibujarse la esbelta silueta embutida en el abrigo de piel color turquesa que se alejaba, recordó su nariz algo respingona y con unas pecas doradas, el pelo corto y brillante, los labios de color vivo natural, no tocados por el carmín, sus pestañas espesas, su voz, en la que tintinearon las lágrimas cuando le contó lo de la paliza que recibió su hermano de seis años, la encantadora sonrisa con que rechazó su ofrecimiento porque estaba cansado y necesitaba descansar. Tan joven, tan sincera, tan…

Auténtica. Al fin había encontrado la palabra que definía a la perfección la impresión que le había causado aquella muchacha.

Sí, era un tonto. Pero debía encontrarla.

Arrancó el coche con brusquedad y fue a toda velocidad al distrito Este. En el colegio, claro estaba, ya no quedaba nadie excepto la señora de la limpieza y una abuelita que hacía las veces de portero. A Vadim le costó casi una hora convencer a la señora de la limpieza de que le proporcionara el teléfono de la directora del colegio. La directora, por el contrario, mostró una actitud más que comprensiva y creyó con facilidad la milonga que se había inventado sobre la marcha. Le contó que se había sentado en un banco delante del colegio y había conocido a una muchacha; al marcharse, la chica no se había dado cuenta de que se le habían caído unos papeles que llevaba metidos en el libro y que, al parecer, revestían carácter personal. Le gustaría devolvérselos pero no sabía cómo se llamaba, sólo que tenía un hermano que respondía al nombre de Pavlusa, estudiaba primero de básica, y al que recientemente en dos ocasiones habían pegado los alumnos de la escuela de FP adyacente.

– Sí, ya sé de quién me está hablando -dijo la directora-, pero no estoy segura de que pueda proporcionarle su dirección. Yo a usted no le conozco de nada.

– Pero ¿por qué tiene que hacer un secreto de su dirección? -objetó Vadim fingiendo perplejidad-. Imagínese que soy un delincuente, pues si veo en la calle a una chica, la sigo hasta su casa y ya está. Nadie me ha dado su dirección, y sin embargo, esto no me ha impedido concebir una fechoría y ponerla en práctica.

– En el fondo, tiene razón -dijo la mujer riéndose en el auricular-. No niego que su razonamiento tiene lógica. Pásele el teléfono a la tía Zoya.

La portera, la tía Zoya, escuchó con atención las indicaciones de la directora.

– Venga conmigo -le ordenó a Boitsov después de colgar el auricular.

Juntos subieron al primer piso. La portera abrió la sala de maestros, encontró en una estantería el registro del primero B y lo abrió en la última página, donde estaban apuntados los domicilios y los teléfonos de los alumnos.

– Aquí está, Vedenéyev Pável. Toma nota de la dirección. Y por cierto, su hermana se llama Luba, también estudió en nuestro colegio, la recuerdo muy bien.

Vadim se apresuró a anotar la calle, el número y el piso.

– ¿Quieres el teléfono también? -preguntó la tía Zoya.

– Claro que sí. No queda bien plantarse en una casa sin llamar previamente por teléfono y pedir permiso. Tía Zoya, ¿por qué no me deja que la llame ahora mismo?

– Llama pues, por qué no -convino la portera.

Si la directora no la había reñido, significaba que ella, la tía Zoya, lo había hecho todo bien, y si esto era así, ¿a qué venía ponerse enjarras ahora? Que llamase, lo que le había dicho era cierto, no quedaba bien si uno se presentaba en casa ajena así por las buenas.

– Buenas tardes -saludó Vadim educadamente cuando en casa de los Vedenéyev descolgaron el auricular-. Quería hablar con Luba, por favor.

– Dígame.

– Soy Vadim, hoy hemos estado esperando juntos a Pavlusa, en un banco frente al colegio.

– He reconocido su voz. Oiga, ¿cómo me ha encontrado?

Estaba seguro de que Luba sonreía al decirlo.

– Ya se lo contaré. Luba, ¿podría verla?

– Podría -accedió enseguida la joven.

– ¿Cuándo?

– Pues si quiere, ahora mismo. ¿Quiere que nos veamos ahora mismo?

– Sí -contestó Vadim notando cómo se aceleraban los latidos de su corazón.

– ¿Dónde se encuentra? ¿Está lejos?

– No, estoy aquí mismo, en el colegio de Pavlusa. ¿Adonde tengo que ir?

– Siga hasta la escuela de FP, ¿sabe dónde está?, siga en la misma dirección que tomé yo, ¿se acuerda?

– Sí que me acuerdo.

– Cerca de la escuela verá un jardincillo, luego hay una farmacia, una tienda de reparación de calzado, un servicio técnico de televisores, un cruce, después verá un edificio alto de doce pisos y al lado, una parada de autobús. Espéreme allí, en esa parada. Dentro de diez minutos. ¿Le parece?

– ¡Voy corriendo! -gritó Vadim tirando el auricular sobre la horquilla.

Cuatro minutos más tarde, ya estaba en la parada de autobús. Pasaron tres minutos más, y vio aparecer en el portal de enfrente la delgada silueta embutida en el largo abrigo turquesa que se dirigía hacia él apresuradamente.

– Me alegro de que me haya encontrado -le declaró sin preámbulos fijando en Vadim una mirada radiante.

– ¿De verdad se alegra?

No acababa de creerse su dicha.

– Palabra de honor. Me dio mucha pena que no nos acompañara.

– Y a mí me dio mucha pena que rechazara mis servicios -confesó Vadim-. Oye… -dijo tuteándola de repente-. ¿Puedo darte un beso?

Estaban en la parada de autobús, besándose. Llegó un autobús, los pasajeros que bajaron pasaron a su lado rodeándolos con cuidado, procurando no molestar, y se fueron a sus casas. Luego llegó otro autobús. Y otro…

– Vamonos -dijo Vadim empujando levemente a Luba.

– ¿Adonde?

– A ninguna parte. Simplemente a dar una vuelta. ¿Te apetece ir a algún sitio en particular? Tengo el coche cerca de aquí, frente a tu colegio.

– Oye, ¿y si vamos hasta la boca del metro y me compras flores? Muchas flores, muchísimas. ¿Qué te parece?

– Claro que sí.

Caminaron abrazados, de tarde en tarde se detenían y empezaban a besarse. Vadim pensó que era la primera vez que le ocurría algo así. Nunca había dado un beso en la calle, por la noche, a nadie. Siempre había sido en un piso o en una habitación de hotel, y todo estaba calculado y previsto por adelantado.

– ¡Eh tú! -llamó una voz borracha que llegaba desde algún lugar cercano-. ¡Luba! ¿Adonde te crees que vas?

– Deprisa -susurró Luba aligerando el paso.

– ¿Qué pasa?

– Es un vecino de la escalera. Hace mucho tiempo fuimos al mismo colegio.

– ¿Y qué? -preguntó Vadim extrañado.

– Pues que hace mucho tiempo éramos amigos, cuando todavía estábamos en noveno. Como hace cien años. Pero por algún motivo considera que tiene sobre mí no sé qué derechos. Bah, hubo unos achuchones pero de eso hace ya mucho tiempo. Ahora se ha vuelto completamente loco, siempre está borracho, anda buscando pelea.

– ¡Luba, amor mío! -seguía aullando la voz borracha y colérica-. ¿Qué pasa, te has echado a un nuevo noviete? Oye, espera, no te vayas todavía, tráelo aquí, nos tomamos un trago, intercambiamos impresiones, nos contamos dónde tienes los rinconcitos más dulces y dónde los más blandos…

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