Alexandra Marínina - Morir por morir

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Moscú, hacia 1990. Un chantajista amenaza a un matrimonio con revelar que su hijo de doce años es adoptado. ¿Cómo ha salido a la luz este secreto? La investigación se centra en un juez que confiesa que le han robado varios sumarios. Anastasia Kaménskaya de la policía criminal, sospecha que ese robo múltiple oculta otro asunto mucho más turbio, que ella descubre rápidamente. Un eminente científico degüella a su mujer, pierde la memoria y el juicio, y cuando parece que es capaz de recordar algo, también pierde la vida. ¿Qué misterio se esconde tras ese drama familiar y por qué han querido taparlo?

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– Hummm -farfulló Nastia.

– Y otra cosa. Es una pregunta delicada, así que si no quieres, no me contestes. ¿Sabes que han juntado el caso de los Krásnikov con el de Galaktiónov y que ahora lo llevo yo?

– Lo sé.

– ¿Sabes también que esta decisión ha dejado a Lepioskin en estado comatoso?

– Me lo suponía.

– ¿Quién lo ha arreglado? ¿Ha sido Gordéyev?

Nastia calló. No tenía la menor intención de explicarle a Olshanski lo de la carpetita verde que el Buñuelo guardaba en su caja fuerte.

– Comprendo -dijo Konstantín Mijáilovich sin inmutarse-. No eres una tía, eres una roca.

– Ya empezamos.

– Vale, vale, lo retiro, ¿de acuerdo?

Después de hablar con el juez instructor, Nastia se ocupó de asuntos pendientes que se habían acumulado sobre su mesa formando un montoncito muy estimable. Hacia el final de la jornada habló con Korotkov y Dotsenko, y juntos trazaron a vuelapluma el guión de la «vida en el fango». La panorámica resultante no era nada risueña, no incluía efectos de impacto pero sí prometía ser muy relajante.

6

El hombre de Merjánov dio un respingo de indignación cuando oyó que los trabajos en el aparato iban a ser suspendidos y, por si fuera poco, que la suspensión duraría un tiempo indefinido.

– ¡No podemos esperar tanto! -protestó.

– Tendrán que esperar, si no, existe la posibilidad de que no le suministremos nada en absoluto. Debe entenderlo, la policía anda husmeando en todos nuestros proyectos.

– Debe hacer algo -insistió el hombre de Merjánov.

– ¿Yo? -se extrañó su interlocutor-. Yo no puedo hacer nada aparte de suministrarle el aparato. Además, no soy un mandamás del Ministerio del Interior sino un científico.

– Y si liquidamos a los que les estorban, ¿reanudarán el trabajo?

– Por supuesto. Pero tenga cuidado, procure no empeorar la situación.

– ¿Qué quiere decir? ¿Por qué iba a empeorarla?

– Porque cuando se liquida a un policía que lleva un caso concreto, todo el mundo se da cuenta de que se le ha liquidado por este caso. Y entonces, literalmente, no dejan piedra por remover. Esto es lo que quiero decir.

– No le dé tantas vueltas al asunto. Nos encargaremos de resolverlo para que puedan trabajar tranquilamente en nuestro encargo.

– Con una condición.

– ¿Qué condición es ésta?

– Necesito tener una coartada a toda prueba. Si piensa emprender lo que sea, debe ocurrir en un momento en que me encuentre en algún lugar público, en medio de la gente que luego pueda confirmar que estuve allí.

– De acuerdo.

– Voy a consultar mi agenda. Aquí está, el miércoles 1 de marzo tenemos la reunión del Consejo Científico del instituto, que empieza a las tres. Se presentan dos doctorados y se debatirá sobre unos cuantos asuntos corrientes, de modo que pasaré allí unas tres horas y media. Sigamos. El 3 de marzo, que será viernes, tenemos un acto de homenaje al académico Mináyev con motivo de su sesenta aniversario. Al principio habrá una sesión solemne, luego se ofrecerá un cóctel al que están invitados todos los científicos del instituto. Empieza a las cuatro y supongo que no terminará hasta las tantas de la madrugada.

– ¿No tiene en su agenda nada para alguna fecha más próxima?

– Para una fecha más próxima… Sólo mañana pero será poco tiempo, de nueve a diez de la noche.

– De acuerdo, vamos a ver si podemos hacer algo.

7

Vadim Boitsov cumplió con la tarea en un plazo sorprendentemente breve. Pero esto tenía explicación: sólo había tenido que recabar información completa sobre el comandante Korotkov. La relacionada con Anastasia Kaménskaya llegó a sus manos, por así decirlo, sola.

– Está a punto de casarse -le comunicó a su jefe, Suprún, esbozando una tenue sonrisa-. ¿Y sabe quién es el novio?

– ¿Quién?

– El profesor Chistiakov del Centro de Investigaciones número 34.

– ¿No me digas? -exclamó Suprún sorprendido-. ¿Aquel mismo Chistiakov?

– Aquel mismo. Hace mucho que empezamos a investigarle, cuando todavía era un doctorando, una joven promesa de la ciencia. Fue entonces que se empezó a completar su dossier. Nuestra Kaménskaya tiene en aquel dossier una presencia constante. Resulta que se conocen desde el año 1976. Estudiaron en el mismo colegio. Los materiales operativos la califican de su amante.

– Muy interesante -murmuró Suprún pensativo-. ¿Es que Chistiakov nunca ha estado casado?

– Pues no, sigue soltero.

– ¿Y Kaménskaya? ¿Tampoco?

– Tampoco.

– Hay que ver, llevan tantos años juntos y hasta ahora nunca han pensado en casarse. ¿Qué crees que significa? ¿A qué viene casarse ahora si han vivido tanto tiempo sin formalizar su relación y no les iba nada mal?

– No sabría decírselo, Igor Konstantínovich. Tal vez está embarazada o algo por el estilo.

– Eso es, algo por el estilo. Échales un vistazo, quizás el quid de la cuestión está en ese «algo por el estilo». Tenemos que agarrarla por allí, para que no nos dé ningún disgusto.

8

Yuri Korotkov hojeaba distraídamente el abultado plan de trabajos de investigación científica del instituto para el año 1994. Le costaba sacar algo en claro, puesto que la mayor parte de términos y expresiones le resultaban a Yura completamente ininteligibles. Lo único que le interesaba eran los temas de proyectos en que había participado Grigori Voitóvich. ¿Cuál de esos proyectos fue la causa para que un anónimo benefactor intercediese por Voitóvich ante la jefatura de la Fiscalía? Si identificase el proyecto en cuestión, podría intentar identificar también a los interesados en ese proyecto o, dicho con otras palabras, al desconocido benefactor.

El jefe de laboratorio Borozdín esperaba con paciencia a que el pesado del detective satisficiese su curiosidad científica.

– En diciembre, Voitóvich colaboraba con seis proyectos. Uno era un encargo del Ministerio de Agricultura, otro, del de Sanidad, dos eran para la Compañía de Radio y Telecomunicaciones de Rusia. El sexto proyecto era de orientación, no tenía patrocinador.

– ¿Qué significa «proyecto de orientación»? -preguntó Korotkov.

– Significa que un científico tuvo alguna idea que tal vez podría dar resultados interesantes. O podría no darlos. Para averiguarlo, hace falta estudiar el problema, llevar a cabo una serie de experimentos. En una palabra, hincarle el diente. Con este fin, nuestros planes de trabajo a menudo incluyen «proyectos de orientación». Se les suele asignar un plazo de seis meses aunque alguna vez pueden ampliarse hasta nueve. Luego se redacta un informe científico que se presenta ante el Consejo Académico del instituto. Después de discutirlo se adopta la resolución: cerrar el proyecto o, por el contrario, recomendar su inclusión en el plan de trabajos de investigación científica.

– ¿De modo que en diciembre, Voitóvich no participaba en ningún proyecto supersecreto?

– Así es -le confirmó Borozdín.

– ¿Quién, entonces, pudo haber presentado la solicitud?

– No tengo ni la más remota idea -contestó el jefe de laboratorio con sinceridad-. No había el menor fundamento para presentarla, eso se lo puedo asegurar. ¿Sabe una cosa, Yuri Víctorovich?, le compadezco de corazón. Por si fuera poco tener que hacer un trabajo tan ingrato como reconstruir los materiales de un sumario que se ha quemado, encima le ha tocado hurgar en problemas tan oscuros. Seguramente se está muriendo de aburrimiento leyendo nuestro plan. ¿Estoy en lo cierto?

– Totalmente -dijo Korotkov sonriendo-. Y para acabar de arreglarlo, me han quitado a Anastasia. Digan lo que digan, como ayudante no tiene precio. Es cumplidora, espahilada. Le endosaría la mitad de esas tareas. Pero tal como están las cosas, tengo que cargar con mi cruz yo solito.

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