Alexandra Marínina - Morir por morir
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– No me extrañaría -ronqueó el gordinflón volviendo a agarrar el aerosol-. Ese cabroncete es capaz de cualquier cosa. Con ése hay que andarse con mucho ojo. Tal vez tenga razón. Sin embargo, dígame de una vez: ¿existe ese dichoso «bucle inverso» o no?
– No. No, no y, una vez más, no. Y quíteselo de la cabeza.
Al salir del despacho del director pensó: «El efecto existe, claro que existe. ¡Un efecto de un par de narices! Pero tú, trepa gordo e ignorante, no tienes por qué saberlo. Te quitaría el sueño».
3
– ¡No fastidies! -exclamó Yuri Korotkov emitiendo un silbido cuando Nastia le enseñó la lista de los avisos a ambulancias-. Resulta que una mujer con probable embarazo extrauterino fue recogida en aquel mismo instituto donde trabajaba el suicida Grigori Voitóvich. Tenemos una situación entretenida.
– Y que lo digas -gruñó Nastia cejijunta, pues todavía no había superado el disgusto causado por el encontronazo con la muchacha de Contabilidad ocurrido aquella mañana-. Ahora presta atención, Yura, voy a contarte cómo me imagino que ocurrió aquello, y tú harás de oponente. Espera, llama a Misha y dile que venga, actuará de árbitro.
Se sentaron los tres en el despacho de Nastia; ella, delante de su mesa, Korotkov ocupó la de al lado, que no tenía dueño fijo, y Dotsenko se acomodó en una silla que colocó junto a la ventana.
– Empezamos -anunció Nastia asintiendo con la cabeza como para coger impulso-. El 7 de diciembre uno de los científicos del instituto, Grigori Voitóvich, es detenido delante del cadáver de su mujer. El 10 de diciembre le ponen en libertad provisional para que pueda terminar, trabajando en casa, un importante proyecto científico. El 13 de diciembre Voitóvich se suicida. El 21 de diciembre alguien roba el sumario del caso de Voitóvich. Junto con este sumario, el ladrón se lleva otros tres, uno de los cuales contiene la inculpación de Dima Krásnikov en el robo de los téjanos, así como los datos de su adopción. Al día siguiente, el 22 de diciembre, un tal Galaktiónov visita cierto taller de reparación de automóviles y hablando con uno de los mecánicos le menciona dichos datos. Ese mismo día recibe en el piso de Nadezhda Sitova a un hombre que, a juzgar por todo, trabaja en el mismo instituto que Voitóvich. ¿Encaja todo de momento?
– Por ahora, sí -convino Korotkov-. Siempre que asumamos que Líkov, el mecánico de aquel taller, dijo la verdad en sus declaraciones.
– Acepto la rectificación -declaró Nastia-, pero no nos queda más remedio que creer que Líkov dice la verdad. Sigamos. Dos días más tarde, Galaktiónov vuelve al piso de Sitova y allí muere por intoxicación con cianuro disuelto en su café. Éstos son los hechos. Ahora despega la imaginación. Chicos, voy a soltar una sarta de disparates pero no os riáis, os lo ruego, sólo corregidme cuando diga alguna incongruencia. ¿De acuerdo?
Korotkov y Dotsenko asintieron, asumiendo posturas más cómodas.
– Voitóvich, acusado de haber asesinado a su mujer, ingresa en el calabozo. Alguien quiere sacarle de allí a toda costa, se producen llamadas y peticiones de dejarle volver a su casa aunque sólo sea por unos días, supuestamente para terminar un proyecto científico de gran importancia estratégica. Voitóvich trabaja en un centro de investigaciones dedicado al estudio de la difusión de las ondas electromagnéticas en distintos medios, de modo que todas las explicaciones tienen visos de verosimilitud. Pero yo no me las creo. Tengo la impresión de que, en efecto, alguien se empeñó en evitar a cualquier precio que Voitóvich permaneciera encerrado. ¿Por qué? No lo sé. Ésta es la pregunta a la que quiero obtener respuesta. En el momento de su detención, Voitóvich se encontraba en… por decirlo suavemente, en un estado psíquico alterado que, a medida que pasaban los días y su reclusión se prolongaba, empezaba a remitir. Sus declaraciones se volvían cada vez más precisas y detalladas, y coincidían de pleno con lo descubierto en el lugar de los hechos. Los médicos no detectaron en él el menor indicio de enfermedad mental, por lo que no queda claro qué clase de amnesia padeció ni qué le provocó la pérdida de memoria. Tras comprender toda la gravedad de lo ocurrido, Voitóvich se ahorcó. Y dejó una nota de despedida que, lógicamente, fue incluida en el sumario. Y una vez más, alguien muestra un interés malsano en ese sumario. El sumario de la causa penal desaparece del despacho del juez instructor, que en un momento dado sale y, como es su costumbre, deja abierta no sólo la puerta sino también la caja fuerte donde guardaba los sumarios. Al parecer, uno de los empleados del instituto contrató a Galaktiónov para que perpetrase el robo. Podía ser un viejo amigo al que Galaktiónov llevaba muchos años sin ver o, por el contrario, alguien a quien conoció casualmente. Pero su primer encuentro debió de haberse producido en unas circunstancias que permitiesen al hombre del instituto comprender que podía dirigirse a Galaktiónov con una proposición de este tipo. De manera que el hombre del instituto le pide a Galaktiónov que le consiga el sumario de Voitóvich. El nombre del juez de instrucción y la situación de su despacho no eran ningún secreto para nadie del instituto, puesto que muchos empleados habían sido llamados a prestar declaración como testigos en el caso del asesinato de la mujer de Voitóvich. ¿Os parece que estas elucubraciones se mantienen en pie?
– Más o menos -dijo Korotkov.
– Y usted, Misha, ¿qué opina?
– No estoy seguro de que Galaktiónov hubiera aceptado ese trabajo -respondió Dotsenko dubitativo-. Era un estafador redomado, un aventurero, pero difícilmente, un ladrón. Es un poco distinto.
– Estoy de acuerdo. Para contestar a la pregunta de si Galaktiónov aceptó semejante trabajo, hay que intentar comprenderle. ¿Qué sabemos de él? Que en su juventud cometió al menos un robo. Estoy hablando del robo del abrigo de piel y de las sortijas de su propia mujer. Este hecho demuestra también que ya en aquel entonces era un pájaro de mucho cuidado. Pero aquello ocurrió hace muchos años, y podría haber cambiado desde entonces. De aquí surge mi segunda pregunta a la que tenemos que encontrar respuesta; lo que quiero saber es si a los cuarenta y tres años de edad continuaba siendo tan ruin como lo era a los veintitrés. Aquí hay que considerar dos circunstancias. Primero, según afirman sus amigos, llevaba una racha de mala suerte y hacía lo imposible por dejarla atrás. ¿Existe la posibilidad de que pensara que un robo audaz, coronado por el éxito y tan incuestionablemente aventurero, un robo de sumarios del despacho de un juez de instrucción, le confirmaría que la suerte volvía a estar de su lado?
– En un principio, sí -convino Dotsenko pensativo-. Cuando las circunstancias aprietan, todos los medios son buenos.
– Segundo, resulta que, una vez robados los sumarios, lo primero que hace es leerlos. En uno de ellos encuentra y. memoriza, o tal vez anota, los datos que quizás un día podría utilizar para conseguir dinero. Me refiero al caso de los Krásnikov. El chantaje basado en la divulgación del secreto de adopción es una vileza. Pero, al parecer, Galaktiónov no lo cree así. Y no tiene inconveniente en entregar esos datos al primero que encuentra, a un amigo que le ha pedido prestado. Convendrán conmigo que es bastante feo.
– Pero, Anastasia Pávlovna, no podemos estar seguros -objetó Misha-. ¿Y si Líkov miente?
– Y si Líkov miente, y si Líkov miente… -repitió Nastia pensativa-. Lo que necesitamos comprender es cómo era Galaktiónov por dentro. Míshenka, ¿recuerda las declaraciones de su compañera del banco, cuando dijo que Galaktiónov ayudaba a organizar viajes a clínicas extranjeras para niños enfermos? ¿Que dedicaba su tiempo libre a acompañarlos en su coche a consultas médicas? Vaya hoy mismo al banco y procure averiguar algo más sobre esto. Excepto aquella mujer, nadie más ha notado que fuese particularmente bondadoso y desinteresado. ¿Lo conocía ella mejor que los demás? Tal vez Galaktiónov se dedicaba en secreto a la beneficencia, como el famoso Yuri Détochkin; tal vez, como él, engañaba a los tiburones del mundo de los negocios y bajo mano mandaba dinero a orfanatos y hospitales. Tenemos que hacernos una buena idea de su carácter y a partir de eso construir una hipótesis, pero de momento trabajaremos con lo que hay. Sigamos. Galaktiónov recibe al hombre del instituto en el piso de su querida cuando ésta no se encuentra en casa, es decir, lo hace en horario laboral. Su primer encuentro tiene lugar entre el 15 y el 19 de diciembre, es decir, después del suicidio de Voitóvich y unos días antes del robo de los sumarios. Si Galaktiónov se había brindado a colaborar, necesitaba tiempo para los preparativos. Ver el sitio, etcétera. El 21 de diciembre realiza con éxito lo que se propone, el 22 de diciembre se encuentra con el hombre del instituto en el piso de Sitova otra vez y, a todas luces, le entrega los sumarios y recibe a cambio los honorarios previamente estipulados. O no, no los recibe.
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