Fred Vargas - La tercera virgen

Здесь есть возможность читать онлайн «Fred Vargas - La tercera virgen» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La tercera virgen: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La tercera virgen»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La tercera virgen es sin duda alguna una de las mejores novelas de Fred Vargas, no tanto por la trama, que como en todas las novelas de esta autora de género negro resulta envolvente y convincente en su desarrollo, sino por los personajes, trazados de una manera tal que, aunque extravagantes, incomprensibles a veces y llenos de secretos, resultan más cercanos que el vecino de la puerta de al lado con el que nos cruzamos todas las mañana a la misma hora.
El comisario Adamsberg sigue siendo un hombre extraño, no sólo para nosotros los lectores, sino también para su propio equipo, con el que mantiene una relación de amor-odio, reflejo muy conseguido de micro-sociedad fruto del ambiente opresor del lugar de trabajo. La extravagancia no es propiedad exclusiva del comisario, casi todos sus subordinados tienen una característica especial, un defecto, una marca que les hace especiales y diferentes al resto de los humanos, un deje que les infiere una particularidad propia, tan bien creada, que les hace ser universales.
En esta novela Adamsberg se enfrenta, al mismo tiempo que con la resolución de los asesinatos de las jóvenes vírgenes, con su pasado. Un pasado que se presenta en forma de subordinado, el teniente Veyrenc, que con su presencia en el equipo pretende saldar una cuenta pendiente de su infancia. Así Fred Vargas nos hace dudar de la bondad del comisario, creando una incertidumbre que lastra la confianza ciega que el lector siempre otorga al bueno, al policía, al salvador, y creando un juego fascinante del que queremos saber la resolución lo antes posible, para poder restablecer nuestra confianza ciega en la justicia y la bondad de quienes la manejan.
La trama y los personajes implicados nos atrapan sin remedio, llegando tal vez a una resolución final un poco decepcionante, tal vez demasiado increíble, que no consigue aun así, desmerecer en nada el resto de esta magnífica novela.

La tercera virgen — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La tercera virgen», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Por qué?

– Porque, al igual que usted, piensa que elaboro una estrategia inteligente.

– De acuerdo -admitió Veyrenc-. Si elige el método primario, ¿manda a Francine a su casa? ¿Discretamente vigilada?

– No. Nadie en su sano juicio imaginaría a Francine volviendo a su casa por su propia voluntad.

– Entonces ¿dónde la pondrá? ¿En un hotel de Évreux? ¿Dejando que se filtre la información?

– No del todo. Elegiré un lugar que creo seguro y secreto, pero que el asesino puede adivinar solo si tiene dos dedos de frente. Y tiene mucho más que eso.

Veyrenc pensó unos instantes.

– Un lugar que usted conoce -dijo reflexionando en voz alta-, un lugar que no debe asustar a Francine y que pueda proteger sin que se vea ningún policía.

– Por ejemplo.

– La posada de Haroncourt.

– Ya ve que no era nada del otro jueves. En Haroncourt, donde todo empezó, y bajo la protección de Robert y Oswald. Es mucho menos espectacular que con un madero. Siempre se reconoce a un madero.

Veyrenc hizo un ademán de duda mirando a Adamsberg.

– ¿Incluso a un madero caído de su montaña sin haberse molestado en abrocharse la camisa y despejar la niebla de sus ojos?

– Sí, incluso a mí, Veyrenc. ¿Y sabe por qué? ¿Sabe por qué un tipo sentado en un bar delante de su cerveza no se parece a un madero sentado en un bar delante de su cerveza? Porque el madero está trabajando y el otro no. Porque el tipo que está solo piensa, sueña, imagina. En cambio, el madero vigila. Por eso los ojos del tipo huyen hacia el interior de sí mismo, y los ojos del madero apuntan al exterior. Y esa dirección de la mirada a menudo es más que una insignia. Así que no habrá maderos en el bar de la posada.

– No está mal.

– Eso espero -dijo Adamsberg levantándose.

– ¿A qué ha venido, comisario?

– A preguntarle si había recordado detalles nuevos, desde que situó la escena en el lugar donde se produjo en realidad, en el Prado Alto.

– Sólo uno.

– Dígame.

– El quinto chaval estaba a la sombra de un nogal, de pie, mirando lo que hacían los demás.

– Bien.

– Tenía las manos en la espalda.

– ¿Y entonces?

– Y entonces me pregunto qué tendría en las manos, qué escondía detrás. Un arma, quizá.

– Caliente, caliente. Siga pensando, teniente.

Veyrenc miró al comisario coger su chaqueta, que curiosamente tenía una única manga mojada, salir y cerrar la puerta. Entornó los ojos y sonrió.

Señor, me habéis mentido, mas vuestro ardid me dice

en qué lugar queréis que me hunda en el fango.

LX

Agazapada en una esquina muerta de la reserva de ropa, la Sombra esperaba a que callaran los ruidos de la noche. El relevo no tardaría en llegar, las enfermeras iban a hacer la ronda de las habitaciones, vaciar los orinales, apagar las luces y refluir a su cuartel nocturno.

Entrar en el hospital Saint-Vincent-de-Paul había sido tan fácil como lo había previsto. Ni desconfianza, ni preguntas, ni siquiera del teniente apostado en el piso, que se quedaba dormido cada media hora y que había saludado amablemente, señalando que todo iba bien. El cretino hipersomne no podía ser más oportuno. Había aceptado con gratitud una taza de café cargada con dos somníferos, lo suficiente para poder actuar tranquilamente toda la noche. Cuando la gente no desconfía, todo se vuelve sencillo. En un rato, la gorda ya no tendría nada que decir, ya iba siendo hora de que cerrara el pico de una vez por todas. La imprevisible resistencia de Retancourt había sido un golpe bajo. Al igual que esos malditos versos de Corneille que había balbuceado pero que, afortunadamente, los miembros de la Brigada no habían entendido en absoluto, ni siquiera el docto Danglard, y menos aún el cabeza hueca de Adamsberg. Retancourt, en cambio, era peligrosa, tan lista como poderosa. Pero esa noche la dosis de Novaxon era doble y, en su estado, palmaría a la primera.

La Sombra sonrió pensando en Adamsberg, que a esas horas organizaba su trampa de pacotilla en la posada de Haroncourt. Trampa imbécil que lo aprisionaría entre sus dientes, hundiéndolo en el ridículo y la tristeza. En medio de la desesperación que reinaría tras la muerte de la gorda, podría por fin aproximarse sin dificultad a esa puta doncella que se le había escapado por tan poco de las manos. Una auténtica retrasada mental a la que protegían como una valiosa porcelana. Ése había sido su único error. Era inimaginable que alguien adivinara que había una cruz en el corazón del ciervo. Impensable que la mente ignorante y aberrante de Adamsberg encontrara la relación entre los ciervos y las vírgenes, entre el gato de Pascaline y el De reliquis. Pero, por alguna maldición, lo había logrado y había localizado a la tercera doncella antes de lo previsto. Mala suerte también la erudición del comandante Danglard, que lo impulsó a consultar el libro en casa del cura, y que incluso le hizo reconocer la edición de 1663. El destino había tenido que jugarle la pasada de ponerle ese tipo de polizontes en el camino.

Obstáculos sin importancia, sin embargo. La muerte de Francine era cuestión de semanas, tenía tiempo de sobra. En otoño, la mezcla estaría preparada, y ni el tiempo ni los enemigos podrían hacer nada para evitarlo.

Las mujeres del servicio abandonaban la cocina del piso, las enfermeras daban las buenas noches de puerta en puerta, vamos a ser razonables, vamos a dormir. Se encendía el piloto de noche. Había que contar todavía una hora larga para que se mitigaran las angustias de los insomnes. A las once, la gorda habría dejado de vivir.

Adamsberg había tendido la trampa, pensaba, con una sencillez infantil, y estaba bastante satisfecho. Ratonera clásica, evidentemente, pero segura, dotada de un ligero efecto de carambola con el cual contaba.

Sentado detrás de la puerta de la habitación, esperaba, por segunda noche consecutiva. A tres metros a su izquierda estaba apostado Adrien Danglard, excelente en el asalto, por improbable que pudiera parecer. Su cuerpo blando se distendía en la acción como el caucho. Danglard se había puesto un traje particularmente elegante esa noche. El chaleco antibalas le resultaba incómodo, pero Adamsberg había exigido que se lo pusiera. A su derecha estaba Estalère, que solía ver bien en la oscuridad, como la Bola.

– No funcionará -dijo Danglard, cuyo pesimismo siempre crecía en las tinieblas.

– Que sí -respondió Adamsberg por cuarta vez.

– Es ridículo. Haroncourt, la posada. Es demasiado zafio, desconfiará.

– No. Y ahora cállese, Danglard. Usted, Estalère, tenga cuidado, hace ruido al respirar.

– Perdón -dijo Estalère-. Soy alérgico al polen primaveral.

– Suénese bien ahora y no se mueva más.

Adamsberg se levantó por última vez y abrió la cortina diez centímetros. El ajuste de la oscuridad tenía que ser perfecto. El asesino sería absolutamente silencioso, como lo habían descrito el guarda de Montrouge, Gratien y Francine. No podrían oír sus pasos y prepararse para su llegada. Era preciso verlo antes de que él pudiera ver. Que las sombras de las esquinas en que se ocultaban fuera más densas que la luz que enmarcaba la puerta. Volvió a sentarse y empuñó el interruptor de la luz. Una sola presión, en cuanto el asesino hubiera avanzado dos metros desde la puerta. Entonces Estalère bloquearía la salida mientras Danglard apuntaba hacia él. Perfecto. Su mirada se demoró en la cama en que dormía, totalmente tranquila, la mujer a la que protegían.

Mientras Francine descansaba a buen recaudo en la posada de Haroncourt, la Sombra consultó su reloj en Saint-Vincent-de-Paul, a ciento seis kilómetros de allí. A las diez cuarenta y cinco, abrió la puerta del almacén sin un chirrido. Avanzó lentamente, con una jeringuilla en la mano derecha, comprobando a su paso los números de habitación: 227, la de Retancourt, puerta abierta toda la noche, custodiada por el durmiente. La Sombra lo rodeó sin que Mercadet moviera una pestaña. En medio de la habitación, la masa de la teniente bajo las sábanas era bien visible, su brazo pendía a un lado de la cama, ofreciéndose.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La tercera virgen»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La tercera virgen» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La tercera virgen»

Обсуждение, отзывы о книге «La tercera virgen» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x