Hillary Waugh - Corra cuando diga ya

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Club DEL MISTERIO Nº 85

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»De modo que me trasladé a Florencia a vivir allí y a esperar. La espera no iba a ser muy larga y podía hacer lo que se me antojara… visitar galerías de arte, recorrer los puntos de interés. Creo que hay muy pocas cosas en Florencia que no conozca, incluyendo el techo del dormitorio de Elizabeth Barret Browning.

Karen esbozó una sonrisa y prosiguió:

– Me dieron el santo y seria y, cuando el asunto estuvo decidido, el senador me envió un cable en el que no figuraba más que tu nombre. Y luego llegaste tú. Pero la forma en que te presentaste me aterrorizó. Creo que me había ido poniendo cada vez más nerviosa, viviendo sola allí a la espera del detective que me llevaría. Cuando me acostaba no podía dejar de pensar en algunas de las cosas que el senador me había dicho. La mafia había matado a mi hermano y no vacilaría en matarme a mí también, sobre todo si estaban convencidos de que les iba a traicionar. De modo que permanecía despierta imaginando con todo lujo de detalles la aparición de un falso comisario y me veía en las garras de la mafia. Pero luego me decía que todo aquello era ridículo. En primer lugar, la mafia no me encontraría y, en segundo lugar, si llegaban a verme se darían cuenta de que no era la amante en cuestión. Como dijo el senador, I después de todo, la gente de la mafia tenía que conocerla y comprendería que alguien había cometido un error.

Lanzó una risita amarga.

– Pero creo que me olvidé de todo cuando entraste por la ventana. Creí que había llegado el impostor, tal como había previsto.

Y luego llegaron los verdaderos impostores y de pronto comprendí que aquello no era exactamente lo que había imaginado el senador Gorman. Aquello era horrible y real y definitivo. Y desde ese momento todo anduvo mal. Hasta la gran escena de amor, ahí fuera en el balcón, en la cual el héroe y la heroína caen uno en brazos del otro… Hasta eso salió mal. La heroína se olvidó de perforarse los lóbulos de las orejas.

Ella dio una chupada a su cigarrillo, pero si estaba dando pie a una declaración, Peter lo ignoró. Su cabeza estaba perdida, pensando en otra cosa.

– ¿Y cuáles eran sus planes para tu vuelta…? Si es que te podía hacer volver…

– Todo se haría muy en silencio, por supuesto, y mientras tanto haría entrar a la verdadera mantenida de Bono. Tú no te enterarías de nada hasta que la mujer comenzara a declarar.

– Por supuesto que nadie sabe lo que estás haciendo… Con excepción de tu madre y de tu cufiada. De modo que si no regresáramos, Gorman tendrá su testigo y nadie le hará preguntas embarazosas.

– Bueno, me hizo prometer que no le diría a nadie dónde estaba; pero sólo porque el asunto era secreto. Después de todo se suponía que no iba a haber el menor problema. Nunca supuso que ocurriría lo que nos ha estado ocurriendo.

Peter comprimió los labios y la miró.

– ¿Por qué estás tan segura de que lo que nos ha estado ocurriendo no ha sido exactamente lo que Gorman esperaba que nos ocurriera?

Karen parpadeó.

– ¿Qué?

– Te dijo que sería un juego. ¿Qué otra cosa te iba a decir para inducirte a aceptar la tarea? Pero eso no quiere decir que lo haya creído.

– Pero no me habría enviado si realmente hubiera creído que corría un riesgo serio. Me dijo que se sentía responsable de la muerte de Bill, que habría preferido cancelar la investigación antes de arriesgar así la vida de Bill, si hubiera sospechado lo que iba a ocurrir. Me repitió una y otra vez que me confiaba la tarea porque tenía la certeza de que no implicaba el menor riesgo.

– Esas cosas se las dice a mucha gente, Karen. Creo que te estaba contando un cuento. No sólo creía que los riesgos iban a ser grandes, sino que deseaba que lo fueran. Y, además, apostaría que, contra lo que te aseguró, prácticamente nadie sabe qué cara tiene la amante de Bono.

– Oh, Peter. No seas injusto.

– ¿Injusto yo? Los dos tipos a los cuales Vittorio y yo atajamos en tu apartamento iban a matarte. Sólo con eso podrías darte por satisfecha. Se basaban en los datos del senador.

Karen se mordió el labio.

– ¿Dices que él deseaba que la misión fuera arriesgada? ¿Que deseaba que tuviéramos problemas? ¿Por qué?

– Porque quiere que la amante de Bono declare. Cualquiera que sea su ambición, sea aplastar a la mafia o llegar a la Casa Blanca o ambas cosas, tiene que hacer declarar a esa testigo. Es todo lo que tiene. De modo que lo único que le interesa es llevarla a Estados Unidos. No le importamos nada tú, ni yo, ni nadie. Sólo le importa esa mujer. De modo que, como parte del plan, decidió poner un cebo y hacer un intento muy realista para salvar a ese cebo. Piénsalo bien. ¡De qué le serviría un señuelo si todo el que lo ve se da cuenta de que es un señuelo! Al margen de las historias que pueda habernos contado, tienen que existir razones que le hagan suponer que es muy poca la gente en condiciones de identificar a esa mujer. Está convencido de que el señuelo va a engañar a todo el mundo.

»Ahora bien, supón que vuelo a Roma, te recojo y te llevo a EE.UU., y hago todo con tanta discreción que la mafia ni se entera de que eso ha ocurrido. ¿De qué le serviría a Gorman? La mafia seguiría buscando a la testigo. En otras palabras: una-pista falsa no sirve de nada si nadie la sigue. Por eso deseaba que la mafia descubriera que había enviado a un determinado hombre… a mí… para volver con la mujer. Creí que era la causa de su estúpida arrogancia, de su certeza de que era demasiado astuto para la mafia, por lo que se había dejado seguir cuando me entregó los papeles. Así me descubrieron. A través de él. Cuando te encontraste con él nadie os vio. No quiso que os vieran. Pero sí quiso que le vieran conmigo. Ese hijo de puta es más inteligente de lo que creía.

Karen frunció el ceño.

– Pudo habernos hecho matar.

– Así es. Pudo habernos hecho matar. En realidad creo que es lo que hubiera preferido.

Peter aferró un brazo de la muchacha.

– ¡Santo Dios! Si lo hubiera sabido antes… Vístete. Nos vamos de aquí.

– ¿Qué? ¿De qué estás hablando?

– Claro, es eso. Le conviene que nos maten. ¿No te das cuenta? Le será mucho más fácil hacer viajar a la testigo real si la mafia la cree muerta. Ya no buscarán más. Mientras nosotros estemos con vida todos sus movimientos serán controlados. En esas condiciones resultará arriesgado trasladar a la testigo. Y si nosotros regresamos con vida, la mafia seguirá controlando todo lo que haga, tratando de evitar que tú y él os encontréis… Lo que evitaría el encuentro con la otra mujer.

– Pero ¿por qué quieres que nos vayamos de aquí?

– Porque si consigue filtrar el dato de que te ha enviado un pasaporte nuevo, la mafia puede descubrir quién es su contacto en Niza… como lo hicieron en Roma… y comenzarán a averiguar quién se aloja este fin de semana en casa de Pierre DeChapelles. Quizá me equivoque, pero no nos quedaremos aquí para averiguarlo.

– Pero nos iba a llevar mañana a París en avión.

– Faltan ocho horas para eso. Es demasiado tiempo para permanecer inactivos.

– ¿Y qué piensas hacer?

– Tomar prestado uno de los automóviles de DeChapelles y viajar a París en automóvil.

Karen se vistió en pocos minutos y a la una y diez descendían la escalera de puntillas, dejaban una nota a DeChapelles, salían por una de las puertas de cristal de la fachada lateral y bajaban los escalones del porche. En la casa sólo estaban encendidas las luces de fuera y en el pabellón de servicio se veía una única ventana iluminada.

En el garaje había dos automóviles, un gran Citroën castaño y crema y un pequeño Sonnet Saab sport rojo brillante. El Saab tenía la llave de contacto puesta, lo que facilitó la elección. Subieron, pusieron el motor en marcha y cerraron las portezuelas sin preocuparse del ruido. El diagrama de cambios estaba adherido al parabrisas y Peter puso marcha atrás, retrocedió hasta el camino para automóviles y salió de la casa. Doblaron a la derecha, pasaron una pequeña elevación y entonces fue cuando los faros iluminaron un gran sedán que bloqueaba el camino.

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