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Lawrence Block: Cuando el antro sagrado cierra

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Lawrence Block Cuando el antro sagrado cierra

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Matt Scudder fue policía de Nueva York. Ahora es un detective sin licencia que saca las castañas del fuego a sus amigos. Se divorció de su mujer, y ahora vive en un modesto hotel del West Side. Pero su verdadero hogar se encuentra en cualquiera de los bares de su zona, la clientela habitual forma su familia. Corre el verano de 1975, y Matt anda comprometido con varios favores a amigos. En primer lugar, debe salvar de sospechas a Tommie Tillary, un hombre de negocios de ropas estridentes cuya mujer ha sido asesinada. Matt Scudder no dejará de beber ni un instante, pero se mantendrá lo suficientemente lúcido como para encontrar la solución, hallando la inspiración en el fondo de la botella.

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Lawrence Block Cuando el antro sagrado cierra Matt Scudder 6 Para Kenneth - фото 1

Lawrence Block

Cuando el antro sagrado cierra

Matt Scudder, 6

Para Kenneth Reichel

Y así hemos tenido otra noche

De poesía y poses

Y cada hombre sabe que estará solo

Cuando cierre el antro sagrado.

– Dave van Ronk

1

Las ventanas del Morrissey's estaban tintadas. La explosión fue lo suficientemente fuerte y se produjo lo suficientemente cerca como para hacerlas vibrar. Hizo que las conversaciones se cortaran a media frase, petrificó a un camarero que avanzaba con paso enérgico y lo convirtió en una estatua con una bandeja de bebidas sobre su hombro y un pie en el aire. El gran bullicio se desvaneció como el polvo y por un largo momento la sala se quedó en absoluto silencio, como si estuviera mostrando sus respetos.

Alguien dijo: «Por Dios santo» y mucha gente soltó la respiración que había estado conteniendo. En nuestra mesa, Bobby Ruslander sacó un cigarrillo y dijo:

– Ha sonado igual que una bomba.

Skip Devoe dijo:

– Ha sido un petardo.

– ¿Eso es todo?

– Es suficiente. Pon la misma cantidad de explosivo, cúbrelo de metal, en lugar de papel, y ya tienes un arma en vez de un juguete. Enciende uno de esos y, como te olvides de apartarte a tiempo, ya puedes ir aprendiendo a desenvolverte solo con una mano.

– Pues ha sonado como si fuera algo más que un petardo -insistió Bobby-. Como si fuera dinamita o una granada o algo así. ¡Joder! Ha sonado como si estuviéramos en la tercera guerra mundial.

– Aquí mi amigo, el actor -dijo Skip afectuosamente-. ¿No os encanta este tío? Sobreviviendo en las trincheras, precipitándose por colinas azotadas por el viento, caminando con dificultad por el fango. Bobby Ruslander, veterano marcado por la batalla en miles de campañas.

– Querrás decir «marcado por la botella» -dijo alguien.

– Jodido actor -dijo Skip alargando la mano para alborotar el pelo de Bobby-. «¡Escucha! Oigo el estruendo del cañón». ¿Te sabes ese chiste?

– Yo te conté ese chiste.

– «¡Escucha! Oigo el estruendo del cañón». ¿Cuándo habéis oído un disparo lanzado con saña? La última vez que hubo una guerra, Bobby trajo una nota de su loquero: «Querido Tío Sam, por favor disculpa la ausencia de Bobby, pero es que las balas lo hacen enloquecer».

– Eso fue idea de mi viejo -dijo Bobby.

– Pero tú intentaste quitársela. «Dame una pistola», le dijiste. «Quiero servir a mi país.»

Bobby se rió. Con un brazo rodeaba a su chica y con el otro levantaba su copa.

– Lo único que he dicho es que a mí me ha sonado como si fuera dinamita -dijo.

Skip sacudió la cabeza.

– La dinamita es distinta. Las explosiones tienen distintos sonidos. El de la dinamita es más fuerte y más seco que el de un petardo. Suena como un tono bemol. En cambio, el de la granada no tiene nada que ver; suena como un acorde.

– «El acorde perdido», [1]dijo alguien. Y otra persona añadió: «Escuchad, esto sí que es poesía».

– Iba a llamar a mi garito Horseshoes & Hand Grenades -dijo Skip-. Ya sabéis lo que dice el refrán. [2]

– Es un buen nombre -dijo Billie Keegan.

– Mi socio lo odiaba -continuó Skip-. El cabrón de Kasabian decía que no era nombre para un bar, que sonaba como el nombre de una tienda pija, como esas del Soho donde venden juguetes para los niños de escuelas privadas. Pero a mí me sigue gustando cómo suena. Horseshoes and Hand Grenades.

Horseshit and Hand Jobs [3] -dijo alguien.

– Tal vez Kasabian tenía razón si al final todos iban a acabar llamándolo así -le dijo a Bobby-. Si te interesan los diferentes sonidos que hacen, deberías oír un mortero. Que Kasabian te hable del mortero un día. Es una historia alucinante.

– Le diré que me la cuente.

– Horseshoes & Hand Grenades -dijo Skip-. Así es como deberíamos haber llamado al bar.

Pero, en lugar de eso, su socio y él lo habían llamado Miss Kitty's. La mayoría de la gente dio por hecho que el nombre lo habían sacado de Gunsmoke, [4] pero en realidad se habían inspirado en un prostíbulo de Saigón. Donde yo solía tomar copas era en Jimmy Armstrong's, en la Novena Avenida, entre la Cincuenta y Siete, y la Cincuenta y Ocho. Miss Kitty's estaba en la Novena, justo debajo de la Cincuenta y Seis, y era un poco más grande y bullicioso de lo que a mí me gustaba. Los fines de semana no pasaba por allí, pero las noches de diario, cuando había menos gente y menos ruido, no era un mal sitio para pasar un rato.

Había estado allí aquella noche. Primero había ido al Armstrong's y sobre las dos y media solo quedábamos cuatro: Billie Keegan detrás de la barra, yo y un par de enfermeras que se iban bien cargaditas de Black Russians. Billie echó el cierre, las enfermeras se marcharon tambaleándose y nosotros dos nos fuimos al Miss Kitty's. Un poco antes de las cuatro, apareció Skip y luego unos cuantos nos marchamos al Morrissey's.

El Morrissey's no cerraba hasta las nueve o las diez de la mañana. La hora legal de cierre para los bares de Nueva York es a las cuatro, una hora antes los sábados, pero el Morrissey's era un establecimiento ilegal y por lo tanto no estaba atado a esa clase de regulaciones. Una escalera lo separaba del nivel del suelo y estaba situado en una casa de cuatro plantas en la calle Cincuenta y Uno, entre la Onceava Avenida y la Doceava. Aproximadamente un tercio de las casas de la calle estaban abandonadas, tenían las ventanas rotas o tapadas con tablas y algunas de sus entradas estaban tapiadas con cemento.

Los hermanos Morrissey tenían su propio edificio. No les podía haber costado mucho. Vivían en las dos plantas de arriba, le tenían alquilada la planta baja a un grupo de teatro irlandés de aficionados y vendían cerveza y güisqui a altas horas de la madrugada en la segunda planta. Habían eliminado todos los tabiques internos para conseguir un espacio abierto. Habían quitado el papel de una de las paredes hasta dejar el ladrillo al descubierto. Habían lijado, pulido y barnizado los amplios suelos de pino, habían instalado una iluminación tenue y habían decorado las paredes con algunos pósteres enmarcados de las aerolíneas irlandesas Aer Lingus y con una copia de la proclamación de la República de Irlanda de Pearse, de 1916 («Irlandeses e irlandesas: en el nombre de Dios y de las generaciones muertas…»). Había una pequeña barra en una de las paredes, y veinte o treinta mesas cuadradas de madera maciza.

Juntamos dos mesas y nos sentamos. Skip Devoe estaba allí, y Billie Keegan, el camarero del Armstrong's. También Bobby Ruslander y la novia que había elegido esa noche, una pelirroja con ojos somnolientos llamada Helen. Además, había un tipo llamado Eddie Grillo, que se ocupaba del bar en un restaurante italiano en el West Forties y otro llamado Vince, que trabajaba como técnico de sonido, o algo parecido, en la CBS.

Yo estaba bebiendo burbon y debía de ser Jack Daniel's o Early Times, ya que esas eran las únicas marcas que servían los Morrissey También servían tres o cuatro marcas de güisqui, Canadian Club, y una marca de ginebra y otra de vodka. Dos clases de cerveza, Bud y Heineken. Una de coñac y un par de marcas de licores extraños. Supongo que una sería Kahlúa porque ese año mucha gente bebía Black Russians. Tres marcas de güisqui irlandés, Bushmill's, Jameson y una llamada Power's, por la que los hermanos Morrissey tenían debilidad, aunque nadie más parecía pedirla. Podríais haber pensado que venderían cerveza irlandesa, Guinness, por lo menos, pero Tim Pat Morrissey me había dicho una vez que no le gustaba la Guinness embotellada, que era horrible, que le gustaba únicamente la cerveza negra y que la bebía solo al otro lado del Atlántico.

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