Lawrence Block - Cuando el antro sagrado cierra

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Matt Scudder fue policía de Nueva York. Ahora es un detective sin licencia que saca las castañas del fuego a sus amigos. Se divorció de su mujer, y ahora vive en un modesto hotel del West Side. Pero su verdadero hogar se encuentra en cualquiera de los bares de su zona, la clientela habitual forma su familia. Corre el verano de 1975, y Matt anda comprometido con varios favores a amigos. En primer lugar, debe salvar de sospechas a Tommie Tillary, un hombre de negocios de ropas estridentes cuya mujer ha sido asesinada. Matt Scudder no dejará de beber ni un instante, pero se mantendrá lo suficientemente lúcido como para encontrar la solución, hallando la inspiración en el fondo de la botella.

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Los Morrissey eran corpulentos, con frentes anchas y despejadas y barbas cobrizas. Vestían pantalones negros, zapatos de cuero, también negros, abrillantados, camisas blancas con las mangas remangadas hasta el codo y llevaban delantales blancos de carnicero que los cubrían hasta las rodillas. El camarero, un joven delgado y bien afeitado, vestía la misma indumentaria, pero en él parecía más un disfraz. Imagino que sería primo de ellos. Debía de tener alguna clase de parentesco, si trabajaba allí.

Abrían siete días a la semana, desde aproximadamente las dos de la madrugada hasta las nueve o las diez. Cobraban tres dólares por copa, un precio más elevado que en el resto de los bares, pero comparado con la mayoría de los after hours, la bebida que servían era buena. La cerveza costaba dos dólares. Mezclaban la mayoría de las bebidas más comunes, pero no era sitio para pedirse un pousse-caf é .

No creo que la policía les hubiera dado un toque nunca. Aunque no se anunciaban con ningún letrero de luces de neón, ese lugar no era el secreto mejor guardado del vecindario. La pasma sabía que estaba allí y aquella noche en particular vi a un par de patrulleros de Midtown North y a un detective que había conocido años atrás en Brooklyn. Había dos hombres negros en el bar y los reconocí; a uno lo había visto en muchos combates de boxeo y su compañero era un senador del Estado. Estoy seguro de que los hermanos Morrissey pagaban dinero para poder mantener su local abierto, pero más allá del dinero que pagaban, tenían una fuerte conexión con la policía local.

No aguaban la bebida y las copas que servían estaban bien cargadas. ¿Qué más se les podía pedir?

Fuera, estalló otro petardo. Parecía estar a dos calles y no detuvo ninguna conversación. En nuestra mesa, el tipo de la CBS se quejaba de que se estuvieran adelantando a la fecha.

– El Cuatro de Julio no es hasta el viernes, ¿no? Hoy ¿qué es? ¿Uno de julio?

– Dos, desde hace dos horas.

– Entonces quedan dos días. ¿A qué viene tanta prisa?

– Se compran esos jodidos fuegos artificiales y no pueden esperar -dijo Bobby Ruslander-. ¿Y sabéis quienes son los peores? Los chinos. Estuve un tiempo con una chica que vivía en Chinatown. Podías conseguir velas romanas, cohetes, cualquier cosa y a cualquier hora del día.

– Mi socio quería llamar al garito Little Saigon -dijo Skip-. Yo le dije: «John, por el amor de Dios, la gente se va a pensar que es un restaurante chino, se nos va a llenar el bar de familias de Rego Park pidiendo un plato de moo goo gai pan » . Él me dijo que qué coño tenía que ver China con Saigón. Yo le dije: «John, sabes que eso ya lo sé, pero cuando se trata de gente de Rego Park, para ellos todos los asiáticos son iguales y para ellos todo lo chino significa moo goo gai pan » .

Billie dijo:

– ¿Y la gente de Park Slope? [5]

– ¿Y la gente de Park Slope? -Skip frunció el ceño, mientras pensaba en ello-. La gente de Park Slope… ¡Que los jodan!

Helen, la novia de Bobby Ruslander, dijo muy seria que ella tenía una tía que vivía en Park Slope. Skip la miró. Yo Cogí mi vaso. Estaba vacío y miré a mi alrededor en busca del camarero imberbe o de uno de los hermanos.

Por eso justo estaba mirando hacia la puerta cuando se abrió de golpe. Dio al hermano que vigilaba la puerta y lo hizo caer sobre una mesa. Las bebidas se cayeron y una silla se volcó.

Dos hombres irrumpieron en el bar. Uno medía alrededor de un metro setenta y cinco y el otro algo menos. Ambos eran delgados. Ambos llevaban vaqueros azules y zapatillas deportivas. El más alto llevaba una chaqueta de béisbol y el otro un cortavientos de nailon azul. Ambos se habían puesto gorras y se habían atado unos pañuelos color rojo sangre alrededor de la cabeza de manera que sus mejillas y sus bocas quedaran ocultas.

Cada uno tenía un arma en la mano. Uno llevaba un revólver de cañón corto y el otro un fusil automático. Este último lo alzó y pegó dos disparos al techo. Y no sonaron ni como un petardo ni como una granada de mano.

Entraron y se largaron a toda prisa. Uno se metió detrás de la barra y salió con la caja de puros García y Vega donde Tim Pat guardaba las propinas. Había un tarro de cristal encima de la barra con una nota escrita a mano en la que se pedían aportaciones para las familias de miembros del IRA encarcelados en Irlanda del Norte. Sacó los billetes, pero dejó dentro las monedas.

Mientras lo hacía, el más alto apuntaba a los Morrissey con el fusil y los obligaba a vaciarse los bolsillos. Cogió el dinero suelto que llevaban en las carteras y un rollo de billetes de Tim Pat. El hombre más bajo dejó la caja de puros un momento y fue hacia la parte trasera del local, donde arrancó un póster enmarcado de los acantilados de Moher que ocultaba un armario cerrado con llave. Disparó a la cerradura y sacó una caja fuerte de metal, se la colocó bajo el brazo, sin detenerse a abrirla, volvió para coger la caja de puros y salió por la puerta.

Su amigo siguió apuntando a los Morrissey hasta que él estuvo fuera del edificio. El arma apuntaba al pecho de Tim Pat y por un momento pensé que iba a disparar. Su arma era el fusil automático, él había sido el que había disparado al techo y si disparaba a Tim Pat seguro que no fallaría.

Pero yo no podía hacer nada.

Pasó todo. El hombre armado respiró por la boca y al hacerlo infló el pañuelo que le cubría el rostro. Caminó hacia atrás en dirección a la puerta y bajó corriendo las escaleras.

Nadie se movió.

Entonces Tim Pat le susurró algo a uno de sus hermanos, al que había estado vigilando la puerta. El hermano asintió y fue hacia el armario desvalijado. Lo cerró y volvió a colgar el póster de los acantilados de Moher.

Tim Pat le dijo algo a su hermano y se aclaró la garganta antes de decir:

– Caballeros -dijo y se atusó la barba con su enorme mano derecha-. Caballeros, ruego un momento para explicaros lo que acabáis de presenciar. Dos buenos amigos nuestros han venido a pedirnos prestados un par de dólares que nosotros les hemos dado con mucho gusto. Ninguno de nosotros los hemos reconocido ni nos hemos fijado en su aspecto y estoy seguro de que ninguno de los que estáis aquí los reconocería si, por la gracia de Dios, volviéramos a verlos. -Se frotó su ancha frente con los dedos antes de volver a atusarse la barba-. Caballeros -volvió a decir-, nos honraríais a mis hermanos y a mí si compartierais vuestra siguiente copa con nosotros.

Y los Morrissey sirvieron una ronda por cuenta de la casa. Yo tomé burbon. Billie Keegan, tomó Jameson, güisqui para Skip, brandi para Bobby y un güisqui sour para su ligue. El tipo de la CBS se tomó una cerveza, Eddie, el camarero, un brandi. Bebidas para todos: para los polis, para los políticos negros, para un montón de camareros, bármanes y gente aficionada a la vida nocturna. Nadie se levantó y se marchó. No, cuando la casa había invitado a una ronda. No, cuando había un par de tíos fuera armados y enmascarados.

El primo bien afeitado y dos de los hermanos sirvieron las copas. Tim Pat se quedó a un lado, con su inexpresivo rostro y sus brazos cruzados por encima de su delantal blanco. Después de que todos quedaran servidos, uno de sus hermanos le susurró algo a Tim Pat y le enseñó el tarro de cristal, que ya no contenía más que unas cuantas monedas. El rostro de Tim Pat se ensombreció.

– Caballeros -dijo y la sala se quedó en silencio-. Caballeros, se nos ha robado dinero; un dinero recolectado para Norad, para ayudar a las desgraciadas esposas e hijos de los prisioneros políticos en el Norte. La pérdida es nuestra y solo nuestra; mía y de mis hermanos, y por ello no volveremos a mencionar esto. Pero en el Norte, sin dinero para comer… -Se detuvo para tomar aire y prosiguió-: pasaremos el tarro y que Dios bendiga a todo aquel que quiera colaborar.

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