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Lawrence Block: Cuando el antro sagrado cierra

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Lawrence Block Cuando el antro sagrado cierra

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Matt Scudder fue policía de Nueva York. Ahora es un detective sin licencia que saca las castañas del fuego a sus amigos. Se divorció de su mujer, y ahora vive en un modesto hotel del West Side. Pero su verdadero hogar se encuentra en cualquiera de los bares de su zona, la clientela habitual forma su familia. Corre el verano de 1975, y Matt anda comprometido con varios favores a amigos. En primer lugar, debe salvar de sospechas a Tommie Tillary, un hombre de negocios de ropas estridentes cuya mujer ha sido asesinada. Matt Scudder no dejará de beber ni un instante, pero se mantendrá lo suficientemente lúcido como para encontrar la solución, hallando la inspiración en el fondo de la botella.

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– Sí. A propósito, yo también me hice la misma pregunta que él: ¿por qué no han atracado a los clientes? Seguro que había un montón de tíos con varios cientos de dólares encima y por lo menos dos que llevaran más todavía.

– No les merecía la pena.

– Estamos hablando de miles de dólares.

– Lo sé -dijo Skip-. Pero si quieres hacerlo bien, tienes que pasarte otros veinte minutos en un bar lleno de borrachos y ¡Dios sabe cuántos de ellos van armados! Apuesto a que en total habría quince pistolas en el bar.

– ¿Lo dices en serio?

– Es más, creo que estoy calculando por lo bajo. Para empezar, teníamos a tres o cuatro policías. También a Eddie Grillo, justo en nuestra mesa.

– ¿Eddie lleva una pipa?

– Eddie se junta con algunos matones, por no hablar del dueño del bar en el que trabaja. Había un tipo llamado Check, no lo conozco bien, pero sé que trabaja en el Polly's Cage…

– Ya sé de quién hablas. Va por ahí con una pistola en el bolsillo.

– O eso o es que se pasa el día empalmado. Creedme, hay un montón de tíos que van armados. Si le dices a todo un bar que saque las carteras, algunos te sacarán la pistola. Mientras que entran y salen, ¿cuánto tiempo pasa? ¿Cinco minutos? No creo que pasaran más de cinco minutos desde que la puerta se abrió de golpe y dispararon al techo, hasta que salieron y Tim Pat se quedó allí de pie de brazos cruzados y con cara de pocos amigos.

– Tienes razón.

– Y además, lo que hubieran sacado de las carteras de los clientes no habría sido más que calderilla.

– ¿Crees que la caja fuerte tenía tanto dinero? ¿Cuánto crees que había?

Skip se encogió de hombros.

– Veinte de los grandes.

– ¿En serio?

– Veinte mil dólares, cincuenta mil…

– Dinero del IRA, eso es lo que dijiste antes.

– Bueno, ¿en qué otra cosa crees que lo emplean, Bill? No sé cuánto se sacan con el bar, pero hacen negocio siete días a la semana y, ¿dónde están los gastos de infraestructura? Seguro que consiguieron el edificio porque salió a subasta, y viven ahí, así que no tienen que pagar alquiler. Además, imagino que no justifican ningún ingreso ni pagan impuestos. Se sacarán diez o veinte mil dólares a la semana y ¿en qué crees que se lo gastan?

– Tienen que untarle la mano a algunos para que no les cierren el bar -añadí.

– Eso y también contribuciones políticas. Y no conducen buenos coches ni salen a gastarse el dinero en los bares de otros. No me imagino a Tim Pat comprando esmeraldas para alguna jovencita, ni a sus hermanos esnifando cocaína por sus narices irlandesas.

– Arriba esa nariz irlandesa -dijo Billie Keegan.

– Me gustó el discurso de Tim Pat y que nos invitara a una ronda. Por lo que sé, es la primera vez que los Morrissey han servido una ronda por cuenta de la casa.

– ¡Putos irlandeses! -dijo Billie.

– ¡Joder, Keegan! Estás borracho otra vez.

– Tienes razón. Qué Dios los bendiga a todos.

– ¿Tú qué opinas, Matt? ¿Reconoció Tim Pat a Frank y a Jesse?

Pensé antes de responder.

– No lo sé. Pareció querer decir: «No os metáis en esto. Nosotros nos encargamos.» A lo mejor es algún asunto político.

– Los demócratas reformistas están detrás de esto -dijo Billie.

– A lo mejor los protestantes -sugirió Skip.

– Qué curioso -siguió Billie-. No parecían protestantes.

– O a lo mejor son de alguna otra facción del IRA. Hay distintas facciones, ¿no?

– Claro que rara vez te encuentras con protestantes que lleven pañuelos en la cara. Normalmente los meten en el bolsillo de arriba de las chaquetas… -dijo -¡Por Dios, Keegan!

– Jodidos protestantes -dijo Billie.

– No, ¡jodido Billie Keegan! -exclamó Skip-. Matt, más nos vale llevar a este gilipollas a su casa.

– ¡Y jodidas pistolas! -añadió Billie de repente-. Sales a tomarte una copita antes de irte a la cama y te ves rodeado de unas putas pistolas. ¿Tú llevas pistola, Matt?

– Yo no, Billie.

– ¿De verdad? -me puso una mano en el hombro para sostenerse-. Pero tú eres un poli.

– Ya no.

– Ahora eres poli privado. Incluso el guardia de seguridad de una librería que te pide que le enseñes tu maletín al entrar lleva un arma.

– Pero esas suelen llevarlas solamente para impresionar.

– ¿Quieres decir que no me dispararán si salgo de la tienda con la última edición de La letra escarlata? Deberías decírmelo antes de que vaya y la pague. Entonces, ¿de verdad no vas armado?

– Otra ilusión rota, ¿eh? -dijo Skip.

– ¿Y tu amigo el actor? -le preguntó Billie-. ¿Es el pequeño Bobby un pistolero?

– ¿Quién? ¿Ruslander?

– Te dispararía por la espalda -dijo Billie.

– Si Ruslander llevara una pistola -dijo Skip-, sería una sacada de algún decorado. Dispararía balas de fogueo.

– Te dispararía por la espalda -insistió Billie-. Como ese… ¿cómo se llama?… Bobby el Niño.

– Querrás decir Billy el Niño.

– ¿Y quién eres tú para decirme lo que quiero decir! ¿Entonces?

– ¿Entonces, qué?

– ¡Que si lleva una pipa, por Dios santo! ¿No estábamos hablando de eso?

– ¡Joder, Keegan! No me preguntes de qué estábamos hablando.

– Así que no estabas prestando atención, ¿eh? ¡Diiosss!

Billie Keegan vivía en una torre de apartamentos en la Cincuenta y Seis cerca de la Octava. Se fue poniendo derecho a medida que nos acercábamos a su edificio de tal modo que cuando saludó al portero parecía estar sobrio. «Matt, Skip. Nos vemos», fue lo que dijo.

– Keegan es majo -me dijo Skip.

– Es un buen hombre.

– Aunque no estaba tan borracho como parecía. Se estaba divirtiendo.

– Seguro.

– ¿Sabes? En el Miss Kitty's guardamos una pistola detrás de la barra. Me atracaron una vez, en el bar donde trabajaba antes de que John y yo nos hiciéramos socios. Estaba en la Segunda Avenida en los Eighties. Entró un tipo blanco, me puso una pistola en la cara y se llevó el dinero de la caja registradora. También robó a los clientes. En ese momento había solamente cinco o seis personas, pero se llevó las carteras de todos. Creo que también los relojes, si no recuerdo mal. Un atraco de primera clase.

– Eso parece.

– En todo el tiempo que estuve haciendo de héroe en Nam… malditas Fuerzas Especiales… jamás tuve que ver delante de mis ojos el otro lado de una pistola. No sentí nada mientras me estaba ocurriendo, pero después me puse furioso, ¿me entiendes? Me invadió la cólera. Salí, compré un arma y desde entonces ha estado conmigo siempre que estoy trabajando. En ese garito y ahora, en el Miss Kitty's.

Aún sigo pensando que deberíamos haberlo llamado Horseshoes & Hand Grenades.

– ¿Tienes licencia?

– ¿De armas? -Negó con la cabeza-. No la tengo registrada. Cuando trabajas en un bar, no tienes muchos problemas para saber dónde comprar un arma. Pasé dos días preguntando y al tercero ya era cien dólares más pobre. Nos han robado una vez desde que abrimos. John estaba trabajando, dejó la pistola donde estaba y entregó todo lo que teníamos en la caja. El atracador no robó a los clientes. John dijo que parecía un yonqui, dijo que ni siquiera pensó en la pistola hasta que el chico salió por la puerta. A lo mejor fue así, o a lo mejor lo pensó y luego prefirió no sacarla. Probablemente yo habría hecho lo mismo… o tal vez no. Nunca se sabe hasta que te ves en la situación, ¿no crees?

– Sí.

– ¿De verdad que no has llevado una pipa desde que dejaste la poli? Dicen que cuando ya estás acostumbrado a llevarla, luego te sientes desnudo sin ella.

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