Hillary Waugh - Corra cuando diga ya
Здесь есть возможность читать онлайн «Hillary Waugh - Corra cuando diga ya» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Corra cuando diga ya
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Corra cuando diga ya: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Corra cuando diga ya»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Corra cuando diga ya — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Corra cuando diga ya», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Peter dejó sus cosas en la silla vecina, pidió una jarra de cerveza y encendió un cigarrillo. Mientras esperaba, entraron otros dos individuos con aspecto de facinerosos, y uno de los otros abandonó el local.
A las quince cuarenta y cinco en punto llegó el senador Gorman. Llevaba un sombrero de fieltro con el ala inclinada, un abrigo de lana de yak , con cuello de visón y gafas oscuras. No era una vestimenta ordinaria, pero la figura pesada y el rostro ancho del senador la hacían parecer ordinaria. Al verlo, Peter pensó que no era el tipo de hombre cuya apariencia física llama la atención. Era demasiado común. Hasta en su rostro tenía un aire indefinido, difícil de recordar; sin embargo, la difusión que había de dar a ese rostro la llegada de la testigo podía llegar a estamparlo con caracteres indelebles en la memoria colectiva del país.
El senador miró a su alrededor, se sentó a la mesa frente a Peter y se quitó el sombrero y las gafas. Estaba de mejor talante que durante la conversación telefónica y hasta llegó a emitir una de sus risitas ahogadas.
– ¿Qué le parece el lugar para una reunión secreta? -preguntó.
Peter no le dijo lo que pensaba, y se limitó a responder:
– Es oscuro.
Era una respuesta que no le comprometía y tampoco le hacía sentirse deshonesto.
– ¿Se ha tomado la tarde libre, senador? -le preguntó tras una breve pausa.
Gorman volvió a emitir su desagradable risita.
– El Senado no tiene horario de nueve a cinco. Hoy no hay sesión, de modo que estuve poniendo al día el trabajo de oficina.
La camarera se acercó y Gorman trató de mantener el anonimato, a su manera.
– Un manhattan. ¿Y usted qué va a pedir, Desmond?
Míster Desmond, que ya había apurado su cerveza, respondió que también tomaría un manhattan, y la camarera se alejó. Gorman se acodó sobre la mesa y adelantó el cuerpo.
– ¿Sabe lo que debe hacer?
– Tomar el vuelo de las diecisiete treinta y cinco a Kennedy y el de las veinte y treinta a Roma.
– Sí. En Roma he reservado una habitación para usted en el hotel Savoy, a su verdadero nombre. Pero no espere a llegar allí para llamar a mi amigo de la Embajada. No sé a qué hora almuerza o si duerme la siesta o algo así, pero no pierda tiempo. El aeropuerto está bastante lejos de la ciudad, según tengo entendido. Debe llamarlo en cuanto salga de la aduana. ¿Tiene su pasaporte?
– Pasaporte y certificado de salud. Todo menos los billetes de avión.
– Muy bien. Llámelo. Espera su llamada entre las doce y la una. ¿Habla usted italiano?
– No.
– ¡Pero! ¿Cómo diablos cree Brandt que…?
– No se preocupe. Me las arreglaré.
La camarera regresó y dejó los dos manhattan sobre la mesa. Gorman no preguntó el precio, pero sacó tres dólares de su cartera y se los entregó a la mujer.
– Está bien -dijo.
La mujer agradeció, impresionada.
– Lástima que no sepa quién es usted -comentó Peter-, Podría haber ganado un voto.
Gorman rió con su risita ahogada.
– Es verdad, es verdad… Y uno los gana con el dinero de ellos, con el dinero de los propios contribuyentes. Así es la política.
– Recuérdeme que no pague mis impuestos sobre la renta.
– Je, je, je. Usted es tranquilo, Gorman. Me doy cuenta de eso.
– No estoy tranquilo. Estoy sentado sobre alfileres.
– ¿Nervioso?
– Ansioso por partir.
– Tranquilícese, tranquilícese. ¿Quiere un sandwich o algo así?
– Comeré algo en el aeropuerto, si tengo hambre.
Gorman se llevó la copa a los labios. Su parte de la aventura había concluido felizmente, de modo que ahora podía relajarse, paladear el momento. También podía tratar de conquistar al detective, charlar con él, mostrarse amistoso, mostrar interés por el hombre.
– ¿Lleva armas?
– Sí.
– ¿Tiene buena puntería?
– Sí.
– No es muy conversador, ¿verdad?
– No cuando trabajo.
Gorman bebió otro sorbo del manhattan. Su copa estaba ya casi vacía.
– ¿Cómo piensa meter su revólver en Italia?
– Lo llevaré encima. En el aeropuerto de Roma no abren las maletas… por lo menos las norteamericanas.
– ¿Así que ya ha estado en Roma?
– En una ocasión.
– ¿Cuánto tiempo permaneció allí?
– Tres semanas.
– Entonces conocerá bastante la ciudad.
Peter sonrió.
– Digamos que si me deja en mitad del Foro, sabré encontrar el Coliseo y el monstruo… digo el monumento de Victor Manuel. Por lo menos era capaz de hacerlo hace siete años. No sé si lo podré hacer ahora.
Gorman sonrió y meneó la cabeza. Quería hacer hablar a su interlocutor.
– Vamos, vamos. ¿En tres semanas? Tiene que conocer bien la ciudad.
– Nunca la recorrí. En cambio, me familiaricé mucho con ciertos aspectos de un determinado colegio de señoritas.
– ¿Colegio? Sí. Pero, ¡ir a Roma y no recorrer la ciudad! No entiendo.
– Es muy simple. Fui a ver a una chica cuyo padre la mandó a un colegio de Roma, para que no siguiera viéndome. Lo que me interesaba era la chica, no la ciudad. O quizá sólo trataba de fastidiar al «viejo». De cualquier manera ni siquiera habría visto al Foro, si ella no me hubiera arrastrado allí un domingo por la tarde.
– Pero no se casó con la chica…
– No, no me casé con la chica.
– Y se quedó soltero, soñando con su amor perdido. Y por eso está dispuesto a hacerse cargo de una misión tan peligrosa como ésta…
Peter terminó su cocktail y dejó la copa.
– Es un romántico, senador. Fui a Roma a verla y la vi. Y decidí que no era la chica que quería. En realidad por lo que más me atraía era porque era algo así como un fruto prohibido. De modo que me volví.
– ¿Y ella se quedó todos estos años…?
– A ella no se le movió un pelo. Había montones de hombres dispuestos a tomarla de la mano, antes de que yo llegara, después que yo me fui. Olvidemos el pasado, senador. Lo que importa es el mañana.
– Sólo estoy tratando de distraerle de otros pensamientos. Se está metiendo en algo que no es como para tomarlo a la ligera, ¿sabe?
– Lo sé.
Peter consultó su reloj de pulsera.
– Son las cuatro.
– ¿Tiene alguna pregunta qué hacer? ¿Cualquier cosa?
– No, señor.
Gorman hizo un gesto de aprobación y apuró el resto de su bebida.
– Si me he comportado como un tipo de mal carácter, Congdon, es porque he estado soportando muchas tensiones últimamente. Espero que comprenda.
Ahora era Peter quien estaba sometido a tensiones. Acababa de entrar un nuevo parroquiano; un tipo moreno, que vestía jeans y una zamarra con la desteñida imagen de un barco de vela en la espalda. Peter le clavó la mirada, y el hombre les miró a él y a Gorman con igual desenfado, mientras se dirigía al bar.
Gorman gozaba por el nerviosismo de Peter. Se apoyó sobre la mesa y le sonrió con su sonrisa ladeada.
– No se preocupe, no es un espía de la mafia. ¿Cree que no sé borrar mis huellas?
– De cualquier manera, senador, preferiría salir lo antes posible.
– No hay prisa. Tengo mi automóvil fuera. Mi chófer puede llevarlo al aeropuerto. Por supuesto, yo me quedaré, ya que su míster Brandt…
– ¿Ha dejado el automóvil con el chófer fuera?
– No en la puerta del bar. No soy un idiota. Está más allá.
– ¿De modo que ha venido en su automóvil…?
– ¿Y cómo diablos quiere que llegue hasta aquí? ¿Pensó que vendría a pie?
– Senador, ellos conocen su automóvil.
– Pero no saben dónde está. Le he dicho que sé lo que hago. La mafia me teme a mí, yo no le temo a la mafia. Ellos no me controlan. No controlan la situación a mi alrededor. Cuando no quiero que sepan adónde voy o qué hago, ellos no lo saben.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Corra cuando diga ya»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Corra cuando diga ya» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Corra cuando diga ya» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.