Hillary Waugh - Corra cuando diga ya

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Club DEL MISTERIO Nº 85

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Finalmente reunió una serie de grupos numéricos:

3-17-9-3-20 12 4 2117-19 26-18 25-15 8

10-18-20-10-5 1-9-3-1112 3-23-23-4-22

12 19 9-10-14 1-11-14-17-18 3-6-14-26-14

15-5-25-2-21 16 18 6-7 20 7-2 20-24-9

– ¿Qué tengo que hacer ahora? -preguntó, mostrando a Peter el resultado.

– El próximo paso es convertir estos números en letras.

– Me lo imaginaba. Muy bien, la tercera letra del abecedario es la C, la decimoséptima es… este… la Q. ¿Q? Diablos, esto no puede ser.

– No, no está bien. Eso no sería más que un código tipo scramble, como los criptogramas que publican los diarios. Fíjese en la clave, senador. Hay una razón especial por la cual no sólo se han mezclado los números, sino también las letras.

– Bueno, no se quede ahí mirando. Dígame de qué se trata.

– Está bien. El asunto es muy simple. La primera letra de todos los mensajes es la letra clave. Le indica cuál es su punto de partida. La primera letra de este mensaje es R. De modo que R será la letra que oficiará como punto de partida. Ahora bien, el número que corresponde a la próxima letra es el diecisiete. Cuente diecisiete letras empezando por la R. ¿Qué obtiene?

Gorman levantó la vista.

– ¿Usted pretende que cuente?

– Creo que tenemos que practicar el código si vamos a usarlo.

Gorman hizo una mueca y empezó a contar.

– Q -dijo.

– No, senador. Ha contado diecisiete, sin incluir la R. Cuente empezando por la R.

Gorman refunfuñó y volvió a contar.

– ¿s?

– Eso es. Ahora, el próximo número es…

– Nueve. Así saldría… R es uno.,. Saldría la Q.

– Sí, si usted sigue utilizando la R como punto de partida; pero de esa manera se repetirían demasiado las combinaciones de letras. Por eso cambiamos la letra clave en cada caso. De modo que ahora la primera letra es la B.

– Está bien. Ya entiendo. B es uno. Así que la novena letra es la E. ¿No?

– Muy bien.

– Bueno, entiendo… Ahora dígame qué dice el mensaje.

– Si me permite, creo que tiene que descifrarlo.

– ¿Por qué? Ya lo he pescado.

– Pero pensamos utilizar este código para un asunto muy serio. Creo que tenemos que practicarlo un poco.

Gorman masculló una maldición y se bebió de un sorbo el resto de bourbon. Era la imagen del niño malcriado y poco aplicado que debe quedarse después de clase y vive su castigo con máximo resentimiento. Trabajó apoyando pesadamente la punta de su bolígrafo. Cuando llegó al final del primer grupo de cinco letras levantó la vista y frunció el entrecejo.

– ¿R-S-E-N-A? No puede estar bien.

– Está bien.

– Eso no quiere decir un carajo.

– Ya verá que sí. Siga un poco más.

El senador continuó y, cuando habló, su tono era cortante.

– Ahora tengo T-O-R-X-R. R-S-E-N-A espacio. T-O-R-X-R. ¿No me diga que ahora tengo que descifrar esto?

– No, no. Lo está sacando. En primer lugar, ignore la R. Es la firma en clave, por así decirlo. No forma parte del mensaje. En segundo lugar, como ya habrá advertido, el mensaje está dividido arbitrariamente en grupos de cinco letras. Eso facilita el manejo y oculta el verdadero número de letras de las palabras. En tercer lugar, se emplea la letra X en lugar del espació, al final de cada palabra.

– ¡Ah! -exclamó Gorman, y se aclaró la garganta-. Entonces dice: «TO SENATOR…» [2] . ¿Sabe que no está mal? ¿Usted lo inventó?

– Creé esta combinación en particular. La idea es de Brandt. La emplea cada vez que se necesita un código.

– Creo que tiene razón. Nadie va a poder descifrar este código.

Peter señaló el papel.

– Sí… Pero más vale que lo termine.

Pero Gorman había perdido la paciencia. Dejó el papel a un lado.

– Al diablo con esto. Ya sé cómo se hace. No necesito seguir descifrándolo.

– Es bueno practicar, senador.

– Quizá me crea un estúpido. Practique usted si quiere. Yo no necesito más que la clave.

Recogió la hoja con la clave.

– ¿Tiene copia de esto? -preguntó.

– Sí, hice una copia.

– Muy bien. Cuídela porque en los mensajes que le envíe usaré esta clave.

El senador se puso de pie, dobló la hoja y se la guardó en el bolsillo.

– Es importante que cada vez que cifre un mensaje, lo vuelva a descifrar para asegurarse de que no ha cometido errores -recomendó Peter.

– Ahá. No se preocupe por eso. Preocúpese solamente por la chica. ¿Entendido?

Dicho esto, levantó el receptor del teléfono y pidió un taxi. Parecía más animado cuando acompañó a Peter hasta la puerta.

– El hotel está pasando el Rock Creek, cerca de aquí. Descanse y diviértase y espere a que le llame. Me pondré en contacto con usted en cuanto tenga todo arreglado.

Peter se volvió.

– Gracias, senador; pero creo que es mejor que le llame yo. Y desde un teléfono de fuera. De esa manera evitaremos que las llamadas pasen por la centralita.

– Bien, bien. No se le escapa una, ¿eh? Sí, señor; veo que es el hombre para esta tarea -comentó Gorman, y palmeó a Peter.

– Además estaría bien que me diese su número de teléfono.

– Sí, tiene razón.

Gorman extrajo una tarjeta de su cartera, escribió en el dorso y se la entregó a Peter.

– Este es mi teléfono particular, y éste el de mi oficina. Por si le interesa, mi oficina está en el nuevo edificio de oficinas del Senado. No en el viejo; en el nuevo. Pero ni se acerque. No quiero que la mafia comience a sospechar.

El taxi tardó veinte minutos en llegar y, cuando Peter salió, ya había oscurecido. El senador Gorman esperó hasta que Peter se sentó en el asiento trasero.

– Encantado de conocerlo, míster Desmond -dijo-. Siempre es un placer recibir a gente de mi Estado.

Peter agradeció al senador los minutos que le había dedicado, dijo adiós y se hizo llevar a Calvert Street 2500, Noroeste.

Sábado 17.35-18.35 horas

El Shoreham era un hotel de lujo; pero realmente de lujo. En el vestíbulo destacaba una fuente con 'diferentes juegos de agua y luces variantes. La mesa de recepción era una elegante semielipse situada a la izquierda del salón y el recepcionista anotó «306D» en la ficha que Peter llenó con el nombre de Desmond y una dirección falsa. Luego escribió «Senador Gorman» al pie de la ficha, y preguntó:

– ¿Trae equipaje, míster Desmond?

– Llegará más tarde.

Peter miró a su alrededor mientras el empleado buscaba la llave; pero ninguno de los presentes parecía prestarle atención. Dos hombres leían la cartelera de actividades en la ciudad de Washington; pero la mayoría, empleados y huéspedes, estaba en movimiento. Entraban, salían, cruzaban el vestíbulo, pasaban junto a la fuente.

Un botones recogió la llave y condujo a Peter, a través del hall, hacia las puertas de espejo del ascensor. Una muchacha de color los llevó al tercer piso. El ascensor se abrió sobre un hall del que irradiaban cuatro amplios corredores. Recorrieron el más largo, señalado con la letra D, que conectaba con un hall similar y con otra serie de corredores en el lado opuesto del edificio.

La habitación 306D estaba un poco más allá de la mitad del corredor y tenía una decoración en azul y blanco. Azules eran las paredes; blancas las pantallas de las lámparas, las cortinas y las colchas de las camas gemelas. Peter entregó cincuenta centavos al botones por haberle llevado la llave, y cerró la puerta, como si se dispusiera a pasar la noche. Luego extrajo una libreta y anotó la propina y los setenta y cinco centavos del taxi. Pensó un instante e incluyó el dólar con cinco que había pagado por el viaje en taxi hasta la casa del senador. Míster Brandt no pagaba viáticos por nada que no figurara por escrito, y no era raro que cuestionara alguno de los gastos por innecesario o por excesivo. Pero se lo imaginó levantando una ceja ante una propina de cincuenta centavos dada a un muchacho que no había hecho otra cosa que subir y bajar en ascensor, andar no más de cien metros y meter una llave en la cerradura. Pero míster Brandt no había estado nunca en ese hotel en particular. Peter dudaba de que allí alguien conociera el aspecto de una moneda de valor inferior al medio dólar.

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