Apenas se podía abrir la puerta a causa de toda la nieve acumulada en el balcón. La apartó y de pronto recordó el día pasado con Micke quitando nieve y la sensación de estar haciendo algo útil. Oteó desde la barandilla. Sintió vértigo. El jardín estaba desierto, pero a lo lejos se oía el sonido de sirenas.
Miró arriba hacia el tejado antes de encaramarse a la barandilla, se agarró al tendedero montado en la pared y se estiró hacia el canalón. Llegaba justo. El canalón estaba frío y resbaladizo. Le cayó nieve sobre la cara.
Con un esfuerzo del que no se creía capaz se lanzó hacia arriba, se apoyó con los pies en la pared de ladrillo, consiguió subir un pie al tendedero y elevarse con el cuerpo por el canalón. Las piernas se agitaron libremente y buscó aliento.
«Puedo hacerlo, puedo hacerlo», se repetía en silencio. Apenas era consciente de que el sonido de las sirenas cada vez estaba más cercano. Descansó con la cabeza apoyada contra el tejado y sintió como sus fuerzas flaqueaban cada vez más. Comenzó a resbalar. Giró la cabeza y vio las luces azules jugar en la fachada de enfrente.
Volvió la mirada hacia el caballete y vio la barandilla de protección cubierta de nieve a medio metro del ala del tejado.
– Soy el hijo mayor del chapista -murmuró-. Soy el chico del chapista.
Agitó las piernas, consciente de que era su última oportunidad, lanzó hacia delante la mano derecha y consiguió alcanzar la barandilla. Alargó la mano izquierda y esta también se agarró. Trepó lenta, lentamente. Murmuró algo, mascó la nieve, sintió el sabor de sangre en su boca, pero derrotó al tejado, alcanzó la barandilla y pudo resoplar.
– El chico del chapista -gritó triunfal.
Tenía calambres en una pierna, estaba helado y su cuerpo temblaba, pero había subido. Pensó en Albin; su padre se habría sentido orgulloso. Miró el cielo oculto tras las nubes.
– Albin -dijo, y sonrió-, padre. Padre, padre.
Miró abajo y el miedo a las alturas volvió como una ola. Sintió vértigo y apretó la barriga contra el tejado. Le dolía la rodilla que descansaba sobre la barandilla. Se levantó un fuerte vendaval que arremolinó una nube de nieve sobre el tejado. Pero fue como si el viento trajera la tranquilidad. Lennart giró la cabeza de nuevo y vio la luz de la ciudad. La nevada había amainado algo y pudo distinguir el castillo y las agujas de la catedral.
– Allí a lo lejos moriste, padre -profirió.
Al girar su cabeza un poco hacia el este pudo ver Almtuna, el barrio de su infancia. Casa tras casa, tejado tras tejado. La gente preparando la Navidad.
El miedo a la altura había desaparecido y fue reemplazado por una sensación de estar por encima de todo, de toda la cháchara y el escándalo. Hasta allí había llegado. Había sitios peores. Le resultaba ridículo estar tumbado bocabajo. Era como sí fuera un cobarde, como si se sometiera, como si alguien en cualquier momento pudiera poner un pie sobre su cuello. Se dio la vuelta, enderezó la espalda y se sentó. Se rió.
– Estoy sentado en el tejado -gritó a los cuatro vientos.
Se puso de pie, separó las piernas y se apoyó en la barandilla de seguridad, intentó defenderse del viento y gritó su odio sobre la ciudad que le había visto nacer, pero se tranquilizó de pronto. «Deja de gritar», pensó.
Debería haberle dicho esas palabras a Berit. Ella era la que podía transmitir algo, contarle a Justus que John y Lennart eran los hijos del chapista, que se habían reído juntos, que habían tenido momentos de felicidad. Ella podría sacar lo difícil, hablar sobre su hermana pequeña, quizá mostrar las fotografías.
Había matado a un desconocido y ahora estaba obligado a huir para siempre. Había fallado hasta en lo más elemental, la venganza. Escupió al viento. Pero había matado al que amenazaba a Berit. El frío le hizo temblar. ¿Debía regresar trepando a Berit y por una vez decir algo importante?
El viento soplaba sobre el caballete, se retorcía al pasar la chimenea y bramaba entre juntas y chapas.
– Hermanito -dijo, dio un paso tambaleante y cayó hacia delante. Se golpeó con violencia contra el tejado de ladrillo, sintió como algo se rompía en su rostro y luego se precipitó por el borde en un salto mortal.
Ola Haver estaba en la calle y lo vio caer. Oyó el grito y alargó instintivamente las manos para detener la caída libre. En ese mismo instante el cuerpo golpeó el suelo helado.
Las luces azules de los coches de policía se batían alrededor y había gente mirando en las ventanas al otro lado de la calle entre amarilis y estrellas de Navidad.
El suelo era blanco y la sangre de Lennart, roja. Durante unos instantes la calle estuvo en calma. Berglund se acercó al cuerpo, que descansaba inclinado en una postura antinatural, y se quitó la gorra.
***
[1]Plato típico sueco. Estofado de ternera. (N. del T.)
[2]Establecimientos estatales del monopolio de bebidas alcohólicas, (N. del T.)
[3]Juego parecido al hockey sobre hierba que se lleva a cabo en un campo de fútbol helado. (N. del T .)
[4]Agrupaciones universitarias. En un principio las naciones agrupaban a los estudiantes de una misma región. ( N. del T.)
[5]Personaje de ficción. Es un gato sin cola que vive en Uppsala, creado en 1939 por Gösta Knutsson. (N. del T.)
[6]Cooperativa para la compra de viviendas. (N. del T.)
[7]Recipiente que permite envasar productos de forma aséptica. (N. del T.)
[8]Plato típico sueco hecho con patatas, remolacha, huevo frito y restos de carnes. ( N. del T.)
[9]Familia de trols blancos. Personajes de los cuentos de la escritora finlandesa Tore Jansson. Famosa serie de televisión.