– Con independencia de quién estuviera al mando, no debías inmiscuirte.
– De acuerdo. Lo sé. No debía inmiscuirme. -Barbara se esforzaba por encontrar algo que impulsara a la inspectora a entrar en acción-. Em, quería evitar que se metieran en líos. Estaba preocupada por ellos.
– Y me manipulaste, ¿verdad?
– Actué mal. Tendría que habértelo dicho. Puedes enviar un informe a mi súper, si quieres. Pero más tarde. Más tarde.
– Por favor.
Azhar pronunció la palabra como una oración.
– Qué falta de prurito profesional, Havers.
Era como si la inspectora no hubiera oído las dos palabras.
– Sí, de acuerdo -dijo Barbara-. Muy poco profesional. Nada profesional. Pero la cuestión no es cómo hice mi trabajo. Necesitamos a la Guardia Costera si queremos atrapar a Muhannad. Ahora, Em. Necesitamos a la Guardia Costera ahora.
No hubo respuesta por parte de la inspectora.
– Joder, Em -gritó por fin Barbara-. ¿Es una cuestión profesional, o una cuestión personal?
El último comentario fue manipulativo y rastrero, y Barbara se despreció en el mismo momento, pero obtuvo la reacción que deseaba.
Emily dirigió una mirada a Azhar, y después a Barbara. A continuación, tomó las riendas del caso.
– La Guardia Costera no nos sirve.
Sin más explicaciones, giró en redondo y se encaminó hacia la parte posterior de la comisaría.
– Vamos -dijo Barbara, y cogió a Azhar del brazo.
Emily se detuvo ante la puerta de una habitación llena de ordenadores y equipos de comunicaciones.
– Pónganse en contacto con el agente Fogarty -dijo con voz grave-. Envíen el VRA a la dársena de Balford. Nuestro hombre está en el mar, y ha cogido un rehén. Digan a Fogarty que quiero un Glock 17 y un MP5.
Barbara comprendió por qué Emily había vetado la idea de la Guardia Costera. Sus barcos no llevaban armas; sus oficiales no iban armados. La inspectora estaba solicitando la colaboración del vehículo artillado VRA.
Mierda, pensó Barbara. Intentó apartar de su mente la imagen de Hadiyyah atrapada en mitad de un tiroteo.
– Vamos -repitió a Azhar.
– ¿Qué va a…?
– Le va a perseguir. Nosotros también iremos.
Era lo único que podía hacer, decidió Barbara, para impedir que ocurriera lo peor a su amiguita de Londres.
Emily atravesó el gimnasio, con Barbara y Azhar pisándole los talones. Detrás de la comisaría, tomó posesión de un coche de la policía. Ya lo había puesto en marcha cuando Barbara y Azhar subieron.
Emily miró a los dos.
– Él se queda -dijo-. Largo -ordenó a Azhar. Como el hombre no reaccionó con la rapidez que esperaba, gritó-: Maldita sea, he dicho que se largue. Estoy hasta el gorro de usted. Estoy hasta el gorro de todos ustedes. Salga del coche.
Azhar miró a Barbara. Esta no sabía qué esperaba de ella, y aunque lo hubiera sabido no se lo habría podido ofrecer. Tuvo que contentarse con un compromiso.
– La rescataremos, Azhar -dijo-. Quédate aquí.
– Déjenme ir, por favor -suplicó el hombre-. Ella es lo único que tengo. Es lo único que quiero.
Emily entornó los ojos.
– Eso dígaselo a la mujer y los niños de Hounslow. Estoy segura de que darán saltitos de alegría cuando oigan la noticia. Fuera de aquí, señor Azhar, antes de que llame a un agente para que le ayude.
Barbara se volvió en su asiento.
– Azhar -dijo. El hombre desvió la vista de la inspectora-. Yo también la quiero. Te la devolveré. Espera aquí.
El hombre salió del coche a regañadientes, como si el esfuerzo le costara todo cuanto tenía. Cuando cerró la puerta, Emily pisó el acelerador. Salieron a la calle y Emily conectó la sirena.
– ¿En qué cojones estabas pensando? -preguntó-. ¿Qué clase de policía eres?
Llegaron a lo alto de Martello Road. El tráfico de High Street se detuvo. Doblaron a la derecha y corrieron en dirección al mar.
– ¿Cuántas veces pudiste decirme la verdad durante los últimos cuatro días? ¿Diez? ¿Una docena?
– Te lo habría dicho, pero…
– Olvídalo. Ahórrate las explicaciones.
– Cuando me pediste que actuara como oficial de enlace, tendría que habértelo dicho, pero te habrías echado atrás, y yo me habría quedado fuera. Estaba preocupada por ellos. Él es profesor de la universidad. Pensaba que el asunto le venía grande.
– Oh, ya lo creo -bufó Emily-. Tanto como a mí.
– No lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo?
– Dímelo tú.
Se desvió por Mili Lane. Una camioneta de mudanzas estaba aparcada en mitad de la calle, mientras el conductor descargaba cajas de cartón marcadas como MATERIAL TIPOGRÁFICO sobre una carretilla. Emily esquivó el vehículo y al conductor. Subió el coche sobre la acera con una maldición. El coche derribó un cubo de basura y una bicicleta. Barbara se agarró al tablero de mandos, mientras Emily bajaba de nuevo el coche a la calzada.
– No sabía que actuaba de consejero legal. Sólo le conocía como vecino. Me enteré de que iba a venir aquí. Sí, de acuerdo, pero él ignoraba que yo le iba a seguir. Conocía a su hija, Em. Es mi amiga.
– ¿Una amiga de ocho años? Joder. Ahórrame esa parte.
– Em…
– Haz el puto favor de cerrar la boca, ¿vale?
De nuevo en la dársena de Balford por segunda vez aquel día, sacaron un megáfono del maletero y corrieron hacia East Essex Boat Hire. Charlie Spencer confirmó que Muhannad Malik se había llevado una lancha a motor.
– Una pequeña, diesel, ideal para una travesía larga. Le acompañaba una cría -explicó Charlie-. Dijo que era su prima. Nunca había subido a un barco. Estaba loca de alegría.
Por lo que Charlie recordaba, Muhannad les sacaba una ventaja de unos cuarenta minutos, y si hubiera elegido una barca de pesca, no habría llegado ni al punto en que la bahía de Pennyhole se encuentra con el mar del Norte. Sin embargo, la lancha que había escogido tenía más potencia que un barco de pesca, y suficiente combustible para llevarle al continente. Necesitaban algo bueno para alcanzarle, y Emily lo vio brillando bajo el sol, sobre el pontón donde Charlie lo había izado mediante un cabrestante.
– Nos llevaremos el Sea Wizard -dijo.
Charlie tragó saliva.
– Un momento -dijo-. No sé…
– No hace falta que sepas -interrumpió Emily-. Bájalo al agua y entrégame las llaves. Esto es asunto de la policía. Has alquilado la barca a un asesino. La niña es su rehén. Así que pon el Sea Wizard en el agua y dame unos prismáticos.
Charlie se quedó boquiabierto. Le tendió las llaves. Cuando ya había bajado el Hawk 31 al agua, el vehículo artillado de la policía entró en el aparcamiento, con las luces destellando y la sirena en marcha.
El agente Fogarty se acercó a la carrera. Sujetaba una pistola enfundada en una mano y una carabina en la otra.
– Échanos una mano, Mike -ordenó Emily mientras saltaba a bordo de la lancha. Quitó la lona azul protectora hasta dejar al descubierto la cabina. Tiró la lona a un lado e introdujo las llaves en el encendido. En cuanto el agente Fogarty bajó a buscar las cartas de navegación, Emily puso en marcha el motor.
Emily hizo girar la embarcación para encararla hacia el puerto, entre una nube de gases de escape. Charlie paseaba de un lado a otro del pontón, mordiéndose los nudillos del dedo índice.
– Trátela bien, por el amor de Dios -chilló-. Es lo único que tengo, y vale un Potosí.
Barbara sintió que un escalofrío recorría su espina dorsal. «Es lo único que tengo» despertó ecos en su mente. Al mismo tiempo, vio que el Golf de Azhar entraba en el aparcamiento de la dársena y frenaba en mitad de la superficie asfaltada. Dejó la puerta abierta y corrió hacia el pontón. No intentaba interceptarlas, pero tenía los ojos clavados en Barbara, mientras Emily adentraba la embarcación en las aguas más profundas del Twizzle, el afluente que alimentaba los marjales situados al este del puerto y nacía en el canal de Balford, hacia el oeste.
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