Elizabeth George - El Precio Del Engaño

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El Precio Del Engaño: краткое содержание, описание и аннотация

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Una lánguida ciudad de la costa de Essex se convierte en un hervidero tras el asesinato de un inmigrante de origen asiático. El racismo, siempre latente en situaciones de inestabilidad social, se dispara. Y poco a poco irá aflorando un universo de inmigración ilegal, racismo, celos, honor, violación, relaciones homosexuales y conflictos humanos. En esta novela cobra particular protagonismo la sargento Barbara Havers, ayudante del inspector Linley y opuesta a su superior, al que critica desde sus maneras hasta sus métodos de investigación. Pero ambos tienen algo en común: una extraordinaria agudeza para comprender la complejidad de las motivaciones humanas. Una novela soberbia por su fuerza y profundo realismo social.

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El agente Fogarty se había arrastrado hasta la popa, hasta donde la carabina había resbalado. La estaba examinando y ajustó su posición: disparo único o fuego automático. Barbara supuso que se habría decantado por el automático. Gracias a sus cursillos, sabía que la carabina tenía un alcance de unos cien metros. Sintió que la bilis ascendía a su garganta al pensar que tal vez la dispararía. A cien metros, el agente tenía tantas posibilidades de alcanzar a Muhannad como a Hadiyyah. Pese a que no era una persona religiosa, envió una plegaria a los cielos para que un tiro disparado sobre su cabeza convenciera al asesino de que la policía estaba dispuesto a matarlo. No creía que Muhannad se rindiera por ningún otro motivo.

Volvió a su vigilancia. Concéntrate, se dijo, pero no podía apartar su mente de la niña. Las trenzas que ondeaban alrededor de sus hombros, erguida como un flamenco, mientras se rascaba la pantorrilla izquierda con el pie derecho, la nariz arrugada de concentración en tanto aprendía los misterios de un contestador automático, poniendo la mejor cara posible en su fiesta de cumpleaños con un solo invitado, bailando de alegría al descubrir a un pariente cercano, cuando pensaba que no tenía ninguno.

Muhannad le había dicho que volverían a verse. Debió reventar de alegría al ver lo pronto que había sucedido.

Barbara tragó saliva. Procuró no pensar. Su trabajo consistía en encontrarle. En vigilar. Su trabajo consistía en…

– ¡Allí! ¡Puta mierda! ¡Allí!

El barco era una manchita en el horizonte, y se acercaba a toda prisa a la niebla. Desapareció con una ola. Reapareció.

Seguía el mismo curso que ellos.

– ¿Dónde? -chilló Emily.

– Todo recto -indicó Barbara-. Sigue. Sigue. Va a ocultarse en la niebla.

Se lanzaron hacia adelante. Barbara no perdía de vista al otro barco, gritaba instrucciones, informaba de lo que veía. Estaba claro que Muhannad aún no se había dado cuenta de que le seguían, pero no tardaría mucho en descubrirlo. No había forma de silenciar el rugido de los motores del Sea Wizard. En cuanto los oyera, sabría que la captura era inminente. Y el factor desesperación adquiriría un peso decisivo.

Fogarty se reunió con ellas, carabina en mano. Barbara le miró con el ceño fruncido.

– No intentará utilizar ese trasto, ¿verdad? -gritó.

– Espero que no -contestó el hombre, y a Barbara le gustó la respuesta.

El mar que les rodeaba era como un campo ondulado verde oscuro. Hacía rato que habían dejado atrás los botes de recreo. Sus únicos acompañantes eran los lejanos transbordadores que se dirigían a Holanda, Alemania y Suecia.

– ¿Aún le tenemos a la vista? -preguntó Emily-. ¿He de corregir el rumbo?

Barbara alzó los prismáticos. Se encogió cuando los movimientos del barco se transmitieron a sus costillas.

– A la izquierda -gritó en respuesta-. Más a la izquierda. Date prisa, joder.

Daba la impresión de que el otro barco se encontraba a escasos centímetros de la niebla.

Emily guió a babor al Sea Wizard. Un momento después, lanzó un grito.

– ¡Le veo! ¡Ya le tenemos!

Barbara bajó los prismáticos cuando acortaron distancias.

Estaban a unos ciento cincuenta metros de la otra embarcación cuando Muhannad Malik advirtió que le perseguían. Cabalgó sobre una ola y miró hacia atrás. Concentró su atención en el timón y la niebla, pues sabía que su velocidad era inferior.

Aceleró. El barco cortó las olas. Grandes nubes de espuma saltaron sobre la proa. El cabello de Muhannad, liberado de la cola de caballo, revoloteaba alrededor de su cabeza. A su lado, tan cerca que desde lejos parecían una sola persona, Hadiyyah se erguía cogida del cinturón de su primo.

Muhannad no es idiota, pensó Barbara. No se apartaba de ella.

El Sea Wizard cargó hacia adelante, trepando por las olas y hundiéndose en las cabrillas. Cuando Emily acortó distancias, disminuyó la velocidad y cogió el megáfono.

– Apaga el motor, Muhannad -gritó-. Tu barco es más lento.

Muhannad no le hizo caso. Mantuvo la velocidad.

– ¡No seas idiota! -gritó Emily-. Apaga el motor. Estás acabado.

Mantuvo la velocidad.

– Mecagüen la leche -dijo Emily, con el altavoz a un lado-. Muy bien, bastardo. Como tú quieras.

Abrió la válvula de estrangulación y disminuyó la distancia a veinte metros.

– Malik -dijo por el altavoz-, apaga el motor. Policía. Estamos armados. No tienes nada que hacer.

En respuesta, el hombre aceleró el barco. Se desvió a babor, lejos de la niebla. El brusco cambio de dirección provocó que Hadiyyah saliera lanzada contra él. La cogió por la cintura y la alzó del suelo.

– ¡Suelta a la niña! -gritó Emily.

En aquel espantoso instante, Barbara comprendió que aquélla era precisamente la intención de Malik.

Vio un instante la cara de Hadiyyah, presa del terror más absoluto. Entonces, Muhannad la tiró por la borda.

– ¡Puta mierda! -exclamó Barbara.

Muhannad se apoderó del timón. Alejó el barco de su prima y corrió hacia la niebla. Emily aceleró el Sea Wizard. En el mismo instante, Barbara comprendió que la inspectora se proponía perseguirle.

– ¡Emily! -gritó-. ¡Por el amor de Dios! ¡La niña!

Barbara inspeccionó las olas y la localizó. Una cabeza y unos brazos que se agitaban con desesperación. Se hundió, emergió.

– ¡Jefa! -gritó el agente Fogarty.

– Que se vaya al infierno -replicó Emily-. Ya le tenemos.

– ¡La niña se ahogará!

– ¡No! ¡Ya le tenemos!

La niña se hundió de nuevo. Emergió. Manoteó locamente.

– Rediós, Emily. -Barbara la cogió del brazo-. ¡Para el barco! Hadiyyah se ahogará.

Emily se soltó. Imprimió más velocidad a la lancha.

– Él quiere que paremos -gritó-. Por eso lo ha hecho. Tírale un chaleco salvavidas.

– ¡No! No podemos. Está demasiado lejos. Se ahogará antes de que le llegue.

Fogarty dejó caer la carabina. Se quitó los zapatos. Ya estaba a punto de lanzarse, cuando Emily gritó:

– Quédate donde estás. Quiero que manejes el rifle.

– Pero, jefa…

– Ya me has oído, Mike. Mecagüen la leche. Es una orden.

– ¡Emily! ¡Dios mío! -gritó Barbara. Ya estaban demasiado lejos de la niña para que Fogarty llegara a su lado antes de que se ahogara. Y aunque lo intentara, aunque ella lo intentara, sólo lograrían ahogarse juntas, mientras la inspectora continuaba la persecución hasta adentrarse en la niebla-. ¡Emily! ¡Para!

– Por una mocosa paqui, ni hablar -gritó Emily-. Ni lo sueñes.

Mocosa paqui. Mocosa paqui. Las palabras reverberaron. Hadiyyah agitó los brazos y se hundió una vez más. Barbara se precipitó hacia la carabina. La alzó. La apuntó a la inspectora.

– Dale la vuelta a este jodido barco -chilló-. Hazlo, Emily, o te volaré los sesos.

La mano de Emily voló hacia su pistolera. Sus dedos encontraron la culata de la pistola.

– ¡No, jefa! -gritó Fogarty.

Y Barbara vio que su vida, su carrera y su futuro pasaban ante ella en un segundo, antes de apretar el gatillo de la carabina.

Capítulo 27

Emily cayó. Barbara dejó caer el arma. Sin embargo, en lugar de ver la sangre y los intestinos de la inspectora desparramados sobre la cubierta, sólo vio el agua de la espuma que continuaba elevándose a cada lado del barco. Había fallado el disparo.

Fogarty saltó e incorporó a la inspectora.

– ¡Está bien! -gritó-. ¡Jefa! ¡Está bien!

Barbara tomó posesión de los controles del barco.

Ignoraba cuánto tiempo había pasado. Se le antojaban varias eternidades. Dio media vuelta al barco a tal velocidad que casi volcó. Mientras Fogarty desarmaba a Emily, exploró las aguas en busca de la niña.

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