– No va a volver de Canadá, ¿verdad? -preguntó Barbara-. Si es que ha ido a Canadá.
– No volverá -admitió Azhar.
– ¿Por qué no se lo has dicho a Hadiyyah? ¿Por qué dejas que se aferré a la esperanza?
– Porque yo también me he aferrado a la esperanza. Porque cuando uno se enamora, todo parece posible entre dos personas, pese a sus diferencias de temperamento o de cultura. Porque, sobre todo, la esperanza es lo último que se pierde.
– La echas de menos.
Barbara destacó el hecho que asomaba bajo la serenidad de Azhar.
– En cada momento del día. Pero a la larga pasará. Como todo.
Azhar apagó el cigarrillo en un cenicero. Barbara bebió el resto de whisky irlandés. Podría haberse tomado otro, pero consideró aquel deseo una advertencia. Coger una curda no aclararía nada, y la necesidad de coger una curda era una buena señal de que algo en su interior necesitaba aclararse. Pero más tarde, pensó. Mañana. La semana que viene. El mes que viene. Dentro de un año. Esta noche, estaba demasiado agotada para explorar su psique con el fin de comprender por qué sentía lo que sentía.
Se levantó. Se estiró. Se encogió de dolor.
– Sí. Bueno -dijo a modo de conclusión-. Supongo que, si esperamos lo bastante, los problemas se solucionan por sí solos, ¿no?
– O mueren sin que los comprendamos -dijo Azhar. Suavizó sus palabras con su irresistible sonrisa. Era irónica, pero muy cálida, una ofrenda de amistad.
Barbara se preguntó por un momento si deseaba aceptar la ofrenda. Se preguntó si, en realidad, deseaba enfrentarse a lo desconocido y correr el peligro de romperse el corazón, aquel maldito órgano del que no había que fiarse. Después, comprendió que, aunque fuera un arbitro insidioso del comportamiento, su corazón ya estaba comprometido, desde el momento en que había conocido a la hija de Azhar. Al fin y al cabo, ¿qué había de terrorífico en añadir una persona más a la tripulación del barco en el que surcaba la vida?
Salieron juntos del salón y empezaron a subir la escalera en la oscuridad. No volvieron a hablar hasta que llegaron a la habitación de Barbara. Fue Azhar quien rompió el silencio.
– ¿Desayunarás con nosotros por la mañana, Barbara? Hadiyyah tiene muchas ganas. -Como ella no respondió al instante, mientras pensaba complacida en lo que significaría otro desayuno compartido con los asiáticos para la peculiar filosofía hospitalaria de Basil Treves, agregó-: Para mí también sería un placer.
Barbara sonrió.
– Con mucho gusto -dijo.
Y lo dijo en serio, pese a las complicaciones que aportaban a su presente, pese a la incertidumbre que aportaban a su futuro.
Intentar escribir sobre la experiencia de los paquistaníes en Gran Bretaña, desde la perspectiva de una norteamericana, fue una tarea muy difícil que no habría podido iniciar, y mucho menos concluir, sin la colaboración de las siguientes personas.
Ante todo, he contraído una deuda especial de gratitud con Kay Ghafoor, cuya sinceridad y entusiasmo por este proyecto pusieron las bases sobre las que construí la estructura de la novela.
Como siempre, debo dar las gracias a mis contactos de la policía inglesa. Agradezco al inspector jefe Pip Lane, de la policía de Cambridgeshire, que me proporcionara información sobre todo, desde el vehículo artillado VRA hasta la Interpol. También le doy las gracias por ponerme en contacto con la policía de Essex. Agradezco al oficial Ray Chrystal, de la Unidad de Inteligencia de Clacton, la información básica que me facilitó, al inspector detective Roger Cattermole que me permitiera el acceso a su sala de interrogatorios, y a Gary Elliot, de Scotland Yard, su paseo por las dependencias.
Además, me siento en deuda con William Tullberg, de Wiltshire Tracklements, y Carol Irving, de Crabtree and Evelyn, que me ayudaron en mi investigación inicial sobre fábricas controladas por una familia, y con Sue Fletcher, mi editora de Hodder Stoughton, por dedicarme su apoyo, su ayuda y la inestimable colaboración de Bettina Jamani.
En Alemania, doy las gracias a Veronika Kreuzhage y Christine Kruttschnitt por su información sobre los procedimientos policiales y Hamburgo.
En los Estados Unidos, doy las gracias al doctor Tom Rubén y al doctor H. M. Upton por facilitarme, una vez más, información médica. Doy las gracias a mi ayudante Cindy Murphy por mantener a flote el barco en Huntington Beach. Y doy las gracias a mis estudiantes del taller de escritura por su apoyo en esta obra: Patricia Fogarty, Barbara Fryer, Tom Fields, April Jackson, Chris Eyre, Tim Polmanteer, Elaine Medosch, Carolyn Honigman, Reggie Park, Patty Smiley y Patrick Kersey.
Y por motivos personales, debo dar las gracias a personas maravillosas por su amistad y apoyo: Lana Schlemmer, Karen Bohan, Gordon Globus, Gay Hartell-Lloyd, Carolyn y Bill Honigman, Bonnie SirKegian, Joan y Colin Randall, Georgia Ann Treadway, Gunilla Sondell, Marilyn Schulz, Marilyn Mitchell, Sheila Hillinger, Virginia Westover-Weiner, Chris Eyre, Dorothy Bodenberg y Alan Barsdley.
Me siento en deuda especial con Kate Miciak, mi excelente editora de tanto tiempo en Bantam, nunca tanto como en la creación de esta novela. En último lugar, pero no por ello menos importante, agradezco a mis aguerridos agentes de William Morris (Robert Gottlieb, Stephanie Cabot y Marcy Posner) sus esfuerzos por apoyar mi obra y promocionar el producto terminado, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.
Elizabeth George, estadounidense residente en California, tiene, sin embargo, Inglaterra por su patria literaria: ingleses son los protagonistas de sus novelas -el inspector Lynley, lady Helen, de la que está enamorado, sus amigos Deborah y Simon St. James-, así como sus escenarios, en los que conjuga la visión certera de la buena conocedora con el distanciamiento de la forastera; inglés es sobre todo su estilo: densidad, sutileza psicológica, tenue tono de melancolía, que la sitúan en la proximidad de las grandes figuras británicas del género, como Ruth Rendell y P. D. James. Ha ganado los premios Anthony y Agatha a la mejor opera prima y el Gran Premio de Literatura Policiaca de Francia.
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[1]Royal Academy of Dramatic Arts (N. del T.)
[2]El malvado e hipócrita empleado de David Copperfield. (N. del T.)
[3]Profesor de la facultad de medicina en que estudió A. Conan Doyle, y en el que se inspiró para su célebre personaje Sherlock Holmes (N. del T.)
[4]Juego de palabras intraducibies. Ambas palabras significan «puñetazo», «bofetón», etc. (TV. del T.)
[5]Alusión a Tespis, poeta griego supuesto creador de la tragedia. (N. del T.)
[6]Excéntrico personaje femenino de Grandes esperanzas, de Charles Dickens. (N. del T.)
[7]«Dos cervezas, por favor» (N. del T.)
[8]Se refiere a dos famosos juicios amañados por los británicos contra presuntos miembros y simpatizantes del IRA. (N. del T.)
[9]Imitando el estilo de Andrea Palladio, seguido por el círculo de lord Burlington en el siglo xvm. (N. del T.)