«Aborta» significaba que Reuchlein iba ya de camino a Hamburgo. Significaba que todos los documentos pertenecientes a los servicios de inmigración de World Wide Tours iban de cabeza a una trituradora. Significaba que él debía actuar a toda prisa, antes de que el mundo que había conocido durante veintiséis años se desplomara sobre él.
Se había marchado de la fábrica. Había ido a casa. Había empezado a poner su plan en acción. Haytham estaba muerto, gracias a cualquier ser divino que fuera conveniente en aquel momento, y sabía que Kumhar no hablaría. Si hablaba, sería deportado al instante, lo último que deseaba ahora que su principal protector había muerto.
Y después, Yumn, aquella foca repugnante a la que debía llamar esposa, había empezado a pelearse con su madre. Él había tenido que intervenir, y así había averiguado la verdad sobre Sahlah.
Había maldecido a la sabandija de su hermana. Ella le había provocado. ¿Qué se esperaba, si se comportaba como una puta con un occidental? ¿Perdón? ¿Comprensión? ¿Aceptación? ¿Qué? Había permitido que aquellas manos, sucias, contaminadas, corruptas, asquerosas, tocaran su cuerpo. Había unido sin remilgos su boca a la de él. Se acostaba con aquel pedazo de mierda de Shaw bajo un árbol, sobre el suelo, ¿y esperaba que él, su hermano, su amo, su señor, hiciera la vista gorda? ¿Hiciera caso omiso de sus gemidos y resuellos, del olor de su sudor, de ver cómo la mano de él le levantaba el camisón y subía subía subía por su pierna?
Sí, la había reducido por la fuerza. Sí, la había arrastrado hacia la casa. Y sí, la había tomado porque se lo merecía, porque era una puta, y sobre todo, porque debía pagar como todas las putas. Y una vez, una sola noche, no era suficiente para grabar en su mente la verdad de quién era el auténtico dueño de su destino. Una sola palabra sobre mí y morirás, le había dicho. Ni siquiera tuvo necesidad de ahogar sus gritos con la mano, cuando ya estaba preparado para ello. Ella sabía que debía pagar por sus pecados.
En cuanto Yumn habló, fue a por ella. Sabía que era lo último que debía hacer, pero tenía que encontrarla. Estaba ansioso por encontrarla. Sus ojos palpitaban, su corazón martilleaba, todas sus voces resonaban en su cabeza.
Aborta, Malik.
¿Debo permitir que me traten como a un perro?
Esta chica es ingobernable, hijo mío. No tiene el menor sentido del…
La policía ha venido a registrar la fábrica. Han preguntado por ti.
Aborta, Malik.
Mírame, Muni. Mira lo que tu madre…
Antes de darme cuenta, ya había destrozado las plantas. No entiendo por qué…
Aborta, Malik.
…la perfecta virgencita de tu padre.
Aborta.
i Virgen? ¿Ella? Dentro de pocas semanas no podrá disimular el…
No dijeron lo que estaban buscando, pero llevaban una orden de registro. La vi.
Tu hermana está embarazada.
Aborta. Aborta.
Sahlah no hablaría del asunto. No le acusaría. No se atrevería. Una acusación acabaría con ella, porque revelaría la verdad sobre Shaw. Porque él, Muhannad, su hermano, descubriría esa verdad. Acusaría. Describiría exactamente lo que había visto en el huerto, y dejaría que sus padres adivinaran el resto. ¿Podían confiar en la palabra de una hija que les había traicionado al escapar de casa por las noches? ¿De una hija que se comportaba como una vil sabandija? ¿En quién debían confiar más?, preguntaría. ¿En un hijo que cumplía su deber con su mujer, sus hijos y sus padres, o en una hija que les engañaba cada día?
Sahlah sabía lo que él diría. Sabía a quién creerían sus padres. No hablaría del asunto, y no le acusaría.
Lo cual le proporcionaba una oportunidad de encontrarla. Pero no estaba en la fábrica. No estaba en la joyería con su repugnante amiga. No estaba en el parque de Falak Dedar. No estaba en el parque de atracciones.
Pero en el parque de atracciones se había enterado de la noticia sobre la enfermedad de la señora Shaw y había ido al hospital. Llegó a tiempo de ver salir a los tres. Su padre, su hermana y Theo Shaw. Y la mirada que intercambió su hermana con su amante mientras éste abría la puerta del coche de su padre para que entrara, le había comunicado todo cuanto necesitaba saber. Se lo había dicho. La muy puta había contado la verdad a Theo Shaw.
Había huido antes de que la vieran. Y las voces rugían.
Aborta, Malik.
¿Qué debo hacer? Dímelo, Muni.
Hasta el momento, el señor Rumbar no ha identificado a nadie a quien desee avisar.
Cuando uno de los nuestros está muerto, no es tarea tuya ocuparte de su resurrección, Muhannad.
… encontrado muerto en el Nez.
Trabajo con nuestros compatriotas de Londres cuando tienen problemas con…
Aborta, Malik.
Muhannad, te presento a mi amiga Barbara. Vive en Londres.
Esta persona de la que hablas está muerta para nosotros. No tendrías que haberla traído a nuestra casa.
Vamos a comprar helados a Chalk Farm Road, hemos ido al cine y hasta vino a mi fiesta de cumpleaños. A veces, vamos a ver a su mamá en…
Aborta, Malik.
Le dijimos que íbamos a Essex, pero papá no me dijo que vivías aquí, Muhannad.
Aborta. Aborta.
¿Volverás? ¿Podré conocer a tu mujer y a tus hijos? ¿Volverás?
Y allí, allí, donde menos esperaba encontrarla, estaba la respuesta que buscaba. Silenció las voces y calmó sus nervios.
Salió disparado como una exhalación en dirección al hotel Burnt House.
– Muy bien -dijo con entusiasmo Emily. Una sonrisa radiante iluminó su cara-. Bien hecho, Barbara. Mecagüen la leche. Muy bien.
Gritó el nombre de Belinda Warner. La agente entró a toda prisa en el despacho.
Barbara tenía ganas de gritar. Tenían cogido por los huevos a Muhannad Malik, les habían presentado su cabeza en bandeja de plata, como la del Bautista a Salomé, y sin necesidad de bailes. Y lo había hecho la imbécil de su mujer.
Emily empezó a dar órdenes. El agente destacado en Colchester, que había peinado las calles cercanas a la residencia de Rakin Khan, en un intento de encontrar a alguien que pudiera corroborar la coartada de Muhannad o hundirla para siempre, debía volver a casa. Los agentes enviados a la fábrica de mostazas para examinar los expedientes personales de todo el mundo debían abandonar aquella pista. Los tíos que investigaban los robos perpetrados en las cabañas de la playa, para dilucidar la participación de Trevor Ruddock, debían olvidar aquella tarea. Todos debían unirse a los esfuerzos por encontrar a Muhannad Malik.
– Nadie puede estar en dos sitios a la vez -había anunciado Barbara a Emily-. Olvidó decir a su esposa cuál era su coartada, y ella le proporcionó una segunda. El juego no ha terminado, Emily. Está en pleno apogeo.
Vio que la inspectora exultaba de gloria por fin. Emily hizo llamadas telefónicas, trazó un plan de batalla y dirigió a su equipo con una calma que desmentía el entusiasmo que debía sentir. Joder, había estado en lo cierto desde el primer momento. Había intuido algo podrido en Muhannad Malik, algo que no encajaba con sus afirmaciones de ser un hombre de su pueblo. Tenía que existir alguna alegoría o fábula que enfatizara la hipocresía exacta de la vida de Muhannad, pero en aquel momento Barbara estaba demasiado excitada para localizarla en su memoria. ¿El perro del hortelano? ¿La tortuga y la liebre? ¿Quién lo sabía? ¿A quién le importaba? Vamos a por ese bastardo, pensó.
Se enviaron agentes en todas direcciones: a la fábrica de mostazas, a las Avenidas, al ayuntamiento, al parque de Falak Dedar, a aquella pequeña sala de reuniones situada sobre Balford Print Shoppe donde Inteligencia había descubierto que Jum'a celebraba sus encuentros. Otros agentes fueron destacados a Parkeston, por si su presa se había, dirigido hacia Eastern Imports.
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