Ildefonso Falcones - La mano de Fátima

Здесь есть возможность читать онлайн «Ildefonso Falcones - La mano de Fátima» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Старинная литература, spa. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La mano de Fátima: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La mano de Fátima»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La mano de Fátima — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La mano de Fátima», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—¿Adónde crees que vas? —le detuvo uno de los soldados de Gil.

—A Granada —contestó desde encima del potro, reteniéndolo—. A ver al arzobispo.

—¿Con qué autorización?

Hernando le entregó la cédula. El hombre la ojeó con displicencia. «¡No sabes leer!», estuvo tentado de gritarle. En su lugar, intentó explicarle de qué se trataba.

—Es una autorización del arzobispado de...

—No sirve —le interrumpió el soldado al tiempo que rompía la cédula por la mitad.

—¿Qué haces? —¡Era su última opción! Hernando sintió que le hervía la sangre—. ¡Perro!

Instintivamente, Hernando azuzó al potro sobre el soldado y saltó de él para recoger los pedazos, pero antes de que hubiera tocado tierra, su compañero le amenazaba ya con la espada.

—¡Atrévete! —le desafió el soldado.

Hernando titubeó. El primero ya se había repuesto de la embestida del caballo y hacía costado al otro, también con la espada desenvainada. El potro tiraba de las bridas, excitado. Comprendió que todo era en vano.

—Sólo..., sólo pretendo recoger los pedazos...

—Ya te he dicho que no sirve para nada. No puedes abandonar Córdoba.

El soldado pisoteó los pedazos.

—Vuelve a tu casa —le instó el segundo moviendo la espada en dirección al callejón.

Hernando regresó andando con el caballo de la mano. En los portones, todavía abiertos, le esperaba Miguel, que había presenciado la escena.

Intentó comunicarse por carta con Granada pero no encontró el medio para hacerlo. Los arrieros, la mayoría de ellos valencianos, habían sido expulsados, así como los de Castilla, la Mancha y Extremadura; los de los demás reinos tenían prohibido hacer los caminos.

—Me cachean cada vez que salgo de la casa —le confesó Miguel, indignado y compungido—. A Rafaela la siguen de cerca en todo momento. Es imposible...

—¿Por qué no son ellos los que se ponen en contacto conmigo? —se quejó Hernando en voz alta. En su voz se advertía una nota de desesperación—. Deben saber que el pleito ha sido rechazado.

—Nadie puede acercarse a esta casa sin pasar antes por el control de los hombres del jurado —le contestó Miguel, intentando calmarlo—. Si lo han intentado, habrán desistido.

Por otra parte, Hernando era consciente de que ni don Pedro ni ninguno de los traductores se arriesgaría a acudir personalmente. Le constaba que el año anterior se había publicado un libro, Antigüedad y excelencias de Granada , que ensalzaba a la estirpe de los Granada Venegas, sosteniendo que sus miembros encontraban sus raíces cristianas en los godos. ¡Una de las más importantes familias de la nobleza musulmana! ¡Irónico! En el libro, que había logrado superar la censura real, venía a asegurarse que tras la toma de Granada por los Reyes Católicos, al predecesor de don Pedro, Cidiyaya, se le reveló el mismo Jesucristo en forma de una milagrosa cruz en el aire que le llamó a abrazar la religión de sus antepasados godos. Los Granada Venegas renegaron del «Lagaleblila», wa la galib ilallah , nazarí, «No hay vencedor sino Dios», que había constituido hasta entonces su divisa nobiliaria, y la trocaron por un cristianísimo « Servire Deo regnare est ». ¿Quién iba a poner en duda la limpieza de sangre de una familia que, como san Pablo, había llegado a ser señalada por mano divina?

—Ellos ya se han procurado su salvación —susurró—. ¿Qué les puede importar un simple morisco como yo?

El dinero se acabó, y también las provisiones que mantenían en la despensa; los arrendatarios nada les traían y Rafaela tenía problemas para comprar comida. Nadie le fiaba: ni los cristianos ni los moriscos. Pero las dificultades del día a día, y el hambre de sus hijos, parecían haberle proporcionado la fuerza que iba menguando en su esposo.

—Vende los caballos. ¡A cualquier precio! —ordenó Hernando un día a Miguel, después de oír llorar a Muqla diciendo que tenía hambre.

—Ya lo he intentado —le sorprendió el tullido—. Nadie los comprará. Un tratante de confianza me ha asegurado que no lograría venderlos ni por un mísero puñado de maravedíes. El duque de Monterreal lo ha prohibido. Nadie quiere problemas con un veinticuatro y grande de España.

Hernando negó con la cabeza.

—Quizá recuperen su valor cuando todo esto haya terminado —trató de consolarse—, y Rafaela pueda venderlos a buen precio.

—No creo —negó el tullido. Hernando abrió las manos en gesto de impotencia. ¿Qué más desdichas podían acaecerles?—. Señor —continuó Miguel—, hace ya tiempo que no pagamos la paja, ni la cebada, ni al herrador o al guarnicionero, ni los jornales de mozos y jinetes. El día que faltes, si no antes, los acreedores se nos echarán encima y una mujer sola... ¿No lo imaginabas? —añadió.

Hernando no contestó. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo iban a salir adelante?

Miguel escondió la mirada. ¿Cómo pensaba que mantenía el cortijillo y los caballos si no era endeudándose? Había sido el mismo Hernando quien había ordenado que los caballos que estaban en las cuadras de la casa fueran mandados al cortijillo puesto que allí no podían alimentarlos.

Intentaron malvender los muebles de la casa y los libros de Hernando en una Córdoba convertida en un inmenso zoco. Miles de familias moriscas subastaban sus enseres en las calles, rodeados por cristianos viejos que se divertían regateando entre ellos a la baja, burlándose de unos hombres y mujeres que esperaban con ira contenida que alguien entre la multitud adquiriese aquel mueble que con tanta ilusión y esfuerzo habían logrado comprar hacía algunos años, o los lechos donde habían dormido y fantaseado con una vida mejor. Los artesanos y los comerciantes, zapateros, buñoleros o panaderos, suplicaban a sus competidores cristianos que les comprasen sus herramientas y sus máquinas. Sin embargo, ningún cristiano se acercó a los libros y muebles que Hernando sacó de su casa y que Rafaela y los niños vigilaban para que, cuando menos, no se los robasen.

Una noche, preso de la desesperación, Hernando fue en busca de Pablo Coca; quizá pudiese ganar algo de dinero con el juego, pero el coimero había fallecido. Entonces, y pese a carecer de licencia, Miguel se lanzó a las calles a pedir limosna. Los soldados que vigilaban los alrededores se reían y se burlaban al verle volver cada anochecer, saltando sobre sus muletas, con algún manojo de verduras podridas en un zurrón a su espalda. Mientras, durante el día, Hernando intentaba conseguir audiencia con el obispo, con el deán o con cualquiera de los prebendados del cabildo catedralicio de Córdoba. El obispo podía salvarle si certificaba su cristiandad, y ¿acaso no había trabajado para la catedral?

Esperó días enteros, en pie, en el mismo patio de acceso del gran edificio, igual que otros muchos moriscos que pretendían lo mismo, todos arracimados.

—No lograréis que nadie os reciba —les espetaban los porteros jornada tras jornada.

Hernando sabía que iba a ser así, que ninguno de aquellos sacerdotes les prestaría la menor atención, tal y como sucedía cuando pasaban por su lado. Algunos los miraban, otros recorrían el patio presurosos intentando evitarles. Pero ¿qué podía hacer sino esperar de esa misericordia que tanto pregonaban los cristianos? No se le ocurría ninguna otra solución. ¡No existía! Los rumores sobre la fecha de expulsión de los moriscos andaluces aumentaban día a día y, salvo que obtuviese la certificación de la Iglesia, Hernando estaba condenado a abandonar España junto a Amin y Laila.

¿Qué sería del resto de su familia?, se preguntaba cada noche al regresar cabizbajo a su casa y amontonar en el zaguán los mismos muebles y los mismos libros que con la ayuda de Rafaela habían sacado por la mañana.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La mano de Fátima»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La mano de Fátima» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


libcat.ru: книга без обложки
Ildefonso Falcones
Falcones Ildefonso - Die Kathedrale des Meeres
Falcones Ildefonso
libcat.ru: книга без обложки
Ildefonso Falcones
Esteban Matías Gutiérrez Dalla Fontana - La legítima hereditaria
Esteban Matías Gutiérrez Dalla Fontana
Bernardo Gomes de Brito - Historia trágico-marítima
Bernardo Gomes de Brito
Fátima Beatriz Garrido - Abuso y maltrato infantil
Fátima Beatriz Garrido
Catherine Mann - The Twin Birthright
Catherine Mann
Отзывы о книге «La mano de Fátima»

Обсуждение, отзывы о книге «La mano de Fátima» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x