Historia trágico-marítima
(selección)
UNIVERSIDAD VERACRUZANA
Sara Ladrón de Guevara
Rector
María Magdalena Hernández Alarcón
Secretaria Académica
Salvador Tapia Spinoso
Secretario de Administración y Finanzas
Octavio Ochoa Contreras
Secretario de Desarrollo Institucional
Édgar García Valencia
Director Editorial
Historia trágico-marítima
(selección)
Bernardo Gomes de Brito
Introducción de José Saramago
Epílogo de Antonio Tabucchi
Selección, traducción y presentación de
Alma Delia Miranda Aguilar

D.R.© Universidad Veracruzana
Dirección Editorial
Nogueira núm. 7, Centro, CP 91000
Xalapa, Veracruz, México
Tels. 228 818 59 80; 228 818 13 88
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https://www.uv.mx/editorial
ISBN: 978-607-502-848-4
Portada: Enriqueta del Rosario López Andrade
Edición: Silverio Sánchez Rodríguez
La muerte familiar
José Saramago
… mamdou ellRey dom Manuel o prmro deste nome ẽ portugall a descobrir quato navios os quaees hiam ẽ busca da especiaria…
Diário da Viagem de Vasco da Gama
En las minuciosas y demoradas andanzas entre el Santo Oficio y el Ordinario, tras las licencias dispensadas por uno y por el otro, era día de gran regocijo aquel en que se veían finalmente colocadas las rúbricas liberadoras: “Visto estar conforme al original, se puede imprimir”. Tasado por el palacio en quinientos reis, el libro que Bernardo Gomes de Brito compiló podía ahora entrar en el circuito de la literatura y de la historia, y sujetarse, mediante este, a los estragos o a las recuperaciones del tiempo, oscilando entre el interés o el desdén, entre la vida plena y el olvido. ¿Cómo ha salido la Historia trágico-marítima de tales pruebas? ¿Qué representa hoy para nosotros este largo rosario de muerte y de sufrimiento, desnudo de todos los prestigios del heroísmo vivo o de su explotación literaria?
Por lo que entiendo, la Historia de Gomes de Brito es un libro menospreciado, que sufre también de aquella especie de benigna maldición que cayó sobre las Crónicas de Fernão Lopes, sobre la Peregrinação, sobre tantas otras obras que vamos a encontrar en las esquinas de la cultura con todos los rótulos adecuados: “clásico”, “importante”, “fundamental”, y que, después de la lectura forzada por la obligación escolar o estimulada por un interés accidental, se ponen de lado, hasta nunca más. De estas se necesita hablar para que quede claro que no se es ajeno a la literatura heredada a lo largo de los siglos; pero se habla con aquel aire de poca importancia que es también temor de que la ocasión exija mayor profundización: ahí no llegarían los beneficios de ningún vistazo apresurado.
La Historia trágico-marítima es, pues, un libro desconocido. Condensa una ficha “cultural” definitivamente catalogada, alineada en lugares comunes para uso rápido y sin compromiso. En ese estado de documento en dos dimensiones, es mucho más infalible de lo que sería la lectura verdadera, con certeza inquieta, tal vez demoledora de convicciones habituales y de ideas formadas.
Decir de ella que representa la cara oxidada del dorado medallón del descubrimiento y de la conquista podría ser, más allá de metáfora, un punto de partida polémico y estimulante. Pero ocurre en este caso lo que también se verifica en muchos otros de igual alternancia: el principio establecido por los hábitos culturales cubre en exceso la realidad –y la oculta. Y esto es precisamente lo que la vida cotidiana lucha a muerte por hacer: esconderla, ocultarla, olvidarla si es posible. Para la cuestión en causa (quiénes fueron de hecho, qué hicieron verdaderamente por esos mares los portugueses del siglo xvi), disponemos incluso de la ocultación por excelencia: el triunfalismo de Os Lusíadas. Incluso así, en dosis apenas suficientes, porque ese triunfalismo se muestra a toda hora salpicado de amargura, como si el mal amado poeta que fue Camões anticipara el luto de un país que se desmoronaba por las cien grietas de la época, reunidas en una sola palabra: corrupción. En el fondo, es de ella que se habla cuando, en el Soldado Prático de Diogo de Couto, dice el hidalgo:
Dejemos el alma; supongo que tenía razón en desear obtener mucho dinero, porque venir un hidalgo a este reino oliendo a pobreza no hay quien no le voltee la cara; lo bueno es venir rico, porque entonces os bailan los árboles, como dicen por allá; todo lo halláis fácil, os ruegan para todo y vos no rogáis para nada, y aún para aquello que deseáis os llaman, que esta cualidad tiene el dinero, con otras muchas cosas que callo. En fin, bueno es venir rico.
Venían muy ricas las naos de la India. Para eso iban allá, por eso de allá volvían. Y las relaciones de naufragios aparecen constantemente entretejidas por consideraciones de interés:
Y partió tan tarde por ir a cargar a Kollam, y allá haber poca pimienta, donde cargó obra de cuatro mil y quinientas, y vino a Cochín a terminar de cargar la cantidad de siete mil y quinientas, en total, con mucho trabajo por causa de la guerra que había en Malabar. Y con esta carga partió para el reino, pudiendo haber llevado doce mil. Aunque la nao llevaba poca pimienta, no por ello dejó de ir cargada de otras mercancías, con lo que se debía de tener mucho cuidado por el gran riesgo que corren las naos muy cargadas.
Así podría abrir el acta de defunción de Manuel de Sousa Sepúlveda, de su mujer y de sus hijos, de todos los navegantes que naufragaron en el Galeón Grande S. João, en todos los galeones y naos que antes y después se perdieron por causa de la codicia, de la incompetencia, de un egoísmo monstruoso. Son miles los portugueses, desde el grumete de la judería al hidalgo de abuelos godos, que mueren gritando en estas páginas; son miles los esclavos que igualmente mueren, pero en silencio, porque de ellos no quedó ni el nombre ni la voz. Partes de hombres bajan a las profundidades del mar, son devoradas por los tiburones, bogan hinchadas y podridas entre dos aguas. Después, por los desiertos, por los campos, entre selvas que son como murallas infranqueables, la carne de otros hombres, esclavos todos de la “fatal necesidad”, va a desprenderse de los huesos y quedan los esqueletos deshechos, amputados de miembros, rodados a lo lejos los cráneos, mientras otras carnes fueron cortadas y mordidas, devoradas como alimento por sobrevivientes afortunados que se atrevieron a la antropofagia…
La expresión del sufrimiento es continua en la Historia trágico-marítima. Son brevísimas las pausas en este lamento que se desenvuelve como una letanía infinita, sin esperanzas de que se escuchen, y que se contenta con oírse a sí misma. Y ese sufrimiento no es solo el de las heridas abiertas, el de la asfixia de las enfermedades sin remedio: es también aquel otro que por vía diferente vuelve la vida insoportable –el desamparo total. Recuérdese esta descripción de un grupo humano rebajado a la condición de rebaño perdido, este súbito descubrimiento de la muerte próxima:
Tanto que oscureció la noche, refugiándonos en los troncos de los árboles que ahí estaban, cada uno se recogió a los pensamientos de su fortuna, ocupándolos en el sentimiento de las cosas que más le dolían; y para que este pequeño consuelo no lo tuviéramos con sosiego, llovió aquella noche tanta agua, que no pudiendo nuestros mal arropados cuerpos soportar el demasiado frío que con ella hacía, nos levantamos, y así a oscuras, estuvimos saltando de unas partes para otras, tomando este trabajo como remedio de los otros, que el frío, el poco sueño y el miedo de nuestras propias imaginaciones causaban: las cuales cosas todas nos hacían desear grandemente la vuelta de la mañana; y tanto que ella comenzó a clarear, partimos camino de la playa a buscar alguna ropa con que nos mejoráramos, la cual hallamos toda cubierta de cuerpos muertos, con tan feos y deformados gestos, que daban muy evidentes muestras de las penosas muertes que habían tenido, yaciendo unos por arriba, otros por bajo de aquellos peñascos, y muchos a los que no les aparecían más que los brazos, piernas o cabezas, y los rostros estaban cubiertos de arena o de cajas o de otras diversas cosas.
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