Luis Sepúlveda - Patagonia Express

Здесь есть возможность читать онлайн «Luis Sepúlveda - Patagonia Express» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Patagonia Express: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Patagonia Express»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Desde sus primeros pasos en la militancia política hasta el reencuentro feliz, años después, con la Patagonia y la Tierra del Fuego, con sus poblados y sus gentes, perdidos en la desolada inmensidad del paisaje, como el tren que da título al libro. Así, conocemos a marineros vagabundos, profesores más aficionados al casino y los prostíbulos que a las aulas, ricas familias con problemas de descendencia, bardos de la región, locutores altruistas o aviadores enloquecidos.

Patagonia Express — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Patagonia Express», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

cuenco con las manos bebí de aquella agua fría, reconfortante y de sabor mineral, que venía desde algún lugar de las sierras para prodigar su mensaje de alivio a los sedientos y luego seguir hasta las raíces de los olivos que se ordenaban en las lomas.

Al beber vi en mi imagen reflejada en el agua unos rasgos ajenos pero familiares. Me acerqué a la superficie y lentamente mi rostro se fue llenando con los detalles faciales de mi abuelo. -Llegué, Tata. Estoy en Martos.

El viejo me miró con ojillos traviesos y soltó una de sus frases incuestionables: -Nadie tiene que avergonzarse de ser feliz.

Entonces sentí que el cansancio del viaje me hacía temblar y me nublaba los ojos. Hundí la cara en la fuente y enseguida me eché a andar.

Llegué hasta una pequeña plaza con un bar. Entré. Los cinco o seis parroquianos acodados a la barra me observaron unos segundos y luego siguieron con su animada charla. -¿Qué va a ser? -consultó el mesonero. -No sé. ¿Qué toman los de Martos a esta hora? -Un vino, una caña… en materia de gustos…

– Ponle un fino, Manolo -indicó uno de los parroquianos.

El mesonero sirvió, probé. En aquel fino estaba el mismo sol que brillaba fuera. Vacié la copa con evidente placer. -Bueno, ¿eh? -dijo el mesonero. -Muy bueno.

Yo deseaba hablar con aquellos hombres, decirles que venía de muy lejos buscando una huella, una sombra, el minúsculo vestigio de mis raíces andaluzas, pero también quería escucharlos, llenarme de ese acento cerrado, un tanto hosco, despojado del tono cantarino de los andaluces de la costa.

Entraron dos nuevos clientes, dos individuos que venían charlando desde la calle. Pidieron dos copas de vino tinto. Uno de ellos alzó la suya sin decir una palabra, pero con un gesto elocuente que valía más que un discurso. El otro, más locuaz, respondió con un breve discurso. -Que haya salud.

Bebieron con ademanes sacramentales. Luego, al dejar la copa en la barra, el que hablara se llevó el dorso de una mano a los labios. El mundo estaba en paz. La vida no podía ser más armoniosa, así que retomaron la conversación.

– Pues, como te iba diciendo, eso de los tomates puede ser un gran negocio. Si se sabe llevar, claro.

– Y el muy idiota, dale con que tengo reuma. Reuma yo. Habráse visto.

– Los holandeses hacen fortunas con los tomates. Pero dime tú, ¿de dónde sacan sol los holandeses?

– Que debo ir a unos baños termales. Me cago en la hostia. Es que esos médicos de la Seguridad creen que somos unos señoritingos. ¡Joder!

– Un buen tomate no puede crecer en una jaula. ¿Has visto qué tomates se dan en Torredonjimeno? Sol y agua de la quebrada es lo que necesitan los tomates.

– Es lo que yo digo: donde haya un buen emplasto no hay dolor de huesos ni perro muerto. ¡Coño! Se me ha hecho tarde.

– Hala, Pepe. A comer. Salúdame a la parienta y a ver si un día de estos nos juntamos para seguir hablando. Y cuídate. -Hombre, tú sabes cómo es esto. -Me lo vas a decir a mí, Pepe.

El que aparentemente no tenía reuma salió y, de pronto me vino a la memoria uno de los recuerdos de mi abuelo.

– ¿Hay en Martos un bar que se llame de los Cazadores? -No, que yo sepa -dijo el mesonero.

– ¿Cómo que no? -intervino el cultivador de tomates.

– A ver: está el de Miguel, el Castillo, el de la Peña…

– Manolo. Pon atención. ¿Cómo se llamaba antes este bar? -Ha tenido varios nombres. Déjame pensar.

– Hasta el año cincuenta se llamó de los Cazadores, joder. Así es como lo olvidáis todo.

– Yo nací el cincuenta y dos. ¿Cómo quieres que lo sepa? -Este tiene razón. Se llamaba bar de los Cazadores y tenía dos ganchos junto a la puerta. En uno se colgaban los macutos y en el otro las escopetas. Vaya si me acuerdo -precisó otro de los parroquianos.

De tal manera que, posiblemente, estaba en el mismo lugar en el que mi abuelo se echaba al coleto unas copas de fino.

Una vez aclarado lo del nombre del bar, los hombres me observaron con indisimulada curiosidad y les conté por qué estaba allí. Les hablé de mi abuelo y de mi largo viaje hasta llegar a Martos. Mientras hablaba, algunos usaron el teléfono para avisar a sus casas que no irían a comer, y otros se valieron de unos chicos que entraron a comprar helados para el mismo propósito. El mesonero, dispuesto a no perderse ni un detalle, colocó botellas de todo cuanto se bebía encima de la barra. Cuando terminé, se miraron entre ellos.

– Vaya historia, chileno. Vaya historia. Hay uno que lleva tu apellido. No vive lejos de aquí. Es un veterano y creo que se llama Angel -informó el de los tomates.

– Sí, señor. Se llama Angel y vive con su mujer. Pero creo que ése no es de Martos. Creo que es de Segovia -apuntó un tercero.

– Hombre. Don Angel vive aquí desde que tengo uso de razón -afirmó el de los tomates. -¿Sabes cuándo nació tu abuelo? -Sí, conozco la fecha.

– Lo que debemos hacer es preguntarle al cura. Ese conoce la vida de Martos mejor que nadie. -Claro. Como se mete en todo.

– Es su oficio. Pastelero a tus pasteles, y el cura a chismorrear con las viejas.

– Pero a esta hora debe de estar comiendo y no atiende ni a Cristo.

– Podemos esperar. Manolo, ¿qué tal si pones unas tapas?

A las cuatro de la tarde habíamos dado cuenta de casi medio jamón y agotado la existencia de tortilla. Otros hombres se unieron al grupo, rápidamente informados por los que ya conocían la historia.

Comandados por el de los tomates nos dispusimos a visitar al cura, pero antes quise pagar el consumo.

– Qué cuenta. Con tu historia lo hemos pasado mejor que con la tele. Esperad, que también voy a ver al cura -declaró el mesonero.

El cura era por lo menos septuagenario, de los de sotana. Con muestras de sobresalto salió a enfrentar al grupo que irrumpía en la paz de su iglesia. -¿Qué se os ha perdido por aquí?

– Tranquilo, señor cura, que venimos con buenas intenciones.

– Pregunto, porque nunca os veo en la misa. El de los tomates, ya aceptado como vocero del grupo, expuso al cura mi historia y los motivos de la visita. Entonces nos invitó a pasar a una habitación de techos altos con los muros cubiertos de libros de antigua empastadura. No le llevó mucho tiempo dar con la fe de bautizo de mi abuelo. -Acércate -me llamó el cura.

Más de un siglo había pasado por aquel folio. Ahí estaba el nombre de mi abuelo y los de mis bisabuelos. Gerardo del Carmen, hijo de Carlos Ismael y de Virginia del Pilar. Ese documento daba testimonio del primer acto público de un hombre al que le sentaban perfectamente los versos de César Vallejo: "Nació muy niñín mirando al cielo, luego creció, se puso rojo, luchó con sus células, sus hambres, sus pedazos, sus no, sus todavía…", y que a lo largo de su vida conocería la cárcel, la persecución y el exilio por sus ideas libertarias.

– Estos tienen razón. Toma por esa calle que se llama de la Virgen hasta el número doce. Allí vive Angel, el hermano menor de tu abuelo, el único de sus cinco hermanos que todavía vive. Tienes que gritarle, porque está sordo como una tapia. Que Dios te bendiga por haberlo encontrado. Es un milagro -dijo el cura acompañándome hasta la puerta.

Al salir de la iglesia había corrido la voz del milagro y algunas ancianitas se persignaban a mi paso. Seguido por una numerosa comitiva subí la calle de la Virgen y me detuve frente al número indicado.

La casa era blanca como todas y tenía un portón de madera verde. No me atrevía a llamar y, ninguno de mis acompañantes tomaba la iniciativa. Todos permanecían silenciosos y, al mirar aquellos rostros curtidos por el sol, me pareció que la situación tenía mucho de tragedia, y no me explicaba la razón.

Años más tarde, cuando supe todo lo que debía saber de Martos, entendí que en esa región, la más empobrecida -que no pobre- de Andalucía, los hombres, tarde o temprano, emprendían el camino de bajada hacia la costa y no regresaban jamás. Y si alguno lo hacía, era siempre un derrotado.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Patagonia Express»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Patagonia Express» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Patagonia Express»

Обсуждение, отзывы о книге «Patagonia Express» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x