Gonzalo Ballester - La Isla de los Jacintos Cortados
Здесь есть возможность читать онлайн «Gonzalo Ballester - La Isla de los Jacintos Cortados» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Isla de los Jacintos Cortados
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Isla de los Jacintos Cortados: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Isla de los Jacintos Cortados»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Isla de los Jacintos Cortados — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Isla de los Jacintos Cortados», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Después echaste encima de la mesa unos papeles. «El artículo del profesor Spencer. Ya lo he leído.» Y yo lo conocía también, ahora estás enterada: lo sabía de memoria, pero, por habértelo ocultado, hube de leerlo otra vez, simulando atención, volviendo atrás en alguno de los pasajes, y, en otros, levantando la vista y mirándote a los ojos: una pequeña farsa que me salió bastante bien. ¿Quién fue el que le dijo al otro: qué es lo que piensas? Creo recordar que hablé el primero: «Es como un martillo pilón, apabullante». «Luego, ¿crees que Claire…?» «Si lo tuviera ante mí, desmantelado, perdida la fe en sí mismo (que es como debe estar, o como estará cuando lea esto), le diría: Reconozco y admito que la ciencia reclame, para la exposición de una verdad, fundamentos teóricos de indiscutible rigor; pero siempre se corre el riesgo de que si tales fundamentos llegan a ser descalificados, en nombre de otros más modernos, o inutilizados por una teoría opuesta que se recibe como legítima porque se demuestra que lo es, la verdad, antes tan bien cimentada, queda en el aire, y habrá que esperar a que cambien las cosas de la teoría, y se restaure lo antes desechado, para que la verdad recobre su condición. Es lo que pasa con lo que tiene a Dios como principio, con lo que se cimenta en Él: que, cuando nadie cree en Dios, tampoco cree en lo que él sostiene en su mano, y habrá que esperar a la nueva ola de la fe.» «¿Piensas, entonces, que el sistema de Norman Ray dejará algún día de estar vigente?» «Si no fuera así, no sería un sistema; de modo que, ese día, alguien se acordará de un genio que se llamó Alain Sidney, que padeció de injurias por la ciencia y fue vituperado, pero que ahora, a la luz de los nuevos descubrimientos, resplandece hasta el asombro por su profundidad y penetración históricas, posiblemente a causa de una mágica intuición; aunque, claro, su tesis no se mantenga ya a la altura de los tiempos, y haya que corregirla, no en el sentido de que Napoleón haya o no verdaderamente existido, sino en el de que, habiendo existido, se haya manipulado su existencia como si fuera una ficción y no una realidad patente, de manera que a la luz de la ciencia rigurosa más parezca inventado que real. Con lo cual se hará paz entre tirios y troyanos, y al lado de aquellos que investiguen la historia en sí de Napoleón (si es que algo queda por investigar), vendrán los que descompongan su mito en factores primos o constituyentes, son a saber, quién, por qué y para qué, y hasta es posible que cómo, cuándo y dónde. ¡La de operaciones gramaticales que comporta la ciencia! Y no sería de extrañar que a todo esto se añadiese, de forma complementaria, o quizá paralela, aunque probablemente discutida y. por supuesto, discutible, la consideración estética del acontecimiento, lo que puede sacar a la luz o a relucir estructuras colmadas de sorpresa: una invención como la de Claire lleva mucho de poesía dentro, pero, en todo caso, más de lo que el autor sospecha. Como verás, eso basta para que sobrevenga, como un tifón, una nueva especialidad, que acaso se bautice con el nombre de Claire.» No respondiste nada, pero no pareció que mis palabras te hubieran tranquilizado. Retiraste la fotocopia, la guardaste en tu cartera. «Quizá a estas horas ya la haya leído Claire. Le envié un ejemplar esta mañana por una compañera que pasó por Schenectady: dejó el sobre en un restaurante en el que Claire suele almorzar. Como lo espera, hoy habrá ido.» Te pregunté si pensabas venir a la cabaña. «Sí, ¿por qué no? No sería capaz de soportar la soledad de mi casa. Aunque a veces no lo creas, tu compañía me ayuda… Tu compañía y tus historias.» Me agarré con fuerza a aquel tenue cable que me tendías: «A propósito de historias… Hoy he tenido un hallazgo, en realidad una verdadera perla inesperada, un premio a la constancia. Por escapar al pelma que me acompañó en el restaurante, y que intentaba prolongar su lección de lingüística bloomfieldiana con el pretexto de una copa de coñac, entré un rato en la biblioteca, y consulté por rutina los repertorios bibliográficos. Encontré por tercera o cuarta vez una referencia extraña a La Gorgona: que había pasado por alto y en la que hoy me detuve: que figura en un libro titulado Exposición y comentario de las últimas teofanías paganas , en Filadelfia, Pha., imprenta de Jones and Jones. 1876: ese mismo libro que tienes ahí delante (y tú lo cogiste y lo miraste con cierta displicencia). Lo hallado no se refiere, por supuesto, a sir Ronald, ni siquiera a Agnesse, pero sí, en cierto modo bastante oblicuo, a Ascanio Aldobrandini. Consiste en una introducción y en la transcripción de un texto de míster Algernon Smith, el cónsul de Inglaterra en la Isla, escrito a requerimiento (indirecto) del primer ministro, que debía de ser entonces William Pitt, el curda. El documento dice estar tomado del original que se guarda en el archivo del Foreing Office: ahí está la signatura. Del relato que hace se infiere que míster Algernon Smith, pese a su depravada vida y quizá a causa de ella, no carecía de sentido del humor, y daba por sentada la existencia en los cielos y en la tierra de bastantes más cosas de las que sueña cualquier filosofía. He aquí los hechos: a Londres llega, se ignora por qué vías, el relato de un suceso extraordinario, de un suceso inverosímil, acontecido en La Gorgona: el primer ministro solicita de su colega del Foreing Office que recabe información oficial del representante inglés en la Isla, quien responde más o menos: "Si en virtud de mis obligaciones consulares hubiera informado a ese departamento de esos acontecimientos por los que V. E. se interesa, se me hubiera tomado por loco, se me hubiera destituido con toda urgencia, aunque también con injusticia escasamente notoria. Preferí, cautamente, esperar a que noticias más o menos deformadas, aunque siempre de contenido descomunal, llegasen a Londres (tenían forzosamente que llegar: el día de autos había al menos dos barcos británicos surtos en el puerto de La Gorgona), sorprendiesen a los miembros del gabinete de Su Graciosa Majestad por su inverosimilitud, y, por lo menos, les causasen cierta alarma. La comunicación de V. E. es la prueba de que no me equivoqué. Paso, pues, a narrar lo sucedido, aunque se entiende que en ningún momento ni por ningún procedimiento directo o indirecto intentaré explicarlos o reducirlos a los límites de lo humanamente inteligible y aceptable. Debo advertir a V. E., y a todos aquellos a quienes alcancen mis relatos, que me considero excepcionalmente favorecido por la fortuna al poder testificar lo que sigue y al poder defender su realidad ante el lucero del alba que se la niegue: es, de cuanto llevo visto y experimentado en mi ya larga vida, lo primero y lo único que considero inexplicable. Todo lo demás que sucede en el mundo puede entenderse, ya poniéndose en el lugar de Dios, ya en el del Diablo, ya algunas veces en el lugar del Destino. Nunca me tuve por desdichado, pero esto me hace feliz.
"Ese mismo día que V. E. señala en su carta, a eso de la media mañana, el vigía de la cofa dos descubrió en la lontananza marina una extraña procesión de seres inmediatamente no identificables. Debo advertir, a propósito de la cofa dos , que no pertenece a ningún barco, sino a una especie de palo de mesana que mandaron instalar en la torre del Castillo de la Palma con fines mixtos de vigilancia y simulación: que pudiera, la vigilancia, llevarse a cabo desde la torre del castillo sin necesidad de palo ni de cofa; la segunda obedece a la añoranza de la mar y los barcos que esta gente manifiesta desde que perdió su flota. Vuelvo, pues, atrás: el marinero de guardia vio a lo lejos cierta extraña procesión, y sin intentar comprenderla, comunicó su descubrimiento por medio de banderas, al vigía de la cofa uno , que está instalada en un cubo de la antigua muralla, esta vez en un palo trinquete, y que abarca nada más que el interior de la ría. El vigía número uno, es decir, el de la cofa uno , lo escribió en un papel y lo pasó a la autoridad inmediatamente superior, que es la de un cabo, a partir del cual, y con añadidos, el mensaje recorrió hacia arriba toda la jerarquía militar y civil hasta llegar a la mesa del ministro: quien ordenó que se le dieran al vigía de la cofa dos veinte azotes por prestar servicio briago, y que fuese arrestado; pero antes de que tan oportuna cuanto justa decisión hubiera iniciado el camino hacia abajo por los peldaños de la jerarquía, llegó un segundo mensaje con la noticia de que ahora se veía claramente que se trataba de un grupo numeroso de personas en y alrededor de un carro, pero que no podía decir más, a causa de la distancia a que aún se encontraban y de cierta neblina que lo emborronaba un poco. Ascanio iba a decretar que se doblase el número de azotes, pero, sin transición ni meditación previa, como quien dice de súbito, preguntó desde qué punto de la ciudad, terraza o torre, se alcanzaba una buena visión hacia aquella parte del mar que señalaba el vigía, el SSO precisamente, y le dijeron que desde la torre del castillo, porque hacia esa parte de los vientos las colinas que cierran la ría pierden altura y la mirada puede saltar por encima de sus lomas y catar con libertad las lejanías: decisión, al parecer, de naturaleza inspirada, pues no parece existir otra causa que la explique o justifique más que lo sobrenatural. Ascanio pidió su coche y el catalejo más potente: tardó unos diez minutos en llegar al puente levadizo, y más o menos otro tanto en trepar a la terraza susodicha: oteó desde allí el horizonte con movimientos que delataban la práctica en columbrar de un verdadero almirante (aunque cojo), según murmuración posterior de quienes le acompañaron. Sin decir una palabra, visiblemente alterado, pasó el utensilio al más próximo; éste miró también en la dirección consabida, y entregó el aparato a un tercero, quien repitió la operación y comentó: 'Es completamente incomprensible'. '¿Qué ven ustedes?', preguntó, entonces, el ministro; y sus adláteres le respondieron, casi a coro: 'Un carro al parecer de caballos, Señoría, y gente a su alrededor'. 'Como si vinieran por una carretera, ¿verdad?' 'Como si vinieran por una carretera.' 'Pero vienen por la mar.' 'Sí, Señoría, por la mar, y eso es lo incomprensible.' '¿No advirtieron ustedes ninguna otra cosa rara?', insistió Ascanio. 'Sí, Monseñor: que esa gente, o lo que sea, tiene el color verdoso.' 'Yo no sé qué me preocupa más: si el color, o el que naveguen por la mar como si nada.' A todo esto, resulta que desde el barrio de los griegos alguien había visto y traducido el mensaje de las banderas, y quien tenía a mano un anteojo de larga vista subió también al monte y contempló lo que Ascanio contemplaba. Como era un griego, le fue más fácil entender lo que veía, de modo que bajó del Arrabal y lo contó en secreto a todo el mundo: 'Ahí viene Poseidón con Anfítrite y todo su cortejo. Se conoce que ahora cumplen mil años de la boda anterior, y les toca celebrar otra nueva'. La gente del barrio griego festejó la aparición, porque habían creído siempre que Poseidón y Anfitrite se casan cada mil años, y sabían por tradición que el tálamo de estos dioses marítimos está encerrado en el fondo de una gruta luminosa donde mana la fuente que dio fama a esta Isla desde la Antigüedad. En un lugar secreto de la casa en que habito, se conserva un mosaico romano de hace aproximadamente dos mil años, en que se representa el cortejo del dios de los mares penetrando con su esposa en esta cueva, cuyo perfil se puede identificar y yo mismo lo he identificado. Y en la catedral de los griegos, en un manuscrito viejo de unos mil años, siglo más, siglo menos, y escrito en el griego de Bizancio, se representa también la misma escena, aunque con bastante menos precisión que en los mosaicos, y ciertos caprichos interpretativos que revelan alguna curiosidad por las partes pudendas de Anfítrite, así como bastante incompetencia, o, ¿quién sabe?, excepcional sabiduría, pues las pintan trifoliadas o trifendidas, así como una llor de lis utilizada para cualquier inmenso tapiz señorial. Si ahora se cumplen dos mil años de las primeras bodas documentadas, y mil de estas segundas, ¿a quién puede extrañar la nueva aparición de la cópula divina, si le llega su tiempo como la pubertad a las gallinas? Pero si los honorables ministros de Su Graciosa Majestad desean conocer las razones que tienen Poseidón y Anfítrite para recasarse cada mil años, es cuestión a la que me siento incapaz de dar una respuesta que pueda satisfacer a mentes templadas en los rigores de Oxford o de Cambridge. Las leyes civiles o consuetudinarias que rigen la vida privada de los dioses sólo tortuosamente nos fueron reveladas, siempre a través de mitos y de otras confusiones, pero yo pienso que, dada la tendencia de la gente a no casarse, esta pareja de paradigmas olímpicos se junta públicamente cada mil años para que cunda el ejemplo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Isla de los Jacintos Cortados»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Isla de los Jacintos Cortados» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Isla de los Jacintos Cortados» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.