Ángeles Mastretta - El Cielo De Los Leones

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Hay en este libro el deseo repetido de contar el mundo para bendecirlo. Todo lo que sucede alrededor de quien lo escribe la sorprende y abisma en un canto que no transige con la desdicha como algo insondable. Andar en la vida es irse de parranda en busca de sus mejores instantes y de cada instante como el atisbo de un milagro. Extraña correspondencia la que existe entre los deseos y la seducción, entre lo inverosímil y catedral, entre la riqueza y la casualidad, ente el mar y los volcanes, entre la valentía y el desafuero, entre las aventuras y la ventura. Cada uno de los textos que reúne este libro acude en busca de semejante correspondencia, y la encuentra como parte de un ensalmo tenaz a cuyo encanto se rinde. La evocación y los sueños son del culto preciso y continuo que cruza estas páginas, cuyo empeño es persuadirnos de cuán prodigiosa y arrebatada es la vida, de cuántos motivos diarios tiene para hacer que la veneremos. La autora de este libro cree en el sensato hábito de la locura, en el desafío diario que es mirar a otros vivir como quien delira: cielo hay para todos, dice, hasta para los leones debe haber un cielo. Por eso nos atrapa la seducción. ¿Qué es la bendita seducción, sino el sueño de que hay tal cosa como el cielo?

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DIVAGACIONES PARA JULIO

Recuerdo a Cortázar a propósito de muchas cosas. En cualquier día del mes me detengo a mirar la foto en la que chupa un cigarro, viendo al frente con el gesto escéptico y al mismo tiempo lleno de pasiones e inteligencia que le salía a la cara como a otros les sale el desencanto, el recelo, la paz interior.

Cuántas cosas aprendí de Cortázar. Porque las aprendí de su voz, de sus audacias, del encanto y los afanes con que las escribió. A muchos de nosotros, Cortázar nos hizo leer lo que sentíamos, lo que nuestro tiempo ponía sobre la piel y el entendimiento sin decirnos cómo descifrarlo.

Cortázar me dijo antes que nadie, porque así vino el orden desordenado de mis lecturas, que esto de estar solo, de sentirse un día alegre y otro desconsolado, era de tantos otros, que por más original y devastadora que pareciera una pena, había sido ya en el cuerpo y la índole de seres que nos eran entrañables y resultaron sobrevivientes. Esto de siempre amar el mundo como se ama lo insólito, de no querer morirse nunca y andar muriéndose una mañana cualquiera, esto de enamorarse hasta un día parecer perros callejeros y al otro dioses repentinos, esto de querer salir a ahogarse una tarde y querer revivir a media noche, esto de perder el horario oyendo música, de perderse en el cuerpo de otro y luego no saber dónde quedó uno, de ser joven como quien es invulnerable y ser invulnerable hasta despertar envejeciendo. Tantas cosas: Cortázar. Julio.

Nunca hablé con él. Lo vi sólo una noche, entrando a Bellas Artes, en medio de una multitud. Mientras la víbora de gente se movía con nosotros dentro, yo, para mi sorpresa, justo tras él, tocaba su espalda, por casualidad, para luego perderla una y otra vez. Pensé que debía nombrarlo, esperar a que volteara y entonces decirle de qué modo lo sentía cerca.

"A las águilas no se les habla por teléfono", recordé que había escrito él en no sé en dónde y a propósito de no sé quién. Así que lo pensé mejor y le abrevié el agobio de escuchar mi proclividad por sus delirios.

Quienes lo acompañaron a vivir sienten por su memoria una devoción envidiable. He visto a García Márquez y a Fuentes venerar los recuerdos que se les atraviesan en una cena y reír al evocarse repitiendo con él tres líneas del Quijote o cantando corridos hasta las cinco de la mañana.

– Murió Cortázar -le dijo Carlos Fuentes a Gabriel García Márquez, una mañana, urgido de compartir la pena.

– ¿Quién te lo dijo? -preguntó el Gabo.

– Ya está en el periódico -respondió Fuentes.

– Carlos, no hay que creer todo lo que sale en los periódicos.

Se consolaron. Lo habían sabido antes de esta conversación, y lo saben siempre; sin embargo, para pensar en él, siguen sin creer lo que dijeron los periódicos.

"Mis amigos no se mueren, se van a Nueva York", dice Gabriel, exorcizando el aire con el poder de su milagrosa imaginación.

Ya lo sabemos, algunos cronopios no se mueren. Cortázar aquí anda. Más aún en los meses que van y vienen con la lluvia trayendo su nombre.

Cuando yo era niña, en todo el centro de México había colegio en julio y vacaciones en diciembre. Sé que iba contra la costumbre internacional y que provocaba toda clase de complicaciones a la hora de cambiar de país o de estado, pero era mucho mejor tener vacaciones en el hermoso invierno nuestro, que en el julio de lluvias que se disfruta bien tras la ventana, viendo mojarse al mundo mientras uno le da vueltas a de qué está hecho y cómo funciona o se descompone.

Julio es un mes hermoso para pensar, para escribir, para tener nostalgia y contar historias. No sé por qué me voy de vacaciones cuando tengo cuatrapeada en el alma una novela que ahora empezaba a buscar rumbo. Pero uno es así, cuando ve cerca el fuego se echa a correr. Cuando el aire trae lluvia se echa a correr, cuando los hijos quieren aire corre tras ellos. Iré de viaje. Con Cortázar en el mes como una luz y un remordimiento, saldré corriendo de mi deber y aunque no quiera me siento culpable.

Si uno enciende la pasión por las palabras no puede andar perdiéndolas cada vez que le silba la curiosidad, cada vez que Florencia se pinta en el horizonte o Portugal aparece como una tentación desconocida y Madrid como la puerta a los amigos que no ha visto, a la sopa de almejas con azafrán, a las noches iluminadas y larguísimas.

Si uno quiere escribir sabe negarse al vamos, sabe decir me importan más los sueños como un deseo que los sueños mismos, sabe responder aquí me quedo, porque aquí están mi cuaderno de plasma y las ocurrencias de las que vivo.

Pero a mí me gana siempre la sonrisa de los otros, me gana siempre lo que oigo más que lo que podría contar, me gana el mundo moviéndose, desafiando, saliendo al paso de mi encierro. Me ganan los otros yéndose, sin mí o conmigo, a ver qué encuentran en Brasil, donde Mateo quiere ver a las mujeres, Catalina quiere descubrir a un director de cine, su papá quiere presentar un libro y yo sólo quiero ir tras ellos. Qué poca personalidad, qué corto aliento, yo a Brasil quiero ir porque irán ellos. Si no aquí me quedaría, con los dos julios en el pequeño cuarto que es mi estudio, viendo llover y pensando en cuando fui joven, como lo será siempre la Maga.

Cuántas locuras hice hace casi treinta años en nombre de la Maga y su destino incierto. Lo que fuera con tal de exorcizar la muerte, con tal de no quedarme una noche sin un Rocamadour entre los brazos, vivo hasta hacerse adulto y pedirme que lo acompañara a Brasil. Qué prodigio tener hijos. ¿Qué mejor destino?

Mientras leía a Cortázar quería ser escritora, hacerme de un amor eterno, aunque siempre durara tres meses, sobrevivir a la muerte de quien me dejó viva, entender la resolución con que vivía mi madre, volverme tan dueña de mí como veía a mi hermana ser dueña de sí misma. Quería encontrar un trabajo que me diera para vivir sin notar que trabajaba, quería aceptar sin más mi cuerpo, mi estatura, mi pasión por la música y el caos, mi terror al deber, mi pánico a perderlo. Mientras leía a Cortázar era una niña tibia que había dejado de serlo. No pude entonces haber encontrado mejor compañía. Julio es siempre un buen mes para recordarlo, para darle las gracias al destino que se fue apareciendo con las certezas y los abismos que tanto ambicioné entonces, hace tanto y tan poco, mientras leía a Cortázar.

NADA COMO LAS VACACIONES

Las mujeres de la expedición estamos echadas sobre nuestros catres de a treinta pesos diarios, oyendo al mar altivo y contumaz que juega con la playa. Hemos buscado todos los días un lugar en el último rincón de arena soleada que puede albergarnos. A veinte metros de nuestra cabaña se amontonan decenas de cabañas apretadas de adolescentes. El revolcadero, que era un lugar remoto en el Acapulco de mi remota infancia, se ha vuelto la playa de moda en el Acapulco al que nos lleva la febril adolescencia de mi hijo y sus amigos. Sigue siendo un lugar de belleza privilegiada. Las olas vienen abruptas pero nobles, y uno puede jugar en ellas. Como antes, como mañana.

– Pensar que todo aquí va a seguir igual cuando ya no estemos para mirarlo -dice Daniela mi sobrina, que pronto deberá volver a la universidad en la que estudia leyes como quien las abraza.

– Todo -le contesta Catalina, que este año empezará el primer año de preparatoria-. Y no sé cómo pensar en eso sin que me aflija.

Están metidas en sus trajes de baño, jóvenes y lindas, en apariencia inofensivas, en verdad audaces. Yo las oigo caer en semejante conversación y finjo que duermo como quien se ha muerto.

El mar ha seguido viniendo a esta playa los mismos treinta años que llevaban mis ojos sin venir a mirarlo. Y ahora que he vuelto lo he encontrado intacto, idéntico, generoso, como estará cuando yo ya no pueda regresar a mirarlo. Irse de un sitio entrañable, dejar un paisaje que nos conmueve y arrebata, sin saber cuándo podremos verlo de nuevo, si volverá a existir para nosotros, nos estremece sin remedio como un atisbo de la muerte. Por más que vivamos como vivos eternos, al despedirnos, dice la canción, siempre nos morimos un poco.

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