– Creo que sí dijo Leonor. -Pero si eran tan felices, ¿por qué terminaron?
– ¡Ah!, eso sí fue por la loca de tu tía -respondió Carmen Ramos, como si alegara. Mejor dicho: como si su respuesta fuera parte de un viejo alegato de cuyos lugares comunes estaba cansada. -Y eso sí no me lo cuenta nadie, porque yo lo vi. Yo fui la que le dije a Mariana que era un error y a mí fue a la que me mandó a freír espárragos. No me lo cuenta nadie.
– ¿Qué hizo? -preguntó Leonor.
– Lo cambió en una fiesta dijo Carmen Ramos.
– ¿A quién cambió?
– A Lucas. Lo cambió en una fiesta, se le fue con otro en sus narices. Hay gente enojada con Lucas, que le echa a él la culpa de todo lo que pasó. Pero a mí me consta que Mariana tuvo su parte, y yo la vi ese día de la fiesta hacer su gracia.
– ¿De qué gente hablas? -preguntó Leonor.
– Gente, gente -murmuró Carmen Ramos.
– ¿Como qué gente? -insistió Leonor.
– Como tu tía Cordelia -cedió Carmen Ramos. – Pero no vale la pena hablar de eso.
– Vale la pena -dijo Leonor. – Yo me peleé con mi tía Cordelia por eso mismo.
– Pues conmigo se peleó hace años. Llegué a quererla mucho, y no creas que no la extraño. Pero ella cree que Mariana fue una santa y que todo le pasó o se lo hicieron. Tú estás muy chiquita todavía para saber ciertas cosas, pero lo que sí te digo es que no fue como dice Cordelia. Mariana era una buena cabrona y, al final, no sé a quién le fue peor, si a ella o a Lucas. Y no sé quién quiso más a quién, porque ésa es la otra cosa que te voy a decir y que hizo explotar a Cordelia de coraje cuando se lo dije: Lucas Carrasco estaba muerto de amor por Mariana. Lo último que hubiera querido es hacerle daño.
– ¿Qué pasó en esa fiesta? -preguntó Leonor.
– Te lo cuento -accedió Carmen Ramos. -Pero lo primero que hay que entender es esto, mira: a tu tía Mariana y a mí nos faltaron muchas cosas en la vida, pero nunca galanes que nos persiguieran en las fiestas, ¿sí me entiendes? Y había fiestas a cada rato, largas comidas que terminaban en largas bailadas de todo mundo con todo mundo. Al final, nacían y morían parejas como nacen y mueren conejos. Pero si andabas con alguien, y si ese alguien te gustaba y estabas feliz con él, como tu tía Mariana con Lucas Carrasco, entonces, dime, ¿por qué razón en una de esas fiestas, pasas de bailar con Lucas Carrasco a darte de besos en una esquina con un guapísimo baboso que acabas de conocer? ¿Por qué?
– Por guapísimo -sonrió Leonor.
– No, mi amor: por loca -dijo Carmen Ramos. -Por ociosa, por andar buscándole mangas a los chalecos. Yo la vi y me la fui a buscar al rincón donde estaba con su guapísimo y me la llevé al baño y le dije: "Tú estás loca. Eso no se le hace a un galán, mucho menos al galán que te encanta." "También me encanta el otro", me dijo. "Y Lucas es el mayor defensor de que cada quien haga lo que quiera." Estaba medio borrachita, pero nada que ameritara la barbaridad que estaba haciendo. Le dije: "No, no, no. Esas teorías sólo sirven cuando el otro no te importa. Si estás metida hasta el cuello con otro, como estás con Lucas y él contigo, no se puede hacer lo que quieras. Mucho menos enfrente del otro." "Tú no conoces a Lucas", me dijo Mariana. "Lucas es el rey de la pluralidad." "Te conozco a ti", le dije. "Y lo que estás haciendo es una pose". "¿Pero ya viste a ese galán?", me dijo Mariana. "Está de concurso, Ramos." "Tu galán es tercer mundo comparado con Lucas", le dije. "¡Ah!", me dijo. "Ya entendí qué te traes: te gusta Lucas." "Lucas no sólo me gusta, me encanta', le dije. "Pero me encanta contigo, idiota, y tú con él. No hagas estupideces." "Tú ya estás como mi hermana mayor", dijo Mariana. "Estoy como tu amiga, Gonzalbo", le dije. "Estás regando la mermelada." "Pues me gusta esa mermelada", me dijo. "Y la voy a seguir probando." Eso hizo. Salimos del baño y se fue otra vez con su mono de revista de modas, a reírse y abrazarse y dejarse arrimar a lo oscuro. Me fui en busca de Lucas para distraerlo, pero apenas me vio me preguntó por Mariana. Le dije que no la había visto y me dijo: "Las vi pasar juntas al baño. ¿Qué le estás alcahueteando?" Era como si supiera, como si ya la hubiera visto. "Se quedó por ahí con unas gentes", le dije con la vaguedad adecuada. "¿Unas o una?", me preguntó Lucas Carrasco. "Unas", le dije yo. "Eres buena amiga", me dijo
Lucas. "Pero ya la vi en ese rincón. ¿Tú puedes explicarme por qué?." "No", le dije. "No puedo explicarte por qué."
– La hermana mayor que regañaba a mi tía Mariana era mi mamá -acotó Leonor.
– No entiendo dijo Carmen Ramos, sorprendida por el comentario.
– La que la regañaba -explicó Leonor. -Dijiste que mi tía Mariana te comparó con su hermana mayor porque la estabas regañando.
– Ah, sí -dijo Carmen Ramos. -Se quejaba siempre de eso.
– Pues la hermana mayor de mi tía Mariana era mi mamá -dijo Leonor.
– Sí, mi amor. Ya lo sé dijo Carmen Ramos.
– Es que de pronto me perdí. Discúlpame. -¿Por qué la regañaba? -¿Cómo?
– Sí: ¿por qué mi mamá regañaba a mi tía Mariana? ¿Qué le molestaba de mi tía?
– El destrampe, el desorden -dijo Carmen Ramos. -Y las cabronerías de Mariana.
– ¿Como cuáles?
– Bueno, como ésa que te acabo de contar. Luego, la colección de galanes. No que fueran muchos, aunque no eran pocos, sino que los levantaba como por hobby, no porque le gustaran, sino porque se cruzaban en su camino, a veces por puro esnobismo, para impresionar a sus hermanas. Por ejemplo, hubo un ejemplar que se consiguió un día recién bajado de la mata, un tarzán acapulqueño que te podías morir al verlo del brazo de Mariana. A veces por caridad, porque no sabía cómo decirle no a uno que le anduviera rogando. Pero la mayor parte de las veces para probarse a sí misma que era libre, que no tenía prejuicios, o algo así. Yo la entendía muy bien, porque padecimos del mismo mal en la misma época. No era una cosa nuestra. Estaba en el ambiente. Era como si confundiéramos el amor con la ropa. Te acostabas con alguien y luego con otro como si te quitaras una prenda y te pusieras otra. A tu mamá esa actitud la sacaba de quicio. Yo nunca hice migas con ella por eso. A tu tía Cordelia le importaba menos, y por eso nos hicimos amigas y lo seguimos siendo luego de que Mariana murió. Con el tiempo, me resulta obvio que tu mamá tenía razón. Nosotras éramos unas idiotas tratando de impresionarnos con nuestra libertad. ¡Las cosas que yo llevé a mi cama! ¡Y las que llevó tu tía Mariana! Al final, era difícil distinguir lo que te gustaba de lo que simplemente te hacía cosquillas, no sé si me explico. Mariana no supo cuánto le importaba Lucas, sino hasta que lo perdió. Ahí empezó el viacrucis.
– ¿Tú sabes cómo murió mi tía? -avanzó Leonor, echándose sin más sobre el terreno sombrío.
– Murió de una embolia -dijo Carmen Ramos. -Un derrame cerebral.
– ¿A los veintinueve años?
– Es lo que dice tu familia y no hay por qué dudar -dijo Carmen Ramos. -Ellos estuvieron cerca. Ahora, antes de eso, lo que padeció fue una anorexia nerviosa. Esto sí me consta, porque se parece a lo que yo vi. Pero en realidad no sé de qué murió Mariana. Sé lo que pasó antes, cómo se fue enfermando, pero no cómo acabó.
– Cuéntame entonces cómo se fue enfermando. ¿Qué pasó?
– Pasaron muchas cosas raras -musitó, lentamente, Carmen Ramos. -Todas vinculadas a Lucas Carrasco. Lucas fue el único hombre que le importó de veras a Mariana, pero no se dio cuenta de eso sino muy tarde, cuando ya lo había herido de más y él se había ido y lo de ellos se había roto por el centro. Entonces, a Mariana le dio por recuperar a Lucas, se le volvió una obsesión recuperarlo. Bajó la cortina de los galanes y se puso a trabajar en sus investigaciones como monja, casi un año. Pensaba que Lucas notaría eso y que iba a gustarle, porque siempre tuvo con Lucas una especie de complejo intelectual. Lo sentía muy por encima de ella intelectualmente. Decidió probarle que su vocación intelectual era también genuina y que ella podía ser su pareja también en ese campo. Trabajó como burra, con un amigo del instituto, en una bibliografía absurda e interminable sobre los indios de México. Y empezó una historia sobre ese tema.
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