Marcela Serrano - Para Que No Me Olvides
Здесь есть возможность читать онлайн «Marcela Serrano - Para Que No Me Olvides» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Para Que No Me Olvides
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Para Que No Me Olvides: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Para Que No Me Olvides»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Para Que No Me Olvides — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Para Que No Me Olvides», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Yo creí que las mujeres a quienes les pegaban eran otras. No yo.
Manejó en el más total silencio.
Y en ése, el silencio de la carretera, cuya helada tensión pudo convertir el aire en verdaderas estalactitas, yo tuve sólo tres pensamientos: el primero, si Honoria no hubiese estado accidentada, esto nunca habría sucedido. Ella lo habría retenido, la casa no hubiese dado esa sensación de abandono, Jorge Ignacio no habría estado ofuscado y a Juan Luis no se le habría ocurrido partir al campo. Honoria vio una sola vez al Gringo y su sabiduría de siglos lo debe haber sabido. El zarco, lo llamó, el hombre de los ojos claros.
El segundo pensamiento fue que Juan Luis era un cobarde. Prefirió pegarme a mí que pegarle al Gringo, debe haber divisado su porte en mi cama y decidió no enfrentarlo, mejor descargarse en mí -una acción, al final, gratuita- y de paso le quitaba al Gringo la posibilidad de defenderse, o de defenderme a mí, o cualquier acción de honor que el Gringo, por supuesto, hubiese preferido como desenlace.
Y el tercero, que esos golpes, y todos los que hubiese querido propinarme, bien valían la noche vivida.
Cuando llegamos a Santiago, me dijo.
– A mi casa tú no vuelves. Bájate aquí.
– No me bajaré a esta hora de la noche. También es mi casa, y está mi hija ahí. Tengo derecho.
– Has perdido todos tus derechos, Blanca, y más vale que lo vayas sabiendo.
Mi memoria ni sabe cómo llegué esa noche a San
Damián. Pero sí sabe del último de los pecados que cometí frente a Juan Luis: entré al living vacío, me senté en el más grande de los sillones tapizados de blanco y allí deposité toda la bilis que mi cuerpo contenía.
Para siempre esa mancha en el blanco inmaculado.
* * *
Asífue como empezó la guerra.
Así fue como me abandonó Juan Luis. Se llevó a mi hijo con él, quien al despedirse guardó silencio. Ni una sola palabra, mi hijo.
Mi familia vio la posibilidad de hacerle un juicio y quitarle a Jorge Ignacio, pero me negué: sería aún más traumático para él. Ya no era un niño, yo no lo forzaría a quedarse conmigo. Aún sabiendo que ello me rompería en dos, a Trinidad no quiso ni pedirla. No fue por hacerme un favor a mí, le sobraba la niña, era muy pequeña para hacerse cargo de sí misma. Lo que sí se preocupó fue de avisarme -por si tenía algún plan en la cabeza- que no extendería ningún permiso para mover a Trinidad del país. Inmovilizada Trinidad, gracias a nuestras maravillosas leyes. Inmovilizada yo. (¿Sabría algo de Australia? ¿O actuó bajo mera intuición?)
Juan Luis decidió irse a Nueva York de inmediato. No volvió a dormir en nuestra casa, fue sólo a hacer sus maletas y a ver qué se llevaría. Habló antes con un abogado. A mí me representó mi hermano Arturo. Quiso dejar andando los papeles de la nulidad y yo no me opuse. No me volvió a ver luego de esa noche. Se las arregló para evitarme, y yo no tenía nada, absolutamente nada que decirle. Partió con Jorge Ignacio. Nos quedamos las mujeres en San Damián: Trinidad, Honoria y yo.
Aunque la familia no vio con buenos ojos el que yo tuviese otro hombre, se puso de mi parte como corresponde al espíritu de clan y consideraron altamente reprobable la actitud de Juan Luis, la de quitarme a mi hijo, y la de golpearme, cosa que me preocupé de divulgar. Ellos se hicieron cargo de todo, poniéndome como condición no volver a ver a este «otro» por un tiempo, lo entorpecería todo, Juan Luis podría estar siguiéndome por si yo acudía a los tribunales, incluso podía ejercer acción contra Trinidad si provocaba aún más sus iras. Accedí; habría accedido a cualquier cosa en el estado de presión en que me encontraba. No pensé en los plazos del Gringo, en Australia, todo lo dejé para después. Sofía dice que en alguna parte de mi conciencia culpé al Gringo por haberme desbaratado la vida. Eludí las cosas prácticas, estaba demasiado destruida para pensar en ellas. Mis hermanos lo hicieron por mí y se preocuparon de la partición de bienes y cosas por el estilo. Hubo frases grandilocuentes como las de mi padre: nadie estafará a mi hija, para algo sirve la sociedad conyugal y el capital que su padre ha aportado a ella. Y frases irónicas como las de Pía: cartuchona serás pero no huevona, hermanita.
Naturalmente los ahorros, todos a su nombre, partieron con él. La casa de San Damián era un regalo de mi padre y estaba a nombre mío, todo un capital, decía Arturo, no debía inquietarme. Pero vendría más adelante el día a día. Entonces debí mirar el campo por primera vez con otros ojos. En el futuro debería atender las explicaciones y cuentas de su administrador -otro de mis hermanos- y por fin escucharlas. Lo que antes fue accesorio pasaría a tomar un lugar central. Y me encontré orgullosa de tal sustento, de comer por fin del fruto de la tierra.
* * *
Déjame intervenir por primera vez.
Yo estaba contigo esa noche. ¿Quieres que recordemos juntas? ¿Me escuchas, Blanca?
Tus ojos eran de una profundidad tan, pero tan bella… no sabes qué belleza había en tus ojos. Te disfrazaste, te maquillaste dramática, te vestiste toda de negro, una Juliette Greco de los noventa, y trágica apareciste, larga, el kohl en los ojos, negra, tu pelo rubio, sólo algo de plata colgaba de tu cuello delgado y era redondo el negro en el escote de tu garganta.
Entraste jugando el único rol -creíste tú entonces- dramático de tu vida. Nos miraste a los tres: Sofía, el Gringo y yo, demudados ante tu solemnidad, ante esta Blanca transformada.
– Me quedaré contigo -le dijiste al Gringo y el kohl en tus ojos los profundiza aún más.
Los tres mudos, mirándote en silencio.
Mi Blanca, alba en tu inocencia, trágica, bella, perdida, temí que tu esbeltez te quebraría. Quedaste parada en el centro, sola como nunca lo estuviste en tu existencia.
Los deseos se torcieron y tu esbelta palidez se estrechó.
Sus raíces no estaban en ti, no estaban en tus arterias ni en tus venas ni en esos delgados huesos, ¿no lo sabías? Llegaste a él hambrienta y mutilada, y tampoco lo sabías. Diviso la punta de tu lengua rozando tus propios labios, Blanca, obsesiva mirando los suyos.
– Me voy -te contestó él.
– No, no puedes irte.
– Parto.
– ¿Por qué? -le preguntaste una vez más.
– No hay lugar para ningún sueño aquí… por lo menos allá tengo la evidencia de la falta de sueños.
– Habrá vacíos allá…
– Prefiero esa vaciedad a este lleno engañoso. Fue más tarde que murmuraste.
– Aquí estoy yo, Gringo. Al menos esta patria me tiene a mí.
– No me basta, Blanca.
Te corrió una lágrima y él te dijo.
– Vente conmigo.
– Imposible. Está mi hija -y luego agregaste: -Y están las raíces.
Alargaste tus manos. Mis manos impías, dijiste. Y el Gringo te envolvió una, luego la otra.
Sofía y yo los abrazamos. Sofía y yo estábamos tristes como ustedes. Todos estábamos tristes. El Gringo partía. Todas quedábamos solas. No era tu única soledad.
Fue el día de tu máximo esplendor. Si te hubieses visto, por una vez habrías creído en tu belleza.
De negro en tu blancura solitaria, desde las honduras mismas de la materia apareció esta visión que nos enmudeció a Sofía, al Gringo y a mí. Y él te dijo que te recordaría siempre con la tierra como tu telón de fondo y todos pensamos más allá de los cerros y de los naranjos.
Trasunta tu desamparo, Blanca, como los hogares de los pobres los domingos, cuando la precariedad les convierte ese día en extramuros. Esa eres tú hoy.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Para Que No Me Olvides»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Para Que No Me Olvides» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Para Que No Me Olvides» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.