Marcela Serrano - Para Que No Me Olvides
Здесь есть возможность читать онлайн «Marcela Serrano - Para Que No Me Olvides» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Para Que No Me Olvides
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Para Que No Me Olvides: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Para Que No Me Olvides»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Para Que No Me Olvides — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Para Que No Me Olvides», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Pero, dime, Gringo ¿por qué no la peleaste?, ¿por qué te dejaste destruir?
– No tuve la capacidad de elaborar la tortura…
– ¿Y porqué no pediste ayuda? Victoria me ha contado… dice que los sicólogos han ayudado a otros…
– Supongo que se necesita un mínimo de autoestima para eso… y yo no la tenía…
– ¿Y quién paga por todo eso?
– El cuerpo… siempre un lugar simbólico.
– Ese cuerpo que me va a dejar…
– Perdón, mi amor, pero debes comprender: para esperar cualquier cambio de verdad, habría necesitado recordar, sentir, llorar. No pude -se suelta de esta jaula que son mis manos, me toma el rostro con las suyas y me clava el verde con infinita ternura-. Me perdí a mí mismo.
Miramos los dos al fuego como si el fuego nos diese una escapatoria, como si en las lenguas naranjas pudiésemos encontrar alguna respuesta. Gringo, mi Gringo, qué te han hecho, qué te hicieron, mi amor, dímelo, por qué te ocurrió todo esto, habla que mi corazón se va a partir, habla de una vez, Gringo, cómo sanarte, no resisto tu pena, no la resisto…
Y entonces dijo aquello, por segunda vez desde que nos conocíamos, nombró esa palabra que nos taladraba, esa palabra que sólo se pronunció hace mucho tiempo atrás, cuando conocí el departamento del centro de la ciudad.
– Mi impotencia es mi único lenguaje del dolor. Quizás podré sanar el día que elabore este duelo.
Enterré mi cabeza en su regazo y cerré los ojos llenos de él.
– Princesa mía, al menos quiero que lo sepas: has ayudado en este proceso. Has ayudado, con tu ignorancia y tu ingenuidad, has ayudado mucho más de lo que tú misma sospechas.
Nos besamos y en ese beso se nos fue la vida.
Mi cama allí era mi cama y por eso pude tenderme con el Gringo en ella, sin culpa ni traición. Lo desvestí como si fuese la última vez y lo toqué con verdadero frenesí. Nos acariciamos largo, largo como sólo un hombre y una mujer que saben de carencias pueden hacerlo. Recorrí su cuerpo besándolo parte a parte, centímetro a centímetro, no fuese a quedar un solo pequeño espacio que no llevara la huella de mi boca. Sentí que su miembro se endurecía más de lo habitual y lo adoré por eso y lo besé y lo lamí con el amor más grande de la tierra. Volvió su cuerpo sobre el mío, de nuevo es ese abrazo hambriento y abrí mis piernas sujetándolo sobre mí. Dije palabras que nunca había pronunciado, que no sabía siquiera que supiese, que tampoco sabía que había llegado a sentir, que nunca estuvieron en mí con anterioridad, todas las palabras que se pueden decir y todas me parecieron legítimas y suyas y verdaderas y reales. Tuvo una mirada nueva mientras nos acoplábamos y sin darnos cuenta, como si ambos fuésemos otro, empezó a penetrarme. Lenta, muy lentamente. Nunca su dureza llegaba al punto de poder hacerlo y yo -en alguna parte de mi mente- siempre esperaba ese toque, esa rotura, la que me constatara que éramos solo uno. Como la virgen que lo necesita para saberse poseída, comenzó ese desgarre que nos salvaba. Y al unísono se situó ese desgarro en mi sexo y en mi alma, sentí su profundidad en mí, abrí más y más las piernas dándole la bienvenida, abierta y rasgada, lo recibí y al ser penetrada quise que me rompiera, que me rajase entera, que me perforara. Más y más. Hasta que por fin pudimos fundirnos y supimos al acabar que éramos un solo ser, no fue posible distinguirnos uno del otro, éramos la misma cosa, una misma misma cosa.
Comenzamos a despegarnos poco a poco para mirarnos, y como dos ciegos nos tocamos, como ciegos a los que les basta las manos, recojimos cada detalle de nuestras caras y las guardamos como en un camafeo. Apañó mis ojos y me habló besándolos.
– Bien sabes que no creo en Dios. Pero algo así debe ser la comunión.
No logramos hacer nada sino cerrar los ojos en el silencio del campo.
Seguí con los ojos cerrados soñando, soñando que me iba con él hasta el fin del mundo. Entonces me besó los párpados cerrados y me dijo en un murmullo.
– Que se duerma mi princesa.
Inundada de la más total plenitud, la que no tuve nunca antes ni después en la vida, me dormí. Debe haber sido ya tarde, ya noche, cuando sentí ruidos. Fue un sexto sentido el que reaccionó a algo que enturbiaba esa paz. El Gringo dormía como un ángel a mi lado. El sueño de los justos, pensé al mirarlo, y comprendí que dormiría como no lo había hecho en años. Me levanté en puntillas, en silencio me puse los calzones y su sweater largo, lo primero que encontré a mano. Siempre recordaré el olor rápido de transpiración de ese sweater. Bajé las escaleras, estaba oscuro. Abrí la puerta de mi casa y vi lo que nunca esperé ver: el acero azulado de un BMV. El corazón me latió como una perfecta maquinaria cuando se dispara y pierde su rumbo. Reconocí las dos figuras adentro del auto. Corrí hacia ellos.
– ¡Llegaste! -casi sin voz.
– Parece que no me esperabas -la de Juan Luis era gélida. Y mi hijo a su lado.
– No, creí que llegabas mañana -¿notaría él cuánto temblaban mis palabras?
– ¿Qué haces aquí, si me permites la pregunta? ¿Pretendía hacer un escándalo delante de Jorge Ignacio?
– Vine a buscar unas cosas y me tendí y me dormí. Juan Luis abrió la puerta del auto par a bajarse. ¿Cómo detenerlo?
– No, no te bajes, es tarde. Vámonos juntos a Santiago.
– ¿Y tu auto?
– Vengamos a buscarlo después, igual debemos acarrear tantas cosas- ¿de dónde salía ese dominio que parecía estar demostrando?
Miró bien el pasto y el jardín y pareció consolarse cuando vio solamente el Peugeot estacionado, sólo escenario conocido. Quizás yo no mentía.
– Espérame aquí -le ordenó a Jorge Ignacio, que ya abría su propia puerta. -
Oirninó conmigo haría adentro.
– ¿Por qué tiemblas?
– Tengo frío.
– ¿Por qué estas casi desnuda? Blanca, ¿qué pasa? Y algo inexplicable me sucedió.
– Juan Luis, baja la voz y te lo diré. Hay un hombre arriba, un hombre que duerme y que vino conmigo y al que no volveré a ver. Por el amor a tu hijo, y por todos estos años, déjame vestirme rápido, en silencio, y partir contigo. Que Jorge Ignacio no se dé cuenta de nada. Luego hablaremos, cuando estemos los dos solos.
– No te creo -fue cuánto pudo decir.
Fue la sorpresa que lo paralizó. Era lo último que habría esperado de mí. Se quedó donde estaba, sin cruzar el umbral de la puerta. Una estatua Juan Luis.
Aproveché su inmovilidad, sabía que no duraría. Subí rápido, me saqué el sweater del Gringo, mientras él soñaba -en otra galaxia, probablemente-, mientras no sabía cómo yo lo protegía. Me vestí con total rapidez y dejé las llaves de mi auto en el hueco de la almohada, imposible que no las viera, él comprendería. Lo miré y me despedí con los solos ojos.
Bajé en un instante y me dirigí al auto de mi marido, éste aún petrificado en el umbral de la puerta. Pero no fue capaz de partir con la dignidad que yo esperaba, como habría partido yo. Entró y subió las escaleras. Lo raro es que lo hizo sigilosamente. Miró a través de la puerta de mi pieza, comprobó que era cierto, y bajó. No despertó siquiera al Gringo. Subió al auto, lo hizo partir, aceleró fuerte y se alejó del lugar. Cuando ya salíamos a la carretera, detuvo el motor. Se bajó, dio la vuelta y abrió la puerta de mi lado. Me tomó del pelo y levantó su mano. Me cruzó la cara con esta mano, impregnada de rabia y descontrol.
– ¡Puta!
Jorge Ignacio miró esta escena aterrado.
– ¡Por el amor de Dios, Juan Luis, está tu hijo ahí!
– ¡Que sepa mi hijo la madre que tiene! -y volvió a pegarme. Más que los golpes, me dolieron los ojos testigos, esos pobres ojos de mi niño. Mi niño grande.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Para Que No Me Olvides»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Para Que No Me Olvides» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Para Que No Me Olvides» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.