Kazuo Ishiguro - Los inconsolables

Здесь есть возможность читать онлайн «Kazuo Ishiguro - Los inconsolables» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los inconsolables: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los inconsolables»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Ryder, un famoso pianista, llega a una ciudad de provincias en algún lugar de Europa central. Sus habitantes adoran la música y creen haber descubierto que quienes antes satisfacían esta pasión eran impostores. Ryder es recibido como el salvador y en un concierto apoteósico, para el que todos se están preparando, deberá reconducirlos por el camino del arte y la verdad. Pero el pianista descubrirá muy pronto que de un salvador siempre se espera mucho más de lo que puede dar y que los habitantes de aquella ciudad esconden oscuras culpas, antiguas heridas jamás cerradas, y también demandas insaciables. "Los inconsolables" es una obra inclasificable, enigmática, de un discurrir fascinante, colmada de pequeñas narraciones que se adentran en el laberinto de la narración principal, en una escritura onírica y naturalista a un tiempo, y cuentan una historia de guerras del pasado, exilios y crueldades, relaciones imposibles entre padres e hijos, maridos y mujeres, ciudades y artistas. Una obra que ha hecho evocar "El hombre sin atributos" de Musil.

Los inconsolables — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los inconsolables», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Pedro se incorporó en su silla bruscamente, con la cara iluminada por el entusiasmo.

– ¿Habla en serio? ¿Posará ante el edificio Sattler? ¡Dios, qué suerte! ¡Sabía que era usted un gran tipo!

– Un momento…

– ¿Está seguro, señor Ryder? -dijo el periodista cogiéndome del brazo-. ¿De verdad está seguro? Sé que tiene un montón de compromisos. ¡Vaya, es fantástico! Se lo garantizo: en taxi no tardaremos más que unos tres minutos. De hecho quédese aquí, iré ahora mismo a parar uno. Pedro, ¿por qué no sacas de todas formas unas fotos del señor Ryder mientras espera aquí sentado?

El periodista se alejó apresuradamente. Instantes después lo vi en el borde de la acera, inclinado hacia el tráfico, con un brazo alzado hacia lo alto.

– Señor Ryder, por favor…

Pedro estaba agachado, con una rodilla en tierra, y me miraba a través del objetivo de la cámara. Me senté como es debido en la silla -adopté una postura relajada, aunque no excesivamente lánguida- y compuse una sonrisa afable.

Pedro apretó el obturador de la cámara unas cuantas veces. Luego retrocedió unos pasos y se volvió a agachar, esta vez junto a una mesa vacía, ahuyentando a una bandada de palomas que picoteaban unas migas. Me disponía a cambiar de postura cuando el periodista volvió casi a la carrera.

– Señor Ryder, no consigo encontrar un taxi, pero acaba de parar un tranvía ahí mismo. Vamos, dése prisa. Pedro, el tranvía.

– ¿Pero será tan rápido como el taxi? -pregunté. -Sí, sí. De hecho, con este tráfico, llegaremos antes en tranvía. En serio, señor Ryder, no tiene por qué preocuparse. El edificio Sattler está muy cerca. De hecho… -alzó una mano, se la colocó a modo de pantalla sobre los ojos y miró hacia lo lejos-, de hecho casi se ve desde aquí. Si no fuera por aquella torre gris de allá lejos, veríamos el edificio Sattler en este mismo momento. Está muy cerca, como ve. Si alguien de una altura normal, no más alto que usted o yo, se subiera al tejado del edificio Sattler, se estirara y levantara un palo, una fregona de la cocina, por ejemplo, en una mañana como ésta, lo veríamos desde aquí perfectamente por encima de la torre gris. Así que ya ve, estaremos allí en un abrir y cerrar de ojos. Pero, por favor, el tranvía, debemos darnos prisa.

Pedro estaba ya en el bordillo de la acera. Lo vi con la bolsa del equipo al hombro, tratando de convencer al conductor del tranvía para que nos esperara. Salí de la terraza tras el periodista y subí al tranvía.

El tranvía reanudó la marcha y los tres avanzamos por el pasillo central en dirección al fondo. El vehículo iba lleno, y nos fue imposible sentarnos los tres juntos. Logré sentarme muy apretado en la parte de atrás, entre un hombre mayor y menudo y una madre madura con su retoño en el regazo. El asiento era asombrosamente cómodo, y al cabo de unos segundos, en lugar de estar molesto, empecé más bien a disfrutar del trayecto. Frente a mí había tres ancianos leyendo un solo periódico, que el del centro mantenía abierto. El traqueteo del tranvía les dificultaba la lectura, y a veces discutían para hacerse con el control de una determinada página.

Llevábamos ya un rato en el tranvía cuando advertí cierto revuelo a mi alrededor y vi que la revisora se acercaba por el pasillo. Supuse que mis compañeros me habrían pagado el billete, pues yo no lo había hecho. Cuando miré por encima del hombro vi que la revisora, una mujer menuda cuyo feo y negro uniforme no lograba disimular por completo su atractiva figura, se hallaba ya muy cerca de mi asiento. La gente, en torno a mí, sacaba billetes y bonos. Reprimiendo un sentimiento de pánico, me puse a pensar algo que decir que sonara a un tiempo digno y convincente.

La revisora estaba ya encima de nosotros, y mis vecinos le tendieron sus billetes. La revisora los estaba ya picando cuando anuncié con firmeza:

– Yo no tengo billete, pero en mi caso concurren circunstancias especiales que, si me permite, pasaré a explicarle.

La revisora se quedó mirándome, y luego dijo:

– Una cosa es no tener billete. Pero, ¿sabes?, anoche me dejaste en la estacada.

En cuanto dijo aquello, la reconocí. Era Fiona Roberts, una chica de la escuela primaria de mi pueblo, en Worcestershire, con la que me había unido una amistad muy especial cuando yo tenía unos nueve años. Vivía cerca de casa, un poco más allá del camino, en una casita muy parecida a la nuestra, y yo solía llegarme hasta allí para pasar la tarde jugando con ella, sobre todo en la época difícil que precedió a nuestra partida para Manchester. No la había vuelto a ver desde entonces, y me quedé estupefacto ante su actitud reprobadora.

– Ah, sí -dije-. Anoche. Sí.

Fiona Roberts siguió mirándome. Tal vez tuvo que ver con la expresión de reproche que vi en su cara, pero de pronto me sorprendí recordando una tarde de nuestra niñez en que los dos habíamos estado sentados juntos debajo de la mesa del comedor de su casa. Como de costumbre, habíamos creado nuestro «escondite» poniendo mantas y cortinas que colgaban por los lados de la mesa. Aquella tarde había sido soleada y calurosa, pero nosotros persistimos en permanecer en nuestro «escondite», en el calor cargado y la casi total oscuridad. Le había estado diciendo algo a Fiona, sin duda extendiéndome en exceso y con talante disgustado. Ella había intentado interrumpirme en más de una ocasión, pero yo había continuado sin hacerle caso. Por fin, cuando hube terminado, me había dicho:

– Eso es una tontería. Así acabarás quedándote solo. Te sentirás muy solo.

– No me importa -dije-. Me gusta estar solo. -Otra vez dices tonterías. A nadie le gusta estar solo. Yo voy a tener una gran familia. Cinco hijos como mínimo. Y les voy a hacer una cena estupenda cada noche. -Luego, al ver que yo no respondía, volvió a decir-: Estás diciendo tonterías. A nadie le gusta estar solo.

– A mí. A mí me gusta. -¿Cómo puede gustarte estar solo? -Pues me gusta. A mí me gusta.

De hecho, al afirmarlo, había sentido cierta convicción. Porque hacía ya varios meses que había dado comienzo a mis «sesiones de adiestramiento». Sí, en efecto, mi particular obsesión debió de alcanzar su cénit por aquella época.

Mis «sesiones de adiestramiento» habían empezado sin la menor premeditación, de forma espontánea. Estaba jugando en el camino una tarde gris -absorto en alguna fantasía, entrando y saliendo de una acequia seca que discurría entre una hilera de álamos y un campo- cuando de pronto me invadió el pánico y sentí la necesidad de buscar la compañía de mis padres. Nuestra casita no estaba lejos, podía ver la parte trasera al otro lado del campo, y sin embargo el pánico se apoderó de mí rápidamente y me sentí abrumado por la urgencia de correr a casa como un loco a través de las enmarañadas hierbas del campo. Pero por alguna razón que desconozco -quizá asocié aquella sensación con una eventual inmadurez para mi edad- no lo hice, y me forcé a demorar la huida. En mi mente no cabía duda alguna de que, muy pronto, acabaría por echar a correr a través del campo. Sólo era cuestión de resistir un poco, de forzar mi voluntad durante unos segundos más. La extraña mezcla de miedo y exaltación gozosa que experimenté mientras seguí allí de pie, paralizado en la acequia seca, habría de llegar a conocerla bien en las semanas que siguieron. Porque mis «sesiones de adiestramiento» se convirtieron en algo habitual e importante en mi vida. Con el tiempo adquirieron cierto ritual, en virtud del cual, cada vez que detectaba la menor señal de apremiante urgencia por volver a casa, me obligaba a llegar a un punto concreto del camino, bajo un gran roble, donde permanecía de pie unos minutos luchando contra mis emociones. A menudo decidía que ya había aguantado bastante, que podía ya marcharme, y entonces me retenía de nuevo, me forzaba a seguir bajo aquel árbol unos segundos más. Y en tales ocasiones el creciente pánico llevaba aparejada una extraña emoción, una sensación que quizá explicaba la especie de hechizo compulsivo que aquellas «sesiones de adiestramiento» acabaron ejerciendo sobre mi persona.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los inconsolables»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los inconsolables» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los inconsolables»

Обсуждение, отзывы о книге «Los inconsolables» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x