Gao Xingjian - El Libro De Un Hombre Solo

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…Has escrito este libro para ti, un libro sobre la huida, el libro de un hombre solo. Eres a la vez tu Senor y tu apostol, no te sacrificas por losdemas y no pides que nadie se sacrifique por ti, no puede ser mas justo. Todo el mundo desea la felicidad, por que solo habria de pertenecerte a ti? Dehecho, la felicidad es bastante rara en este mundo? (Gao Xingjian).Un hombre recuerda el principio de su vida en China, su familia, su pais, sus aprendizajes y como esa vida placida desaparece de repente con el estallido dela Revolucion Cultural, que va a acabar con el pensamiento y la libertad. Cada uno va a convertirse desde ese momento en un hombre solo, una mujer sola, unser humano solo ante la desesperanza y el terror. Su supervivencia exige `que el cerebro desaparezca,` que no haya cerebro en las miradas ni en las palabrasni en los actos del dia, y, sin embargo, se puede violar a un ser humano, con violencia fisica o violencia politica, pero no se lo puede poseer porcompleto?, porque su mente siempre le pertenecera. Y esa es la gran belleza de El Libro de un hombre solo, que, reflejando hasta hacernos entremecer la cobardia, el lado oscuro y la tristeza, ha sabidointroducir asimismo la esperanza, se pequeno resplandor en una sociedad espesa como el barro?.La dulzura de los recuerdos y de la infancia, la violencia politica, el amor y tambien el erotismo se mezclan en esta novela sencilla y sorprendente, resumende la vida de un hombre solo y testimonio literario esencial y sublime.Gao Xingjian nacio en Jangsu (China) en 1940. Novelista, poeta, dramaturgo, director de teatro y pintor, como un artista del Renacimiento tiende a abarcarel arte en sus distintas disciplinas, y en cada una deellas investiga una forma personal de expresarse mezclando tecnicas, estilos y generos.

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– ¡Hola! -Tang había levantado la mano para devolverle el saludo.

– Necesito que me eches una mano -dijo al llegar a su lado.

– En este momento cada cual es como el ídolo de barro que atraviesa el río, no puede salvarse ni a sí mismo. ¿Qué ocurre? Dilo pronto, que no me vean hablar contigo, he oído que estás en el punto de mira de tu compañía.

– Ya no. ¡Me he graduado!

Tang paró el motor. El subió a la cabina y le mostró su carta oficial con el sello.

– ¡No me lo puedo creer!

– Todo gracias al delegado Song -dijo él.

– ¡Te acabas de librar de una buena, mejor que te largues a toda velocidad!

– Mañana, a las cinco, ¿podrías llevar mis maletas a la estación de la cabeza de distrito?

– Bueno, entonces tendré que tomar el camión. El delegado Song lo ha aprobado, ¿no es cierto?

– ¡El mundo da unas vueltas increíbles, no le digas nada de esto a nadie!

– ¡Saldré con el camión! Si me preguntan adonde voy, les diré que vayan a ver al delegado Song, ¿de acuerdo?

– Recuerda, mañana por la mañana, a las cinco. ¡No te olvides! -dijo mientras saltaba de la cabina del tractor.

– Tocaré el claxon cuando pase por el cruce de vuestro dormitorio, sólo tendrás que subir. No te preocupes, cuenta conmigo -dijo Tang golpeándose el pecho.

El tractor se alejó dando tumbos; él recorrió los cinco últimos kilómetros despacio, sin prisa, reflexionando sobre cómo pasaría esa última noche y cómo podría transportar lo más rápidamente posible sus maletas y sus pesadas cajas de libros de madrugada. Cuando cayó la noche, después de la cena, las personas empezaron a juntarse alrededor de los pozos para sacar el agua para asearse. Sólo entonces apareció por el dormitorio. También se lavó y aprovechó para arreglar sus cosas. Antes de meterse en la cama fue a la habitación del secretario de célula del Partido de su compañía, que acababa de recibir ese cargo de manos de la comisión de control militar. Le enseñó el documento oficial que probaba que iba a instalarse definitivamente en el campo. Sentado sobre un banco, el secretario se había quitado los zapatos para lavarse los pies. Él anunció solemnemente, aunque con un cierto tono de broma, a los que estaban en aquella habitación:

– El delegado Song me ha licenciado de esta escuela; me despido de vosotros, camaradas, no para siempre, supongo, pero me marcho primero. ¡Voy a convertirme en un auténtico campesino, completamente reformado!

Luego puso cara de que le habían encomendado una tarea difícil, como si su futuro no le pareciera muy alentador. El jefe no tuvo tiempo de reaccionar, no comprendía si se trataba de un castigo especial que le habían infligido. Se limitó a decir: «Mañana veremos».

¿Mañana?, pensó él. No tenía ninguna intención de esperar a que el jefe fuera a la dirección de la escuela y que entrara en contacto por teléfono con la comisión de control militar de Beijing; se marcharía mucho antes.

De nuevo en el dormitorio, con la luz ya apagada, se fue a tumbar a su cama completamente vestido. Durante la noche miró varias veces el reloj, sin distinguir las agujas en la oscuridad. Cuando creyó que estaba a punto de amanecer, se levantó, se apoyó contra la pared para ponerse los zapatos, pero no hizo de inmediato su cama. Si despertaba demasiado temprano a los otros ocupantes de la habitación, el lacayo que vigilaba sus actos y gestos podía avisar al secretario de la célula del Partido de su compañía.

Nadie tenía que saber que antes del alba se había puesto en marcha. Escuchaba atentamente en la oscuridad si oía un claxon; entre el cruce y el dormitorio había unos cincuenta o sesenta metros, el sonido no sería muy fuerte. Le silbaban los oídos, abría los ojos todo lo que podía, como si de ese modo escuchara mejor. Cuando oyera el claxon, liaría sus bártulos y despertaría a dos hombres para que le ayudaran a transportar las grandes cajas que había dejado en la pared.

Dos bocinazos secos. Todavía estaba oscuro, se levantó de golpe, abrió la puerta sin ruido y corrió hacia el cruce.

– ¡Ves como podías confiar en mí!

Tang encendió las luces y lo saludó con la mano. De inmediato, volvió corriendo al dormitorio y despertó a dos hombres que dormían en las literas de al lado.

– ¿Te marchas? -preguntaron al levantarse.

– Sí, voy a la estación -dijo, recogiendo rápidamente su equipaje.

Unos minutos más tarde, saltaba sobre el camión y decía adiós con la mano a sus dos compañeros que todavía no se habían despertado por completo. ¡Adiós, escuela de funcionarios del 7 de mayo, granja de reeducación por el trabajo manual! ¡Adiós!

41

Se sentía totalmente vacío. Por la ventana contemplaba la gran llanura amarillenta y desértica y las ramas desnudas de los árboles que desfilaban a toda velocidad a lo largo de la vía férrea. Estaba agotado, no había pegado ojo en toda la noche, pero no tenía ganas de dormir. Miró el paisaje, casi no se creía que había conseguido escapar. Una vez que el tren franqueó el gran puente sobre el río Amarillo, los campos empezaron a adquirir un color verde oscuro, el trigo que había sobrevivido al invierno comenzaba a verdear. Al cabo de tres horas, después de parar en varias estaciones, las ramas de los árboles se volvieron azules con tonos grisáceos, aparecieron algunas pequeñas hojas verdes, y más lejos todavía pudo ver como el viento hacía vibrar las hojas frescas y relucientes de los álamos. Llegaba la primavera. Te has salvado, pensó.

Una vez pasó el Yangzi, los campos adquirieron todo su verdor, en los espacios entre los retoños de los arrozales se reflejaba un cielo azul luminoso, un mundo real. Acabó relajándose y el sueño le venció.

Luego subió a un autocar que fue traqueteando por las accidentadas carreteras de montaña, balanceándose de un lado a otro como si el vehículo fuera a romperse en cualquier momento. Por las ventanas se sucedían las montañas de color verde azulado, y en las matas de las laderas se distinguían las azaleas rojo sangre. Se sentía tan radiante como el paisaje.

En una pequeña cabeza de distrito de aquella región montañosa, al final de una calle de adoquines de piedra oscuros, encontró la casa de Rong, una casa de adobe con el tejado de bálago. Rong era un forastero en la región y salía adelante no sin dificultad, pero al menos tenía su propia casa y frente a la puerta había un huerto rodeado de bambúes, suficiente para provocar su admiración. La mujer de Rong era de la comarca y trabajaba de vendedora en un bazar. Tenían un niño de unos meses que dormía en una cuna en la habitación principal. En el patio entraban los agradables rayos del sol y una gallina acompañada de sus polluelos amarillos picoteaba el suelo. Estaba emocionado.

Mientras la mujer de Rong preparaba la cena en la cocina, éste le preguntaba sobre su situación personal y los acontecimientos que estaban teniendo lugar en la capital. Lo puso al corriente de lo que ocurría.

– ¿Por qué se pelean? -preguntó Rong-. Aquí estamos lejos del emperador; aun así, los altos cargos del distrito se han peleado durante un tiempo, pero eso no ha afectado a los habitantes del pueblo.

Él tenía ganas de charlar de cosas más agradables.

– Rong, ¿te acuerdas de cuando nos enviábamos cartas en las que divagábamos sobre la filosofía? Queríamos llegar hasta el fondo de las cosas para encontrar el verdadero sentido de la vida.

– Olvida la filosofía, no es más que una fanfarronada -le cortó Rong-, mi preocupación actual es salir adelante con mi familia, en este tejado de bálago hay goteras cuando llueve mucho; este invierno tendré que cambiar la paja, porque no puedo construirme una casa de ladrillo.

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