Los empleados de la estación, vestidos con uniforme azul, soplaron con fuerza por sus silbatos estridentes. Las personas se situaron tras una línea blanca que había trazada en el suelo, pero el tren continuó inmóvil. De pronto, reinó el caos en el andén: primero llegó una patrulla del ejército fuertemente armada, que se puso en línea; luego un grupo de condenados, todos tenían la cabeza rapada, cada uno llevaba su petate y un tazón de hojalata esmaltada en la mano, avanzaban al mismo paso y cantaban a media voz una consigna: «¡Con disciplina empezaremos una nueva vida, oponerse a la reforma es lo mismo que buscar la muerte!».
Sus voces graves repetían incansablemente esta frase, con la solemnidad de un réquiem. Los niños dejaron de golpear sus tambores y gongs. El grupo de condenados atravesó el andén en fila india; luego, sin dejar de cantar el eslogan, entraron en los vagones de mercancías sin ventanas que habían añadido al final del convoy. Diez minutos después el tren se ponía en marcha lentamente, en el más absoluto silencio. En aquel instante los lloros incontenibles empezaron a multiplicarse en el andén. Luego el llanto de niños y adultos se oyó por todas partes. Por supuesto, algunos reían y se despedían con la mano, pero el ambiente de alegría había desaparecido casi por completo.
Por la ventana del tren desfilaban postes eléctricos de cemento, las casas de ladrillos rojos, los edificios de hormigón gris. Las chimeneas y las ramas desnudas de los árboles se perdían en la lejanía. El se iba por su propia voluntad, dejando por fin aquella enloquecedora capital. Aunque le esperara el viento frío y violento, al menos podría respirarlo con tranquilidad, no tendría que atormentarse constantemente. Joven y fuerte, sin familia, sin cargas, iba a cultivar la tierra. De hecho, ya había trabajado en el campo cuando era estudiante. Aunque fuera duro, el trabajo del campo no tenía nada que ver con la tensión mental que había vivido en los últimos tiempos. Tuvo ganas de tararear alguna canción, ¿qué podía cantar? Bueno, mejor no cantar nada.
Ese viejo Louis Armstrong es casi como un hermano para ti, aunque esté muerto desde hace tiempo, lo has visto en una antigua película en blanco y negro, llena de líneas blancas, como si lloviera, y tu viejo hermano negro cantaba revolcándose por el suelo.
Una pluma se deja llevar por el viento… Debes vivir con alegría, en un estado de éxtasis. Ah, Margarita. Vuelves a pensar en ella, ha sido ella la que te ha empujado a escribir este libro asqueroso, te ha empujado al abatimiento, a la depresión; esa puta te ha atormentado. Sólo tienes ganas de una cosa, de follarla salvajemente, azotarla cumpliendo sus deseos, esa masoquista, y, por mucho que le pegues, no derramarás ni una sola lágrima.
Te gustaría llorar una vez más, tirarte al suelo como un niño caprichoso, llorar todas las lágrimas que tengas dentro, pero ya no tienes más lágrimas, ni una sola, hermano, ya eres viejo.
¡No importa que seas un insecto o un dragón! Más bien pareces un perro perdido, sin dueño, ya no tienes que hacer lo que otro quiera, ya no tienes que buscar que alguien te quiera. Eres como el topo que escarba en la tierra, te gusta la oscuridad, en la que no se ve nada, no se ven las escopetas, se pierde el objetivo que hay que conseguir; de hecho, ¿para qué sirve tener un objetivo?
Has conseguido una nueva vida, esa vida la utilizas como te da la gana, todavía quieres saborear lo que te quede de ella. Lo más importante es vivir con alegría, vivir para ti mismo y ser feliz, no te importa nada de lo que digan de ti.
Te sientes bien, y este bienestar no se encuentra en el exterior, está en ti; podrás disfrutarlo totalmente si eres consciente.
La libertad es una mirada, una entonación; mirada y entonación pueden realizarse, por lo tanto, ya tienes algo. Y la libertad está tan confirmada como la existencia de la materia, como la existencia del árbol, de la hierba, de la gota de rocío; nadie puede dudar o negarte la libertad de usar tu vida.
Sin embargo, ¡la libertad es tan efímera! Tu mirada, tu entonación sólo vienen de un instante, de una actitud adoptada por ti mismo: lo que quieres conseguir es justamente esa libertad fugitiva. Recurres al lenguaje precisamente porque quieres confirmar su existencia, aunque lo que escribas no pueda existir eternamente.
Cuando escribes, ves esa libertad y la escuchas. En el instante en que escribes, en que lees, en que escuchas, la libertad existe en tu expresión, necesitas este pequeño lujo: la expresión de la libertad y la libertad de expresarte. Y cuando la has conseguido, te sientes bien.
La libertad no se da, no se compra, más bien es tu propia conciencia de la vida, el deleite de tu vida. Saborea esta libertad como el placer que sientes cuando haces el amor físico con una bella mujer. ¿No es lo mismo?
La libertad no soporta ni la santidad ni el poder dictatorial. No quieres saber nada ni de una cosa ni de otra, y, de todos modos, tampoco podrías conseguirlas; en lugar de hacer un gran esfuerzo para conseguir algo, es mejor tener la libertad.
Antes que decir que Buda está en ti, mejor decir que la libertad está en ti. La libertad nunca viene de otro, si piensas en la mirada de los demás, si buscas su aprobación, y si haces bellos discursos para distraerlos, te adaptarás a sus gustos; el que disfrutará no serás tú y habrás perdido tu libertad.
La libertad no concierne a los demás, no debe reconocerla nadie, sólo podrás conseguirla superando las coacciones de los otros, como ocurre con la libertad de expresión.
La libertad puede aparecer bajo la forma del dolor y de la tristeza, si estos sentimientos no la ahogan. A pesar de estar sumergida en ellos, aún puedes verla. El dolor y la tristeza también son libres. Necesitas un dolor libre y una tristeza libre, si por algo vale la pena vivir es por esa libertad que por fin te proporciona alegría y serenidad.
40
– No podemos creer que la paz reinará sobre la tierra cuando todos los viejos contrarrevolucionarios hayan sido depurados. Tenéis que abrir los ojos, ¡esos elementos contrarrevolucionarios en plena actividad son nuestros peores enemigos! Se esconden bien, son muy astutos. Se amparan en los eslóganes revolucionarios de los proletarios, pero, en la sombra, se dedican a actividades fraccionarias burguesas para provocar la confusión en nuestras filas. ¡Sobre todo, que nadie se deje influir por ellos, están por todas partes, tejiendo sus telas de araña para atraparos! ¡Esos contrarrevolucionarios tienen dos caras, no lo olvidéis, alzan la bandera roja para oponerse a la bandera roja!
El jefe adjunto de la comisión de control militar, el delegado Pang, en realidad comisario político del ejército, había venido expresamente a la granja. Encaramado a un rodillo de piedra del área de trilla, lucía unas gafas de montura gruesa y agitaba en la mano un documento mientras pronunciaba un discurso de movilización:
– Las escuelas de funcionarios del 7 de mayo no deben ser remansos de paz alejados de la lucha de clases.
Habían empezado a desenmascarar a un grupo de contrarrevolucionarios activos llamado «camarilla del 16 de mayo». Los jefes de las organizaciones rebeldes, surgidas desde el principio del movimiento, así como los miembros activos, estaban siendo sometidos a una investigación. Él fue de inmediato destituido de su función de jefe de escuadra, cargo con el que debía dar ejemplo; había acabado con el trabajo manual y debía rendir cuentas de los últimos años con todo detalle, explicar qué ocurrió en los últimos meses, decir qué día, en qué lugar, con qué personas tuvo qué reunión secreta y a qué actuaciones inconfesables se había dedicado.
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